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Nuevo Curso

Martes 302

Hoy es martes. En apariencia un día más de la semana como los otros. La ventana del bar donde estoy apurando un café, uno de esos con muchas mesas, con heterogéneos concurrentes que agrupan en una unidad diversa a, señoras, adolescentes rateando las clases, viejos como yo pensando en que momento de su vida erraron la ruta y tomaron otro camino que les preparó una nueva celada. Mozos de los que ahora se les toma el pelo en la propaganda de un sitio de hamburguesas que nos hace creer que una máquina, un QR y un teléfono son superiores a ellos. Tal vez ocurre eso porque el contacto humano haya dejado de ser valorado y ahora tenga menos demanda que el peso argentino, pero en definitiva un salón grande con mucha gente que se protege de una lluvia helada que paradojalmente sucede en diciembre.

Sin embargo, yo sé que es martes. Casi podría decir, explicando mi presencia solitaria y contra la ventana, en ese bar detenido en el tiempo, que estoy ahí viendo caer la lluvia, precisamente porque es martes y me ha surgido unas ganas bárbaras de asociar el día en sí, con una cifra arbitraria: 302.

El resultado de ese pensamiento, martes 302 es solo una apariencia más. Algo que tiene rigor lógico, pero no emocional. «Martes 302” no es lo que es. No es, aunque parece, la unión de dos signos, uno lingüístico y otro numérico. Tampoco es, una sumatoria, ya que por definición no puede sumarse números y palabras, Sin embargo, asociados y no simplemente acumulados, implican una realidad construida desde las ideas, contrariando todos los imperativos metodológicos del saber.

Martes 302 supo ser un anhelo que crecía día a día en intensidad esperando el momento semanal y llegada de esa cifra que esta incrustada en una puerta.

En algún momento de apasionada ilusión pensé, que con un poco de ayuda de factores que estaban fuera de mi pero desarrollados en mi imaginario, que en el mejor de los casos esa cifra dejaría de ser la identificación de una puerta y pasaría ahora sí a tener su propio significante en la medida en que cuantificaría la cantidad de encuentros dados materialmente, traspasando ese número incrustado. No obstante, mi deseo profundo era dejar de ver ese 302 y avanzar buscando realidad que me sacara del sueño con ese sueño hecho realidad.

Precisamente pienso ahora, que fue pensar en la salida y no construir la que me hizo ir , buscando seguridad, permanecer en lo precario, en el hoy sin mañana, donde se cocinaba la tendencia al no encuentro.

Fue permanecer en el más allá del 302 lo que desarrollo el curso dialéctico de lo naturalmente disociable, porque esos dos dentro de ese espacio, parecían uno, pero eran realmente dos, que vivían en dimensiones espaciales, existenciales, diferentes ,cuando no, antagónicas.

De un lado la búsqueda afanosa por hacer real un deseo y del otro la realidad de un deseo limitado marcado por ese rigor femenino inaccesible al hombre, Esas certezas sin certeza que, desde lo oculto, y lo insinuado   le permiten solo la búsqueda necesaria de una situación numérica: esto que es suma dos o hay en realidad 3 y no se lo manifiesta.

Buscando encontrar el 3 diseñado desde lo femenino y por carecer de realidad esa cuantificación de los sujetos, fue que se metió en la cifra y así tras la puerta 302 había por certeza femenina 3 y dos realidades.

Así fue que sin que el 302 inscripto en esa puerta lo supiera, ni intentase averiguar, un día se cerró y nadie quedó dentro, ni imaginó retornar. Siguieron sobreviviendo la calle San Jerónimo, los martes, pero faltaron dos que siguieron la vida siendo uno por cada lado, en distintos sitios, distintas experiencias y no teniendo clave numérica que los uniera y les diera, aunque fuera transitoriamente la posibilidad del ser en el otro con reciprocidad.

Tal vez haya muchas puertas. Muchos días Martes, pero al menos para él, nunca martes 302. Eso quedó en el espacio ideal del deseo. Un deseo que insiste, a pesar de la decepción. Nada más parecido a la revolución.

Daniel Papalardo