Es un dato constatable por simple observación, que más allá del acercamiento que se pueda tener con un conflicto convivencial determinado, la noticia de éste supera las barreras que podrían evitar su divulgación, más aún si se trata de un “hogar especial” como lo es la residencia presidencial de Olivos.
En este caso la condición de los actores del conflicto que luego se ha amplificado respecto de actitudes personales de vida del que fue el presidente de la nación hasta fines del año pasado , deja ver un elemento del fenómeno que es la expresa manifestación de lo que implica una sociedad de vigilancia para con el ser humano sometido a estas condiciones en las que ningún espacio de su existir no es factible de comprobación probatoria por tercero y el dominio – uso de imágenes y grabaciones que exceden a quienes las protagonizan de manera particular.
Lo curioso es que luego de la intromisión tecnológica, luego del uso de un “aparato visual y auditivo” generalizado e impertinente, lo que se escucha es un discurso de alto contenido inquisidor dotado de conclusiones morales que ubica al conjunto social en el lugar de una víctimización producida para expiar a quien demuestra las profundas raíces de la descomposición de las relaciones sociales que se protagonizan en esta sociedad de clases .
La sociedad de vigilancia y castigo punitivo, es en sí misma el vehículo de nuestro siglo para facilitar y aportar elementos probatorios a la hora en que la situación social requiere por sus quiebres y conflictos sociales que no encuentran solución una víctima propiciatoria de la expiación del conjunto por vía del castigo de un individuo o un grupo. No presenciamos en estos días más que las aristas particulares de un fenómeno de transferencia de culpabilidad, montado en la objetividad de una posible situación de objetivas conductas con implicancia en el resultado de acciones violentas con fundamento en el género.
Pese a esto, y sin dejar de poner énfasis en la acción violenta, queremos poner de resalto este mecanismo de concentración de culpas en un sujeto emergente para buscar por esta vía terminar con lo que él es o representa para la sociedad.
En este caso el problema se hace complejo en la medida en que el mecanismo expiatorio impone como mensaje que es la muerte de lo que el sujeto políticamente representa lo que se requiere como tratamiento ineludible. Hay que lapidar simbólicamente al ex presidente por vía de la amenaza punitiva, para terminar en términos reales con la representación política que este ostentaba al ser electo como tal y transitar todo el período de su mandato.
Esto último que señalamos, es lo que explica que se haya decidido avanzar sobre los comportamientos como sujeto, que el ex presidente tuvo mientras desarrollaba su mandato y analizar las relaciones intersubjetivas que era capaz de construir , en particular en escenarios excepcionales de la existencia como lo fue la pandemia, extremo que ya había sido desarrollarse al difundirse en su momento, fotografías que documentaban reuniones sociales cuando ese mandatario había impuesto su prohibición.
Todos estos factores , que son exógenos a la cuestión de genero en sí y al uso de la violencia física, discursiva o simbólica en ese contexto , amedrentando y menoscabando la libertad de determinación de otra persona , llevan a las consecuencias de esta operación política ligada a la denuncia de tal comportamiento a transitar el plano de la moral , con fuerte tendencia a la búsqueda de la imposición de una moral de clase , sostenida en la absoluta hipocresía del discurso de los perseguidores y victimarios que son ajenos a la víctima en sí.
Ese estar en boca de unos y otros, cualquiera fuera la vía de comunicación, traduce en lo inmediato el espacio de la opinión y con ello más de una alternativa de posible conocimiento sobre el suceso.
Sin embargo, frente a episodios de violencia, con implicancias de afectación de la libre determinación de una persona como el que tiene difusión expandida en estos tiempos, luce con carácter de común denominador, la mirada criminalizante , con el consabido corolario de un discurso moralizador justificante del ellos y nosotros, base consolidada del discurso del odio al otro.
El aspecto problemático de este posicionamiento viene dado por su matriz ideológica. Detrás der esta manera de ver los sucesos avanzan las motos de alta cilindrada con tipos de negro , cascos , chalecos, armas largas, coincidentemente anónimos, que con habilitación normativa se convierten en una suerte de caballería de la decencia. También están las combis de la “policía científica”, las cintas que precintan los espacios vitales del horror y el atropello generalizado de barriadas enteras, desde donde nacen también presurosos “vengadores privatizados”, posmodernos cultivadores del ojo por ojo, siempre que el ojo no sea el nuestro y mucho menos el de los sujetos sociales que se valen del poder del Estado para llevarnos a la miseria y luego aporrearnos.
Sin embargo lo central es el conclusional discurso moral que sienta entendimiento generalizado en un sentido común de clase que define el bien y el mal con matrices de dominación subjetiva a partir de una estructura de libertad negativa basada en la tesis según la cual: mi derecho empieza y termina en el del otro y el famoso respeto mutuo.
Lo cierto es que no puede haber respeto mutuo si cada uno visualiza su libertad como una suerte de espacio apropiado en el que el otro no tiene ingreso so pena de castigo por intromisión, en tanto en esa lógica , el diverso, en distinto es un objeto sobre el cual actuó o me interconecto solo en base a la satisfacción utilitarista de mis necesidades.
