Novedades
{"ticker_effect":"slide-v","autoplay":"true","speed":3000,"font_style":"normal"}

Nuevo Curso

Lágrimas de cocodrilo. Escribir y coloreal la Miseria. Moral y Pobreza

Como suele suceder las usinas periodísticas, y los aparatos políticos se posicionan sobre las periódicas cifras de pobreza e indigencia que se publican en Argentina, para emitir juicios de reprobación de lo dado, desde una perspectiva básicamente moral, aludiendo a la imposibilidad de aceptación y naturalización de esta situación.

Lágrimas de cocodrilos brotan de iglesias, grupos de la izquierda del orden burgués adjudicándose representación política de los humillados y ofendidos por estos efectos de la reproducción social del capital en crisis.

Desde otro extremo y también con principios morales en la vidriera, empresarios “nacionales” y burgueses oportunistas de todo pelaje se rasgan sus vestiduras implorando se tomen medidas, ocultando obviamente que de adoptarse alguna no tendría que afectar sus beneméritos intereses que nada tienen que ver con las carencias de las mayorías.

Toda esa hojarasca tiene una trastienda común a quienes operan en la emergencia de la cosa pública, que no es otra que la construcción de lo moral como espacio de análisis de una cuestión de carencia material y cultural como resulta de la condición concreta de pobreza. La expresión más exaltada de esta operación esta dada por la llamada “opción por los pobres”, que implica en sí, tamizada por valores morales, la permanencia de pobres en la sociedad toda vez que la opción dejaría de ser tal si se eliminara la pobreza. Dicho de otra manera. El problema no es que haya pobres, sino que los pobres sean “dignos” como si ambos términos pudieran ser compatibles.

En su sentido más general, la moralidad piensa que sus principios son imparciales y de validez universal y que el seguirlos dará a nuestras acciones una justificación que va más allá de los intereses en conflicto de individuos y grupos particulares.

esto no es tan así en tanto exista una sociedad de clases

 Por eso, el engaño ideológico de la moralidad es la forma en que hace pasar intereses particulares de clase como intereses universales.

la stalinización del marxismo, logró imágenes que contrarían esta premisa afirmando la existencia de una supuesta “moral marxista”. El aparente planteo de la cuestión es que, la superación del sistema capitalista, mediante la construcción de un nuevo orden socialista, supone que, en tal nuevo orden, necesariamente debería corresponderse con una nueva moral que lograra desplazar a la moral capitalista.

En este sentido puede leerse en Engels un pasaje del Anti-Dühring  en el que el autor, contrasta las moralidades ideológicas de la sociedad de clases con una «moralidad humana real del futuro».

Esto choca por contraste con el Manifiesto Comunista, que afirma la tesis según la cual la revolución comunista «abolirá toda moralidad en vez de fundarla de nuevo». atendiendo

Sin embargo, el marxismo condena el capitalismo por explotar a la clase trabajadora y condena a la mayoría de la gente a llevar una vida alienada e insatisfecha.

Sin embargo, planteado así el problema no hace más que reducirlo y esquematizarlo, porque existen además una larga lista de ejemplos que dejan al descubierto los distintos sentidos y comprensiones del problema

Lo importante es tener en claro que, por ser esencialmente materialista, el programa marxista no descuida el espíritu del hombre y los alcances de los fenómenos intersubjetivos que la burguesía ideológicamente ubica en el campo de lo que llama moral, lo que resulta evidente a partir de la propia crítica que expresa respecto del carácter generalizado y abstracto de esos planteos.

Lo significativo cuando se utilizan en los textos expresiones como la ya citada “«moralidad humana real del futuro», es que ella alude a la necesaria e imperativa abolición de la sociedad de clases, en tanto es la supresión de las clases sociales la que posibilita que las personas se relacionen entre sí simplemente como seres humanos en un encuentro común en un orden social marcado por parámetros ajenos a una sociedad de producción generalizada de mercancías. Por ello, es la sociedad sin clases la que en realidad consuma por su específica estructura el espacio objetivo final de lo que se cataloga como deber ser y no la pretensión falsa de universalidad abstracta idealizada propia de las ideologías de clase que impone la clase dominante sobre explotados y oprimidos.

En definitiva, dentro del orden social capitalista, estamos prisioneros de la sociedad de clases y de sus conflictos inevitables. Está claro que por esa misma conflictividad social objetiva deviene carente de todo sustento material que existan «verdades eternas» sobre el hombre y el sentido de sus actos a las que este tomado como categoría abstracta deba ajustarse.

