“. En la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia” (Marx. Prefacio en Contribución a la crítica a la economía política
“La historia entera no es más que una transformación continua de la naturaleza humana”,) Karl Marx, Miseria de la Filosofía, 1973, p.372)
En nuestra existencia nos desarrollamos en un entramado de relaciones de producción y es a través de esos vínculos relacionales que la sociedad nos ubica, en una específica situación con referencia a la naturaleza y a los demás hombres.
Ese posicionamiento categoriza a todos los que nos encontramos en esa idéntica situación no estática dentro de una clase social que por tal tiene sus propios intereses y objetivos. Por ese motivo las clases confrontan entre sí, dando lugar al desenvolvimiento histórico en la medida en que se consolidan socialmente relaciones dialécticas de amo y esclavo, siendo los trabajadores, en la sociedad donde la producción se construye por la relación social capital -trabajo, quienes tienen subjetivamente el objetivo emancipador de terminar con dicha relación de servidumbre.
.En la sociedad capitalista, último eslabón del desenvolvimiento humano, siendo una sociedad específica por la producción general y extendida de mercancías emergentes del vínculo entre capital y fuerza de trabajo, la alienación y el fetiche que se establece entre el hombre y la mercancía, deja sus rastros inhumanos en las experiencias cotidianas de los trabajadores, en tanto la alienación en sí , supone la constitución en sujeto de la mercancía, y la objetivación del sujeto que la produce con su actividad..
Se pueden tomar dos aspectos parciales del fenómeno referidos a una mercancía particular y específica que es definida por la propia sociedad como “droga”. El primer aspecto se puede ejemplificar desde el dato cotidiano que da la referencia naturalizada de la necesidad individual que satisface ese objeto. El otro lo da la forma en como se accede a ese mismo objeto a través del mercado, previo a su producción y comercialización y la circulación monetaria que ello implica, lo cual determina además la necesidad de la intervención bancario para el atesoramiento de ese valor adquirido por los particulares.
En ese sentido, aquello que llamamos droga tiene en todo su derrotero una significación económica que le otorga alta trascendencia en efectos sociales. Por ese motivo el fenómeno no puede quedar reducido a una mirada que se cierre en los efectos nocivos que puedan generarse en la salud por su consumo, ya que eso ubicaría a la mercancía llamada droga en una negación de la idea de bien o satisfacción de necesidad que tiene todo objeto producido por el hombre, ya que existe por definición la necesidad de su producción porque existe una necesidad a satisfacer.
Que el mercadeo y producción de drogas sea pujante y no se detenga pese a las “guerras” que se les declaran por los Estados, da cuenta de la vitalidad en que se encuentra la necesidad que determina esos vínculos relacionales.
Sin embargo, la peculiaridad que la situación tiene, al menos en nuestro país, es que la existencia de una norma prohibitiva que busca evitar el consumo de esas sustancias por considerarlas dañosa a la sociedad estimando que con un discurso legal , que impone un reparto obstaculizador y prohibitivo de acciones humanas con ese fin de transformar esa mercancía en dinero , se evita la existencia de la necesidad social de esa misma mercancía por diversos colectivos sociales o individuos que la demandan para su consumo.
Es en esa específica particularidad donde se inscribe, desarrolla e instaura el drama social, en tanto la prohibición penal y el solo abordaje punitivo tomado como propuesta estatal para el fenómeno la vigencia del derecho penal, y la cárcel, produce hechos emergentes de toda lógica simbólica del castigo y prevención de lo que se considera delitos. El drama se constituye así a partir y desde el empleo de la violencia para intervenir sobre el fenómeno específico que genera un tipo particular de mercancía.
Se naturalizan así, y se reclaman incluso por la propia sociedad, hechos de violencia armada en los que se involucran las agencias represivas del Estado y mayoritariamente jóvenes previamente catalogados como adictos, generando cada vez con más frecuencia, la perdida de vidas humanas, sean de terceros o de los propios implicados.
Es imposible de pensar una “guerra” sin víctimas por el solo dato objetivo del empleo de armas y sofisticados instrumentos de combate urbano y precisamente como es una guerra la muerte es uno de sus elementos necesarios.
Nótese que se acude al derecho penal por el Estado, para dotar de cierta legalidad y legitimidad formal a su concreto accionar, que de ser eficiente termina colocando individuos y no asociaciones en situación de penados en establecimientos carcelarios. Sin embargo, a la par se indica que es desde las cárceles donde opera el comando en jefe del “ejercito enemigo” que denominamos de esa manera para ser fieles a la lógica belicista en la que se coloca a toda la sociedad. Este dato hace que la cárcel que debía ser la estación final de este oscuro tren de muertes y daños sociales e individuales, termina siendo, por el contrario, el cerebro del monstruo a vencer. Se sigue de la descripción de ese fenómeno que la cárcel revela nuevamente su absoluta y final inoperancia para los fines visibles y legales con los que tuvo nacimiento, es decir, no es en ningún caso un sitio resocializador de individuos que producen conductas que se juzgan desviadas.
