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LOS DISCURSOS ELECTORALES Y LA CENTRALIDAD DE LA CARCEL COMO HERRAMIENTA DEL PODER BURGUES FRENTE AL CONFLICTO SOCIAL

Esto es la soledad
yo y estas cuatro paredes

y esa puerta fría y vieja
por donde no pasa nadie.

Esto es la soledad

el estar pensando hasta

que el cerebro parece explotar.

Esto es la soledad

mirar el techo todo un día entero

Esto es la soledad

es estar sufriendo al escuchar

como el resto de los pibes, está en visita

Esto es la soledad

es desear tener una mujer

conmigo en este momento.

Pero saber que la única compañía

es esa cucaracha que cruza la pared.

Extraído de La venganza del cordero atado, Camilo Blajaquis.

(Seudónimo de César Gonzales)

Dados esos condicionamientos objetivos que tiene para el hombre el problema del conocimiento, ocurre que si nos limitamos a describir el ejercicio normalizado de la pena privativa de la libertad contemporánea en establecimiento carcelario tal como se presenta en el plano de las apariencias  y hacemos esa observación sensible munidos de prejuicios y antejuicios construidos en abstracto con formas jurídicas y políticas emergente del plano de las ideas , esa situación  como mínimo significa  avalar por acción u omisión la  repetición en contextos de encierro día tras día  de  una rutina, en la que el individuo se ve sistemáticamente imposibilitado de ejercer todo tipo de actividad colectiva que lo integre con el otro evitando así que pueda construir subjetividad .

En el mismo plano y siempre en contexto generalizado , esa persona sin libertad, sometida a ordenes, direccionamientos externos, y disciplinamientos rutinarios impuestos por el poder carcelario , está sometido a regímenes progresivos en los cuales la lógica de premios y castigos le condiciona finalmente y le determina cada uno de los movimientos que ha de realizar en un marco donde está obligado a recitar hasta el hartazgo frente a eventuales psicólogos, asistentes sociales, médicos o agentes de alguna fuerza de seguridad lo trascendente que resulta para la condición humana ese siniestro proceso de transformación física, moral y espiritual llamado vulgarmente “resocialización” en el que se constituye sin idea mediadora y en el plano absoluto de la realidad “la cárcel”.

 Si lo vemos desde esta perspectiva, surgen preguntas ¿Cuál sería la diferencia entre el público que en el siglo de Demiens disfrutaba masivamente de la dramaturgia patibularia que mejor supo describir Foucault en “vigilar y castigar” y el público actual, consumidor habitual de diarios, revistas y/o noticieros televisivos en donde se recita casi como una premisa bíblica esa sentencia social:” que se pudran en la cárcel”. Es distinto el rol del “público” o más contemporáneamente “la gente” en uno y otro caso.

No hay diferencia entre destruir a un ser humano en el marco de una procesión bestial y con el acalorado festejo de la muchedumbre como bastión de legitimidad según supo ocurrir en el medioevo  o  el paulatino aniquilamiento carcelario a escondidas, paso a paso, en silencio, con la bendición de la doctrina internacional  que sostiene como fundamento de la privación de libertad la posibilidad de reconstrucción del sujeto peligroso que ha delinquido , inserta en la Constitución Nacional Argentina  que deviene necesariamente en  falacia resocializadora .

La cárcel es un instrumento de control social del orden social capitalista. Es básicamente un sitio específico. Un lugar poblado por hombres y mujeres que representen cierto peligro para la continuidad o devenir monopólico de ese modo de producción.

El encierro carcelario del siglo XXI, no es mejor ni más humana que el patíbulo precapitalista, sino un mero refinamiento de la administración del castigo en manos de la clase dominante sobre los vulnerables sociales que genera la sociedad marcada por la producción generalizada de mercancías y la prevalencia de la ley del valor.

