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LA ONTOLOGÍA DE LA VIOLENCIA y NUESTRAS TAREAS NECESARIAS PARA SU SUPERACIÓN

En la producción social de su vida, los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales (…) Al llegar a una fase determinada de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. (prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, de 1859)

Este texto se compadece y guarda relación, con lo que luego sostiene el propio Marx en el primer tomo de El capital, afirmando que: «La violencia es la partera de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva

Ambos textos de conjuntos dejan una premisa, es decir, una proposición inicial de un argumento necesario para la comprensión de la situación de la lucha de clases en nuestro tiempo, a partir de la cuales es posible llegar a una conclusión, que en este caso no es otra que tener en la representación abstracta de lo que en realidad es una revolución, entendiéndola como la fuerza necesaria del «parto de la historia»

La violencia revolucionaria vista de esa manera, y no recitada como discurso mecánico y formalista es parte integrante de las relaciones sociales basadas en la explotación del hombre por el hombre. Es decir, el hecho en sí de la fuerza, la coacción física y simbólica no es un abstracto sino un componente cotidiano de la relación capital-fuerza de trabajo base de sustentación del propio orden social capitalista, en tanto remite a una relación de explotación sostenida por la necesidad ineludible de la mayoría de la población de ofrecer su fuerza de trabajo a quienes son propietarios de medios de producción y la servidumbre amo -esclavo asalariado que ella conlleva.

Hablar en este contexto , de manera aislada y parcelada de violencia  en las relaciones intersubjetiva de toda especie donde se reproduce una situación de poder fáctico concentrada en uno de los extremos del vínculo y propender a su superación por vía de la forma jurídica y las derivadas de la aplicación en particular del Derecho Penal, es un camino que conduce a un callejón sin salida por omitir la premisa fundante a la que alude Marx al referirse al papel de la violencia en la existencia social y ocultar que esas situaciones que se denuncian como abusos u acosos individuales, solo dejará de serlo hasta que la humanidad deje atrás la sociedad burguesa, es decir la sociedad de clases basada en la relación capital-trabajo, derecho de propiedad privada y fetichismo de mercado.

Es decir, no hay superación de los comportamientos violentos sino como resultado de la superación revolucionaria del orden social capitalista, en tanto el escalón más alto de las sociedades fundadas sobre la dominación de clase.

El capitalismo es hoy una suerte de versión siglo XXI de los rituales de Moloc que se practicaban en Canaán como se denomina en la biblia a de una región de Asia Occidental y la burguesía una suerte de seguidor fanático de ese ídolo pagano al que le ofrecen sacrificios de niños, creyendo que los bebés eran los favoritos de éste.

De esta manera el posicionamiento frente al fenómeno violento no es neutral, sino que tiene en su génesis un posicionamiento ideológico de clase. Sólo cuando una gran revolución social se apropie las conquistas de la época burguesa, el mercado mundial y las modernas fuerzas productivas, despojándolas de su condición de fruto del sometimiento humano sometiéndolas al control común de los trabajadores, sólo entonces el existir humano habrá dejado de conformarse en escenarios de barbarie y miseria cultural.

En ese orden de ideas, es pertinente traer a consideración que, en su Crítica del Programa de Gotha de 1875, Marx habla de «un largo y doloroso alumbramiento» de la nueva sociedad y luego explica: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”.

La necesidad de esta fase dictatorial no está condicionada por las formas concretas que asuma la dominación burguesa, sino que las abarca a todas, incluyendo a la democracia. Para Marx, la «república democrática» no es el fin de un camino de lucha emancipatoria del hombre ni implica ninguna panacea, que imponga su necesaria e ineludible defensa tal como se plantea hoy en la decadencia de esa misma forma de gobierno, sino simplemente la «última forma de Estado de la sociedad burguesa, donde se va a ventilar definitivamente por la fuerza de las armas la lucha de clases» (Glosas marginales al programa de Gotha parte IV)

  Por fuera de ello, cabe decir que aún si se abandona este desarrollo que pone en práctica el método dialéctico y se asume por hipótesis las premisas de Aristóteles y sus seguidores dentro de la lógica formal,  en cuanto a lo que implica un cambio es posible decir también con ellos ,  que todo lo que podemos, ha acabado por enfrentarse con lo que somos y eso en sí mismo es una situación de violencia por el choque entre lo que nos imaginamos y proyectamos y los informes que emergen en sentido inverso desde lo real y material.

En ambos posicionamientos epistemológicos , violencia se asocia con cambio, sea este dialéctico o un pasaje de la potencia al acto, pero en  todos los casos significa una posibilidad del devenir y nunca una situación excepcional que por sus alcances puede ser autorizada dentro del discurso formal que supone la sanción de una ley por un poder del Estado burgués afirmando que es específicamente este ,el sujeto legitimado para el ejercicio concreto de la coacción o la fuerza física sobre el individuo, configurando así, el momento concreto del límite a la libertad, que se instaura por ese mecanismo  como libertad negativa.

