La estratificación social supone jerarquización de las personas que integran una sociedad determinada con arreglo a distintos criterios: el género, la edad, la riqueza, el poder, el prestigio, etc. Es así como se produce la subordinación de unas categorías sociales con respecto a otras. La estratificación social, por tanto, tiene múltiples dimensiones, cuyo resultado final es la existencia de individuos con estatus muy variados.
Dentro de esa generalización, la estratificación de género se centra en el acceso desigual que tienen las mujeres a los recursos, el poder, el prestigio y la libertad personal socialmente valorados en comparación con los hombres en función de diferentes posiciones dentro de la jerarquía sociocultural
Violencia de género y violencia social son nociones que expresan procesos sociales de naturaleza dialéctica, en tanto significan dos modalidades de una misma práctica social que reconocen raíces y fuentes, en desigualdades sociales que se evidencian en tanto reflejos de estructuras económicas que consagran la explotación y afectan significativamente la dignidad humana
El encuadre jurídico dado a cualquier supuesto de violencia de género centrado en la respuesta penal al fenómeno se subordina por razones políticas al abordaje mediático que hace eje en la exacerbación de la casuística y detalles del desgraciado suceso, y lo liga al reclamo de castigo para el imputado.
Sin embargo, todo ese andamiaje represivo da muestra en el tiempo de su implementación jurídica y política de un resultado inocuo frente al fenómeno específico que se intenta superar. En otras palabras, lo sucedido demuestra que aun cuando se haya introducido al catálogo de delitos del código penal el feminicidio, acordándole la pena más severa del orden jurídico penal, y se defina punitivamente cualquier fenómeno que implique abuso de la posición de género, ese factor no deviene en dique de contención que limitara la decisión criminal de quien así se determine
Cualquier comportamiento lesivo operado en ese contexto de incidencia central del posicionamiento de género , deja sin embargo la posibilidad de analizar, la interacción de las relaciones sociales de género, su contenido altamente jerárquico y vincularla, con el conjunto del sistema de reproducción social, desde que la jerarquía de género, que signa los vínculos sexuales con prevalencia de lo masculino y la producción de actos violentos en ese escenario , constituyen, emergentes necesarios del sistema social, que de diversas maneras las integra en su desarrollo cotidiano.
Frente a esto, pretender desde la arquitectura política del sistema, que se pueden evitar muertes con base causal y motivacional en el conflicto sexual, apelando a la amenaza punitiva, otorgándole a la pena función de prevención social y la concreción ulterior de pena privativa de libertad indeterminada en el tiempo deviene una empresa absolutamente vacía de contenido, solo justificada en el incremento y desplazamiento de poder hacia el aparato punitivo del Estado.
En la sociedad donde vivimos, las relaciones sociales que generamos, se estructuran siguiendo las conformaciones que por vía refleja le determina la manera en cómo producimos bienes y servicios todas las cuales hacen en última instancia, que se repartan de modo desigual el poder y los recursos. Esto necesariamente genera conflictos y violencia, ya que la aceptación de ese estado de cosas no es socialmente pacífica ni conformista. Por esa razón para poder plasmar lo que se llama orden social, los sectores dominantes imponen por vía del Estado, y otros instrumentos, un doble entramado coactivo y persuasivo, que instala un sistema de valores que consagra relaciones jerárquicas de género, que resulta así, funcional y operativo a la reproducción del sistema
No pueden simplificarse las relaciones de género reduciéndolas solamente en los aspectos puramente biológicos, ni a la emergencia de una legalidad puramente represiva Desde esa premisa, lo opuesto es partir señalando que la construcción de género es uno de los procesos de diferenciación donde se produce y reproduce la desigualdad social naciendo y conformando estructuras sociales injustas que le sirven de soporte.
Por esto, la relación entre personas de distintos sexos no puede ser vista solo como, un hecho “natural” en tanto además del hecho biológico, implica una forma de interacción humana construida desde y para la estructura social.