Respecto del primer extremo, es decir, la actividad humana en sí , realizada por la existencia de relaciones sociales de capital-trabajo, concentrada en la producción , comercialización y consumo de drogas tiene en la ciudad de Rosario donde ahora se desata una pretendida ofensiva belicista, con al menos escenas simbólicas de ese tenor, tiene una alta dosis de naturalización social que involucra a todas sus clases y sectores de clases objetivamente existentes en ese espacio territorial, factor que complejiza una solución superadora diversa de la punitiva, en tanto el derecho penal es por definición sociológica de carácter selectivo, esto es se declara igual para todos, pero se aplica de modo diferente en cantidad y calidad, toda vez que quien lo lleva a la práctica es el propio Estado que implica un organismo de poder de la clase dominante , esto es la propia burguesía en su totalidad.
Otro dato que se liga a lo dicho es la constatación por evidencia de la práctica social que se gesta una “explicación “relativa a que las causas finales y eficientes de los comportamientos delictuales que se vuelcan a la consideración de estos órganos del poder judicial hace base en el consumo adictivo de drogas y los comportamientos territoriales ambientales que le son conexos se ubicarían como el mapa territorial del crimen organizado.
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A todo esto, existe, además, una suerte de mirada complaciente con respecto al consumo de sustancias, si el mismo opera en escenarios donde no deja de ser una excentricidad aglutinante de quienes pueden asumir sus costos económicos y viene a cumplir un elemento del decorado de la personalidad que asume pose desafiante de lo dado o más genéricamente, de las pautas culturales dominantes.
En ese contexto, la referencia relativa a quien provee de mercancía a los consumos culturalmente tolerados pasa de lado y mucho menos aquella que podría interrogarse sobre que se hace con el dinero que intermedia en la relación de compra y venta entre proveedor y consumidor y facilita que alguien se apropie del valor creado y contenido en esa mercancía específica que es una droga.
Un primer acercamiento a esta complejidad, alerta sobre el inconveniente de parcializar mediáticamente el tema porque es precisamente en la llamada comunicación donde se advierte un factor distorsivo que propende a que se tenga por conocimiento lo que en realidad es la simple apariencia ideológicamente construida en beneficio de esos grupos capitalistas y la propia cultura de la clase dominante.
Es por eso, y siguiendo una línea de desarrollo que permita una mejor aproximación al fenómeno que se torna necesario advertir. que es contrario a toda lógica resolutiva del conflicto social que se produce por el proceso económico de producción y comercialización de sustancias potencialmente adictivas, hacer apología de la represión y de su esquema belicista.
Esta actitud no se basta en si misma porque en el mismo momento insta a pasar a letras catástrofes señalando la desesperanza de una madre frente a ese tipo de consumo por su hijo y las víctimas del fenómeno en sí por hechos caracterizados como enfrentamientos con fuerzas del orden o atentados terroristas-.
Es una premisa del pensamiento racional, que el todo incluye la parte y esta a su vez se define por esa globalidad, de modo tal que un joven amenazando a su madre para conseguir dinero con el cual adquirir drogas con las cuales satisfacer sus necesidades apremiantes con las que se encuentra en relación adictiva, o haciendo “changas de disparador” o acudiendo al robo callejero , no puede nunca abordarse sobre el análisis del fenómeno particular sino que también impone una visión de la estructura social donde esto sucede en su totalidad y en sus fundamentos basales.
Ya desde la llamada modernidad, se advirtió sobre la existencia del fenómeno específico de la alienación del sujeto en la sociedad capitalista partiendo de ese particular objeto que es una mercancía.
Con diversos enfoques los pensadores señalaron además aquello que llamaron: el fetiche de la mercancía, es decir, las atribuciones de capacidades que se le otorga a ese objeto extrañas a su propia objetividad. Con esa estructura conceptual, es posible ver que lo que genéricamente se denomina droga, es básicamente, desde la perspectiva de su significación material una mercancía, es decir, un objeto con un valor de cambio ponderado en un precio que se define monetariamente, capaz de dominar al sujeto en forma tal de transformarlo en un objeto y de constituirse en un sujeto dominante para quien lo produjo o consume.
