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24 DE MARZO DE 2024. FIN DE LA FICCIÓN DEL CONTRATO SOCIAL ALFONSINISTA. LUCHA DE LOS TRABAJADORES Y PROGRAMA SOCIALISTA.

Las fechas son marcas en el tiempo. Señales para no extraviar el rumbo. Indicadores de presencia y significado histórico en lo actual. Una suerte de interpelación del hoy por el ayer. Así entendidas nos encontramos nuevamente con el 24 de marzo, repitiendo el dolor de aquel golpe militar, en los despidos, suspensiones, cierres de fábrica y violencia estatal de hoy.

Si buscamos afrontarlo apelando a la memoria vital de la que tanto alarde se hizo en las marchas festivas desde hace por lo menos dos décadas solo continuaremos reproduciendo una letanía inerte conglobante de extraviados, damas de luto, y gritones profesionales.

Se opone una opción minoritaria, mínima del ejercicio de la memoria que consiste en reparar en quienes fueron las víctimas inmediatas de las prácticas genocidas del terrorismo montado por el poder burgués desde el Estado con forma dictatorial.

El sencillo expediente de sacarle la liturgia, el carácter feriado de la jornada, y el mecanicismo de llevar nombres y fotos en carteles sin mentar en que querían esos seres humanos reducidos a eso, nombres, fotos e imágenes. Por ese camino, lo primero que se encuentra sin lugar a dudas era el acuerdo de los ulteriormente vencidos en la prevalencia del socialismo como objetivo de toda acción.

Esa certeza en el  porque de las caídas, las pérdidas de vida, las torturas, los flagelos físicos y psicológicos  que tiene nombre y se llama socialismo , basta para saber qué hay que   construir, desarrollar y marca el para qué de un combate con eje en la posibilidad del cambio social necesario desde lo político, razón por la cual se puede estar en la calle sabiendo que se hace y no protagonizando una teatralización hueca que ya no compra la juventud a la que no le gusta ir y volver , una y otra vez, para volver con las manos vacías con la sola certeza de que hay otros que padecen lo que padecemos y se quejan.

Los trabajadores tomando el término en sentido amplio coinciden todos entre sí que no son dueños de los medios producción y en que no disponen de más medios de vida que la venta de su fuerza de trabajo al capitalista.

En ese sentido es que Federico Engels en su tiempo existencial y con las condiciones históricas de aquel entonces nos indica que : “El proletariado es aquella clase social cuyos medios de vida dependen por entero de la venta de su fuerza de trabajo y no de las ganancias obtenidas del capital; cuya suerte y cuya desventura, cuya vida y cuya muerto, cuya existencia entera dependen de la demanda de fuerza de trabajo, de la sucesión alternativa de buenas y malas épocas, de las fluctuaciones producidas por la competencia desenfrenada.

Es importante advertir incluso apelando a la relación esencia-existencia, que el concepto vertido tiene realidad en las estructuras sociales donde sobrevivimos

Por el lugar que ocupa en el proceso de la producción y porque no es propietario de los medios de producción es que tiene vitalidad la necesidad de emanciparse de esa situación objetiva y eso implica construir otra sociedad diversa de lo real existente, es decir diversa de la explotación y la opresión.

Es esa la ausencia de los presentes, en tanto la presencia se ubica bajo banderas de todos los tenores, desde la simple demanda economicista a planteos de pura defensa de las libertades democráticas, pero de forma mayoritaria se piensa en que todo eso puede suceder en el espacio de las relaciones sociales capitalista y bastaría con un cambio de figuras en el personal político de la burguesía donde un nuevo “Alfonsín-Néstor” ponga “las cosas en su lugar”. Preguntarse como eso puede ser posible y si es eso verdaderamente lo necesario, es la ausencia de los presentes en los canteros de una plaza pública.