El papel desempeñado por las concepciones morales según los caracteres de lo moral vertidos por la clase dominante excluye por su propia significación, la existencia de una “moral marxista

El sistema de la vida ética según lo propugna la generalización ideológica que implica la moral gestada desde las relaciones capitalista y el aparato institucional del Estado, se concretiza y se corresponde con  un sistema de derechos, deberes y justicia que realiza el bien universal o común por lo que la ética individual termina construyéndose como un momento de ese entramado de dominación ideológico frente al cual el trabajador se enajena articulando ese extrañamiento a partir de la fetichización de la ley.

La falsedad acecha siempre que nos empeñamos en separar los hechos de las construcciones intelectuales que les interpretan, es decir deslindar al mundo de nuestro pensar acerca de él. Separar como lo hace la cultura dominante, es lo que permite hablar del hombre en abstracto, sin cuerpo ni existencia concreta, como una entelequia asocial o de los valores como aspiraciones desencarnadas de los vínculos intersubjetivos y los haceres.  

Por esto, es que las objeciones constantes que Marx deja traducir en toda la impugnación del orden burgués capitalista se trazan en la búsqueda estratégica de hacer ver de qué modo específico las conductas expresan valores, y no de juzgar si los valores son adecuados o no a esas conductas.

 De ahí resulta que el comunismo no puede ser presentado como una utopía, es decir como un conjunto de valores deseables existentes en ningún lugar, sino como la expresión objetiva de un nuevo orden social sin clases sociales. La degradación de la construcción del socialismo, asimilando ideológicamente el orden estalinista con esa tarea histórica de la clase trabajadora recorre esta alteración ideológica de presentar como cierto lo que carece de toda realidad.

 Se trata de mostrar de qué modo los individuos comprenden el mundo y en esa comprensión, al mismo tiempo lo transforman de modo necesario. Se trata de partir de la construcción estratégica de que nadie brega por un orden social nuevo que no habita en sus deseos y en su búsqueda de emancipación. Si la emancipación proletaria no es la tarea de los trabajadores, la lucha política por el socialismo se desvanece en su asimilación con la simple protesta economicista contra el orden burgués que proclama el reformismo.

De este modo, es que se perfila la unidad de hechos y valores con la idea de praxis que es ajena a toda tentativa de otorgar autonomía a las construcciones teóricas, de orden moral y por carácter traslativo a la forma jurídica que la plasma con cuerpo de ley a la que se le rinde culto como fetiche normalizador.

“Es en la práctica donde la vanguardia trabajadora militante y la clase hacia la cual dirige sus acciones donde tiene que demostrar la verdad de su programa político por una nueva sociedad y un nuevo hombre. Es decir, la realidad y el poderío, la terrenidad de su pensamiento tiene que tomar cuerpo propagandístico y una agitación permanente siempre referida al objetivo final de la emancipación de toda opresión y explotación desde un orden de convivencia carente de clases sociales.

En ese mismo orden de ideas, es vital comprender, enseñar pacientemente, propagandizar desde los hechos y la propia existencia cotidiana, que las nociones morales o jurídicas en tanto categorías abstractas y genéricas, no pueden determinar efectivamente las actitudes y las conductas de los hombres al margen de las relaciones de producción que estructuran el orden social de clases que configura el capitalismo.

El comunismo representa sobre todo una transformación decisiva de la naturaleza humana, que inaugura una relación nueva con la naturaleza a la par que emerge y construye en permanencia, una nueva comprensión del sentido limitado de esta última que implica su necesario resguardo vital.

Un orden social sin clases, ni ley de valor que avanza hacia la desaparición de la forma jurídica propiedad por la pura lógica del existir comunitario implica la metamorfosis total del ser humano que genera en todas sus esferas de actuación, su conciencia y sus relaciones con el mundo natural o social.

De esta manera es prioritario que, en cada invocación a la lucha, en cada exaltación de la ocupación de calles para manifestarse por situaciones concretas no se pierda de vista y resulte prioritario que esa accidentalidad se engarza con una totalidad emancipadora. El poder obrero, el socialismo, las organizaciones de la clase trabajadora no puede ser reducido a una propuesta global de orden moral o de corrección jurídica. Es el espacio existencial donde las abstracciones de la moral burguesa se diluyen en la sociedad misma que no actúa por prevalencias categóricas idealizadas sino por las propias determinantes naturales de lo existente.