Cualquiera de nosotros viene y transita por este mundo sobre la preexistencia de relaciones sociales que le son dadas y que a la vez nos determinan en forma condicionante de nuestra voluntad. Son esas relaciones sociales las que le imponen al individuo, un mundo en donde su espacio de libertad se ve cada vez más determinado por su inclusión o exclusión del sistema productivo y los objetos culturales que este produce, determinándolo en el imperativo alienante de la posesión de bienes como fían en sí misma.
De tal forma, es importante que se advierta, que tanto un joven consumiendo, cómo su madre denunciando y pidiendo ayuda, como quienes ven perder la vida a un ser humano como resultante en última instancia de una cadena de producción y comercialización de droga, están diciendo BASTA- cada uno a su manera- a este orden de cosas propio y específico de la relación social CAPITAL.
En este espacio del problema, es de significación nula que la sustancia consumida resulte legal o ilegal. Dicho en otras palabras, poco aporta a la definición de ese conflicto existencial si el joven amenaza, roba, daña o dispara armas de fuego para conseguir comprar una sustancia adictiva no permitida o si actúa bajo los efectos de un pegamento que obtiene en una góndola de supermercado o en una ferretería o de un ansiolítico o un antidepresivo. En los dos casos es su falta de perspectivas frente a un mundo opresivo, la que en gran medida lo determina en tal obrar. Detentando objetos podrá vivir el hoy para mañana reiniciar la búsqueda que achica el horizonte de su existencia. Si esa expectativa de vida se reduce de modo considerable poco importa la muerte, propia o la de terceros y mucho menos que otros se beneficien de alguna manera con ese proceder. Poco importa que le amenacen con el castigo carcelario, porque su existencia y la de los demás es en sí, un castigo.
¿Qué nos dice una madre, al pedir socorro institucional?? Simplemente que no puede sola con el problema. En ese terreno tampoco se advierte como el Estado, “hipotéticamente socorrista” (sea aparato judicial o administrativo) podría desde sus estructuras opresivas y autoritarias, con un problema que contribuyen a generar y del que es parte.
Qué nos dice un tipo de naturalización que hace que en una tribuna de un estado no exista sino olor a marihuana.
Que otra cosa que la naturalización y asimilación social de la jerga del producto termine siendo parte del lenguaje, este sí, de modo inclusivo. Porque se instala que “nos clavamos una cerveza, o la recurrente apelación para denostar de decirle a otro “que está fumado”. Porque media indiferencia según fuere el sito público donde nos encontremos a que quien esta a nuestro lado encienda un cigarrillo construido con esa misma sustancia que pone en riesgo de vida a quien la comercializa o que quizás ya venga con la muerte incluida para permitir que el objeto este en los labios de alguien donde “no pasa nada” e inclusive hasta llega a estar bien.
La lógica del consumo y la ponderación del mercado como única determinante de nuestras vidas, supone necesariamente una estructura Estatal como la actual, con sus policías, sus psiquiátricos, sus juzgados y demás yerbas opresivas. Todos listos para castigar selectivamente.
En otras palabras, de alguna manera, con distintas calidades o cantidades el problema relativo al sentido de la existencia, expuesto en sí mismo de manera expresa o en plano si se quiere inconsciente es el que subyace en la base de todo este fenómeno complejo y se expresa a su vez con un contenido de clase que habilita la selectividad del poder punitivo. El capitalismo determina por su propia lógica reproductiva una respuesta objetiva que hoy agoniza. Es en la tenencia de objetos fetichizados, donde anida la seguridad de estar en el mundo por vía del reconocimiento que buscamos de los otros con quienes nos relacionamos o buscamos relacionarnos – Es ese reconocimiento gestado a partir de la posesión de mercancías el que condiciona al individuo definiendo su vida simplemente por la manera de obtener o de hacerse esos objetos.
La construcción de un hombre nuevo, en una sociedad superadora de la relación dialéctica capital-trabajo, y la alienación, es la luz que aparece en el fondo de esta oscuridad mercantilista. La destrucción del Estado de los poderosos y los grupos económicos y su sustitución por una sociedad democrática y participativa es la línea estratégica de esta batalla contra la deshumanización del sujeto.
No parece un camino fácil. No obstante, habrá que recordar, que un problema complejo no acepta por definición una solución simplista, Ladrando a la luna desde pacatas definiciones dictadas por una moral vacía de todo contenido y apelaciones a la seguridad individual, que habilitan la presencia represiva con consenso en las calles y en la vida cotidiana, será muy útil para llenar espacios mediáticos, pero únicamente nos conducirá al punto de inicio, como un burro en la noria.
NUEVO CURSO