Nuevo Curso

El revisionismo en el trotskismo: la disolución del PRT-La Verdad (1972)

J

Julio Magri, quién en el tiempo de producirse la acción política que analiza en el texto que hoy difundimos y que ya ha sido publicado con suerte diversa en otras páginas web, era militantante con ese seudónimo en una organización que luego se disolvió por dejar de autopercibirse como partido bolchevique para construir un partido abierto, sometido a la legalidad que desde el momento mismo del desarrollo de la trampa democratizante alfonsinista y tributar beneficios a sus cuadros dirigentes bajo formatos diversos en términos exclusivamente económico. El derrotero de Magri , es por fuera de la política partidaria, Se lo suele ver en medios de comunicación , con otro seudónimo y por largo tiempo trabajo en medios de prensa. El dedo acusador que cabalga en el texto , quedó en el aservo intelectual de aquel intento, y es por eso que lo reflotamos , aún cuando haya sufrido el abandono de su autor o lo peor de todo, que quienes lo publicaron y difundieron en circunstancias políticas de combate de ideas lo hayan luego sepultado haciendo en el tiempo acciones similares a las que critican para terminar conformando una cooperativa electoral , el FITU, con los restos del Morenismo estéticamente revisado, que emerge en cada una de sus acciones con sus trazos gruesos, que hoy necesariamente deben ser criticados para que el rostro del revisionismo en el marxismo , no puje por exhibirse como trotskismo.

El Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) tuvo su origen en la fusión de Palabra Obrera y el Frente Indoamericanista Popular (FRIP). Fundado el 25 de mayo de 1965, se escindirá en dos organizaciones diferentes (el PRT-La Verdad y el PRT-El Combatiente) a comienzos de 1968, luego disuelto en 1972 en las circunstancias que describe Magri.

Procesos políticos tales como el Mayo Francés, la Primavera de Praga o la rebelión estudiantil mexicana significaron un retorno a levantamientos masivos obreros y estudiantiles. Esto supuso un cuestionamiento al paradigma organizativo guevarista vigente desde el triunfo de la Revolución Cubana y fue el punto de inicio del crecimiento del debate estratégico – metodológico dentro de las organizaciones políticas revolucionarias. La estrategia de la lucha armada y las polémicas en torno a las formas organizativas (partido – guerrilla) marcaron los ejes del debate político.

En Argentina, el ascenso obrero – estudiantil experimentado a partir del Cordobazo colaboró a trasladar a escala local esta discusión.Ejemplo local de este debate fue el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que inició un proceso de discusión interna que desembocó en luchas fraccionales y en la posterior ruptura de la organización. Se produjo un proceso de diferenciación entre la línea del partido que sostuvo la necesidad de la estrategia de la lucha armada con la consecuente creación de un ejército revolucionario y aquel sector que pugnó por la forma organizativa partidaria leninista tradicional caracterizando a la guerrilla y a la lucha armada como estrategias que, en esa coyuntura, alejaba a las masas movilizadas de las organizaciones revolucionarias.El objetivo del presente trabajo será reflejar y analizar este debate que incluyó aspectos teóricos, análisis sobre la coyuntura argentina y polémicas sobre el contexto internacional y que culminó con la división del PRT en dos organizaciones políticas diversas: por un lado, el PRT – El Combatiente (Santucho), luego PRT-ERP y, por otro lado, el PRT – La Verdad (Moreno) que terminaría desembocando en el Partido Socialista de los Trabajadores.

El Partido Socialista de los Trabajadores (PST) fue fundado por Nahuel Moreno y quienes conducían el PRT La Verdad en el año 1972,   fusionando a esa organización  (una de las partes en que se escindió el ¨Partido Revolucionario de los Trabajadores , en 1968) y el grupo proveniente del Partido Socialista Argentino, fundado por Juan B Justo de filiación ideológica socialdemócrata  liderado por  Juan Carlos Coral.

Dejamos absolutamente a salvo, que el documento que traemos a consideración se refiere al documento  y en ningún caso a  la lucha militante que emprendieron los seguidores, cuadros y activos obreros y juveniles del fundado PST ,  a quienes le rendimos sincero homenaje  y renovamos nuestro apoyo a toda lucha que implique justicia real para su memoria  y su digna vida,  por ser todos ellos consecuentes con sus convicciones  proletarias y por ello ,sufrieron las persecuciones locales del peronismo formato triple A, y las prácticas genocidas de la dictadura cívico-militar .

ULIO MAGRI

Hace pocas semanas, una organización que decía pertenecer a las filas del trotskismo resolvió disolverse, una vez más, en un agrupamiento centrista sobreviviente del viejo oportunismo socialdemócrata. Nos referimos al PRT (La Verdad) que, luego de fracasar en sus intentos con el Partido Socialista de Selser (integrante de La Hora del Pueblo) terminó disolviéndose en el de Coral. Si hasta ahora polemizábamos con militantes y con una organización que decía defender el programa del trotskismo y de la 4a. Internacional, hoy debemos hacerlo con tránsfugas declarados del trotskismo que renuncian, hasta de palabra, al bolchevismo, al programa de transición y a la revolución permanente.

El paso dado por el morenismo entronca con los planteos estratégicos de toda su historia y con su trayectoria correspondiente: su oposición sistemática a construir el partido revolucionario y la búsqueda desesperada de un sustituto de éste, ya sea en el centrismo, ya sea en el nacionalismo burgués, ya sea en la burocracia sindical. En esta oportunidad, el more- nismo lanzó su “gran” consigna: “la formación del partido centrista de izquierda legal (es) nuestro principal objetivo político-organizativo en el actual momento”. “Sabemos concientemente que esa organización (la centrista de izquierda legal) es lo opuesto de una proletaria bolchevique…” (1954, año clave del peronismo, pág. 31, reedición especial, setiembre 1971).

Esta confesión es reveladora de que estamos en presencia de tránsfugas que han aban- donado el marxismo revolucionario, el bolchevismo, para reivindicar “una tradición de casi ochenta años” … del Partido Socialista Argentino. (“Avanzada Socialista” No 1).

El morenismo ha querido ocultar el hecho incuestionable de su disolución en el centrismo sosteniendo que guarda dentro de él su cohesión organizativa. El morenismo pretende vender el fetiche del «aparato» para justificar su feroz capitulación. El marxismo revolu- cionario siempre hizo lo contrario: la independencia política fue el centro de su combate contra todas las corrientes oportunistas. El partido revolucionario es por sobre todo su programa, el programa de transición. El morenismo ha proclamado que «su objetivo político-organizativo» es el centrismo, lo opuesto al bolchevismo proletario.

EL MORENISMO SE DISUELVE EN EL NACIONALISMO BURGUES

La búsqueda de sustitutos del partido revolucionario es una vieja aspiración del more- nismo. Uno de sus primeros pasos fue su disolución en el peronismo formando Palabra Obrera. Colocados «bajo la disciplina del General Perón y del Comando Superior Pero- nista” acompañaron a éstos en todas las entregadas. Aunque hoy digan que dentro del

peronismo hacían «trotskismo», los documentos de la época son categóricos. Por ejemplo, en 1960 llegaron a sostener que Perón era partidario de las milicias obreras y del control obrero, esto dicho después de que Perón “salvó a la Patria” facilitando el golpe gorila. «El programa de Perón contra el ejército permanente, por las milicias obreras, por las guerrillas en sabotaje, por las expropiaciones y el control obrero de la producción son fuentes programáticas de un nacionalismo revolucionario (declaración de Palabra Obrera, 28 de junio de 1960).

Que la disciplina de Palabra Obrera al General Perón no era “una concesión formal”, 2

como dicen hoy, se prueba por sus mismos documentos: “Sólo un loco puede discutir el formidable rol que Perón juega dentro de nuestro movimiento. Cuando Palabra Obrera asegura estar bajo la disciplina del General Perón y del Consejo Superior Peronista no hace más que constatar ese hecho histórico: la dirección indiscutida, el líder inefable del pero- nismo es el General Perón. El mismo nombre del movimiento lo indica. De toda la historia argentina es el caso más acusado de «personalismo»: un movimiento con el nombre de su líder y un líder con una influencia total sobre su movimiento. Las «solteronas de ambos sexos» de la política argentina pueden lloriquear todo lo que quieren pero el hecho histórico es así» (ídem pág. 7).

Luego de los desastres del «entrismo» en el peronismo, desastres que duraron 7 años (1957-64) el morenismo terminó fusionándose con el FRIP, un grupo pequeño-burgués del interior, y dieron nacimiento al PRT.

DEL NACIONALISMO BURGUÉS AL PARTIDO DE «NUEVO TIPO» (DE LA BUROCRACIA).

Incapaz de hacer un balance crítico de su «entrismo», el PRT sostuvo que en realidad lo que cambiaba era el peronismo; no que su táctica era lo que debía ser cambiado. La crisis del peronismo consistía –decían– «en haberse transformado en la oposición burguesa al régimen y no como era antes, de hecho, su oposición de clase revolucionaria» (ver Palabra Obrera No 388 y La Verdad No 4). Frente a esto llamó a que “la CGT se convierta en el partido político de los trabajadores». «Este nuevo partido no va a ser un partido burgués nacionalista como el peronismo –no existe la menor posibilidad de que ello ocurra– sino un partido de nuevo tipo».

Pero bastó que un sector de la burocracia sindical ligado al golpismo onganiano planteara una relativa autonomía respecto de Perón, para que el morenismo le dirigiera una «carta abierta al compañero Vandor», instándolo a que formara un Partido Obrero. De esta forma, el morenismo reactualizó su vieja aspiración: conformar un partido con un sector de la burocracia sindical, disolver todo intento de partido revolucionario.

DEL PARTIDO DE VANDOR A LOS BRAZOS ARMADOS DE LA OLAS

El foquismo le costó al morenismo una escisión: un sector consecuente con los planteos ultraizquierdistas pasó a formar el PRT (El Combatiente) y Moreno al rastrerismo pro-burocrático. Culminan este proceso postulando el partido obrero de Rachini, Izetta y Rucci. Una vez más, sostuvieron que los planteos de un sector de la burocracia, esta vez de los traidores del paro del 1 y 2 de octubre, constituían el esbozo de una «política nacionalista e independiente». (ver «La Verdad», principios de 1971).

El relativo retroceso del movimiento obrero luego del fracaso del paro nacional del 1 de marzo de 1967 y el fortalecimiento transitorio del totalitarismo onganiano lo llevó a la desesperación pequeñoburguesa-foquista. La aparición de la OLAS fue el pretexto para que plantearan que los partidos de izquierda debían disolverse en los “brazos armados» de la OLAS. Comenzaron a sostener que el trabajo en el movimiento obrero estaba superado, que la lucha por las reivindicaciones de transición también, y que lo que estaba a la orden del día (en toda Latinoamérica) era la toma del poder por medio del foquismo. (El PRT La Verdad denunció como «pedantes» las críticas de PO al foquismo de la OLAS –»La Verdad, agosto 1967–). Nuevamente, el morenismo –esta vez por la ultraizquierda– llamaba a diluirse en el centrismo pequeño burgués foquista (ver tesis del Congreso del PRT de marzo de 1968). (En estas tesis se afirma explícitamente que la construcción del partido revolucionario está históricamente superada y los intentos de Política Obrera condenados al fracaso).

DEL FOQUISMO AL PARTIDO OBRERO DE RUCCI

Y así llegamos a la última adquisición: el partido centrista, «nuestro objetivo políti- co-organizativo». El hilo conductor es claro: oposición sistemática a construir el partido revolucionario, abandonando el programa de transición como instrumento de construcción del partido revolucionario de masas, búsqueda desesperada por conformar un engendro burocrático, pequeño burgués o una combinación de ambos, en nombre, ahora, de lograr la «legalidad electoral».

POR LA CONSTRUCCION DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO

El partido revolucionario se tipifica por su programa. Marx y Engels ya plantearon que la independencia del proletariado de las otras clases sociales se cristalizaba en la estructura- ción del partido revolucionario. El marxismo nunca hizo del «aparato», de la organización un fetiche. Todo lo contrario, cuando plantearon acuerdos temporales con otros partidos o el “entrismo” en una organización no bolchevique (Lenin, Trotsky) lo hicieron sobre la base de la más clara y absoluta independencia política, conservando su propia fisonomía política y programática, defendiendo, y no diluyendo, los principios del bolchevismo. «Para noso- tros la cuestión cardinal es aquí, como en todas partes y siempre, la del partido comunista, su independencia completa y su carácter intransigente de clase» (León Trotsky, El gran organizador de derrotas, pág. 246).

De esta postura, el leninismo deducía una clara posición respecto de la estructura orga- nizativa partidaria. «Por el contrario, la organización de los revolucionarios debe englobar ante todo y sobre todo a gentes cuya profesión sea la actividad revolucionaria» (Lenin, Qué hacer). «Lenin comprendía mejor que nadie la necesidad de una organización centralizada; pero veía en ella, sobre todo, una palanca para realzar la actividad de los trabajadores avanzados. La idea de hacer un fetiche de la máquina política no sólo le era ajena, sino que repugnaba a su naturaleza» (Trotsky, “Stalin”, pág. 60). El leninismo-trotskismo se definió siempre por la independencia intransigente de clase y por una organización centralizada, de profesionales revolucionarios. Nada más ajeno a la «aspiración» morenista de formar un «partido centrista de izquierda legal».

El morenismo ha declarado su abandono del marxismo y del trotskysmo. Esto es conse- cuente con su estrategia y trayectoria. Es en el contexto de esta estrategia, que le dio siempre su fisonomía peculiar al morenismo, como variante del revisionismo trotskista internacional, que debe entenderse su disolución «legal», «electorera”, en el partido de Coral.

