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Nuevo Curso

 DÓLAR, DEVALUACIÓN Y POBREZA

NUEVO CURSO

L a alteración del tipo de cambio y la devaluación, implica un golpe significativo sobre la economía individual de cada trabajador y su familia, por la incidencia que tiene respecto del salario real. La escasez relativa de dólares presiona su valor al alza, por lo que su relación de cambio con el peso cambia: se necesitan más pesos por dólar. La sociedad fue acostumbrándose a este fenómeno en las últimas décadas y, al intentar cubrirse de la devaluación comprando dólares, la retroalimenta.

Es así que, con una devaluación, el dólar oficial y los derroteros que expone el mercado paralelo de la divisa estadounidense con relación a nuestra moneda, la mayoría de los precios de la economía seguirán y se fijarán aludiendo al incremento del dólar. Sin embargo, los salarios quedarían igual o al menos atrasados en su reajuste con esa variable. 

Por lo dicho, se hace visible una consecuencia necesaria de la devaluación:  la reducción violenta de los salarios reales. Al escenario de pobreza y miseria que deviene de esta situación, son computables otros significantes que exceden al marco puramente económico.

En este último espacio de reflexión creemos necesario focalizar una cuestión que es importante tener presente cuando alarmados por la falta de respuesta política adecuada, se propugna una línea de alianzas sociales, supuestamente para dotar de fuerza a la protesta. En particular lo que pretendemos destacar es el comportamiento de los sectores medios en nuestra sociedad. Ese conjunto heterogéneo por definición en tanto no responde a un solo factor de identificación, si se unifica coyunturalmente por el significativo individualismo de sus componentes y su correlativa aversión por las “salidas colectivas o comunitarias”, que se traduce en la usencia de un proyecto de conjunto para la comunidad en su totalidad.

Ese individualismo es el que le lleva a optar por recostarse en el dólar como moneda, para mantener el valor adquisitivo de sus ahorros. Esto implica incremento de la demanda de esa moneda, que lleva a su escasez y al incremento de las posibilidades de corridas en relación al dólar en mercado negro.

Dicho en otra forma, aun cuando el volumen de compra de dólares no resulte significativo en término de los mercados de divisas, los sectores medios de nuestra sociedad, no hacen otra cosa que traducir una dosis de exacerbado individualismo que no mide las consecuencias de esas actitudes. En otros términos, estamos frente a un colectivo humano que corre tras las operaciones económico-mediáticas que proponen los grupos concentrados del capital financiero, y termina legitimándolas por consenso conductual.

Detrás de esta fenómeno queda la clase trabajadora de conjunto, que aun cuando algún grupo de asalariados, también acuda a ese comportamiento, termina por ver que se escapa de sus manos la posibilidad de acceder a las sumas de dinero necesario para cubrir la canasta familiar.

En definitiva, los sectores medios que se refugian presurosos en la compra de dólares en el mercado informal, ejercen conscientemente o no, una presión objetiva y significativa para que lentamente se vaya construyendo un escenario económico-social donde se hace dificultoso establecer el precio de las mercancías y se constate un incremento continuo de esa variable.

Este fenómeno de violencia social indirecta que desarrolla la burguesía y sus instrumentos de poder, termina por proyectar escenarios o territorios propensos para la ampliación de la tendencia a la ampliación de la economía delictiva y sus particulares empresas del delito.

Con lo dicho el contradictorio discurso hegemónico oculta que sus acciones destinadas a permitir la reproducción del capital vernáculo por uso de la herramienta devaluatoria, indirectamente produce una afectación del valor seguridad, tantas veces invocado para gestionar la incidencia cada vez mayor de las acciones represivas y violentas de las agencias estatales sobre los sectores sociales desplazados de la economía formal.

Si los trabajadores perciben por sus salarios en pesos y deben adquirir los productos de la canasta familiar en precios establecidos por referencia al incremento de la moneda extranjera, quedan atrapados en una acción básicamente opresiva facilitadora de la explotación, que se traduce en la implementación de un orden jurídico de mayor significación represiva.