La lógica común entre las diferentes etapas del sistema penal a la que aludimos cotejando la producción y forma del castigo humano por el poder en el espacio histórico precapitalista y el desenvolvimiento capitalista hasta nuestros días,  tiene un hilo conductor en tanto la cárcel esta signada por la persecución sistemática de enemigos latentes y manifiestos del statu quo y la construcción a posteriori de discursos legitimantes de ese proceder que culmina en la actualidad con  el realismo de las formulaciones neoliberales del capital, centradas lisa y llanamente en el ocultamiento del sujeto y la función meramente retributiva de la imposición de pena, dentro de la fórmula de devolución encubierta que implica la aplicación de un tiempo de encierro carcelario y perdida de toda subjetividad proporcional al daño producido.

Nuevamente el tiempo del hombre libre, es la moneda de cambio con la que los desposeídos pagan su existencia a los propietarios que gestionan el poder y el uso legitimado de la violencia por vía de la construcción normativa del Estado.

No debe perderse de vista, además, que la cárcel como institución que produce un daño determinado sobre una persona en particular, se despliega en esa misma acción sobre otras personas ajenas al fenómeno delictivo que motivó la sanción, quienes reciben un trato de análoga naturaleza al que se le proporciona al interno, marcado fundamentalmente por la violencia física y coactiva.

Se trata de una experiencia carcelaria expandida sobre otros, en donde el sistema, como herramienta estatal productora de acciones socialmente negativas, desborda sus dispositivos, en este caso, con alcance directo a familiares y allegados de los internos. La realidad exhibe un dispositivo guerrero-defensivo, ejecutado por quienes tienen a su cargo la gestión institucional, para hacer que toda la estructura carcelaria opere en un solo sentido, como un régimen despótico que funcione únicamente bajo el temor.

Por lo demás si reparamos en el fenómeno social carcelario en términos más amplios, también es constatable que la optimización a través de diversos medios del control social, y su sistema de coerción revestido de consenso, le permite al capitalismo, aun frente a la agudización de sus contradicciones, continuar con su lógica reproductiva y neutralizar con represión a la lucha de la clase trabajadora, cuando logra alcanzar una praxis revolucionaria para enfrentarlo. Es en ese plano de la lucha de clases que la cárcel resignifica su naturaleza de instrumento represivo, extendiéndose como herramienta para el castigo punitivo de la protesta social que encarnan explotados y oprimidos.

En esa dialéctica del desenvolvimiento represivo, lo que se hace por el poder burgués, cualquiera fuera el político de turno y el sitio del territorio nacional donde se lo requiera es habilitar el dispositivo segmentador, discrecional y arbitrario de las herramientas normativas que implica la represión dentro de las cuales hay que ubicar toda la institucionalidad que se mueve detrás del visible edificio carcelario.

En este entramado represivo que monta el poder burgués, el Derecho penal, ocupa el primer lugar, a través de seleccionar políticamente comportamientos que puedan resultar hostiles a la clase dominante y extender de manera abstracta esa “hostilidad” a toda la sociedad constituyéndolos ideológicamente en la categoría de “bienes que merecen protección “amenazando que su realización implica para quien la materialice pena privativa de libertad.

Ese discurso normativo habilita la presencia institucional de las agencias represivas del poder ejecutivo y la organicidad funcional e intelectual de todo el aparato judicial, cualquiera fuese la forma que en concreto asuma ese proceder, también normatizado y por ende legitimado por sus formas.

De la actuación de todo ese dispositivo, emerge la relación punitiva concreta que se define por la concreción de la amenaza inserta en la norma penal por vía de la definición de lo que se considera delito y el encierro carcelario del sujeto al que se vincula con dicho hacer, por vía de la imposición judicial de una pena.

 Por eso entendemos que esta realidad concatenada de acciones que remiten en todos los casos a manifestaciones del poder burgués dominante,  obliga a la militancia a poner en su práctica cotidiana lo mejor de sí, rescatando una reconsideración crítica de la importancia del factor subjetivo,  que dé por tierra  con la premisa que erróneamente supone ver en la clase trabajadora como la portadora espontanea del ser revolucionario únicamente posicionada frente a conflictos económicos derivados de  manera inmediata, de la relación capital-trabajo.

 La subjetividad es una construcción que se forma a partir de la interacción cotidiana con el medio, en la interrelación con los otros. Solo en ese encuentro y en ese camino de acción práctica podemos hablar de una subjetividad que se desarrolla en el medio social, y no en el mundo privado de personas anónimas.