II
La Revolución Permanente

Hemos mostrado en el número anterior que la disolución del PRT (La Verdad) en el «socialismo de Coral» no es un «recurso táctico» (¡como si pudiera serlo!) del morenismo sino que debe entenderse en el contexto de su orientación programática y su larga trayec- toria práctica en favor de la creación de un «partido centrista legal». El punto de descom- posición a que han arribado los seudotrotskistas se puede apreciar en el hecho de que mientras su disolución en el peronismo, hace 15 años (hasta 1964), pudo encubrirse con el pretexto de que éste era un movimiento que abarcaba al 90% de la masa obrera (circuns- tancia que a un verdadero marxista lo hubiera llevado a redoblar su lucha contra el nacio- nalismo burgués), su actual disolución en el PSA -apenas un grupúsculo- revela que la transformación antitrotskista del morenismo es un rasgo orgánico de su evolución política.

La tesis antimarxista del «partido centrista» forma parte de un contexto programático mayor: los morenistas han rechazado ya hace tiempo la teoría de la revolución permanente, de la dictadura del proletariado, del programa de transición y del frente único antiimperia- lista. Afirman, en cambío, su defensa de la revolución por etapas, de la dictadura de- mocrática de «campesinos, pueblo y clase obrera», de la separación entre el programa mínimo y el máximo y del frente democrático nacional. La liquidación del programa re- volucionario de la 4a. Internacional ha marcado la evolución política que culmina con la disolución «insensible» en el centrismo de origen pequeño-burgués.

CAMPESINOS: CAUDILLOS DE LA REVOLUCION PERMANENTE

«Como siempre, en las épocas de reacción y decadencia, por todas partes aparecen magos y charlatanes. Quieren revisar todo el desenvolvimiento del pensamiento revolucionario. En lugar de aprender del pasado, lo «corrigen». Unos descubren la inconsistencia del marxismo, otros proclaman la quiebra del bolchevismo… Así, bajo la apariencia de «nuevos caminos», no le ofrece al proletariado más que viejas recetas enterradas desde hace mucho tiempo en los archivos del socialismo anterior a Marx.” (León Trotsky, Programa de Transición)

Es lo que ocurre con «La Verdad». Viejo «mago y charlatán», Nahuel Moreno tampoco podía faltar entre quienes consideran “… que se impone revisar someramente la historia del movimiento revolucionario y marxista mundial» (Nahuel Moreno, La Revolución Lati- noamericana, pág. 69. Reproducido en 1971 para los «cursos de formación» del PRT). ¿Qué es lo que nos ofrece? «Viejas recetas enterradas desde hace mucho tiempo en los archivos del socialismo anterior a Marx».

Es que como ya dijimos la disolución del PRT (LV) es inseparable del abandono del programa de transición y de la revolución permanente, fenómeno que caracteriza al revi- sionismo pablista. Para decirlo con las palabras de Moreno:

«Desde luego, la vida ha puesto en evidencia las lagunas, omisiones y errores del pro- grama de la Revolución Permanente» (ídem, pág. 53). ¿En qué consisten esos «errores»? «El dogma de que la única clase que puede cumplir las tareas democráticas es la obrera, es falso. Sectores de la clase media urbana y el campesinado son, en ocasiones, los caudillos revo- lucionarios» (ídem, pág. 55). «La historia… ha dado un mentis a la teoría de que el proleta- riado, en los países atrasados, es la dirección revolucionaria…» (ídem, pág. 55). «Cualquier país, cualquier clase brutalmente explotada, puede, por el programa y el método de la revolución permanente, plantearse la acumulación primitiva socialista y adquirir el desa- rrollo económico, cultural y técnico moderno» (ídem, pág. 76). Y como corolario: «… así como hemos descubierto (sic) que no solamente la clase obrera puede acaudillar la revo- lución permanente, lo mismo podemos decir de los movimientos políticos: no sólo los obreros pueden organizar y dirigir las primeras etapas revolucionarias, pueden hacerlo los movimientos y organizaciones democráticas agrarias» (ídem, pág. 77). Digamos que toda la esencia del morenismo está en la frase que sigue a esta cita: «Es una obligación estar allí y dar una tónica conciente a esa posibilidad revolucionaria». Como se ve, no se trata de la lucha por la dirección proletaria del movimiento nacional sino de darle una «tónica con- ciente» al nacionalismo burgués: diluirse en estos movimientos, «aconsejar» y “empujar” ¿Para qué, entonces, construir un partido revolucionario, bolchevique, proletario?

El morenismo es coherente: abandono del.programa de la revolución permanente, ingreso al campo del nacionalismo burgués y del foquismo, exaltación de la pequeña burguesía y del campesinado, oposición consecuente a la tarea de construir el partido revolucionario.

Nahuel Moreno cree que ha descubierto la pólvora, pero, como todos los autores stali- nistas acusa a Trotsky de asignarle al campesinado un «papel mezquino y secundario» (ídem, pág. 73). Con esta afirmación tenemos el cuadro completo: estamos en presencia de un tránsfuga que no hace más que repetir fórmulas anteriores a 1848.

TROTSKISMO NO: MAOTSETUNISMO SI

¿Cuál es el propósito político de tanta estéril tontería? Sentar la tesis de que hay que «sintetizar la teoría y el programa general correcto (trotskista) con la teoría y el programa particular correcto (maotsetunista o castrista)» (ídem, pág. 70). Dejando de lado la grosería que significa sostener que un programa puede ser genéricamente correcto y particularmente falso, mientras que otro es genéricamente falso y particularmente correcto, el «pensa- miento» morenista se nos revela en toda su dimensión: su propósito es demostrarnos que el castrismo y el maoísmo no son fenómenos históricamente transitorios en el proceso de la revolución mundial, resultado de la crisis de dirección del proletariado, sino una etapa necesaria, históricamente justificada, sustitutos del trotskismo y su programa. Por eso su insistencia en demostrarnos la «incapacidad» del proletariado para desempeñar su misión revolucionaria y la exaltación «socialista» del campesinado y la pequeña-burguesía. Cuando Mao recibe a Nixon y exalta la coexistencia pacífica y Fidel Castro apoya los «frentes populares» y regímenes bonapartistas militares, Moreno se acuerda de las «verdades ge- nerales» del trotskismo para darle «tono radical» a su prensa oportunista.

Todo esto se remata, lógicamente, en la nueva concepción de poder que elabora el mo- renismo, que lo vuelca al campo del menchevismo y del stalinismo. El Estado ya no es el instrumento de dominación de una clase, como nos enseñan los clásicos del marxismo, sino que “conserva relativa autonomía y puede jugar entre distintas clases sociales. Es un pro- ducto directo de la sociedad en su conjunto y sólo en circunstancias especiales actúa como dictadura de clase”. La conclusión es que “hay dictaduras revolucionarias democráticas (apoyadas en el campesinado, el pueblo y el proletariado)…” (ídem, pág. 74-75). ¡La “nueva democracia” de Mao!

La tesis de las «dictaduras democráticas revolucionarias se desprende de toda su glorifi- cación del campesinado y de los partidos pequeño burgueses. Se asimila, entonces, a la posición de los stalinistas, que le dieron a la fórmula “dictadura democrática de obreros y campesinos” un contenido democrático, esto es, burgués, oponiéndola a la dictadura del proletariado. Los bolcheviques «afirmaban entonces y afirman ahora que cuando el prole- tariado renuncia a salir de los cuadros de la democracia burguesa, su alianza con la “clase media” no es otra cosa que un apoyo capital, como ocurrió con los mencheviques y los socialistas revolucionarios en 1917, como ocurrió con el partido comunista chino en 1925-27 y como pasa ahora con los “frentes populares” de España, de Francia y de otros países». (León Trotsky, Programa de transición). El primer paso práctico del morenismo contra toda salida de «los cuadros de la democracia burguesa» es, precisamente, el «en- trismo» en el peronismo, el «partido centrista».

CUBA Y CHINA

Para el morenismo, Cuba y China son ejemplos de «dictaduras democráticas revolucio- narias» y en esos países el «proletariado no dirigió ni llevó a cabo la revolución democrática ni inició la socialista» (ídem, pág. 76). Aquí, la distorsión histórica es completa.

Respecto de China debemos señalar que no se trató de una revuelta campesina o agraria sino de una revolución nacional que colocó a su cabeza, no a un partido campesino, sino al partido comunista, partido obrero. Su raíz stalinista lo llevó no sólo a no impulsar la revo- lución agraria sino a efectuar peligrosas concesiones a sectores terratenientes «progresistas» durante el 90% de la guerra civil. Moreno ve en la 3a. revolución china, que arranca de la revolución proletaria de 1924-27, una dirección campesina y no hace el más mínimo es- fuerzo por explicar cómo los campesinos industrializan el país y estructuran el Estado obrero, cómo una clase de origen precapitalista supera al capitalismo moderno.

«El régimen de la dictadura del proletariado descubrió muchas posibilidades de influir sobre el campesino y reeducarle. La historia no ha sondeado aún hasta el fondo los límites de estas posibilidades. Pero ya está probado que el papel creciente de la coacción estatal en la URSS, lejos de refutarla, ha confirmado en su base la opinión sobre el campesinado que distinguía a los marxistas rusos de los populistas».

(Trotsky, «Tres conceptos de la revolución rusa»).

Para Moreno Marx está superado:

«Los campesinos… forman una masa inmensa, cuyos individuos viven en idéntica situa- ción, pero sin que entre ellos existan muchas relaciones. Su modo de producción los aísla a unos de otros.

… En la medida en que existe entre los campesinos una articulación puramente local y en que la identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna comunidad, ninguna unión nacional y ninguna organización política no forman una clase. Son incapaces de hacer valer sus intereses de clase en su propio nombre… No pueden representarse sino que tienen que ser representados” (El dieciocho brumario).

y Trotsky también:

«Desde hacía siglos avasallado, empobrecido y furioso, siendo siempre la encrucijada tanto de la vieja explotación como de la nueva, el campesinado representaba, en un mo- mento determinado, una fuente rica en caótica fuerza revolucionaria. Pero desunido, dis- persado, rechazado de las ciudades, los centros nerviosos de la política y de la cultura, apático, limitado en su horizonte a lo que le rodeaba de inmediato e indiferente frente a todo pensamiento urbano, el campesinado no podía tomar importancia como fuerza dirigente».

(Resultados y Perspectivas).

El ejemplo cubano también está distorsionado. El proletariado cubano fue la fuerza social fundamental de la revolución, a partir del momento en que ésta adquirió un carácter de masas, como se comprobó en la huelga de Oriente de 1957 y en abril de 1958, en la huelga general revolucionaria de diciembre de 1958 y enero de 1959, que terminó de derrocar a Batista, y en la constitución de las milicias obreras ante la invasión yanqui en 1962.

El castrismo fue una dirección pequeño burguesa (no campesina) y su rol y sus perspec- tivas en determinadas condiciones fueron previstos por Trotsky en el programa de transi- ción:

«Bajo la influencia de una combinación muy excepcional de circunstancias (guerra, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc.) los partidos pequeño-burgueses, sin exceptuar a los stalinistas, pueden llegar más lejos de lo que ellos quisieran en el camino de su ruptura con la burguesía», agregando, que si «un gobierno obrero y campesino -en el sentido indicado más arriba- llegara a constituirse no representaría más que un corto epi- sodio en el camino de la verdadera dictadura del proletariado.»

(Programa de Transición)

Como se puede apreciar, Trotsky sostiene que, en el cuadro de la crisis prerrevolucionaria del capitalismo mundial y de la crisis de dirección del proletariado internacional, un partido pequeño-burgués no partidario ni del programa ni del método de la revolución permanente puede ir hacia una ruptura con la burguesía. Es este planteo el que ha confirmado la realidad y no la falsedad morenista de que cualquier país, clase o partido puede armarse de la teoría de la revolución permanente, lo que significaría que puede dirigirla concientemente hasta el final. Por eso Trotsky habla de que tal cosa “no representaría más que un corto episodio», mientras que Moreno dice que “el maotsetunismo o teoría de la guerra de guerrillas es la refracción particular en el campo de la teoría de la actual etapa de la revolución mundial» (págs. 69-70). Donde el marxismo ve un fenómeno transicional, el morenismo ve un fenómeno históricamente inevitable puesto que corrige las «lagunas» del «trotskismo y marxismo clásico» (pág. 69).

LA REVOLUCION PERMANENTE

¿Pero es cierto, por lo menos, que castrismo y maoísmo han «realizado la revolución democrática e iniciado la socialista»? La victoria de las revoluciones china y cubana sobre el imperialismo las llevaron fuera del cuadro burgués, confirmando a la teoría de la revo- lución permanente y del programa de transición. Pero la realización plena de los objetivos democráticos que determinaron esas revoluciones no se ha cumplido, puesto que tal cosa significa el triunfo de la revolución socialista en el terreno internacional (lo que también confirma a la teoría y al programas trotskistas). Es que el objetivo histórico de la revolución democrática, la industrialización y alcanzar el desarrollo de los países adelantados, se confunde con el triunfo de la revolución socialista, la que, a su vez, sólo es posible en el terreno internacional. No sólo China ni Cuba, sino que tampoco la URSS, han rematado los objetivos históricos de la revolución democrática. Las sucesivas crisis que han sufrido (zafra cubana, gran salto adelante de China, penetración extranjera en Europa Oriental son algunos ejemplos) prueban que la realización plena de los objetivos históricos de la revo- lución democrática se confunden con la revolución socialista mundial.

Ahora bien, si este es el porvenir de la revolución democrática, él depende de su dirección. No sólo a escala internacional, sino en China y Cuba también, la construcción del partido trotskista es una necesidad insoslayable. Decir esto es afirmar la supremacía del programa de transición sobre los «aportes» castristas o maoístas, es afirmar que sólo una clase, sólo un partido el que sostiene la revolución permanente puede plantearse llevarla adelante, lo que equivale decir llevarla hasta el fin. Todos los «dogmas» del marxismo se han confirmado, en especial por las experiencias de las revoluciones china y cubana.