Falta a la cita entre los citados y convocados que se consuelan y se juntan para la simple puteada la voluntad y determinación darle al fenómeno su origen histórico, esto es, la pugna por abolir la propiedad privada de los medios de producción y por socializarlos, que sean propiedad de todos los miembros de la sociedad y no de ninguno de ellos como propiedad privada.

 De haber sucedido esto en los más de cuarenta años transitados desde que se retiró de la escena pero permanece en el teatro , el partido militar y se habló de los grandes consensos tras las promesas de la siempre todo poderosa democracia se hubiera efectivamente superado la dominación política de los explotadores y dominantes contenidos en la burguesía de conjunto y hoy el gesto de asombro ante las proclamas de la comandante “victoria”  y su sínica sonrisa que corporiza una nueva versión de lo que nunca se fue.

El régimen del capital cualquiera fuese su forma de Estado, y las maneras de determinación de quien se legitima para el mando y la vigilancia social creó en el desarrollo de la historia humana y reproduce hoy las condiciones que afectaron del mismo modo a todos los trabajadores y les dieron intereses comunes. A partir de este momento se consolidan como clase frente al capitalista, aunque eso no se exprese de manera consciente por el juego de todos los aparatos y operaciones ideológicas que se montan al efecto de lograr tenga vitalidad esa sociedad de clases, de explotadores y explotados. Por esa razón, la lucha de una clase contra otra es una lucha política centrada en la emancipación de la clase trabajadora como clase en sí que debe terminar con esa condición. Es decir, la transformación de los trabajadores de clase en sí por razones objetivas en a clase para sí por determinación política consciente.

El capitalismo es por esencia mundial, actualmente en una profunda crisis porque el gran crecimiento de las fuerzas productivas va chocando con las relaciones de producción, expresión de la propiedad privada de los medios de producción. El imperialismo norteamericano va siendo empujado al abismo nada menos que por su descomposición interna.

 El desafió es impedir que todo esto siga siendo un escenario, una teatralización centrada en dos actos públicos y dos documentos, que en definitiva como simples palabras que se arrojan al viento, quedan vacía de todo significante que pueda tomar cuerpo, en tanto se dirige a una generalidad desconociendo la cuestión de clase, y como hemos dejado dicho precedentemente estamos frente a una confrontación de clases cada una con sus armas y sus dificultades en la contienda.

La simple rutina del recuerdo y la disputa por los relatos toca a su fin en la realidad. Es hoy una imagen borrosa que se difumina en su proyección en abstracto.

Hoy no es posible objetivamente y desde los hechos concretos, quedarse en la construcción persistente de un discurso abarcativa del todo social considerado como los “buenos” atacados por una monstruosidad excepcional superado por un consenso de clases en un régimen democrático. Esa construcción política abstracta montada desde el reformismo y los populistas progresistas que han merodeado en la gestión del poder burgués ha caído por su propio peso y sus contradicciones y hay que tomar debida nota de una vez por toda de esta situación.

Ese relato que se procura hacer sobrevivir con prácticas reanimadoras impotentes frente al peso de la realidad,  cosifica y da por agotado un proceso de lucha necesario , porque entre ese régimen genocida y lo que hoy, llaman violencia institucional, existe un común denominador que es la explotación y opresión de la burguesía dominante y  un hilo conductor de  lucha prolongada, en la que los anhelos de una generación se ponen en acto en los jóvenes trabajadores, que aquí y ahora,  en cada sitio donde se da el choque de clases, reclaman por la prevalencia de lo humano  y  lo justo, que no puede tener otro contenido que la superación del capitalismo .                

En todo este tiempo transcurrido desde aquel “proceso” genocida, sus antecedentes en el régimen peronista generador de la TRIPLE A, a las violencias que hoy nos impone el Estado, luce con ambición de permeancia atemporal de la dominación liberal y la “democracia formal” con base en   la economía social de mercado, que parece marcar el techo de lo posible desde el orden capitalista.

