Novedades
{"ticker_effect":"slide-v","autoplay":"true","speed":3000,"font_style":"normal"}

Nuevo Curso

MADRES

Hay muchas convenciones sociales en torno de la condición específica de madre. En general todos corren en octubre a buscar un regalo, aunque sea el más humilde o buscan alguna forma de confortar a esa mujer.  En particular, me ha tocado estar en relación de hijo, de compañero de las madres de mis hijos, y ver a mi hija parir y asumir esa condición desde hace ya un tiempo bastante. En todas hay un sacrificio importante. Una suerte de mandato sin escribano de poner lo que hay que poder, aunque el tema desde el inicio haya venido de “culo” como se suele decir.

Sin embargo, en mi caso hay un día muy particular no celebrado en vida pero reconocido desde el día uno, que es para la madre que ha tenido que padecer el calvario de pasar por uno de sus hijos desaparecido.

Desde la experiencia vivida, pude ver a una mujer dispuesta a dárselas con la vida y fajarse con el más pintado para lograr revertir esa condición insoportable del hijo que no vuelve, del que no se sabe nada y a la vez se lo busca por donde fuere. Supe por mi experiencia de aquella maestra a la que un  día , pasados más de 20 años desde la desaparición de su padre , una portera le golpeó la puerta del aula y le indicó que un señor mayor preguntaba con ella, y en el tiempo en que demoro en llegar a la sala de preceptores, el hombre ya no estaba allí. Desde ahí en más pensó siempre en que era su padre. No pudo más con la obsesión hasta que cinco años después el equipo de antropología forense le confirmó que los huesos encontrados en una fosa común al norte de Santa Fe correspondían al que había sido su parte.

Es que la desaparición tiene eso que sádicamente enarbolaba Videla, no está, ni muerto ni vivo, “simplemente no está”. En mi caso al tiempo de la inicial desaparición cesó ese calvario para dar curso a otro de igual tenor que es reconocer que su hijo estaba en situación de encierro en el infierno no metafórico.

Todo esto lo transitó mi madre por años , su cabello se puso blanco sin pañuelo, su sonrisa se borró, sus ojos verdes se apagaron en la claridad y como si fuera un atardecer le acompañaron así, aunque su hijo un buen y tardío día , recuperó la  libertad. Creo que en el oscuro entendimiento de no ver lo que puede suceder tras los muros donde los cautivos son cautivos, sin importar por qué se esta allí, en ese escenario dantesco que implica toda cárcel, gran parte de nuestros compañeros trabajadores  y ni qué hablar de la pequeño burguesía que recitan a menudo el que “se pudran en la cárcel” ignora el vía crucis, del interno y de quienes lo aman entrañablemente desde fuera y se animan a cruzar esos muros, cuando se le permite y bajo todo los vejámenes , sobre todo sobre la condición de mujer .

Ví a mi madre armar con religiosidad ritual, paquetes de mercaderías, hacer comidas, de “esas que me pide el nene y se que a él le gustan”, que nunca llegaron o algunas pocas veces, sí. Todo bajo el espeso manto tenebroso de ese lugar llamado “requisa”, o el espectáculo propio del nuevo-realismo de esperar un mes para poderse ver y que los locutorios no permitan oir, quedando solo apoyar esa mano en el vidrio para que del otro lado, otra mano hiciera lo propio, casi como rememorando aquella incubadora , porque “el nene”  nació sietemesino.

Creo que si se piensa en ese lugar de mujer-madre , pateada en su más intimo sentimiento , cuando le tocan al crío, que desata en un escenario poco factible de imaginar , una hembra herida, que a la vez es dulce y capaz de metamorfosearse en una luchadora de la vida, que enseña con el ejemplo y aprende con los golpes. Siempre pensó en que coser para afuera, hacer un vestido para otro, dejaba ver sus capacidades y destrezas, nunca imaginó que sería la mejor abogada penalista sin título ni estudios, pero con toda la destreza que da la experiencia ineludible de verle el rostro al monstruo carcelario.

Ella no estuvo en las rondas, pero rondó por todo lo imaginado, porque además le quedaban otro cuatro críos por criar a los que la vida desde aquel 1976 , tampoco los trataba con cariño, y andaban con la sospecha de los demás , como prenda de vestir permanente. Todos aprendimos entonces de esa maestra de la vida, precisamente que la existencia no es humana si no es parte de una lucha que nunca termina.

Hoy es 30 de abril, hace ya mucho tiempo que muchas de ellas ya no están físicamente, ella también, pero es este el momento de reconocer en una y en todas a las más grandes luchadoras de nuestra historia. Porque no se prepararon para eso, lo “heredaron “ de sus hijos y lo hicieron como siempre, mejor que ellos.

Daniel Papalardo