Moreno, en cambio, separa la realización de la revolución democrática del «inicio” de la socialista y la concibe en el terreno nacional. Si agregamos que sostiene la tesis de la dictadura democrática arribamos a la conclusión de que es puro menchevismo: revolución por etapas.

Así es que esta buena gente ha “superado» al trotskismo: «con viejas recetas enterradas”. Veremos en la próxima nota cómo el morenismo se acopló a las derrotas del movimiento revolucionario de los últimos diez años con su foquismo, directamente enlazado a su ma- oísmo y su castrismo.

III
El Programa de Transición

En estas notas sobre la disolución del PRT (La Verdad) en uno de los residuos de la vieja socialdemocracia oligárquica, hemos hecho hincapié en el contexto programático a la que esta disolución está ligada. Algunos militantes de la ex LV utilizan el ilegítimo procedi- miento de pretender analizar esta disolución “como una maniobra en sí, al margen del cuadro general de la evolución política y programática del morenismo. Olvidan que antes de perder todo signo distintivo de organización trotskista se pierden las características pro- gramáticas que definen al trotskismo.

Pero por otro lado debemos señalar que muchos de nuestros lectores y militantes más jóvenes nos expresaron su asombro por el grado de barbarismo teórico que reflejaban las posiciones de la ex-LV, que comenzaron a conocer por las citas efectuadas en estas notas (en las próximas tendrán características más insospechadas aún). Adelantándonos a la conclusión debemos decirles: la fantasía teórica febril del morenismo es un producto de su fracaso en convertirse en una tendencia de clase real del movimiento obrero. Es un resul- tado inevitable que amenaza también a nuestro joven Partido. Al margen de la evolución política concreta de la clase obrera, el pensamiento que se reclama del trotskismo entra en el plano de la especulación aberrante porque es arrastrado por las presiones de los partidos pequeño-burgueses y pretende conservar su fisonomía defendiendo una independencia que no tiene, desvinculado de su clase social. Para hacer esta obra de seguidismo a la presión pequeño-burguesa sin integrarse por completo a ella, se ve obligado a armar formidables castillos teóricos de arena que se despluman a la primer brisa. En estas condiciones una corriente no puede existir más que como expresión vergonzante de otras. El morenismo fue eso: peronismo vergonzante, maotsetunismo vergonzante, castrismo vergonzante; no par- ticipa de la gloria de estos movimientos de masas, vive de sus resacas.

«EL PROGRAMA DE TRANSICIÓN ESTA SUPERADO»

Para los propósitos del morenismo de desvirtuar la construcción del partido revoluciona- rio, el Programa de Transición se levantaba como una colosal valla. Es así que «a las la- gunas, errores y omisiones en la teoría de la revolución permanente», que encontró Nahuel Moreno «revisando» al trotskismo (ver segunda nota), debemos añadirle su nada despre- ciable confesión de que el Programa de Transición también es anticuado, no responde a la actual etapa de la revolución mundial, y está superado, en especial por el «aporte» de la teoría de la guerra de guerrillas. De aquí proviene la zonzera de que el maotsetunismo y castrismo constituyen «la teoría y el programa particular correcto».

«Así, por ejemplo -sostiene Nahuel Moreno-, el Programa de Transición resume hasta el último detalle la experiencia revolucionaria europea y es un modelo de las concreciones del marxismo clásico. Ese programa ha sido confirmado en su esencia: el carácter transicional de la lucha revolucionaria … pero con solo señalar que el Programa de Transición que tiene una precisión milimétrica para las consignas obreras, no menciona siquiera a la guerra de guerrillas, y habla apenas de pasada sobre las consignas agrarias, nacionalistas y democrá- ticas, está todo dicho…” (N. Moreno, La Revolución Latinoamericana, pág. 69. Reeditado en 1971 para los cursos de formación del PRT). Juuto a esto sostiene que «el maotsetunismo o teoría de la guerra de guerrillas es la refracción particular en el campo de la teoría en la actual etapa de la revolución mundial» (ídem, pág. 70). De esta forma, tenemos el cuadro completo a la oposición sistemática a construir el partido revolucionario, para oscilar entre la exaltación (teórica) del foquismo, del centrismo pequeño-burgués y de la burocracia sindical; a la oposición al programa de la revolución permanente para glorificar la supuesta visión «socialista» del campesinado (todo esto lo vimos en el número anterior); viene ahora la oposición al Programa de Transición en contraposición al guerrillerismo.

Al contraponer el Programa de Transición («europeo») a la guerrilla, Moreno eleva un método de lucha a la categoría de un programa, o rebaja éste a un método de lucha.

¿Cuál es la relación que guarda el Programa de Transición con los métodos de lucha? El Programa de Transición sostiene que la movilización de las masas está determinada por las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición; que las reivindicaciones parcia- les de las masas entran en conflicto y chocan con las tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente. De este modo, la movilización de las masas por sus reivindica- ciones adquieren un carácter transitorio, esto es, se dirigen cada vez más abiertamente contra el orden burgués y hacia la imposición del poder obrero. El Programa de Transición generaliza el fenómeno objetivo de la tendencia inconsciente de las masas hacia su propio poder.

El Programa de Transición plantea el principio de que la acción directa de las masas se encuentra en la base de los métodos de lucha propios de las masas trabajadoras y explota- das. Esto es, que la resolución de las reivindicaciones de los explotados debe hacerse al margen de la intervención del estado burgués y por medio de su propia organización y movilización, con los métodos propios del poder obrero.

Los métodos de lucha se desarrollan de acuerdo a la evolución de la conciencia de clase de los trabajadores y al desarrollo de la lucha de clases en cada país y mundial. Los métodos de lucha no pueden ser impuestos por decreto a las masas sino que deben nacer de sus mismas entrañas. El partido revolucionario no inventa métodos de lucha, sino que desarrolla los que nacen de las propias masas y están conformes con la situación política del momento.

La guerrilla es un método de lucha. Su utilización no puede fijarse de antemano, depen- derá de un cúmulo de circunstancias, entre ellas, que nazca de las masas y no sea un pro- ducto extraño a ellas. Lo que sí es claro es que la revolución la harán las masas, utilizando los más variados métodos de lucha.

Moreno afirma que el Programa da Transición «que tiene una precisión milimétrica para las consignas obreras, no menciona siquiera a la guerra de guerrillas…». Lo cual es cierto. La guerra de guerrillas no es una referencia programática, como por ejemplo el control obrero. Es un método de lucha, que Trotsky y el proletariado europeo no desconocían (ver artículos de Kautsky y Lenin sobre las guerrillas en las ciudades). El Programa de Transi- ción plantea el principio del «armamento del proletariado» (no de la lucha armada en ge- neral) y de la necesidad de los destacamentos de combate y las milicias obreras. No se define por un método «armado» en particular, sino por el principio de la organización armada de la clase y las masas.

Lo que resulta asombroso es que Moreno afirme que el Programa de Transición no plantee 11

(o casi no plantee) consignas agrarias y democráticas.
El Programa de Transición plantea (y no podía dejar de hacerlo) la mecánica política de la

alianza obrero-campesina y le sale al paso a quienes, como el morenismo, levantan la fórmula de «dictaduras democráticas» (ver segunda nota) en oposición a la dictadura del proletariado. El Programa de Transición plantea la relación de las reivindicaciones de- mocráticas y de transición, y su coronación en el poder obrero. Las consignas de la revo- lución agraria, la independencia nacional, la asamblea constituyente, están en el Programa de Transición y planteadas en cl terreno de la lucha por el gobierno obrero-campesino. Moreno tan ligero en encontrar los «olvidos» del trotskismo no agrega, en todo su trabajo, una sola consigna agraria o democrática a las desarrolladas por León Trotsky. Por el con- trario, retrocede varios siglos y plantea las reivindicaciones de los campesinos al margen de la clase que puede resolverlas: el proletariado. Sintomáticamente, olvida que Trotsky es el más cabal expositor del problema nacional en los países atrasados y el que elabora las tesis sobre el carácter de la Revolución China y sobre los Estados Unidos Socialistas de América Latina.

IV
La Lucha Armada “Permanente”

De todo le dicho surge con claridad que el carácter «europeo» del trotskismo es un invento de mala fe del morenismo. Es que con el cuento del carácter «europeo»del Programa de Transición (éste generaliza la experiencia del proletariado mundial y en especial de China -¿o acaso China está en Europa?) el morenismo nos quiere contrabandear sus «aportes» y sus «originalidades».

LOS “APORTES”: 1) La Geografía y la Lucha Armada «Permanente».

¿En qué consisten los «aportes» morenistas?

Nahuel Moreno parte de la base de «que el marxismo occidental, llevado por circunstan- cias objetivas, se olvidó de la lucha armada» (ídem, pág. 72). En cambio, Moreno descubre que la lucha armada es un «método permanente de las masas» (ídem, pág. 72) y que tiene ciertas virtudes, por ejemplo la de transformar condiciones objetivas desfavorables en favorables. «Las revoluciones cubana y china, comenzaron en circunstancias que los clásicos marxistas caracterizan como «objetivas desfavorables»: no hay grandes luchas sociales, y un puñado de hombres inicia una lucha armada. Sin embargo ese grupo trans- forma las condiciones en favorables». (ídem, pág. 75). Todo esto se debería a que la gue- rrilla «incorpora a la lucha de clases un factor nuevo, algo que le es específicamente ori- ginal: la geografía (ídem, pág. 71). La geografía se eleva por encima de la lucha de clases y «el nuevo aporte» sirve «para barrer con las clasificaciones de regiones maduras e inma- duras. Cualquier país, y cualquier región, es apto para la revolución permanente» (ídem, pág. 73).

Moreno quiere contrabandear con su peculiar distinción de las regiones el planteo de que el campesinado (región atrasada) y no el proletariado (región adelantada) es el caudillo de la revolución, y de que el campo y no la ciudad es la que define su contenido. Olvida que en China y en Cuba fueron partidos de origen ciudadano los que condujeron la revolución.

El marxismo clásico no sólo no se «olvidó» de la lucha armada sino que la planteó en sus justos términos. El Programa de Transición generaliza toda la experiencia del marxismo sobre este punto y plantea inequívocamente el «armamento del proletariado». ¿O acaso el marxismo planteó el tránsito pacífico al socialismo?

En realidad si Moreno nos habla del «olvido» marxista se debe a que quiere desnaturalizar el pensamiento y la práctica marxistas. ¿De qué forma? Moviéndose en el campo del idea- lismo y del subjetivismo.

Para Moreno la lucha armada es permanente y transforma las condiciones objetivas des- favorables. Esto último es una completa barbaridad que niega, además, la madurez de las condiciones objetivas de todo el planeta. Las condiciones objetivas (y por eso son objetivas) no están determinadas por el grado de conciencia del proletariado sino por el desarrollo de las fuerzas productivas. El trotskismo ha sostenido que «las condicioncs objetivas de la revolución proletaria no sólo están maduras sino que han empezado a descomponerse» (Programa de Transición). Son las condiciones subjetivas, esto es, la conciencia y organi- zación del proletariado, las que están en retraso, y por ese motivo el programa de Transición afirma, con perdón de Moreno, que «la crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis histórica de la dirección revolucionaria».

Al plantear la lucha armada «permanente» y transformadora de las condiciones objetivas desfavorables, el morenismo se mueve en el campo del subjetivismo, haciendo abstracción de la evolución política de las masas. Por eso no es ninguna casualidad que Moreno pre- sente los ejemplos cubano y chino totalmente distorsionados. No fue al margen de las «luchas sociales», sino por éstas, que las guerrillas cubana y china pudieron desarrollarse. Tanto en China como en Cuba el movimiento político que dirigió la guerrilla estaba pro- fundamente enraizado en la historia nacional, en la historia de la lucha de las masas. No era «un puñado de hombres», estaba profundamente ligada a la evolución política de sus tra- bajadores. Y solo cuando las condiciones inmediatas de la situación política se tornaron favorables (después de 1945 en China, después de mayo de 1958, en Cuba) pudieron triunfar. El foquismo en su conjunto, mundial, «el puñado de hombres» ha sufrido, en cambio, terribles derrotas.

Moreno, en la época de la OLAS, desarrolló estos planteos y sus consecuencias fueron criminales. Así apoyó la perspectiva foquista uniforme para toda Latinoamérica, plegán- dose (teóricamente, porque Moreno nunca pasó de eso) a sus desastres. «Este proceso de guerra civil continental ha sido comparado, con gran corrección, con el incendio de una casa de muchas habitaciones. Hay una habitación (Cuba) a la que el fuego ha incendiado totalmente. Hay otras en que el incendio ha comenzado. Hay algunas en las cuales ya se siente el calor. Y, por último, hay otras en las que apenas si llega el olor a quemado, como es el caso lamentablemente, de nuestro país en esta etapa. Pero lo importante es comprender que, independientemente de las diferencias de situación entre las piezas y los avances y retrocesos que hacen las llamas, lo que se quema es toda una única y misma casa” (La Chispa, periódico estudiantil de LV, julio 1968). De aquí Moreno dedujo las consignas para la etapa: «La dinámica organizativa de clase por el poder se concreta en: Todo el poder al ELN boliviano, las FALN venezolanas, y así por el estilo. Mientras no haya lucha armada concreta en un país latinoamericano, la dinámica organizativa de poder debemos hacerla propagandísticamente en base a los mismos temas: la guerra civil continental, preparemos la lucha armada, viva la OLAS y su lucha armada, etc. combinándolas con otras consignas de poder». (Nahuel Moreno, Estrategia No. 7, setiembre 1968). ¿No es en el morenismo donde se inspiró el foquismo del ERP? Es que estos últimos lo único que hicieron fue llevar a la práctica lo que irresponsablemente Moreno formulaba para la «teoría». Todo el acuerdo entre el FRIP y Palabra Obrera para constituir el PRT está basada en el folleto «La Revo- lución latino-americana» y los primeros documentos de «El Combatiente» hablan también del carácter «europeo» del trotskismo y del «aporte» maoísta.