La violencia, en tanto espacio del existir, contrario a todo raciocino y cálculo estratégico, supone una acción u omisión violenta sobre otro, proviene de la espontaneidad, de la afirmación de la condición subjetiva de uno de los términos de las relaciones sociales que se protagonizan y, en algunas ocasiones, de la defensa frente al libre ejercicio de la diferencia que puede pretender imponer el otro.

Vista desde esta perspectiva la violencia, se constituye por intervención directa de la forma jurídica como “la más flagrante manifestación de poder burgués y es en sí la expresión directa de la sociedad de clase que impone la explotación del hombre por el hombre.

 El ciclo pernicioso entre poder y violencia, entre los mecanismos de distribución propios de las instituciones políticas y los instrumentos que supone la dominación existente, no deja ver el aspecto subjetivo del fenómeno en el plano de conciencia

Ese espacio de ocultamiento es por el que más se trajina desde los instrumentos ideológicos de la institucionalidad burguesa, y se pone de manifiesto exhibiendo   el consentimiento social a esa forma de operar por vía de su naturalización.

Este último elemento, es decir, la naturalización del empleo de la acción violenta como mecanismo de expresión y resolución de conflictos, determina que la violencia en última instancia se constituya como método en sí, como herramienta necesaria para el orden y buenas condiciones de convivencia opresiva, que exige la reproducción del interés de la burguesía de conjunto a explotados y oprimidos.

Lo que hasta hoy se ha logrado por la cultura dominante, es construir el sentido común sobre el fenómeno violento a partir de la convicción generalizada de que toda organización supone obediencia a los superiores y a las leyes del país, aun cuando a diario el reformismo se afane por denunciar ante los propios órganos del Estado un sinnúmero de casos donde los grupos burgueses dominantes escapan a toda idea de control punitivo y sus consecuentes definiciones delictivas.

Esto se percibe y es explicado desde la criminología como discurso de ley y orden que se traduce en los hechos por la equiparación de dos opuestos absolutos: el consentimiento y la obediencia.

 En otras palabras, el miedo como sustento de la acción, no puede ser nunca considerado una acción libre y consentida, siendo la obediencia el resultado de lo inverso, es decir, del sometimiento de clase con base en la primaria relación capital-trabajo.

Visto así el fenómeno, a través de la descripción de sus elementos y su funcionalidad, es necesario que la propaganda militante sobre la vanguardia haga prevalecer la necesidad de imponer a la desobediencia como paradigma negador de la afirmación de la obediencia que actúa la burguesía por sus leyes y el aparato represivo del Estado por vía del monopolio de la violencia y la hegemonía sobre los medios constructores cotidianos de discursos que naturalizan la opresión.

La desobediencia implica simple negación de lo que se ordena por el poder burgués como primer momento de la necesaria superación de ese choque de contrarios que se afirman a la vez a sí mismos. La naturaleza de esa ofensa consiste en la renuncia a la subordinación, lo cual constituye una recaída a la condición de guerra, comúnmente llamada rebelión; y quienes así ofenden no sufren como súbditos, sino como enemigos, ya que la rebelión no es sino guerra renovada que impone como posibilidad el pasaje a la acción revolucionaria concreta, extremo que está absolutamente ausente en la propaganda de las organizaciones políticas que se expresan en nuestra sociedad encorsetadas en el cretinismo parlamentario .

La obediencia civil constituye una manifestación exterior, de apoyo y asentimiento colectivo frente aquel poder gubernamental, organizado e institucionalizado que no necesita justificación sino más bien legitimación; en ese tenor la violencia puede ser justificado por una norma legal, pero nunca verdaderamente legitimado. El punto máximo de esta peligrosa tendencia ocurre cuando la violencia no abdica, cuando ha destruido todo poder ejerciendo un completo control e imponiendo la vigilancia represiva y el castigo, como forma única de gobierno.

Lejos de conducir al mejoramiento de las condiciones de existencia social, la destrucción capitalista ha agravado las condiciones de vida de la clase trabajadora y la población económicamente sobrante. En este contexto la comprensión de que los verdaderos avances hay que medirlos en relación a las necesidades y el bienestar de la humanidad. Lo que no depende de “revoluciones” meramente “técnicas”, sino de que se abra paso una perspectiva de emancipación social frente a la creciente barbarie que se vive día a día.

La revolución como destino que define la construcción del camino al socialismo por vía del poder obrero  y su violencia necesaria es una premisa en la acción agitativa de la militancia y un paradigma propagandístico,  a partir de tensiones significativas entre gobernantes y gobernados ocurrida en contextos de gran desigualdad social como el que nos encontramos con una fase de avanzada ofensiva del poder burgués sobre la vanguardia de la clase trabajadora  y desplazados de la economía formal en lucha por sus condiciones mínimas de existencia.

Es necesario poner en todo debate o discusión con perspectivas de alguna acción militante por la vanguardia hacia las masas de la clase trabajadora en sí la premisa según la cual, una revolución y su violencia de clase congénita, es capaz de menoscabar el principio del gobierno vigente sustituyéndolo por otro de naturaleza contraria que supere la situación de barbarie y miseria por un nuevo orden social basado en el principio de colaboración como rector de relaciones humanas justas , por vía de una transición de dictadura proletaria y programa socialista.

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