La académica argentina María Esther Burgos es autora de un trabajo sobre la teoría del Invierno Nuclear, que fue desarrollada en la década de 1980 y adquiere hoy estremecedora actualidad.
Dice Burgos que la explosión de una bomba y los consecuentes incendios eyectan a la estratósfera toneladas de polvo y hollín. Si se detonara parte del arsenal existente, el planeta quedaría parcialmente privado de la luz solar.En el crudo y prolongado Invierno Nuclear «se interrumpiría la fotosíntesis y se congelarían los ríos, lo que acabaría con la vida de muchas plantas y animales». Según su intensidad, hasta «podría eliminar la totalidad de la vida en la Tierra». En consecuencia, una guerra nuclear no tendría ganadores, con decenas de millones de muertes inmediatas en la zona de guerra y centenares de millones en todo el planeta por radiación, deshidratación, enfriamiento, inanición, y el colapso de la organización social. (Horacio Verbisky. El cohete a la luna )
Durante años, el colectivo militante y el conjunto ideológico que hoy se autodenomina “la izquierda” ha visto de manera dogmática e ideológica al conflicto social y sus mutaciones desde un posicionamiento concreto que directa o encubiertamente, se coloca por fuera de la situación de las relaciones intersubjetivas que se gestan desde la sociedad civil en su desenvolvimiento y se enuncian en consecuencias diversos diagnósticos todos los cuales operan bajo la creencia compartida de seguir los cuerpos conceptuales que se producen desde la universidad y los postulados docentes que no varian en señalar que “la revolución es un sueño eterno”
Cuando se acude a la propaganda profusa del carácter trascendente de la Universidad frente a cualquier acción del gobierno de turno sobre su institucionalidad , el lugar dado por propios y extraños al lugar que debe darse a ese complejo entramado productor de ideas , no se hace otra cosa que denunciar esa dependencia mecánica respecto de ella, por ser el refugio que tomó el marxismo teórico en nuestras tierras tras la caída del muro de Berlín y quedar abierta por ese suceso emblemático la pregunta por el camino del poder y el rol de refugio no obligado a dar un posicionamiento a ese problema político que tomaron los claustros .
Tomando por esa ruta, las vacunas contra la realidad que se deja fuera de sus puertas, es considerar a todo elemento sensible que refleje a su interior indicios de la realidad de miseria acuciante de los colectivos humanos desplazados de la producción formal, en situación de desempleo estructural o del propio trabajo, es considerar a quienes dan cuenta de ellos y demandan una respuesta en el terreno práctico del poder , como ultraizquierdistas o vulgares interpretes mecanicistas del marxismo que se quedaron en otro espacio de tiempo, o como diría Homero Espósito , “promesas vanas de un amor que se escaparon en el viento”.
Sin embargo desde ese catálogo de dispositivos ideológicos despreciado con denuedo , aparece hoy con claridad desde una vuelta a la lectura de Lenin y su precisa afirmación sobre aquello que es esencial, el capitalismo esta en su forma superior en forma tal que su superación dialéctica requiere un salto cualitativo o la barbarie misma en un espacio de tiempo que demande esa resolución entre guerras y revoluciones sociales.
«Los socialistas han condenado siempre las guerras entre los pueblos como algo bárbaro y feroz. Pero nuestra actitud ante la guerra es distinta, por principio, de la que asumen los pacifistas burgueses (partidarios y propagandistas de la paz) y los anarquistas. Nos distinguimos de los primeros en que comprendemos el lazo inevitable que une las guerras con la lucha de clases en el interior del país, y en que comprendemos que no se puede suprimir las guerras sin suprimir antes las clases y sin instaurar el socialismo; también en que reconocemos plenamente la legitimidad, el carácter progresista y la ne cesidad de las guerras civiles, es decir, de las guerras de la clase oprimida contra la clase opresora, de los esclavos contra los esclavistas, de los campesinos siervos contra los terratenientes y de los obreros asalariados contra la burguesía. Nosotros, los marxistas, diferimos tanto de los pacifistas como de los anarquistas en que reconocemos la necesidad de estudiar históricamente (desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx) cada guerra en particular. La historia ha conocido muchas guerras que, pese a los horrores, las ferocidades, las calamidades y los sufrimientos que toda guerra acarrea inevitablemente, fueron progresistas, es decir, útiles para el progreso de la humanidad, contribuyendo a destruir instituciones particularmente nocivas y reaccionarias (como, por ejemplo, la autocracia o la servidumbre), y las formas más bárbaras del despotismo en Europa (la turca y la rusa). Por esta razón, hay que examinar las peculiaridades históricas de la guerra actual…….Casi todo el mundo reconoce que la guerra actual es una guerra imperialista, pero en la mayor parte de los casos se tergiversa esta idea, ya sea aplicándola a una de las partes o bien dando a entender que, pese a todo, esta guerra podría tener un carácter burgués progresista, de liberación nacional. El imperialismo es la fase superior del desarrollo del capitalismo, fase a la que sólo ha llegado en el siglo XX. El capitalismo comenzó a sentirse limitado dentro del marco de los viejos Estados nacionales, sin la formación de los cuales no habría podido derrocar al feudalismo. El capitalismo ha llevado la concentración a tal punto, que ramas enteras de la industria se encuentran en manos de asociaciones patronales, trust, corporaciones de capitalistas multimillonarios, y casi todo el globo terrestre esta repartido entre estos «potentados del capital», bien en forma de colonias o bien envolviendo a los países extranjeros en las tupidas redes de la explotación financiera. La libertad de comercio y la libre competencia han sido sustituidas por la tendencia al monopolio, a la conquista de tierras para realizar en ellas inversiones de capital y lle varse sus materias primas, etc. De liberador de naciones, como lo fue en su lucha contra el feudalismo, el capitalismo se ha convertido, en su fase imperialista, en el más grande opresor de naciones. El capitalismo, progresista en otros tiempos, se ha vuelto reaccionario; ha desarrollado las fuerzas productivas a tal extremo, que a la humanidad no le queda otro camino que pasar al socialismo, o bien sufrir durante años, e incluso durante decenios, la lucha armada de las «grandes» potencias por el mantenimiento artificial del capitalismo mediante las colonias, los monopolios, los privilegios y todo género de la opresión nacional.» (Lenin. El socialismo y la guerra)
La guerra de 1914 es la más colosal caída en la historia de un sistema económico destruido por sus propias contradicciones internas…..Todas las fuerzas históricas cuya labor ha sido guiar a la sociedad burguesa, hablar en su nombre y explotar, han declarado su bancarrota histórica en esta guerra. Esas fuerzas defendían el sistema capitalista como un sistema de civilización humana, y la catástrofe surgida de este sistema es principalmente su catástrofe. (León Trotsky La guerra y la internacional)
La tarea frente a la situación planteada no es prender velas ni rogar por la suspensión de estas acciones a través de decisiones de los propios capitalistas inmiscuidos en las causas de la barbarie. La organización autónoma, clasista y socialista de los trabajadores, que comienza en nuestro propio país y se proyecta al plano internacional es el camino de nuestras tareas políticas. No hay espacio posible para la defensa normativa del orden jurídico internacinal que revela su impotencia con captura a genocidas que no pueden operarse y que los belicistas de todo el mundo repudian. El camino es la revolución permanente por el cese de la guerra y el camino al socialismo como nuevo orden mundial internacional
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