 A esta última tendencia mecanicista, la enfrentamos con la necesidad por definir una directriz de educación revolucionaria, como herramienta central en la conformación del hombre nuevo, miembro de una sociedad con valores y formas de relaciones sociales íntegras.

Por eso, y en oposición a lo que se sostiene desde el sentido común, mediáticamente construido, afirmamos que los trabajadores están  habilitados para el desarrollo de una nuevo proyecto liberador, a pesar del cautiverio y el desgaste que imponen la actuales condiciones de fragmentación de los lazos sociales, que implican una situación objetiva de coordinada entre los sistemas punitivos y las fuerzas represivas que normativizan esa injusticia material, por medio de su legalidad para ejercer el monopolio de su violencia represiva.

Dicho en otros términos, pensamos y afirmamos que este proceso de re significación subjetiva– al amparo de las condiciones objetivas del agotamiento del modelo capitalista– tiene dialécticamente la potencialidad de poner a la clase trabajadora y al conjunto de los socialmente oprimidos, en una nueva época signada por la opción que se ubica entre la realización plena de los hombres o su vaciamiento, en tanto existe el riesgo de tomar caminos que conduzcan a la dispersión y esterilidad de las ideas, la apatía moral, o la inercia práctica, absolutamente codificadora de la individualidad del ser humano.

En ese entramado concreto de los espacios de lucha social, la intensidad de la aplicación del mecanismo represivo penal antes descripto y la amplificación de la significación simbólica de la cárcel, como el espacio “tacho de basura” a donde ideológicamente se propugna que se derive al “otro peligroso” leído como sujeto perturbador y madre de todos los males sociales , obliga a que la vanguardia de la clase trabajadora en su proyección a constituirse organizativamente  en clase “para sí”,  se posicione y actué desde esos objetivos estratégicos frente al problema del castigo y específicamente a sus consecuencias desubjetivantes derivadas del imperio carcelario y su institucionalidad.

Vivimos un repliegue ideológico en el que se define una fuerte tendencia al abandono de la lucha colectiva en el contexto de clases sociales en pugna, una lucha distorsionada por herramientas conceptuales que dejan traslucir el acentuado protagonismo de la individualidad, en línea con un mensaje de exaltación sobre la diversidad y el deseo, reducidos a objetos de consumo.

 Por eso, desde el enfrentamiento abierto, y desde un discurso que funcione como praxis concreta a ese esquema ideológico, deben surgir futuros encuentros entre los que asuman la tarea de luchar en clave revolucionaria para avanzar hacia una nueva sociedad, que logre romper con estas redes de poder hegemónico y sus cárceles.

Las relaciones colectivas orientadas a prácticas concretas son los únicos modos reales de abrir los caminos hacia un futuro diferente, los únicos medios simples para derrotar este presente de explotación y opresión en el que estamos sumergidos.  Avanzar en esa dirección es ampararse en el convencimiento de la vigencia que tiene la estrategia revolucionaria, corporizada en la vanguardia obrera y su partido de clase.

El desplazamiento de grandes contingentes humanos al margen social  dentro de lo caracterizado como población sobrante,  leído como dato que objetivamente produce la realidad de la vida relacional en la sociedad civil, le quita toda posibilidad a las acciones militantes del reformismo centradas en la gestión de políticas de Estado de perfil humanizante y captación normativa, atento ellas no dejan ver y enmascaran los problemas sustantivos del fenómeno carcelario y la funcionalidad que el castigo penal tiene para con ese margen poblacional hacia donde son llevados los trabajadores y los sectores medios de la sociedad por vía del desenvolvimiento crítico y forzado de las relaciones productivas capitalistas.

Nuestra intervención a través del presente texto, apunta a favorecer la comprensión del sentido de la lucha, por fuera de las prácticas reformistas que se reducen a la exigencia de políticas sociales, implementadas desde los programas del Estado y gestionadas por los operadores de la clase burguesa, bajo el resguardo legal de las formas jurídicas que habilitan su accionar.

