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CLASES SOCIALES . LA POLITICA DE LOS TRABAJADORES Y EL  ESTADO

Desde el momento en que se hizo pública una Carta a Joseph Weydemeyer, fechada 5 de marzo de 1852 enviada por Carlos Marx, pudimos tomar comprensión certera que éste no hizo propio el mérito de haber señalado la existencia de clases en las relaciones intersubjetivas que se dan en la sociedad moderna y la objetiva situación de conflicto permanente que opera entre las mismas.  En ese sentido explicó, que ya mucho antes otros historiadores lo habían advertido.

La primera frase del capítulo I del Manifiesto, que lleva el título: “Burgueses y proletarios” dice que: “La Historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la Historia de las luchas de clases”. Con esto se indicó un estatuto fundacional del materialismo filosófico, y al hacerlo se instaló esa premisa con el carácter de ley histórica , ya que se está afirmando entre otras cosas, un señalamiento que sí es fundacional conforme al cual, se manifiesta que la producción intelectual de ideas y conceptos y de las aportaciones que alcanzan el grado de conocimiento por su acercamiento certero a lo que históricamente puede reputarse como verdadero se nutre de un cambio permanente junto a la materialidad concreta de la existencia y los fenómenos sociales objetivos que en ella se verifican y constatan. Así las cosas, y podría decirse desde 1848 en adelante, cualquier pretensión analítica relativa a un fenómeno social, exige la referencia prioritaria del período de lucha de clases y el estadio especifico desde donde se aborda y se extraen conclusiones respecto de ese fenómeno.

Dicho de otro modo, las categorías que emergen del análisis de lo dado y desde lo dado en la realidad, sufren una variación en sus elementos integrantes de la que solo es posible dar cuenta a partir de la aceptación de la existencia de clases sociales y la especificación del tipo de confrontación conflictiva que se establece entre las mismas.

Son estos elementos estructurales del problema del conocimiento en el hombre que Marx sí deja planteados novedosamente, los que llevaron a Sartre en la década del 60 del siglo pasado a precisar de modo taxativo en su libro “Crítica de la razón dialéctica” que el marxismo es la filosofía insuperable de nuestra época, en tanto su lógica interna, su inteligibilidad, su racionalidad, son los ejes nodales de la crítica, como escenario específico de la filosofía práctica.

Sartre sostiene profundizando el concepto

que no hay más que una filosofía “viva” por época histórica. A partir de este correlato entre historia y filosofía, Sartre divide a la filosofía moderna en tres etapas: una etapa

inicial representada por las filoso fías de Descartes y de Locke, una segunda cuyos mayores exponentes son Kant y Hegel y una tercera que continúa siendo vigente por la diferencia específica que estable en su realización a partir de la determinación de las clases sociales en un momento histórico determinado, que es la de Marx.

La diferencia la marca, y esto explica que Marx aclare que él no descubrió la existencia de clases, sino que su aporte gira en relación al énfasis que pone en la fusión y no en la negación entre sí de las legalidades o generalizaciones abstractas que pueden emerger del uso de la lógica dialéctica como método y la centralidad en lo realmente sucedido en términos históricos, según la expresión y la eternidad del fenómeno social en examen.

El punto de partida es siempre el fenómeno social históricamente desplegado, y a él y desde él, le sigue la observación de sus regularidades que permiten extraer generalizaciones o legalidades y con arreglo a ellas inferir tendencias que operan al interior del fenómeno y que nutren su emergencia exterior y le dan entidad, aunque a la vez lo someten a ulteriores desarrollos posibles a futuro que solo pueden ser materia de hipótesis de trabajo y en ningún caso de certezas fijas y acabadas.

En ese sentido y como lo señala Flabián Nievas en su texto “Lucha de clases. Una perspectiva teórica-epistemológica”, al que acudimos en este desarrollo, cuando se entienden los fenómenos como variables, los conceptos que son su reflejo en la mente son igualmente variables e impiden definiciones rígidas. En sentido inverso, la entidad de los conceptos relativos a un fenómeno social solo adquiere justificación y entidad dentro de un determinado momento histórico marcado por un específico estadio de la lucha de clases.

En definitiva, cuando sostenemos la vigencia metodológica del análisis de un fenómeno social en contexto histórico a partir de las clases sociales, estamos dotando a la vez, al conflicto entre ellas, de la virtualidad esencial de motorizar las tendencias hacia la variación de ese mismo fenómeno.

Por ese motivo, debe quedar en claro, que cuando se emplea la categoría analítica lucha de clases y se señala además las legalidades de sus efectos constatables en el mismo fenómeno social por sus tendencias concurrentes y en desarrollo permanente, estamos haciendo referencia a una dialéctica que se presenta como puja  entre grupos de sujetos agrupados, enclasados, según su relación respecto del capital, de la propiedad de instituciones que, en el campo económico-político, tienen la capacidad de generar valor económico y de revalorizarlo constantemente, haciéndolo  por vía de una escala distributiva, desigual, intermitente y a través de otras instituciones .