Moreno nos quiere sorprender con su «nuevo» aporte: la geografía. Pero resulta que la geografía es algo antiguo. Todos los métodos de lucha tienen en cuenta la geografía. Un viejo revolucionario calificó a las calles corno un desfiladero cuyos flancos lo constituían las casas que la bordeaban; sería absurdo por ejemplo desarrollar una huelga en la selva inhabitada.

La utilización de la geografía es una cualidad propia de las masas, que se mueven en su propio medio.

La apelación a la geografía no es casual; Moreno desprecia la evolución política de las masas, se aparta del método del programa de transición para llevarlas a su propio arma- mento, y nos habla de una lucha armada «permanente» (lo que vendría a ser una guerra civil no precedida por lucha política alguna) desarrollada por «un puñado de hombres» (Moreno es ahora un cazavotos y nunca integró ningún «puñado»). Finalmente, desintegra el marco estatal único en el que se desenvuelve la experiencia de las masas, para postular una teoría de «regiones».

En la nota anterior hemos visto que Moreno sostenía que la teoría maoísta de la guerra de guerrillas cubría las «carencias” del programa de transición. Según esto, la guerrilla in- corpora nuevos elementos: la geografía y la lucha armada “permanente”.

Pero sostener que la lucha armada es permanente significa, precisamente, hacer abstrac- ción de la evolución política de las masas y suponer una guerra civil ininterrumpida. Decir que la guerrilla incorpora la geografía es una banalidad que también omite lo fundamental de todo método de lucha: que sea creación de las propias masas.

Los “APORTES”: 2) La “alienación” de los campesinos.

Según Moreno, Trotsky le asignaba al campesinado «un papel mezquino y secundario. Continuó en esto -agrega- la tradición del propio Marx, y sus análisis y conclusiones pro- vienen de la sociedad europea» («La Revolución Latinoamericana», pág. 73).

Ahora parece que, en cambio, «la incapacidad del campesinado para acaudillar la revo- lución se ha transformado en su contrario por el impacto de la revolución mundial, la atenuación a que lo somete el imperialismo) y las oligarquías, los medios modernos de comunicación y organización (inclusive militar) y el fracaso momentáneo de la clase obrera -por la traición stalinista y burocrática- para cumplir su rol de caudillo de la revolución mundial» (ídem. pág. 74).

En el contexto de esta cita el «fracaso momentáneo de la clase obrera» debe entenderse como su entierro estratégico como caudillo ya que la historia le habría encontrado un sustituto eficaz, al menos en los países de mayoría campesina.

Para justificar su exabrupto nuestro autor se refiere a la alienación de los campesinos, a la que define como «explotación brutal e inhumana». Lo menos que podemos decir de este brillante descubrimiento es que es un poco tardío, todo el proceso de formación del impe- rialismo, desde mediados del siglo pasado, se fundó en la sangre y la carne de la masa campesina. Lejos de elevar al campesinado a un rol independiente (no digamos ya trans- formarlo en caudillo «socialista» como pretende nuestro hechicero) el proceso de expro- piación a que lo somete el imperialismo agudizó sus diferencias internas (proletarización de una parte, aburguesamiento de la minoría), lo hizo objeto de fuertes tendencias desinte- gradoras y aumentó el peso relativo del proletariado, por la penetración en el interior agrario de los medios de comunicación, en primer lugar los ferrocarriles.

La apreciación sobre el campesinado de los clásicos del marxismo se reforzó notable- mente en la 3a. Internacional en relación por sobre todo al Oriente asiático. «Las lecciones de la segunda revolución china son enseñanzas para toda la Internacional Comunista, pero por sobre todo para los países de Oriente». «Los métodos aplicados (por el stalinismo) en China, y que han arruinado la revolución, tendrán en la India consecuencias aún más fu- nestas» («El Gran Organizador de Derrotas”, León Trotsky). Desmiente esto el supuesto europeísmo de León Trotsky.

Al hablar de alienación, sin embargo, el propósito de Moreno es elevar al campesinado a la altura socialista del proletariado, esto es, mostrarlo igualmente capacitado para dirigir la superación revolucionaria del capitalismo y estructurar la propiedad estatizada, la planifi- cación social y la disolución del Estado en el cuadro de la revolución mundial victoriosa.

La alienación del proletariado tiene nombre y apellido: el capital. El proletariado crea constantemente al capital con su trabajo; el capital se le enfrenta sometiéndolo a sus dic- tados. El desarrollo de la alienación de la clase obrera es, al mismo tiempo, el desarrollo del capitalismo. El desenvolvimiento del antagonismo encerrado en esta alienación solo puede ser resuelto por el socialismo, por la expropiación del capital a manos del proletariado.

El campesinado está encadenado a la pequeña propiedad, perspectiva a la que está atado en todos sus enfrentamientos con la gran propiedad. El campesino opone una forma de propiedad a otra; no engendra una perspectiva socialista. Esto es válido incluso para países como China e Indochina, que no conocieron el feudalismo europeo y, por tanto, una enorme parte de su masa campesina no se encontró nunca atada a la pequeña propiedad de la tierra.

La miseria del proletariado es un producto del desarrollo del capitalismo, mientras que la miseria de los campesinos es fruto de la falta de este desarrollo. La primera indica la ma- durez de la premisa del socialismo, la segunda la inmadurez relativa.

Es cierto que la situación del campesinado ha cambiado en relación al período histórico del feudalismo: hoy se encuentra sometido a la explotación del capital y del imperialismo, que, en los países atrasados, instrumentan para ello la supervivencia de las formas semi- feudales de explotación. Pero esto le permite menos jugar un rol independiente de la clase obrera, porque la penetración del imperialismo va destruyendo las características comunes de la clase campesina. Esta no deja de reivindicar su derecho a la tierra, y en mayor medida que en el pasado, su satisfacción depende de la toma del poder por el proletariado.

Moreno ha reflotado la categoría de la alienación para adulterarla independizándola de las condiciones históricas, refiriéndose en general y en abstracto a la «explotación inhumana y brutal», fenómeno que es propio de todo el desarrollo de la humanidad desde el surgimiento de la propiedad privada. Detrás de esta generalización, nuestro autor busca diluir al prole- tariado en el resto de las clases explotadas por el capital extranjero para desarrollar un enfoque populista, del «pueblo» contra el «enemigo del pueblo».

Todo el eje de esta «tesis” fue destinada a sostener la experiencia de Hugo Blanco en el Perú, en la que encontró su respuesta práctica. Moreno, que «descubrió» los «olvidos» de Trotsky en materia de reivindicaciones agrarias, sostuvo que «para el campesinado en ascenso no cabe otro programa que la toma inmediata de las tierras del terrateniente y el enfrentamiento con las fuerzas armadas que lo defienden» (ídem, pág. 59).

A esto se redujo el planteo morenista en relación a la lucha agraria en el Perú, lo que re- vela su olvido del proletariado y de la alianza obrero-campesina.

Es que la historia demostró que las rebeliones campesinas concluyen en la dispersión y en la derrota si no encuentran en el proletariado una clase directriz. Hugo Blanco desarrolló una sindicalización campesina parcial en el valle de la Convención, haciendo del campe- sinado el caudillo de la revolución social en el Perú. Esta experiencia no se desarrolló por los carriles clásicos del foquismo, pero sí al margen del proletariado y de la construcción de su partido. La sindicalización demostró la fuerza enorme y revolucionaria del campesinado, pero fundamentalmente la necesidad de su alianza revolucionaria con el proletariado. Las ocupaciones de tierras impulsadas por Hugo Blanco tuvieron un gran desarrollo, pero basta decir que el gobierno militar de entonces pudo frenar el movimiento combinando la repre- sión con la legalización de las ocupaciones. La burguesía pudo encuadrar el movimiento campesino dentro de su control y castrar la movilización campesina de su contenido revo- lucionario. La «alienación» campesina no sólo no la convirtió en caudillo de la revolución sino que reafirmó que necesita de su alianza con el proletariado.

Sin embargo, la revolución agraria no constituye el fondo único de la lucha histórica de los países semicoloniales o coloniales. El capital imperialista juega un papel decisivo en estos países. La más radical revolución agraria tropezará con el problema decisivo de liberar al país del yugo imperialista y acometer la tarea de liberación nacional. Los Estados Unidos Socialistas de América Latina, la industrialización independiente y con los métodos de la planificación social no son compatibles con el punto de vista de la pequeña propiedad agraria.

“Sólo el proletariado urbano e industrial, dirigido por el Partido Comunista, puede liberar a las masas trabajadoras rurales del yugo del capital y de la gran propiedad agraria de los terratenientes, de la ruina económica y de las guerras imperialistas, inevitables una y otra vez mientras se mantenga el régimen capitalista. Las masas trabajadoras del campo no tienen otra salvación que sellar una alianza con el proletariado comunista y apoyar abne- gadamente su lucha revolucionaria para derribar el yugo de los terratenientes (grandes propietarios agrarios) y de la burguesía.»

(Lenín, Esbozo inicial de las tesis sobre la cuestión agraria).

V
Los “Lugares de Trabajo” y las “Etapas de la Revolución”

LOS «APORTES»: 3) Situación revolucionaria y populismo

Hemos visto que para Moreno la geografía coloca en séptimo plano la evolución política del proletariado; que la lucha armada flota al margen de la agudización de la lucha de clases y de la construcción del partido; que «un puñado de hombres» puede hacer el milagro de modificar las condiciones objetivas con independencia de éstas; que la alienación de los campesinos los ha transformado en caudillos de la revolución socialista. En base a esto sostiene: “debemos ampliar el concepto clásico (subrayado nuestro) de situación objetiva revolucionaria: es suficiente con que haya una serie de alienaciones sociales insufribles (textual) y grupos sociales dispuestos a combatirlas apoyándose en las masas que las su- fren» (La Revolución Latinoamericana», año 1962, pág. 76). El «concepto clásico» es la definición que formuló Lenin:

El dirigente bolchevique sostuvo que una situación revolucionaria combinaba los tres rasgos siguientes: 1) los de arriba no pueden gobernar ya en las condiciones que lo venían haciendo, crisis ésta por la que irrumpe la movilización de los explotados;

2) agravamiento, fuera de lo común, de la miseria de las grandes masas; 3) marcada acentuación de la actividad de los trabajadores, a quienes la crisis en su conjunto los pro- yecta hacia una actividad independiente. «Sin estos cambios objetivos, independientes no sólo de la voluntad de tales o cuales grupos y partidos, de tales o cuales clases, la revolución es, en general, imposible». A diferencia de esto Moreno cae en el subjetivismo infantil y, creyendo ampliar la formulación, la restringe al voluntarismo de lo que llama «grupos sociales». Se trata de justificar la acción del foquismo y el supuesto revolucionarismo socialista de las masas no proletarias hacia las que dirige su actividad ese guerrillerismo.

Foquismo y populismo (indiferenciación del proletariado en la masa del pueblo) van de la mano como lo fueron en Rusia el populismo y el terrorismo. Que Moreno no inventa nada con su aberración socialista de los campesinos puede verse en la siguiente afirmación de Lenin: «Para el populista, en una palabra, el movimiento campesino es un verdadero mo- vimiento socialista, auténtica y directamente socialista”. («Socialismo pequeño burgués y socialismo proletario»).

LOS “APORTES”: 4) «Los lugares de trabajo»

La conclusión práctica del populismo foquista es: «en determinados países y circunstan- cias, el principal lugar de trabajo (no es la clase obrera) es el movimiento nacional o agra- rio» (pág. 77). Tenemos aquí la proyección organizativa de la liquidación política y pro- gramática de la corriente proletaria.

Es evidente que el partido revolucionario tiene el deber de organizar no sólo al proleta- riado sino al conjunto de los explotados. Lenin ya indicó en el “¿Qué Hacer” que debemos dirigir nuestra propaganda y agitación hacia todas las clases, so pena de caer en el sindicalismo. Pero es como partido del proletariado que Lenin formulaba el planteo marxista. Hay que ir a la masa campesina, a la pequeña-burguesía pobre, pero a partir del proletariado. Moreno propone diluirse en las clases no proletarias, tal cosa ocurre con una organización que no ha enraizado en el proletariado como organización marxista. El liquidacionismo morenista se aprecia todos los días: en la actualidad existe una verdadera tendencia hacia la desproletarización porque la tarea es juntar firmas. En el pasado cambiaban del movimiento obrero al estudiantil varias veces en el año. La experiencia de Hugo Blanco fue conclu- yente: su aislamiento del proletariado fue el producto conciente de una estrategia nefasta.

Una anécdota que relata Moreno en el folleto que estamos citando lo retrata de cuerpo y alma. Cuenta «una conocida discusión entre un dirigente sindical y varios militantes revo- lucionarios, que le preguntaron por su posición cuando el 26 de julio desembarcó en Cuba. El dirigente sindical, sin dudar mucho, contestó: ‘Seguí luchando por la independencia política del movimiento obrero…’ Los revolucionarios rieron a carcajadas y contestaron categóricamente: ‘Había que haber volcado el mayor esfuerzo para ayudar al movimiento 26/7’. Aquel dirigente –dice Moreno– nos enseña con su trágico error, a no hacer un fetiche del movimiento obrero» (pág. 55). Es indudable que si el dirigente sindical cometió algún «trágico error» no fue en relación a los objetivos que dice que impulsó. Los profundos obstáculos de la Revolución Cubana, aún hoy a once años de su triunfo, residen, justamente, en la insuficiente evolución política independiente del proletariado del Caribe. La tarea del dirigente sindical era la más revolucionaria en relación a la situación creada por el movi- miento 26/7, lo único que demuestra la anécdota es el orgullo que tiene Moreno respecto a su propia imbecilidad.