Visto desde esta perspectiva, lo que se conoce genéricamente como política social es decir aquella que se ocupa de detectar los problemas sociales que derivan de la pobreza y la marginación (la falta de trabajo, vivienda digna, educación y alimentos) y buscan desde el Estado los recursos y medios técnicos que les den solución a esos problemas, no adquiere viabilidad positiva en la medida en que, bajo el capitalismo las condiciones materiales de los trabajadores no están aseguradas. Los obreros venden su fuerza de trabajo en el mercado, pero pueden no encontrar comprador y verse empujados al desempleo. Sucede además que, con frecuencia venden su fuerza de trabajo por un salario que no es suficiente para asegurar su reproducción, es decir, para reponer todas las condiciones necesarias para continuar trabajando, y asegurar el sustento de sus hijos, en forma tal que el capital se garantice también trabajadores a futuro.

Asimismo, respecto a quienes quedan desempleados, se busca que configuren modalidades existenciales disponibles en caso de que la actividad económica requiera de ellos. De esta suerte de mantención se ocupa el Estado como representante de los intereses generales de la burguesía a través de las políticas sociales.

Sin embargo, debe aclararse que el costo de esas políticas es financiado en forma prevalente, con plusvalía arrancada a fracciones de la clase obrera, ya que el Estado se hace de ese recurso por vía de impuestos que pagan los asalariados. En ese orden de ideas, también debe aclararse que las principales fracciones de la clase obrera que tributan al Estado no son las mismas que los subsidios generados por esas pretendidas políticas sociales. Los subsidios pertenecen a la población económicamente “sobrante”, es decir, grupos potencialmente activos que el capital no explota en condiciones medias de productividad, y, por lo tanto, no tienen ingresos fijos, o perciben salarios por debajo del nivel de subsistencia en trabajos informales como changas, etc.

  Así visto, puede observarse la contradicción implícita en esa acción política que busca del Estado algo ajeno a su constitución ontológica, esto es, la posibilidad de que su intervención sea favorable a los intereses de la clase trabajadora en su conjunto. Esta “idealización” del Estado, por la vía de fustigar a los operadores políticos de turno, sean estos ministros, presidentes, secretarios de estado, o como quiera que se llamen, no hace otra cosa que mantener el revisionismo reaccionario de la falsa conciencia que el peronismo introdujo desde sus más variados relatos, en la clase trabajadora y en el conjunto de los sectores oprimidos de nuestra sociedad. Por esa vía se llega a consignas del tipo “la patria en peligro”, ocultando que esa patria que algunos buscan preservar no tiene otra forma jurídica que el Estado como el especulador de sus negociados.

  La complejidad de las actividades teóricas y prácticas de la clase dominante no solo justifican y mantienen su dominación, sino que también le permiten ganar el consenso activo de aquellos que son gobernados. Por esta razón, es una tarea primordial e ineludible propagandizar que el Estado juega un papel central tanto en la producción y reproducción de medidas represivas –visibles u ocultas– como en la interpretación ideológica de esos fenómenos de violencia que se ejercen sobre las personas, y también, en la formulación de discursos, estrategias y técnicas de poder, al modo en que las constatamos actualmente en las practicas comunicacionales de los medios.

En ese plano debe tenerse presente que los hechos dan cuenta de que la acción militante, por vía de las manifestaciones callejeras, sufre una falsa visión en manos de la manipulación mediática organizada desde el Estado. Solo permite a quienes se movilizan conformar un micro mundo autorreferencial, pero oculta la falta de asistencia de aquellos que continúan con su vida cotidiana, y emergen en la instancia electoral con un voto diverso del esperado al que luego hay que pasar a explicar. Esto no significa descartar la presencia de sujetos movilizados en las calles por su propio efecto multiplicador, pero si la demanda social tiene por referente a un actor político ya constituido, y cooptado en manos de los operadores del enemigo de clase, la protesta se vuelve domesticada.

Así lo reflejan las distorsiones en transformaciones graduales de luchas que son «interiorizadas» y asimiladas por el Estado, cuyo desenlace obligado termina en el reformismo. La condensación material del actual nivel de la lucha de clases, no puede ser llevada desde el polo de los intereses de los trabajadores hacia una idealización del rol del Estado. Al contrario, única y exclusivamente debe orientarse hacia la concientización de su destrucción.