     Viendo el problema desde una perspectiva histórica, es advertible que nuestra sociedad desarrolla un prolongado proceso de redistribución negativa de la riqueza, que puede ubicarse en el año 1975, con en el Rodrigazón.

 Con altos y bajos, ese proceso denuncia un enfrenamiento de clases en donde los trabajadores se desempeñan en la faz defensiva buscando detener el deterioro creciente de las condiciones materiales de existencia, reflejado en el porcentaje cada vez más alto de población sobrante en donde se incluyen identidades heterogéneas que participan del factor común pobreza, exclusión y de su complementaria miseria cultural.

   También resulta indubitable que la acumulación de la miseria es una condición necesaria que se corresponde con la acumulación de la riqueza en gran medida apropiada mediante el uso de los mecanismos devaluatorios descriptos.

En estos días la incidencia de la pobreza alcanza aproximadamente a más de 18 millones de personas y en ese conglomerado el porcentaje de niños y niñas pobres alcanzaría el 62.9%.

Las cifras pueden ser más o menos precisas, pero lo cierto es que vivimos una sensación de vacío en nuestra existencia real y con nuestro entorno colectivo, al punto de perder entidad como pueblo. Ese cambio específico ha dejado vacuo el otrora explotado sentimiento de patria, y en paralelo, ha consolidado como negación dialéctica el «sálvese quien pueda», que incluso se expresa hoy en el comportamiento social indiferente e individualista de los sectores medios que proyectan su identificación espejándose en los sectores concentrados de la burguesía, más que en la clase trabajadora

Hoy el fenómeno   deja ver como cada uno se adapta dentro de la especie, para que el darwinismo social capitalista no se lo devore.

Nuestra objetiva actualidad marca que el rasgo estructural es la pobreza y la naturalización de los episodios de violencia, a tal punto que, ni lentos ni perezosos, los intelectuales orgánicos de la clase dominante se apresuraron a llenar de humo ideológico la cuestión para que no se pueda ver esa totalidad degradada del capital. Así sacaron al mercado la violencia fraccionada por criterios arbitrarios, llámese violencia social, de género, intrafamiliar, institucional, psíquica, material, entre otras.

 Con la diversificación arbitraria se vendieron en paralelo los operadores «especialistas» para atenderlas. De ese modo emergieron los discursos y los dispositivos culturales dominantes de presunto «abordaje», que en definitiva facilitaron su reproducción por el método preciso del ocultamiento de su causa primaria, radicada en el propio modelo capitalista.

Pobreza, desigualdad, sobredimensionamiento del aparato represivo y niveles de control social estatal son los síntomas que permiten testear este virus, sin siquiera necesitar elementos de precisión en esa tarea. El carácter de esta crisis capitalista, radicaliza las manifestaciones culturales del fenómeno y se expresa en el miedo a caer en el abismo del desempleo. Su reflejo invertido es el enojo por no poder existir en ese medio de otra manera, a los que se le suman la arrogancia y el desprecio hacia los que cayeron o quedaron en el camino.

En definitiva, con los setenta en la memoria, y aún con el relato necesario para quien lo quiera oír, queda claro que la violencia y las rejas son propias del capitalismo y sus mecanismos ideológicos de reproducción, en el contexto de un importante nivel de descomposición como modelo social, que lucha por perdurar cueste lo que cueste.

La violencia no se reduce a inconductas individuales, selectivamente captadas por el derecho penal. Es un problema colectivo, que no encuentra sus casusas en leyes o rasgos patológicos del carácter. Se relaciona, en última instancia, con factores estructurales y situaciones crecientes de desigualdad que reclaman a gritos su superación dialéctica por otra forma de sociedad, otro modo de existir y otros espacios reparadores de una humanidad fisurada