En ese contexto de legalidad, exaltado por la criminología mediática, propiciando un orden cada vez más represivo y punitivo, funcional al poder burgués, las instituciones, accionan simultáneamente a través de la coacción y del consenso, de la violencia y de la ideología, para asegurar del mejor modo posible una sociedad de control
Ese orden social de control y vigilancia es el que hace posible y conserva privilegios y desigualdades, a partir de la relación intersubjetiva fundante Capital-trabajo, que implica la explotación que impone la burguesía sobre los trabajadores, la ley del valor y la mercantilización de la existencia.
Existimos en el contexto de la reproducción del capital que impone para su perdurabilidad en forma ideológica el tándem: violencia, lucha y consenso.
Ese encadenamiento constitutivo del orden social dominante implica un colectivo humano que le presta consentimiento tácito o expreso desde su pensamiento y procederes a pautas culturales edificadas sobre el sentido negativo de la libertad y convalidan consciente o inconscientemente su injusticia, por vía de aceptar esas condiciones, como “naturales” y ahistóricas.
Ese modelo de sociedad de control y vigilancia sentado en la construcción de la libertad del individuo con perfil negativo, requiere de una estructura autoritaria y jerárquica inicial, dentro de la familia cualquiera sea la forma que esta asuma
Por eso la presencia de relaciones jerárquicas de género dentro de ese nexo intersubjetivo, funciona al mismo tiempo, como condicionante ideológico para la construcción y la aceptación de todas las desigualdades que implica el orden social capitalista.
Todo ese fenómeno hace que al propender a la igualdad sustantiva cualquier movimiento político que así lo declare se coloca en las antípodas de lo real existente, y por eso deviene necesariamente transformador, por lo que debe ser descripto dentro del programa socialista y la lucha por el poder obrero que lo dinamice.
Dicho de otra forma, el cambio de fondo necesario, lejos del maquillaje legislativo-represivo, gira en torno a disolver la jerarquía en las relaciones interhumanas, imponiendo el criterio igualitarista de justicia social en transición al socialismo por vía de la construcción de organismos de masas, constructores del poder obrero
Se puede combatir las formas “evidentes” de violencia, pero debe entenderse que el objetivo es la desarticulación y erradicación del propio orden jerárquico, que no puede ser pensado como una simple corrección de los “excesos” de violencia, que permite a este orden jerárquico seguir reproduciéndose a sí mismo.
Las reformas legales constituyen básicamente mecanismos de actualización, que permiten la reproducción de la explotación y la opresión social de una clase sobre otra.
Los cambios plasmados con forma jurídica de ley, en circunstancias históricas concretas, realizan transformaciones inevitables y transitorias, dándoles apariencia de transformaciones fundamentales, pero no llegan a cruzar nunca el umbral crítico de un vuelco sustantivo.
Dicho, en otros términos, las reformas legales en el actual contexto de lucha de clases, no producen una verdadera ruptura del orden establecido, en tanto ese estado de cosas, reconoce su emergencia en situaciones objetivas y estructurales que no resultan en ningún caso modificadas.
Pretender afrontar los aspectos propios de la violencia de genero desde el espacio específico del derecho penal, es al menos, un error conceptual, que nos obliga a replantear la cuestión en forma tal que, pretendiendo solucionar una conflictividad social relevante y rescatando la vida y la libertad como factores fundantes de la humanidad, no terminemos alimentando solamente el espíritu represivo, el afán de venganza y una nueva vuelta en la espiral de violencia social,
La superación de todo comportamiento humano con implicancia de actos de violencia de género, remite necesariamente a la construcción de alternativas de naturaleza política, con instrumentos jurídicos que no centren su entidad en lo punitivo. El fenómeno político es necesario para dar cuenta de la necesidad de esa construcción, como también, para una comprensión global del sistema social en el que estamos incursos.
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