LOS “APORTES”: 5) La seudoteoría de «las etapas de la revolución»

Según Moreno, las revoluciones posteriores a la bolchevique «empezaron por una de las últimas (etapas) de la revolución rusa, la militar» (pág. 71). »Parecería -insiste- que estu- viésemos ante la proyección de la revolución rusa al revés, ya que el último capítulo es la formulación de la teoría general y la formación del partido, es decir, la etapa ideológica».

Para formular esta observación, nuestro agudo teórico se basa en las experiencias de China y Cuba. Fácil es ver, sin embargo, que en China existió un partido, el PC, nacido de la 3a. Internacional leninista, fogueado en la revolución del 27, en choque constante con el liderazgo de la fracción stalinista a la que perteneció a partir de 1930. En Cuba dirigió la revolución una caracterizada corriente política, ala jacobina del antiimperialismo de con- tenido burgués, profundamente enraizada en la historia nacional, líder de la revolución cubana de 1931-33.

China y Cuba reflejaron la politización de las revoluciones contemporáneas en relación a la dispersión de objetivos y de organización de las sublevaciones antiguas. Las revoluciones futuras respetarán aún más esta característica, siguiendo el «modelo» de la revolución rusa.

En su turbia cabeza a Moreno se le mezclaron muchos cables: confunde el proceso for- mativo de esas revoluciones, de carácter político, programático, con un otro hecho: que esas revoluciones, que rompieron el cuadro del Estado burgués y dieron paso a Estados obreros, no contaron a su cabeza con un partido trotskista, sino stalinista y jacobino, respectiva- mente. Según Moreno tal partido se construiría después de la revolución ya triunfante. La «etapa ideológica» viene después de la «militar».

Pero al investigador se le escapa un detalle: para qué construir ese partido si la revolución ya triunfó. Los partidos no se construyen para redondear los esquemas previos de los intelectuales sino para desempeñar un papel activo concreto. Lo que Moreno sostiene, en realidad, es que ese partido a construir no supone la crítica al programa de la dirección revolucionaria existente, desde el punto de vista de la teoría de la revolución permanente y del programa de transición. Por eso apoya la constitución, en Cuba, del Partido Unico entre el castrismo y el stalinismo, y es a esto que llama la «etapa de la teoría general, ideológica”.

Este partido, sin embargo, no desempeña ningún rol y, por eso, no existe. El rol real de este partido es, justamente, ocultar la necesidad del partido revolucionario y de su tarea histórica: instaurar el poder directo y real del proletariado, modificar el contenido probu- rocrático de la propiedad estatal y de la planificación, internacionalizar la revolución. Así vemos que la construcción del partido no se limita a «generalizar” un fenómeno, la revo- lución consumada, sino en el sentido de proyectarla, lo que significa otra revolución, en la revolución.

En lugar de fixtures arbitrarios de las etapas de la revolución, lo que hay que explicar es la perspectiva que abren las revoluciones triunfantes dirigidas por partidos que no representan el futuro del movimiento: el triunfo de la revolución internacional y el comunismo.

La historia no espera para avanzar que sus protagonistas tengan cabal conciencia del proceso. Las leyes objetivas se imponen sobre los esquemas y la voluntad de los individuos. La necesidad empuja a algunos partidos, enraizados en las masas, fuera de la órbita pro- gramática en que se movían hasta el momento. El castrismo y el maoismo han sido, rela- tivamente, instrumentos inconscientes de las leyes objetivas de la revolución permanente, como lo prueba el que sus pasos prácticos fundamentales, expropiación de la burguesía, desmantelamiento del ejército burgués, estuvieran en contradicción con sus programas: “honestidad administrativa”, antiimperialismo limitado, Castro; revolución por etapas, bloque de las cuatro clases, Mao. Negar este fenómeno y exigir una «racional» disposición de los protagonistas en el escenario es una pedante intelectualada.

Pero del mismo modo la historia se cobra muy caro la no asimilación oportuna de sus enseñanzas, en este caso la adopción conciente de una política en consonancia con las leyes de la revolución permanente. Las trágicas derrotas del movimiento obrero y revolucionario lo atestiguan. Por este motivo, la glorificación de los partidos pequeño-burgueses que asumen actitudes revolucionarias es criminal: sus tentativas de asimilarse al proletariado (caso del castrismo) deben agudizar la polémica contra sus posiciones aventureras. El factor sorpresivo que resultó el castrismo para el imperialismo, por la «inocencia» de su programa inicial, facilitó su toma del poder y consolidación durante la primera etapa, destacando el aspecto «ventajoso» de aparecer como «instrumento inconciente» del proceso objetivo (hubo quienes, debido a esto, llamaron a ocultar sus programas ante las masas para repetir mecánicamente el éxito). Pero esta “ventaja” hoy se vuelve en contra, y el empirismo, el oportunismo frente al stalinismo, la marginación del proletariado del poder, las oscilacio- nes, el aventurerismo foquista, conspiran contra las perspectivas revolucionarias. Ni hablar de las piruetas contrarrevolucionarias del maoismo. Es cierto que la historia obliga a los desplazamientos más inesperados, pero también fija límites infranqueables a los que no se basan en el punto de vista consecuente del proletariado.

Tanto en su progreso como en sus limitaciones (limitaciones que consideramos, no sub- jetivamente, sino por referencia a la perspectiva histórica del proletariado abierta por la revolución de octubre de 1917), las revoluciones china, cubana (yugoslava y vietnamita) confirman los postulados de la revolución permanente como una ley objetiva del proceso histórico: la revolución democrática sólo puede triunfar a partir de la destrucción del Estado burgués. Bajo la doble circunstancia de la descomposición mundial del capitalismo y la presión revolucionaria del proletariado mundial esta fase puede ser cumplimentada por partidos de masas de origen pequeño-burgués o stalinista. Su porvenir, en cambio, depende de la captura del poder por el proletariado como clase para sí, guiado por su partido. Este es el punto de vista del leninismo-trotskismo y los acontecimientos contemporáneos prueban la vigencia de su programa. Ninguna tendencia revolucionaria que pretende asimilarse al proletariado puede consumar su intención si no es adoptando el programa de transición. Pero las corrientes que se reclaman del trotskismo no lograrán sus fines limitándose a enarbolar tal programa como un fetiche. Se tendrán que ligar al proletariado y generalizar su experiencia real, reformulando una y otra vez las premisas del programa revolucionario, incorporándole como creación propia las emergencias de las peculiaridades nacionales.

VI
El Partido “Unico”

Los “APORTES”: 6) El “partido único”

“Lo que da las condiciones para un Frente Unico Revolucionario es la situación objetiva explosiva de cada país. La realidad (sic) exige un solo organismo revolucionario en cada país. En este sentido, el partido único de Cuba señala el camino.» (pág. 62)

El partido único cubano, ejemplo que nos aconseja seguir, fue una fusión del movimiento 26 de Julio, fidelista, con el stalinismo. Es interesante destacar que el «trotsko» Moreno no plantea una democracia de partidos soviéticos sino el viejo planteo staliniano: como hay una sola clase debe haber un solo partido. No solo esto, sino que considera resuelto de esta manera, como ya vimos, la formación del partido revolucionario.

Pero con esta concepción, nuestro autor se acopló, además, a los desastres foquistas cuando, desde la Tricontinental, pretendieron romper su aislamiento «urbano» (apoyo logístico en las ciudades se llamaba) mediante una alianza con los partidos comunistas. El stalinismo vio parcialmente con buenos ojos este proceso (el codovillismo, por ejemplo no) para prestigiarse como correa de transmisión de Cuba, y por presión, de sus juventudes foquistizantes. La crisis de esta alianza fue sintetizada por los guerrilleros de Guatemala cuando afirmaron que ellos ponían los muertos y el PC las ideas. Fue también lo que ocurrió con el incumplimiento del PC boliviano con sus acuerdos con el Che.

El partido único marcó en Cuba una etapa en el avance del stalinismo y sometió a diversas crisis al gobierno revolucionario. En América latina se expresó en determinados acuerdos foquistas – stalinistas, en el apoyo a Arismendi (PC del Uruguay) y a Allende. Moreno se postró ante el foquismo y ante el stalinismo.

Algo más, con la teoría del partido único el seudotrotskista encarriló su actividad de li- quidación del trotskismo en el centrismo antitrotskista. Todos los acuerdos y fusiones sin principio tuvieron en su cabecera a esta impostura. En su reciente libro sobre el peronismo Ernesto González la revitaliza. En esta concepción del partido se remata a fondo el revi- sionismo: disolución del proletariado en el pueblo, teoría de los indistintos lugares de trabajo, cualquier situación es revolucionaria (veremos luego, sobre Argentina, que para Moreno la época de tales situaciones ha desaparecido), cualquier grupo puede canalizarla (aprovechando la geografía, por supuesto!).

Los “APORTES”: 7) El retorno al idealismo filosófico.

Para justificar la metamorfosis de los campesinos en socialistas, el papel todopoderoso de cualquier grupo, ante «alienaciones insufribles», y la proyección revolucionaria de un partido único con el foquismo y el stalinismo, Moreno no trepida en retornar al idealismo. Pensar que todo comenzó con el intento de enmendarle la plana al «europeismo» de Trotsky.

Para Moreno es la «praxis» “el factor esencial para definir un grupo social y político y no la situación objetiva”. “Siempre -dice – que por praxis entendamos lo que va de lo subjetivo a lo objetivo, y de los fines y los proyectos, a su ejecución» (pág. 76).

¿Para qué dice esto? «Si este análisis es correcto, debemos considerar tendencia revolu- cionaria, a la que por sus objetivos y acción sea en un momento dado, revolucionaria, aunque, por su ubicación no sea obrera. Es necesario tener presente, además, que la acción revolucionaria, por su dinámica, puede elevarla a una comprensión teórico-programática de su propia acción: la revolución permanente» (ídem).

Primero. Moreno hace una confusión adrede. Una tendencia puede ser revolucionaria sin ser obrera, pero en tal caso no será obrero-revolucionaria, sino pequeño-burguesa, esto es, jacobina y nacionalista revolucionaria. Como tal jugará un papel progresivo muy impor- tante en ciertas circunstancias pero si no se asimila al proletariado concluirá postrándose ante el imperialismo. El partido del proletariado deberá pugnar por la independencia res- pecto de esta variante y denunciar sus oscilaciones.

Segundo. Moreno admite que el carácter revolucionario de una tendencia está dado por su programa («objetivos y acción»). Pero si tal programa no está referido a la dirección pro- letaria de la revolución no será consecuentemente revolucionario. La oposición entre «ob- jetivos y acción», por un lado y «ubicación» obrera, por el otro, es falsa, sólo trata de en- cubrir la defensa del revolucionarismo pequeño-burgués.

Tercero. La afirmación de que la acción revolucionaria puede elevar a una tendencia a la comprensión de su propia acción es un planteo falso aunque tal posibilidad sea real. Es que el problema consiste en si tal comprensión por la tendencia de origen pequeño-burgués se alcanza a partir de su programa, o en contra de él, asimilando el punto de vista opuesto, es decir, el método del programa del proletariado. Moreno da a entender que la práctica re- volucionaria de contenido pequeño-burgués tiene en sí los elementos de su propia correc- ción. El programa proletario puede ir, entonces, al tacho de basura.

Cuarto. La praxis no es «lo que va de lo subjetivo a lo objetivo» sino la unidad completa de lo subjetivo y lo objetivo a través de la actividad concreta del hombre, la lucha de clases. Para construir el partido importa no sólo el papel activo del partido hacia la clase; importa también la evolución política interior del proletariado como fruto de su experiencia obje- tiva. La construcción del partido no puede entenderse ni formularse sino como praxis, a partir de un programa que es él mismo, no «lo subjetivo», abstractamente considerado, sino la generalización de una praxis histórica, el leninismo-trotskismo (ver Política Obrera, revista teórica, No 2/3, setiembre de 1964).

La interpretación morenista de la praxis es la propia del idealismo que destaca, frente al materialismo vulgar, el papel activo del hombre pero de un modo abstracto, especulativo. La praxis es la comprensión de la coincidencia real entre la objetividad determinante de la conducta humana y la acción subjetiva transformadora. El morenismo ha soltado sus ama- rras con el mundo real del proletariado para entrar, hace mucho en el oportunismo, que entronca filosóficamente con la especulación idealista.

VII
La Asamblea Popular Boliviana

Los acontecimientos revolucionarios bolivianos pusieron a prueba los programas de todos los partidos en referencia al tema capital de la estructuración del gobierno obre- ro-campesino. La constitución y el funcionamiento de la Asamblea Popular tuvo una di- mensión revolucionaria internacional: en el país más atrasado de América Latina se cons- tituyó una organización de características soviéticas sobre la base de un programa de in- dudable filiación trotskista. El triunfo de Banzer en agosto de 1971 no puede minimizar este hecho fundamental: en mayor medida que los soviets rusos de 1905, la Asamblea Popular tuvo una dimensión nacional, y a diferencia de los de 1917, desde el inicio se estructuró sobre la base de un programa, programa éste que planteaba el poder obrero.