Cuando se habla en sentido amplio de una moral comunista, no se apela a una categoría del entendimiento filosófico, ni a un nuevo decálogo potencial simplemente negador de la cultura burguesa. El comunismo es la acción práctica del espacio individual de lo ético, nunca disociado del sujeto. El único imperativo militante y “comunista” es avanzar hacia la construcción del poder obrero y el socialismo.

La burguesía ejerce la dictadura de su clase, es decir, la dominación sobre la clase obrera. Siendo ello así, si la burguesía domina, no es sola mente en virtud de su aparato represivo, sino porque una parte considerable del pueblo continua adscripto a esta separación de valores y hechos por rutas separadas de su comprensión de lo real y a la búsqueda del beneficio individual y el goce personal con lo que se reproduce el sistema de vida que nace de las relaciones sociales de producción capitalista.

Aquí es donde entronca la cuestión planteada por el CHE con su propaganda política orientada a la construcción del Hombre Nuevo, que hoy los cultores de la frustración y el uso de velas humanas para ir donde sopla el viento desconocen e intentan ridiculizar con el espejo de la experiencia cubana.

Quienes desde la propia Cuba se sienten defraudados por esa predica guevarista no mensuran que el paso del tiempo pone en acto su imperativo en relación a la esencia internacional del socialismo como nuevo orden mundial y la imposibilidad del desarrollo de esa tarea en un solo estado.

El trabajo asalariado es explotado por el capitalista. La de la generación de la plusvalía por el trabajo, y su apropiación por el capital, implica entonces en sí misma una crítica inmanente al modo de producción capitalista desde su propia estructura derivada de la propia lógica de un orden social donde “lo moral” es que haya intercambio de equivalentes.

Si seguimos con el menú de paradigmas del régimen democrático burgués, es fácil advertir que Igualdad de oportunidades, libertad, desarrollo pleno de las capacidades humanas, no son principios traídos desde otro mundo, sino surgidos del seno del mundo ideológico generado por la burguesía y tienen estricta relación para la reproducción de la relación primaria capital-trabaja portadora de la explotación humana negación concreta de toda posibilidad de una existencia libre

Si el sistema capitalista genera una creciente polarización social; si cada vez más la riqueza se concentra en algunas manos, la abolición de este orden no requiere de la moralización burguesa del trabajador sino de la eliminación de la relación capital -trabajo, el derecho que la posibilita y el Estado que la institucionaliza

Esta cuestión no puede tomarse como una mera aspiración de perfección individual según fue malversada sino como la comprensión individual y colectiva de la necesidad por todos los medios del socialismo como eslabón necesario para viabilizar lo moral con lo existencial en una sociedad sin clases generadora de una nueva versión de lo humano con dignidad, ajena de toda experiencia relacional que implique explotación y opresión entre los seres humanos.

 Es significativo que la joven vanguardia de trabajadores tenga presente en sus luchas , que más allá de un veto a una ley o el contenido concreto de una paritaria , los trabajadores no podrán instalar su poder obrero, su dictadura democrática si en sus prácticas y sus haceres no se instala el componente necesario del socialismo como nuevo orden social emancipatorio de toda explotación y opresión, en camino a la desaparición del Estado y el derecho  El comunismo es el  espacio de unidad de lo humano y la dignificación de lo existente y ese es el único contenido ético aspiracional en la tarea emancipatoria de los trabajadores .

Ninguna norma moral ni ningún conjunto de normas morales o jurídicas podían producir una transformación del sentido de la existencia con prevalencia de las relaciones intersubjetivas dignas y liberadoras. En este sentido, la idea de hallar un punto de paso intermedio entre el fatalismo histórico y la pretensión de desafiar moralmente a la realidad.

 Dicho en otros términos, la vanguardia de trabajadores, organizados políticamente en su partido para direccionar su política de clase autónoma de todo vínculo con cualquier expresión de la burguesía en ese sentido,  necesita rechazar toda pretensión ideológica que pretenda incluirla  entre aquellos que reducen la historia a un conjunto de hechos no susceptibles de control humano, y también despreciar toda iniciativa que implique admitir de manera inconsciente o deliberada ser alineado en la larga serie de reformadores sociales que creyeron posible modificar las circunstancias sociales e históricas mediante el ímpetu de la voluntad moral o el afán por la justicia.

Nuevo Curso