Daniel Papalardo
Hace ya un tiempo largo, la rutina del trabajo, el carácter insalubre de luchar día a día contra el patrón Estado y su imposición de reglas tabicadas para controlar como ejercitaba la defensa penal, me impidieron ponderar en profundidad el fenómeno.
Tal las condiciones personales de aquella época, de las que he podido “escapar” sin que lo hecho permitiera algún avance para superarlo socialmente, que tuvo que ser mi hijo el que golpeando la puerta, quien me pusiera en el acto de protagonizar secundariamente un hecho jamás esperado. El “dale viejo” que ya nació, me pudo sacar del letargo alienante. Fuimos juntos, no muchas cuadras de viaje, sin embargo, cada casa que pasaba según la velocidad del transporte me remitía a mis juegos en la calle, la primera pared con la pelota de goma, “el pulpo” que picaba para todos lados y la vecina en queja por el gol del improvisado equipo elegido en pan y queso previo.
Los mismos frentes, los cruces de calles daban cuenta de otro tiempo. Una clínica, un ascensor que demora en llegar y esa cama con mi hija, y una nueva explosión de vida con nombre de mujer. Mercedes.
Hoy mientras tomo un café, caigo en la cuenta de lo que implica la vida si comparo este sentimiento mayoritariamente nostálgico, con niños palestinos muriendo por hambre provocado por el agresor que le restringe la vida, sin que se alce un solo grito impidiendo el genocidio.
Hoy mientras tomo un café, tengo presente que quien ordena esa matanza no es un maléfico de película clase B, es un tipo al que nuestro electo presidente viajó corriendo a darle un abrazo, y a la vez un combatiente palestino es considerado un terrorista, tanto por el Joker berreta de Milei como el frustrado candidato de sonrisa permanente Massa.
Hoy mientras tomo un café, miro por la ventana, y pienso en la cantidad de niños en la calle, exponencialmente superiores en cantidad al que inmortalizaron Tejada Gómez y Mercedes Sosa. Casa en la calle. Mosquitos, calor, en verano, frio viento y todo lo desapacible de la miseria.
En esta sociedad donde sobrevivo, hay gente que se ofusca por una prohibición de lenguaje, mientras tolera la peor de las prohibiciones, la genérica, la madre de todas las demás:” la miseria”
Hoy mientras tomo un café y miro por la ventana, portando la vejez en el cuerpo, pensando en ese nacimiento hoy hecho sujeto en porvenir, con nombre de mujer, sigo pensando a pesar de tanta tristeza con un solo culpable en el orden capitalista, que la vida puede ser diversa y hermosa para todo ser humano. Sin sacarme la responsabilidad por lo que me queda por sobrevivir, con otro viejo, mientras se me cae una lágrima, comparto su pensamiento y mi único deseo vital: La vida es nuestro tesoro,” Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente”.