La actitud respecto de la Asamblea Popular se transforma así en la piedra fundamental para juzgar las corrientes de izquierda, en especial a las latinoamericanas. ¿Qué podemos decir al respecto del morenismo? Primero, que en los acontecimientos revolucionarios bolivianos no figuraron, porque no existían; no hubo pues necesidad de confrontarse con ellos. Segundo, teóricamente, desde Buenos Aires, se limitaron a acompañar la evolución de las tendencias ultraizquierdistas bolivianas, esto es, se movieron al margen de la evolu- ción política de la clase y en contra del proceso que condujo a la estructuración de la Asamblea Popular. Basta señalar que apoyaron primero los planteos foquistas del ELN y del POR (González Moscoso) y luego concibieron la toma del poder como una simple declaración verbal sobre la base de un programa sindical.

Ahora intentan extraer «las lecciones de Bolivia”. En realidad estas «lecciones» no son más que intentos del morenismo por deslindarse de las responsabilidades que tuvieron con los desastres de la ultraizquierda boliviana. Porque lo cierto es que sectores de esta ul- traizquierda (en especial, González) aplicaron en Bolivia las recomendaciones de Moreno en su folleto «La Revolución latinoamericana» (qué es una situación revolucionaria, los «lugares de trabajo», la lucha armada »permanente», la disolución del partido, etc., etc., ver notas anteriores) y llevaron a la práctica su balance apologético con la estrategia guerrillera del Che (acierto del Che en elegir Bolivia, disolución en el ELN, etc.).

LA DISOLUCION EN EL FOQUISMO

Si el morenismo teóricamente, y González Moscoso en la práctica, estuvieron a contra- mano del proceso revolucionario boliviano, se debió a que desde tiempo atrás estaban disueltos en el foquismo ultraizquierdista. Después de la guerrilla del Che la corriente pablista planteó su disolución en el foquismo dirigido por el Inti.

El trotskismo boliviano, en su momento, apoyó al movimiento guerrillero del Che (el POR señaló que había que defenderlo como a una huelga lanzada equivocadamente) pero señaló que ésta no iba a resolver el problema de la dirección y que no podía colocarse al margen de la evolución política del país. El pablismo, incluido el morenismo, sostuvo lo contrario, y elevó a la categoría de programa los errores que condujeron a la derrota de la guerrilla. La primera cuestión fue su disolución en el ELN: “la dinámica organizativa de clase por el poder se concreta en: Todo el poder al ELN Boliviano”. (N. Moreno, Estrategia, No. 7, setiembre 1968.) Frente a tanta confusión, la única respuesta cierta y correcta es la del Inti y el POR boliviano (se refiere a González Moscoso), el partido trotskista hermano de Bolivia, que plantean utilizar las contradicciones y la crisis del régimen para reiniciar la lucha armada, la lucha guerrillera como única forma de enfrentar al régimen en todas las variantes» (La Verdad No. 152, 16.9.68).

A partir de esta concepción, el morenismo acompañó al foquismo ultraizquierdista; aún en agosto de 1970 (10 meses después del golpe de Ovando), La Verdad sostenía “que el resurgimiento de la guerrilla, encabezada por el «Chato» Peredo (hermano de Coco y el Inti que combatieron junto al Che) es una nueva manifestación de la continuación del ascenso revolucionario en Bolivia y un nuevo factor de crisis para el régimen”.

No llama la atención que con esta concepcióu, el morenismo estuviera alejado de la pro- blemática de la vanguardia boliviana; y de su evolución política. Hoy, cuando intenta sacar las «lecciones», vuelve a incurrir en sus errores. Su eje de referencia polémico no es la Asamblea Popular, la evolución de las masas, sino los grupos ultraizquierdistas, que no gestaron y algunos ni siquiera tuvieron representación en ese soviet viviente, y actuaron incluso a contramano de él.

El trotskismo boliviano, en cambio, es atacado mediante acusaciones gratuitas y carentes de contenido.

LA ASAMBLEA POPULAR Y EL PODER

Por todo lo dicho, está claro que el morenismo no previó la constitución de la Asamblea Popular. Pero en sus «lecciones» acusa a la izquierda revolucionaria de no haber planteado los “puntos centrales que en Bolivia eran decisivos para movilizar a los trabajadores, au- mento de salarios y lucha contra la desocupación”. Al POR lo acusa concretamente de haber perdido el tiempo con las proposiciones de «cogestión obrera y Universidad Unica». Fue sectario y oportunista y le hizo el juego a Lechín y al propio Torres. (R. de América, 6-7, pág. 13).

Esta observación revela no solo los miles de kilómetros que separan al morenismo de Bolivia sino también la distancia que lo separa de una política revolucionaria. En Bolivia las minas juegan un papel decisivo. Puede decirse que la economía boliviana depende de quién tenga en sus manos el control de esa industria. El control obrero de la COMIBOL es la base para el reordenamiento de toda la economía boliviana. Un problema nacional capital en- cuentra su superación por medio de una consigna claramente proletaria.

La proposición del control obrero no era un ejercicio de oratoria: era parte de una estra- tegia revolucionaria: acercar a las masas a que vieran la necesidad de tomar el poder. No basta simplemente con proclamarlo; las masas tienen que pasar por distintas etapas, y evolucionar hacia la convicción de tomar el poder. La proposición del control obrero abría una lucha concreta entre los obreros y el poder estatal en torno a quién dominaba la eco- nomía, lo que hubiera obligado perentoriamente a los obreros a plantearse la cuestión del control del poder político. Solamente la ausencia de una estrategia revolucionaria, puede llevar al morenismo a semejante acusación.

La cuestión salarial y la desocupación son dos consignas sindicaleras, infinitamente por debajo del gran problema político del control de la COMIBOL. El morenismo cae en el economismo más vulgar cuando de hostilizar al Partido revolucionario se trata.

El problema universitario interesaba al movimiento revolucionario por dos razones esenciales: primero, por su enorme importancia en la lucha y agitación en las ciudades (donde la población obrera es reducida), segundo, porque en ella florecieron tendencias foquistas que pretendían sustraerse a la hegemonía proletaria. El proyecto de Universidad Unica bajo la dirección hegemónica del proletariado (así se denominaba) apuntaba a reor- ganizar la enseñanza universitaria (escasez de profesores, planes de estudio, etc.) pero en lo esencial a que el movimiento universitario siguiese la dirección política del proletariado. No nos extraña el desprecio morenista respecto de esta proposición.

Al igual que las tendencias ultraizquierdistas, se opone a la dirección obrera de las uni- versidades y reivindica el «poder estudiantil», al margen del poder obrero como alternativa antagónica con éste.

LA ASAMBLEA POPULAR Y LA INSURRECCION

Las posiciones morenistas nos introducen en un tema básico: ¿qué relación guarda la Asamblea Popular con la insurrección? Moreno sostuvo que en octubre de 1970 debió lanzarse la consigna «todo el poder a la COB» y luego cuando se constituyó la Asamblea Popular la de «todo el poder a la Asamblea Popular». Como los «puntos centrales» eran el aumento de salarios y la desocupación, debemos concluir que esas reivindicaciones económicas motorizaban la toma del poder. Esto equivale a sumar economismo y aventu- rerismo irresponsable.

Trotsky sostuvo que “la tarea de los soviets no consiste simplemente en exhortar a las masas a la insurrección o en realizarla sino más bien en conducir a las masas a la subleva- ción a través de las etapas necesarias. Al comienzo el soviet no se extiende a las masas por una propagadanda en favor de la insurrección, sino merced a otras fórmulas de orden parcial; sólo después, paso a paso, es cuando arrastra a las masas a esta idea sin dispersarlas en su camino, impidiendo que la vanguardia se separe del conjunto de la clase … En la acción, la masa debe sentir y comprender que el soviet es su propia organización de masa que agrupa sus fuerzas para la lucha, la resistencia, la autoprotección y la ofensiva. No puede sentir y comprender esto mediante la acción de un día ni, en general, mediante la acción realizada de un golpe, sino a través de la experiencia adquirida en una serie de semanas, meses y años, inclusive, seguidos o no. Esta ha sido siempre nuestra comprensión de los soviets” (León Trotsky, El gran organizador de derrotas, pág. 238).

El morenismo reclamaba indiscriminadamente la insurrección, como si ésta pudiese rea- lizarse por medio de una declaración verbal. Para abonar su posición fue más lejos y sos- tuvo que “todo el poder a la COB” y “a la Asamblea Popular” estuvo a la orden del día de octubre de 1970 a agosto de 1971 como la de “todo el poder a los soviets” de febrero a octubre de 1917.

No es cierto. Lenin levantó esa consigna de febrero a julio, para recién volver a plantearla cuando los bolcheviques tuvieron la mayoría de los soviets. Es que para Lenín no se trataba de proclamar en abstracto la insurrección. «A partir del 4 de julio, la burguesía contrarre- volucionaria, del brazo de los monárquicos y las centurias negras, ha encadenado a su servicio a los socialistas-revolucionarios y mencheviques pequeño-burgueses. En estas condiciones, la consigna del paso del poder a los soviets podría parecer hoy una quijotada o una burla. Mantener esa consigna equivaldría, objetivamente, a engañar al pueblo, a in- fundirle la ilusión de que todavía hoy bastaría que los soviets quisieran tomar el poder o que adoptasen una decisión en ese sentido para que el poder fuese a parar a sus manos, la ilusión de que en el soviet seguían actuando unos partidos no manchados todavía por su compli- cidad con los verdugos, la ilusión de que lo ocurrido podría borrarse de un plumazo” (Lenin, A propósito de las consignas).

En octubre de 1970 la consigna «todo el poder a la COB» no estuvo a la orden del día. Los trabajadores bolivianos venían recién de recuperarse de las sangrientas masacres. Si bien respondieron con la huelga general ante el golpe de Miranda, lejos estaban de estructurar su propio poder; la COB no era, tampoco, como sí lo fue en 1952, una representación nacional. La creación de la Asamblea Popular tenía por objetivo precisamente preparar y conducir a las masas a la estructuración del gobierno obrero-campesino.

La Asamblea Popular, a diferencia de la COB, sí tenía una. representación nacional: ac- tuaban en ella no solo los trabajadores sino los campesinos y los partidos políticos antim- perialistas. Sus delegados eran elegidos por la base y no se limitaba a La Paz sino que se establecieron Asambleas Regionales. Era la materialización del frente único antimperia- lista, bajo la dirección del proletariado, y sobre la base de un programa revolucionario. «La Asamblea Popular -decía el art.1 de sus Estatutos- es un frente revolucionario antiimperia- lista dirigido por el proletariado. Está constituido por la COB, las confederaciones y fede- raciones sindicales de carácter nacional, las organizaciones populares y por los partidos politicos de orientación revolucionaria». Si la consigna de «todo el poder a la COB» hubiese sido justa en octubre habría que sostener que la Asamblea Popular fue una creación artifi- cial, tendiente a desviar a las masas de su objetivo fundamental, tomar el poder por medio de la COB.

De todos modos, la posición morenista se destaca por sus virajes irresponsables. Dos meses antes (ver cita anterior), en agosto de 1970, exaltaban la guerrilla de Teoponte, colocándose al margen de la reorganización de los trabajadores (Congreso Minero, Con- greso de la COB, etc.) y del proceso que condujo a la huelga general de octubre contra el golpismo.

Más aún, el morenismo acusa ahora a la izquierda revolucionaria de no haber aprove- chado la etapa “democrática” de Ovando y Banzer (el morenismo exaltaba al foquismo bajo Ovando) “para preparar la lucha armada” (R. de América 6-7, pág. 17). Esta acusación dirigida a la ultraizquierda foquista, repite sus propios errores: plantea la “lucha armada” en abstracto, al margen de la Asamblea Popular y su desarrollo. No es más que una acusación carente de contenido.

Llama la atención la identidad de la crítica morenista con la de los ultraizquierdistas al sostener que el POR le hizo el juego a Lechin y al propio Torres. Se trata de un tremendismo verbal carente de contenido. La Asamblea Popular se dirigía a estructurar el poder obrero, pero no cometió la estupidez ultraizquierdista de identificar a Torres con Barrientos, como sí lo sostenían los hermanos de Moreno, foquistas y el grupo de González Moscoso.
Por último, el morenismo sostiene que no se postuló el ingreso de delegados de los soldados y suboficiales a la Asamblea Popular y se descuidó el trabajo sobre el Ejército.
El morenismo no señala cuáles eran las consignas para atraer a estas capas a la Asamblea Popular; no basta con invitarlas, sino que estos sectores tienen que ser impulsados a ingresar a su seno. Solamente una profunda movilización nacional motorizada por el control obrero de la Comibol podía llevar a sectores atrasados a tomar parte del proceso revolucionario. El golpe de Banzer demostró la lenta evolución de los soldados y suboficiales y su aca- tamiento a los altos mandos, principalmente por temor a que una insurrección victoriosa los llevara al estado degradación a que lo condujo la revolución de 1952 (nos referimos a suboficiales).

EL PARTIDO

La conclusión del morenismo consiste en que la tarea actual es «unirse todos los revolu- cionarios» para construir “el partido único».

El partido se tipifica por su programa por sus métodos de construcción. Si el POR jugó el rol revolucionario en Bolivia, se debió a su fidelidad al programa de transición y de la revolución permanente, y a haberse estructurado como partido proletario. El POR tuvo que combatir en su momento al pablismo que pugnó por su disolución en el nacionalismo burgués, y a las tendenclas que posteriormente pugnaban por su disolución en el foquismo.

La insistencia del morenismo en el «partido único» no es más que la búsqueda de una alianza sin principios con los grupos ultraizquierdistas.

De ahí no saldrá el partido revolucionario sino un engendro centrista antitrotskista.