  En ese sentido, Julio Martínez Cava, indica que El “Género Humano” del que habla la Internacional en su letra española, es un género biológico, pero no político. La “Humanidad” está separada en clases sociales, en sexos, en religiones, en idiomas y, también, en Estados, los cuales tienen su propia idiosincrasia histórica, su propio discurrir, sus propios planes y programas siempre políticos. Y en ellos se produce la dialéctica de clases, que en buena parte se desarrolla sobre todo a escala intraestatal si se tiene presente la globalización capitalista y la verificación histórica de su último estadio, el imperialismo.

Dicho, en otros términos, la categoría clase social y su verificación histórica como conflicto social entre las existentes dentro de un orden social, es la que permite comprender y actuar con sentido político en referencia a la noción de Estado, en base a la exterioridad que le da la forma jurídica por vía de la sanción del texto legal superior que le da su particular Constitución. En nuestro tiempo, la referencia a las clases sociales tiene relevancia específica a la hora de dar cuenta del conflicto social que se desarrolla dentro del orden capitalista y relacionar su existencia con las grandes desigualdades económicas y políticas en el siglo XXI.

No obstante el persistente trabajo ideológico que despliega el poder burgués sobre las relaciones sociales , permite que se sostenga sin mayor comprobación, que existen ciertos niveles de movilidad social que habilitan a algunos a desconocer la categoría “clase social “ sostener  que ella se niega por la posibilidad del  ascenso social sensiblemente ligado a la propaganda productivista y a su consecuencia ideológica en lo que se da en llamar meritocracia , que en definitiva no es otra cosa que una exacerbación intencionada por los propósitos burgueses de reproducir el orden social capitalista y sus presuntas capacidades para el progreso, que son desmentidas por los datos sensibles de la propia existencia en situaciones generalizadas de pobreza y miseria.

En ese entramado ideológico de negar la existencia objetiva de clases sociales , se apela también a  dar cuenta en el desarrollo avanzado del capital de una suerte de clase media, donde se depositarían contingentes de personas no pasible de ser contenidos por la construcción del manifiesto en burgueses y proletarios a los que además desde el puro dato empírico y sin mayor fundamentación , se le adjudican virtudes como grupo alegando que ese colectivo agrupa  “ gente sana” o  con base en la moral, “buena gente” criterio este último que emerge con frecuencia en el discurso de quienes se ocupan hoy de la gestión de gobierno desde la institucionalidad estatal del poder.

Las relaciones de clase vienen definidas doblemente, por un lado, como relaciones de dominación –es decir, relaciones en las que una de las partes tiene la capacidad para interferir arbitrariamente sobre el curso de acción de la otra parte poniendo en peligro su independencia material y, por otro lado, como relaciones de explotación –esto es, que esa dominación depende además del esfuerzo de trabajo del dominado mantenidas entre sujetos con capacidad de control de las fuerzas productivas y sujetos desposeídos de ésta. No son un tipo específico de relaciones de poder dentro del capitalismo, son, más bien, constitutivas de este, es decir, son precisamente lo que hacen que el capitalismo sea tal como es y como es la forma jurídica del Estado

El entramado jurídico, es tan fundamental en el orden social capitalista como la desposesión del valor creado por el trabajador. El espacio específico del derecho es el que en plano formal y por el principio abstracto de igualdad ante la ley el que en plano de las apariencias,  borra las diferencias que emergen del contraste objetivo entre las clases sociales permitiendo  a una de ellas, apropiarse privadamente del excedente colectivo mediante mecanismos económicos e impersonales .

En esa ficción jurídica en la que todos somos libres e iguales las líneas que demarcan las clases se vuelven difusas, permiten especular con los méritos individuales y el ascenso social , haciendo además que  la explotación se torna más sutil y alcance signos de naturalización por consenso en el plano consciente de las personas.

No obstante, ello, esta forma de explotación encubierta es sólo una cara de la moneda, porque el capitalismo siempre se ha servido de la desposesión de recursos para seguir incrementando su apetito voraz de beneficios y para solventar sus crisis

El error  que pretendemos advertir en la militancia política que encarna la lucha contra la gestión de gobierno que tiene raíces en el esquema superestructural de dar a la democracia formal emergente de la república según el orden constitucional preestablecido el carácter de orden natural de las cosas y el espacio único y deseado del desarrollo de la existencia , ha sido precisamente eludir el empleo metodológico de la legalidad social e histórica de la categoría analítica” clase social y su proyección en lucha de clases” , tratando en sentido inverso  de otorgar primacía política y explicativa a una noción de clase social definida solo en el aquí y ahora, en términos estructurales y puramente económicos expresada en meras posiciones de las personas,  en las relaciones productivas, tratando de anular la inexcusable dimensión subjetiva que toda relación de explotación implica y lleva consigo.

  La situación objetiva en las relaciones de producción debe ligarse necesariamente con una dimensión política que acude a la construcción específica de un determinado nivel de conciencia que se tiene respecto de las consecuencias relacionales que esa situación en la producción tiene para su existencia en tanto esa dimensión es la que le permite, reconoce la capacidad de los individuos para evaluar moralmente y responder individual o colectivamente a su dominación.

Por eso la presencia de los trabajadores como clase explotada, debe proyectarse por la propaganda socialista militante hacia la construcción de una política de clase que los contenga y los constituya en sujetos fundantes de un nuevo orden social mediante el poder obrero

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