Ese modelo democrático formal, busca imponer   la necesidad de que nos posicionemos en un bando, por vía de la llamada adhesión política a una cruzada sobre molinos de viento, que habilita la hibridez por la cosa pública, como signo distintivo del contenido de nuestras responsabilidades como trabajadores, alejando toda alternativa de lucha por otros medios.

 “Estar en un bando”, como se lo estaba por la mayoría de los trabajadores y los jóvenes en los tiempos que determinaron el cese de las libertades democráticas y la desaparición de personas por un Estado Terrorista, implicaba polarización social y eso, es lo que hoy el régimen no puede admitir que se reitere.

La democracia, nos induce hoy por todos los mecanismos de dominación de masas posibles, a una construcción ideológica cultural hegemónica que nos muestra a todos juntos y solidarios con la empresa, con el patrón, con la marca, con el gendarme, aunque permaneciendo cada uno en su lugar.

 En ese contexto, no es bueno poner la vista en el modelo acumulativo interno, y sus notorias desventajas para quien vive de un salario o peor aún si se encuentra desempleado y librado a su suerte y mucho menos, intentar revertir ese orden de cosas por vía de una instancia superadora, que termine con la contradicción capital – trabajo.

  El gobierno y el sistema, impone un modelo y un orden social capitalista con el que busca consolidar la dominación cultural de la burguesía,  centrado en el desconocimiento explícito de  las  clases sociales haciéndonos  escuchar por reiteración sobreabundante que nuestra economía sólo funciona si se aguanta el actual modelo de estabilización de sus  distintas variantes ,  y en ese escenario le quita sentido histórico al golpe genocida y su continuidad por otros medios, por vía de la democracia formal, reducida al voto cada tanto. 

Desde la operación política-ideológica que el poder burgués monto en 1983 hasta hoy, quienes gestionan el poder estatal desde el discurso político, alertan contra todo intento de transformación radical tildándolo de totalitario, terrorista o del siglo pasado. La idea de otra sociedad, desde el relato unánime de los gerentes políticos de los intereses en conjunto de la burguesía, se ha convertido en algo casi imposible de pensar. Lo posible   es la adaptación al mundo en que vivimos o en el mejor de los casos, el anhelo de retorno al contrato social como el mejor futuro posible.            

Estar en un bando, como lo estaba gran parte de la sociedad, que sufrió el golpe genocida, es exhibir y sentir la camiseta del explotado y oprimido, luchando por constituirnos en clase política por vía del cambio social y la abolición de la dominación burguesa, es decir, la ruptura con lo dado

La fobia al programa socialista y su corolario, la legitimación del conservadurismo, solo busca establecer falsa conciencia, alegando que, fuera de la democracia liberal sólo se encuentran variantes totalitarias Sin embargo   a diario, la política burguesa cuando se siente amenazada, sale de su propia legalidad, y cometen las mayores aberraciones sobre el género humano, como lo es la muerte sistemática y por controlado goteo, de nuestros jóvenes de las barriadas populares. El sufragio universal, ahora invocado para descalificar a las demás formas de intervención colectiva (como las huelgas, los cortes de rutas, los piquetes) se ha vuelto el eje estratégico de toda acción política, en esa su punzante pedagogía de la sumisión.

La conciencia revolucionaria de la clase trabajadora, a cuya conformación debemos concentrar nuestros esfuerzos cotidianos, es la convicción de que las quejas sólo pueden ser satisfechas por la abolición transformadora de las instituciones existentes y por el establecimiento de otra organización social.  Contra todo lo alguna vez pensado y alentado, no surge de manera espontánea, y sin una movilización política y una efervescencia intelectual previas y en eso se inscribe, la militancia portadora y gestora del programa revolucionario.

 Es hora de agregar a la conmemoración nuestra cuota consciente de lucha. El enemigo de entonces y de hoy, es la burguesía y su Estado. La democracia parlamentaria con la que hoy se viste, no es un orden superador de las contradicciones de aquella dictadura que se cobró la vida de nuestros compañeros

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