El morenismo que estuvo al margen del proceso de formación de la Asamblea Popular se ha mantenido también al margen del proceso de constitución del FRA (Frente Revolucio- nario Antiimperialista), continuación en las condiciones del triunfo de Banzer de la Asamblea Popular. El FRA agrupa a las tendencias obreras, populares y a los partidos que se reclaman antiimperialistas, pero no postula la disolución de estos últimos. El FRA para constituirse procedió a la previa y cuidadosa delimitación de posiciones, de las diferencias políticas e ideológicas de los partidos interesados en integrarse en él. «Consciente o in- conscientemente se ha seguido el consejo de Lenin: para unirnos debemos previamente delimitarnos, saber lo que somos y cuáles son nuestras verdaderas divergencias».

Bolivia ha confirmado el programa del trotskismo, y los métodos leninistas de construc- ción del partido revolucionario. Ha sido en Bolivia donde han naufragado los centristas, que desde 1952 acompañaron los virajes de la situación política para postular la disolución del partido revolucionario.

La Asamblea Popular ha penetrado en la conciencia de las masas bolivianas. El golpe de Banzer no podrá borrar esta experiencia histórica. Las masas bolivianas volverán nueva- mente a ocupar el primer plano, pero no desde cero, sino desde su última conquista: la Asamblea Popular.

VIII
El Polo “Socialista”

El punto esencial de la teoría del «polo socialista» es que encubre la disolución de un grupo que se reclamaba del trotskismo, en otro pequeño-burgués, sin relación con el pro- letariado ni con el programa de tran sición. Todo otro eje de discusión es falso: no hay aquí, por parte de la ex LV, en esencia, una determinada táctica electoral o de acercamiento a las masas; esto es sólo la forma con que los renegados ocultan el carácter real del paso político que han dado. Lo que hay, por sobre todo, es la liquidación de cualquier táctica posible desde un punto de vista marxista revolucionario, trotskista.

Este «polo socialista» es un momento culminante de la liquidación de la ex LV.

Este momento culminante consiste exactamente enla adaptación de este grupo a las con- diciones políticas establecidas por la dictadura militar para participardel gran acuerdo nacional y su fase electoral. Si el juez electoral determina que el «polo socialista» no vulnera ninguna de las disposiciones proscriptivas del estatuto, ni en la teoría ni en la práctica, dirá la verdad. El periódico que actúa de vocero de este «polo» sin magnetismo es la parodia de un periódico marxista basado en la movilización directa de las masas.

La adaptación política a las condiciones de la dictadura (no hay que olvidar que las adaptaciones pueden ser muchas, sectarias u oportunistas, de derecha o de izquierda) no es un salto en el vacío: es, sí, la continuidad de todo un proceso de liquidación del trotskismo, de construcción de un partido de clase, que -como vimos a través de estas notas- tomó sucesivamente las teorías del «entrismo» en el peronismo, los «brazos» de las Olas, el «partido centrista-legal”, los campesinos como vanguardia de la revolución, etc. Que un partidario del foquismo a ultranza se pase ahora al oportunismo electoral, de ninguna manera debe llamar la atención: entre ambas variantes existe un cordón umbilical que consiste en la oposición a los métodos y a los objetivos de la hegemonía del proletariado, reemplazados por un sustituto pequeño-burgués, extraño a la clase.

El argumento preferido de los seudotrotskistas de la ex LV afirma que su maniobra de ingreso al PSA le permitirá instrumentar el acceso a los medios masivos de publicidad, como la radio y la televisión. No intentan siquiera insinuar que la utilizarán como tribuna para la agitación revolucionaria de las masas, en las condiciones del ascenso replanteado, de nuevo, por el «mendozazo”; ya lo revela su periódico, estructurado alrededor de la lucha relativa a las candidaturas electorales. El ex grupo LV ha realizado, a su modo, una expe- riencia similar a la que está desarrollando el stalinismo criollo: para poder actuar en el terreno legal han debido disolverse en frentes de clase ajenos a la clase obrera. Es que no es exactamente lo mismo capitular ante la burguesía progresista, unos, o ante el centrismo, otros, pero conservando la fisonomía independiente, que hacerlo disuelto en coaliciones burguesas o centristas. Tanto el PC como los seudotrotskistas se defienden diciendo que son ellos los que realmente constituyen la columna vertebral de esas coaliciones; no se dan cuenta que con esto lo que hacen es subrayar la verdadera amplitud de su entreguismo político. Pero el PC puede decir en su descargo que conserva su fisonomía propia en un radio importante de su movilización política, cosa que la ex LV no puede reivindicar. Ambos han ganado prerrogativas de acción legal a costa de desnaturalizar su naturaleza de clase ya limitada.

La secuencia de la disolución del seudotrotskismo en el centrismo pequeño-burgués co- menzó con su caracterización de los golpes posteriores a Onganía como “nacionales y populistas”; de aquí sacaron la necesidad de formar un “partido obrero independiente” como los participacionistas de las 62. Para el morenismo, los 8 “en su desesperación para evitar su desaparición (pueden tomar) la variante correcta…”. “Esto explica –dicen- cómo un burócrata como Roqué junto a Castillo, del vidrio, o Izzeta de Municipales … hoy día den un viraje asumiendo posiciones nacionalistas y de tipo independiente, criticando violen- tamente a la Hora del Pueblo y a Paladino” (LV, 13 de abril de 1971). Según se puede ver, la historia que culmina con Coral no es sino la culminación de una serie de volteretas que comenzaron con el franeleo con la derecha antiobrera de la burocracia y siguieron luego con Selser.

¿Qué relación hay entre el «nacionalismo» gubernamental y el partido obrero de los burócratas? La relación es que esta teoría del seudo partido obrero se formuló en las pos- trimerías del gobierno de Levingston, del gobierno que el morenismo definió como «de- sarrrollista de signo nacional» (pág. 47 «Después del cordobazo»), cuya correa de transmi- sión en el movimiento sindical era fundamentalmente el ala participacionista de los 8.

El solo hecho de que la ex LV califique de nacionalista a Levingston y a Ferrer, a la Hora del Pueblo que ayudó a voltearlos, a los 8 que se opusieron a esta coalición; que también diga que la convocatoria electoral es una manifestación de la resistencia burguesa al im- perialismo y una exigencia electoral del propio imperialismo yanqui; que no haya vacilado en calificar como «progresiva» a la Hora del Pueblo («Después del Cordobazo”, agosto 1970, pág. 36) al mismo tiempo que afirma que el principal enemigo es el GAN; todas estas volteretas demuestran el carácter superficial e impresionista de su caracterización del llamado »nacionalismo burgués”, abstracción que le ha servido para justificar sus capitu- laciones políticas.

Cualesquiera sean los giros que se vea obligadoa realizar Lanusse, la esencia de los go- biernos post-Onganía es impedir la reversión del ciclo gorila iniciado en 1955. Es en rela- ción a esto que debe entenderse el pase del totalitarismo onganiano al semi totalitarismo en descomposición del lanussismo, que abrió una brecha limitada de legalidad luego de de- sahuciados los intentos abiertamente represivos insinuados cuando el golpe contra Onganía. Los métodos gubernamentales del onganiato habían quedado superados durante la propia presidencia de éste, periodo en el que el lanussismo se ubicó a su derecha; Ya en 1966, La Verdad estimó como progresiva la formación de un bloque burgués pro-electoral («La lucha recién comienza»), a lo que nuestro partido respondió que «La viabilidad objetiva de ese bloque no se dará más que cuando se concrete una profunda escisión en los grupos mo- nopolistas y, por lo tanto, como vehículo político de esos grupos; y también como freno represivo a la movilización independiente de la clase» (folleto de PO «El Frente Único y la huelga portuaria», pág. 8, octubre 1966).

El morenismo supone que estamos frente a un movimiento nacional encabezado por la gran burguesía (lo que significa que ésta englobaría en sus planteos, de una manera obje- tiva, los intereses del conjunto de las otras clases) porque parte de que la «industrialización” de los últimos diez años la ha fortalecido al punto de poder estructurar una resistencia ante el avance directamente expropiador del imperialismo, La misma caracterización de la fortaleza de la burguesía nacional lo llevó a decir en 1967 que el onganiato «era el régimen más estable de los últimos diez años», cuando en realidad estaba minado por una crisis prerrevolucionaria, como lo dijo nuestro partido que lo hundió en menos de lo que canta un gallo.

Es que el morenismo está adscripto a la corriente trotskista-pablista que sostiene que es- tamos en una nueva fase del imperialismo, el “neocapitalismo”, definida por un colosal desarrollo de las fuerzas productivas. «Estamos a escala mundial -dice el folleto de LV «Después del Cordobazo», pág. 42- en plena revolución industrial, con el surgimiento explosivo de nuevas ramas productivas…», aunque «el salto industrial argentino (?) no haya logrado incorporar en forma acabada (?) las nuevas ramas industriales que caracterizan a la moderna economía…». Este planteo olvida que el capitalismo está obligado á revolucionar de un modo constante sus técnicas de producción aun en su época de plena decadencia, como se puede ver en el desarrollo industrial y técnico alemán bajo el hitlerismo, por lo que el contenido de este desarrollo está determinado por su carácter parasitario y en descom- posición. El surgimiento de nuevas ramas productivas se asienta sobre el fenómeno artifi- cial y parasitario de los tremendos gastos bélicos, que no son, precisamente, un rasgo «revolucionario», y que determinan hoy la quiebra de todos los sistemas financieros y de importantes grupos industriales como Rolls Royce y Lockheed, y el subsidio de toda la industria aeronáutica de uso civil. La rápida decadencia en que entran las nuevas ramas productivas (por ejemplo el automóvil), obligan al imperialismo a forzar una industriali- zación artificial y parasitaria en los países atrasados, altamente gravosa para las masas y dilapidadora del capital nacional interno. Estas nuevas ramas entran en decadencia en los países atrasados en un tiempo histórico infinitamente más breve que las viejas ramas de la colonización imperialista, lo que refleja justamente la descomposición del capitalismo mundial. Basta comparar el ciclo de desarrollo ascendente de 50 años del capitalismo agropecuario argentino, con el virtual estancamiento en que entró la industria automotriz a los 8 primeros años de su instalación.

La burguesía nacional que se forma con la nueva penetración imperialista es mil veces más dependiente del imperialismo que la vieja oligarquía, al tiempo que el desarrollo del proletariado achica aún más su peso social relativo. La burguesía nacional pierde cada vez más posibilidades de estructurar un juego democrático y de controlar en forma acabada un partido de masas. La experiencia chilena demuestra que la burguesía ha llegado a perder el control de las palancas ejecutivas del poder, y que su régimen político la sobrevive por la naturaleza colaboracionista de la dirección de los partidos obreros.

Este análisis explica la desesperación por imponer el GAN y la crisis política brutal que rodea este intento. El imperialismo yanqui apoya y promueve esta estrategia, así como sus reflejos en las maniobras diplomáticas del gobierno argentino, inspiradas en la tendencia al acuerdo contrarrevolucionario entre el imperialismo y las burocracias de los Estados obreros. Hablar de nacionalismo en relación a una estrategia que se reconoce que cuenta con el aval del imperialismo es una abstracción capaz de conducir a cualquier oportunismo político.

El planteo de la «revolución industrial», y por lo tanto, de ampliación del horizonte histórico del capitalismo, es exactamente opuesto al formulado por los cuatro primeros congresos de la 3a Internacional y por el programa de fundación de la 4a Internacional, que caracterizan el conjunto de la época como de decadencia del capitalismo mundial, de guerras y revoluciones. El electorerismo morenista está vinculado al abandono de esta perspectiva estratégica, al igual que su conformación orgánica como partido centrista pequeño-burgués. Frente al electorerismo concebido como una lucha superestuctural de candidaturas recordemos la recomendación del 2o. Congreso de la Internacional Comunista (sobre el parlamentarismo): «La lucha electoral debe ser encarada, no en el sentido de la obtención del máximo de los mandatos parlamentarios, sino en el de la movilización de las masas bajo las consignas de la revolución proletaria». Esta táctica solo la puede aplicar un partido firmemente fundado en los principios marxistas revolucionarios, trotskistas.

La consigna «histórica» del morenismo, «por un partido obrero independiente», se ha vuelto a concretar en la forma de un partido pequeño-burgués centrista, ya que el socialismo argentino ha perdido todo trazo de origen obrero. Esto pone de relieve el carácter abstracto de la consigna y su manifiesto paso atrás en relación a la experiencia histórica recorrida por el proletariado argentino en materia de partido obrero independiente, con el anarquismo, el socialismo y el stalinismo. La captura de la dirección obrera por una corriente burguesa como el peronismo, implicó solo un retroceso transitorio, no histórico, ya que el proleta- riado conservó y desarrolló sus organizaciones de clase.

Para el trotskismo, su tarea central es transformarse en una corriente real de la clase, para postular desde su seno el programa antiimperialista de transición del proletariado revolu- cionario. Todo el proceso político actual debe estar referido a esta construcción del partido revolucionario: la independización política de la clase obrera, respecto de su dirección burguesa, capacitará al partido para jugar un rol líder, no dentro de un otro «partido inde- pendiente», sino en el frente único antiimperialista dirigido por la clase obrera.

La situación política del momento está determinada por las perspectivas objetivas de amplios sectores de las masas en un acceso pacífico del peronismo al poder y por la crisis de las negociaciones encuadradas en el «acuerdo nacional». Se trata de un solo y mismo pro- ceso: la experiencia obrera hacia su independencia del partido burgués en el marco de una ola de ascenso combativo de características nacionales. La referencia a un «polo socialista» objetivamente marginado de esta experiencia, marginado de las organizaciones obreras donde el proletariado discute como clase, marginado del combate cotidiano por un prose- litismo electorero, solo es una empresa pequeñoburguesa oportunista.

Nuevas volteretas impresionistas y sin principios no están excluidas por parte de la ex LV, más aún cuando la lucha de clases modifica a cada paso las estrategias rastreras. Pero el principio de nuestra polémica sigue incólume alrededor de la construcción del partido.