La denuncia del carácter histórico y socialmente determinado de la criminalidad moderna, el carácter social de la responsabilidad penal y la consiguiente exigencia de una socialización integral del tratamiento penal son los ejes para avanzar en la construcción de hipótesis estratégicas de política criminal trazada desde la perspectiva del proletariado El primero y más decisivo instrumento de una política criminal del movimiento obrero está constituido por la transformación de la estructura productiva, de forma tal que la misma sea capaz de evitar a los trabajadores su exposición a las variaciones del mercado en cuanto se refiere al trabajo entendido como mercancía garantizándole condiciones sociales de existencia” capaces de impedir la marginación social de la fuerza de trabajo y los fenómenos de  socialización y disgregación cultural inducidos por ella.

                 La cuestión está en preservar al proletariado del deterioro, la desmoralización y la ruina”, para ello resulta vital la agitación y organización en torno a la consigna de la escala móvil de salarios y escala móvil de horas de trabajo. Política y lucha por el empleo y política socialista de prevención del crimen son en este sentido la misma cosa. Sólo una acción de este tipo puede superar la atomización y la dispersión de las capas marginales, y transformar la rebelión inmotivada, individualista, en antagonismo social y lucha política.

                La política obrera en materia criminal debe orientarse agitando consignas de transición que pongan el eje en una drástica reducción de la esfera de intervención penal del Estado burgués en la esfera privada de las personas apuntando a convertir a esta en un instrumento secundario y de excepción. Esto supone:

1. Despenalización masiva de todas las hipótesis de delito no graves (supresión de los delitos de opinión, de asociación y reunión, los delitos sindicales y la eliminación lisa y llana de los códigos de faltas y contravenciones)

2. Asignar el carácter de delitos únicamente perseguibles por las partes a los delitos contra la propiedad, desde los hurtos, hasta las pequeñas estafas

3) Revisión de los bienes que son tutelados por el orden penal vigente, sobre la base de una exacta identificación de las necesidades y los intereses de los trabajadores y demás sectores explotados que mire hacia la tutela del ambiente, la salud, el trabajo,

4) Necesidad de una progresiva superación de la cárcel a través de la reducción de las penas privativas de libertad o su sustitución por tratamientos institucionales alternativos.

              La conversión de la fuerza de trabajo en mercancía y su subordinación a la objetividad de las relaciones de producción capitalista; atomización individualista de la sociedad burguesa y descomposición de los ciudadanos en la doble figura de titulares de la propia fuerza de trabajo y sujetos de un simple poder de delegación política a través del voto y la forma representativa de gobierno, resultan premisas básicas del engranaje de dominación capitalista y configuran factores de des- socialización del individuo y terreno fértil para la creación de los “antisociales lugares de nacimiento del delito”

 Por eso es básico tener presente que la raíz primera del delito debe buscarse en la carencia de un espacio social que garantice a cada persona el ejercicio de una libertad no formal sino participativa. La socialización de los medios de producción, la superación del trabajo asalariado y la recomposición social del trabajo dividido, que son los ejes de todo proyecto de transformación revolucionaria, pueden entenderse también como elementos de una acertada estrategia contra el delito y su correlato de inseguridad. El socialismo, es en este sentido el proyecto de una sociedad para la destrucción de los antisociales lugares del nacimiento del delito toda vez que supone la superación de esas contradicciones básicas al modo de producción capitalista y su correlato de exclusión y marginación social. No es la reformulación del Poder Burgués el camino hacia mayores espacios de convivencia y desarrollo en libertad sino su superación por el Poder Obrero y la emancipación de los trabajadores.

aspirando al socialismo, estamos persuadidos de que

este se convertirá gradualmente en comunismo, y en

relación con esto desaparecerá toda necesidad de violencia sobre los hombres en general, toda necesidad de

subordinación de unos hombres a otros, de una parte de

la población a otra, porque los hombres se habituarán a

observar las reglas elementales de la convivencia social

sin violencia y sin subordinación.

(Lenin, Vladimir. El Estado y la revolución)

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