Dicho en otros términos, si el discurso moralista binario propio de la definición contingente de lo bueno y lo malo según la utilidad se consolidas sobre la premisa, bueno es lo que me hace bien como sujeto y malo lo que perjudica mis intereses, entraremos irremediablemente en el terreno de que lo bueno para mi es necesariamente malo para alguien y con ello en la relativización absoluta de lo que se interpreta como un valor social.
Al tratar los asuntos de la moral, la discusión ha puesto de manifiesto, sobre todo, que si se rebaja el movimiento social a una simple manipulación de las masas humanas con vistas a alcanzar tales o cuales objetivos del poder, y si la política se convierte en una técnica social que se apoya en la ciencia del mecanismo de las fuerzas económicas, el sentido humano se aparta de la esencia misma del movimiento para establecerse en otra esfera que trasciende a este movimiento: el campo de la ética.
Desde el momento en que se considera la realidad histórica como el campo de una estricta causalidad y de un determinismo unívoco en el que los productos de la práctica humana, en forma de factor económico, poseen más razón que los propios hombres e impulsan la historia por una necesidad fatal o una ley de hierro hacia una determinada finalidad, de inmediato chocamos con el problema de saber cómo debe armonizarse esa ineluctabilidad con la actividad humana y con el sentido de la acción humana en general.
La dialéctica materialista postula la unidad de lo que pertenece a las clases y a toda la humanidad por la teoría y, sobre todo, por la práctica del marxismo. Pero el proceso histórico real se cumple de manera que esta unidad está, ora en vías de constitución mediante la totalización de las antinomias, ora, al contrario, en vías de desagregación en polos aislados y opuestos.
Si se aísla lo que pertenece a las clases con relación a lo que pertenece a toda la humanidad, se concluye en el sectarismo y en la deformación burocrática del socialismo en un solo estado que engendró el estalismo , en el aislamiento de lo que pertenece a toda la humanidad con respecto a lo que pertenece a las clases; se desemboca en el oportunismo y en la deformación reformista de la posibilidad de progreso existencial dentro de las relaciones sociales capitalistas.
En un caso, la desunión produce un amoralismo brutal; en el otro, un moralismo impotente. En aquél, implica una deformación burocrática de la realidad; en éste, la capitulación frente a una realidad deformada.
Naturalmente existe una diferencia entre la realización de la unidad dialéctica de lo que pertenece a las clases y a toda la humanidad en el pensamiento y la realización de la unidad en la vida real. Pero la relación entre la teoría y la práctica es, en este caso, una relación entre las tareas reconocidas como posibilidades del progreso humano y la posibilidad, capacidad e ineluctabilidad de su solución.
Como la dialéctica no revela las contradicciones de la realidad humana para capitular frente a ellas y considerarlas como antinomias en las que el individuo ha de ser eternamente aplastado, y como tampoco es una falsa totalización que deja al porvenir la solución de las contradicciones, el problema central que se plantea es el de la conexión entre la conciencia de las contradicciones y la posibilidad de resolver éstas.
Pero mientras la práctica sea considerada como un practicismo, como una manipulación de los hombres o una simple relación técnica con la naturaleza, el problema seguirá siendo insoluble, porque una práctica alienada y divinizada no es una totalización y vivificación y, en este sentido, la creación histórica de una bella totalidad en el porvenir, sino una atomización y una mortificación que produce, de manera necesaria, las antinomias fijadas de la utilidad y la autenticidad, de los medios y los fines, de la verdad del individuo y las exigencias del conjunto, etc.
El joven trabajador, que no se paraliza ni queda perplejo frente a este cuadro de situación que sin embargo tiene su propio desarrollo, pero que le penetra y le excede a la vez, en la medida en que su determinación de lucha no esté ligada a un programa político y la construcción de una organización que canalice ese hacer hacia otro orden social diverso de una sociedad de clases, tiene sin embargo, conjuntamente con el programa un ejemplo de vida antagónico en lo que aprecia de la política burguesa que es la presencia de Ernesto Guevara.
Es precisamente el compromiso de la palabra en los hechos y la prevalencia de los actos humanos en praxis social sobre los discursos del personal político de cualquier sector de la burguesía, lo que marca la sensible diferencia y el camino hacia la construcción del hombre nuevo. Si algo queda en claro para los trabajadores en sí de todo este manoseado suceso es que quién condujo los destinos de sus intereses no hizo, ni hace lo que dijo o dice. Ahí esta el grueso diferencial cualitativo entre ellos, empleados de la explotación y opresión que la burguesía descarga en los trabajadores y los militantes socialistas revolucionarios nacidos de esas relaciones inhumanas.
Un modelo de sociedad autosuficiente, donde los valores éticos predominen sobre los mercantiles, y donde el bien común sea el valor por excelencia es el contenido del programa socialista y el objetivo de la inspiración radical de la militancia obrera y su política autónoma organizada desde la construcción de su partido de clase
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