IX
El Morenismo Recapitula su Historia (*)

(*) Ernesto González. “Qué es y qué fue el peronismo”, Revista de América No 5, ma- yo-junio de 1971.

Nahuel Moreno. “1954, año clave del peronismo”, reedición setiembre de 1971.

La historia del peronismo de E. González pretende ser una respuesta a las actuales co- rrientes pequeño-burguesas que se han disuelto en el peronismo, o como lo dice el autor, a los que «entraron para terminar capitulando…». Frente a ellos reivindica la historia de Palabra Obrera, hoy PRT (La Verdad). En la comparación, Gonzalez deja bien parada a su organización, porque los hechos se producen una vez como trágica comedia y la otra como completa farsa. Nada nuevo se ha inventado después de los desastres «entristas»de Palabra Obrera.

El análisis parte de un serio error metodológico: en la génesis del peronismo el autor no sitúa la crisis de dirección internacional del proletariado. Esto lo va a llevar a renunciar a la lucha por la construcción del partido revolucionario, del partido trotskista, y a caer sis- temáticamente en el espontaneismo. No otra cosa es su confianza (ilusión) en que el proceso objetivo se encargará de fisurar a la burocracia respecto de Perón, y por esta vía lograr la independencia política de los trabajadores y construir un partido obrero de masas (laborista, centrista, etc. calificativos que aplica según el momento). El autor sienta como su tesis central la construcción de un partido de masas en relación a una evolución «laborista» de la burocracia sindical.

El primer antecedente va a ser el partido laborista de 1945, «la mayor posibilidad que tuvieron los trabajadores de organizarse en forma independiente» (pág. 22). El autor, sin embargo se esfuerza poco por demostrarla. Así es que oculta que el PL no fue más que la subordinación de un ala corrompida de la burocracia sindical (proveniente del partido Socialista) al bonapartismo militar, enfeudando precisamente la independencia política de los trabajadores. El autor no indica que ya en esta época, durante la campaña electoral, los burócratas eran abucheados para dar paso a la intervención de Perón. Este disolvió el P. L. sin pena ni gloria en mayo de 1946. El único comentario que Gonzalez hace sobre esto es que «esta experiencia terminará en frustración». La incapacidad orgánica para el balance es un rasgo típico del espontaneísmo y del objetivismo para quien todo termina con un «la- mentablemente».

Verdaderamente sorprendente es que Ernesto González le dedique menos de dos páginas al período del «entrismo» en el peronismo, período que abarcó siete años fundamentales de Palabra Obrera (1957-1964). La justificación del entrismo está realizada de manera opor- tunista, y en forma oportunista se evade la realización del balance de esa experiencia.

La justificación empieza recurriendo a Marx. «Nuestra innovación fue que por primera vez un grupo marxista hizo entrismo en un partido burgués, si exceptuamos la experiencia de Marx y Engels dentro de la democracia alemana en 1848» (pág. 45).

Respecto de esta cuestión conviene, primero, precisar que «Sería erróneo creer que Marx y Engels entraron en el órgano de la democracia en calidad de demócratas, (mientras que Palabra Obrera entró como peronista, J. M.). Entraron en calidad de comunistas, consi- derándose la extrema izquierda de la democracia. Nunca cesaron de criticar, de la manera más violenta,no sólo los errores del partido liberal alemán, sino los de la democracia, tanto que desde los primeros meses perdieron todos los accionistas», («Marx y Engels», D. Ria- zanof, pág. 76, ed. Claridad).

Sin embargo, el autor no se basa en la experiencia de Marx y Engels. Como dice Riazanof: «El problema que surge es saber si el camino escogido por Marx era el más adecuado para la construcción del partido obre ro. Las conclusiones a las que llega en función de crítico de su propia obra demuestran que no pues desde este momento comprende con claridad «la imposibilidad de contar aún con la parte más radical de la burguesía alemana. La parte democrática de la burguesía de la cual podía esperarse que obtendría libertades políticas que permitieran el desarrollo de la clase obrera se mostró incapaz de cumplir esas tareas» (ídem, pág. 81).

En segundolugar, el autor funda el entrismo en una “precisión en la caracterización” del peronismo. «A partirde 1952, al determinar que el principal enemigo del país ya no era el imperialismo inglés, sino el yanqui, nos consideramos parte de hecho del frente único antiyanqui que fue el peronismo». (pág. 45).

¿Y antes de 1952? «Antes de 1952 no capitulamos ante el peronismo. Nuestro error fue sectario» (pág. 45). El autor; sin embargo, no «precisa» este sectarismo. Por ejemplo, no dice que N. Moreno defendió a Gainza Paz, director de La Prensa. «Nuestra política, des- pués de aclarar quién era y qué significaba La Prensa; fue defender no solo a La Prensa, sino a todos los diarios y periódicos clausurados por el gobierno» (“N. Moreno”, G. C. I., agente ideológico del peronismo», pág. 72). No dice tampoco que en la pág. 80 Moreno sostenía: «Para nosotros el peronismo es un movimiento reaccionario de derecha que ha catalizado el apoyo de las masas». No dice que llamaron a votar al PC y al PS contra Perón en 1951 y plantearon romper la CG.T («Frente Proletario» 30-10-1951).

Después de esta caracterización (movimiento reaccionario de derecha) se transforma en un frente único antiyanqui.

La calificación del peronismo como un frente único antiimperialista de hecho nos re- cuerda la igual caracterización que los capituladores hicieron del Kuomintang. No se trataría de un partido burgués, con un programa burgués y una dirección burguesa, sino un campo neutral donde combaten corrientes de clase en pugna para conquistar la hegemonía del frente. El autor dice que «en ningún momento lo consideramos (al peronismo)un partido obrero revolucionario”, pero omite indicar que habla de un frente unico antiimperialista sin partido revolucionario y enchalecado en la disciplina del bonapartismo. En realidad, Pala- bra Obrera esperaba que bajo la presión de los hechos la burocracia obrera capturara la dirección del frente concretando la independencia de los trabajadores. ¡Y ahora quieren dar lecciones a los neocentristas!

Es así que Ernesto González nos dice sin vueltas que se proclamaron «parte del movi- miento nacionalista burgués…”, lo que equivale a decir que renunciaron a ser trotskistas. La audacia del morenismo es afirmar que esto es bolchevismo. En el segundo congreso de la Internacional Comunista se dice: «La I C debe entrar en relaciones temporarias y formar también uniones con los movimientos revolucionarios de las colonias y los países atrasados sin jamás fusionarse con ellos, y conservando siempre el carácter independiente del mo- vimiento proletario incluso en su forma embrionaria.” Lenin sostenía que»debemos apoyar y apoyaremos los movimientos burgueses de liberación de las colonias únicamente cuando estos movimientos sean realmente revolucionarios, cuando sus representantes no nos impidan educar y organizar en el espíritu revolucionario a los campesinos y a las grandes masas de explotados». (El imperialismo, pág. 38). La educación revolucionaria de Palabra Obrera fue tal que publicó cuatro capítulos del libro «Los Vendepatrias» donde Perón hacía profesión de fe anticomunista.

Ernesto Gonzalez sostiene que «Palabra Obrera, colocándose «bajo la disciplina del ge- neral Perón», no defendía la línea de la dirección peronista sino la del trotskismo»

(pág. 45). Ya señalamos la publicación de «Los Vendepatrias». Agreguemos que en la pág. 46 el autor reconoce que el entrismo «nos llevó a tratar de minimizar las vacilaciones y capitulaciones de su dirección burguesa». Además, en 1958, llamaron a «acatar la orden” y votar a Frondizi que, según el autor, «ayudó a desviar el ascenso (obrero)» (pág. 43). Aunque reconoce que las 62 se distinguían por su «carácter burocrático”, «Palabra Obrera apoyó críticamente al ala dura… «(pág. 43). Y como broche final: el autor plantea que cayeron en el «error» (vaya error) de considerar a Fidel Castro como un Aramburu y a confundir la revolución cubana con la revolución libertadora (pág. 44), sin confesar que actuaron así por su obsesión por mantener una fachada peronista inobjetable en momentos en que la dirección peronista era battistiana.

Después de estos ejemplos, decir que defendían la línea del trotskismo y no la de la di- rección peronista es un atrevimiento que mide la audacia dal autor.

Pero, lo peor es que Ernesto Gonzalez no extrae ningún balance del «entrismo», balance ultranecesario porque el autor adjudica a Palabra Obrera «haber sido la única organización revolucionaria que, por lo menos, intentó darle bases serias al trotskismo…» (pág. 45). En realidad, el significado del entrismo fue que, lejos de sentar las bases del trotskismo, pos- tergó su surgimiento revolucionario. El balance organizativo de la etapa entrista no podía ser más lamentable: la vanguardia obrera ni remotamente quedó nucleada en Palabra Obrera. Esto los llevó –tras 7 años– a dar por finalizado el entrismo y a construir con el FRIP (un grupo pequeño-burgués) el PRT.

El nuevo engendro no dio mejores resultados. Ernesto Gonzalez sostiene, con orgullo, que “fué un acierto auspiciar la ruptura de Vandor (con Perón (año 1965, pág. 57) «Lo que hicimos fue apoyar su ruptura con la dirección burguesa con la perspectiva de que se repi- tiera la experiencia laborista».

Esta época fue conocida por la campaña del PRT en favor del Partido Obrero de Vandor. En realidad, y así lo puntualizó entonces el partido Política Obrera, las divergencias de Vandor con Perón no eran más que la alianza del burócrata sindical con un sector militar partidario del golpe contra Illia. Por la vía del Partido Obrero de Vandor, el PRT se acopló a las maniobras golpistas. El autor, en cambio, puntualiza que gracias al PRT los obreros “fueron ayudados” … para que vieran que Vandor, pese a sus poses de independiente, no estaba dispuesto a crear un partido obrero” (pág. 58). Es que acaso los obreros estaban ilusionados en Vandor o era una simple elucubración, de las tantas, del PRT?

Lamentablemente (o intencionalmente), el autor omite una etapa fundamental de la his- toria del PRT: la etapa conocida como la de los «brazos armados de la OLAS» y la de la «superación del trabajo sindical». Bajo el título «Las tareas actuales de los revolucionarios argentinos” el periódico La Verdad No. 112, del 6/11/67, pág. 7, sostenía: «Justamente la revolución latinoamericana actual, en curso, ha cambiado lo que es inmediato y lo que es más lejano. Ahora, con la crisis del régimen patronal, un aumento de salarios importante o frenar la desocupación o los echados de una fábrica puede ser lo más difícil, lo más alejado, y lo que era antes un sueño, la toma del poder por una guerra revolucionaria de los traba- jadores puede pasar a ser más inmediato. Dicho ahora y aquí parece una locura, pero si pensamos en la situación de Guatemala, Venezuela, Colombia o Bolivia vemos que esa es la realidad inmediata, la posibilidad más próxima». El PRT adhiere a la tesis foquista, y con el mismo espontaneísmo glandular suponía que habían de evolucionar directamente hacia el Estado Obrero y hacia un partido trotskista-foquista-centrista: el partido único alejado de un aumento de salarios y de lo cercano de la toma del poder.

El folleto de Ernesto González termina con una gran recomendación: construir el Partido Unico de la Revolución Argentina, no el partido trotskista sino la fusión con el centrismo. Con esta consigna el autor trata de “utilizar las contradicciones burguesas” y preparar el terreno para su nueva etapa “entrista”: esta vez en el Partido Socialista, de Selser, integrante de la Hora del Pueblo.

Y es aquí, que meses después, en septiembre, se reedita el folleto de Nahuel Moreno.

La reedición del folleto de Moreno no es fortuita. En su presentación, se invita «al lector a cotejar estos pronósticos con la historia vivida» y se sostiene que con esta reedición «ren- dimos nuestro homenaje a la justeza del análisis y la línea política de sus autores y de la organización”. Tamaña presentación nos invita a recorrer la “historia vivida».

Con este folleto el autor pretende revivir un viejo engendro del año 1954, que tuvo el honor de «pronosticar»: la construcción de un partido «centrista legal» (ni más ni menos). ¿A qué viene ahora lo de partido «centrista»? A que en eso está Moreno hoy. Como es público, el PRT mantiene conversaciones para formar «el Polo Socialista» con Selser (integrante de la Hora del Pueblo). Gracias a esta reedición las nuevas generaciones podrán saber que este engendro tiene sus antecedentes.

Moreno sostiene que «El Partido Socialista de la Revolución Nacional no es más que una etapa en la formación del partido centrista de izquierda legal, nuestro principal objetivo político-organizativo en el actual momento. “Esa organización política legal centrista de izquierda es progresiva fundamentalmente por su legalidad y su carácter nacional. Sabemos concientemente que esa organización es lo opuesto de una proletaria-bolchevique, por medio de ella y luchando en ella contra las tendencias pequeño burguesas, tiende a construir una organización bolchevique y no centrista» (págs. 31 -32).

Si «cotejamos este pronóstico con la historia vivida» sacaremos la conclusión de que de este engendro no salió el partido bolchevique sino que se inició la etapa de capitulación feroz, frente al peronismo. Como, a través de qué politica, se puede construir el partido bolchevique a partir de impulsar un partido centrista legal? Nadie lo sabe y Moreno tam- poco. Define lo progresivo del «partidocentrista” por su forma: que es legal y que es na- cional.

Los trabajos que comentamos -como pudo verse- tiene un mérito, no de losautores sino del que resulta de los hechos. Cómo en 25 años, La Verdad, Palabra Obrera y PRT fueron obsecuentes capituladores y una valla a 1a construcción del partido revolucionario.

(Serie de artículos publicados en «POLÍTICA OBRERA» y en la revista «AMÉRICA INDIA No 1». 1972, de Masas- Argentina)

Julio Magri