Cuando el stalinismo disfrazado de “nuevas ideas” y escondido dentro de la representación simbólica de una “caja de herramientas” merodea como observador y comentarista de la realidad, apunta a dejar cimiento de que cuanto sucede en el desarrollo de los fenómenos sociales, debe siempre redundar en una confirmación de una tesis abstracta que ideológicamente esta preconstituida para la ocasión que así lo amerite.
Ocurre entonces, que se convoca a una marcha, como resultante de una asamblea realizada en un parque y como en ella participan cuadros del FITU o de Política Obrera u otros satelitaes , la propaganda que emerge es, el transicionalismo, piedra angular de la acción política del trotskismo Mostrar la hilacha. El cáncer del transicionalismo y la marcha de las disidencias sexuales”
Esta idea de sacar agua en la arena del desierto, tan propia de perseguidores y no de constructores del cambio social, es una peregrina mercancía de propaganda que tiene tiempo de agotamiento en la medida en que el intento de construcción de la IV internacional , en razón de los asesinatos a sus líderes y la segunda guerra mundial no llegó a plasmarse y quienes se hicieron de los restos de esa tentativa no siguieron el método marxista refugiándose ante la presión internacional en tácticas y estrategias tributarias del reformismo y el estalinismo que a la inversa salió reforzado de la guerra, pese a las traiciones y derrotas revolucionarias que produjo en momentos previos y durante la propia guerra, ganada por el esfuerzo prioritario de los trabajadores y trabajadores de lo que por entonces quedaba como residuo de una revolución traicionada .
De tal manera, apelar a la expresión “trotskismo” y trasladarla mecánicamente sobre los haceres del FITU y Pólitica Obrera omite dar cuenta del derrotero del intento de construcción de la cuarta internacional y de los grupos ideológicos a quienes tributan esas organizaciones , que nada tienen que ver con los desarrollos de Trotsky entregando su vida en defensa del marxismo desde el exilio.
La prueba de esta afirmación esta en la propia carta de Natalia Sedova, renunciando a lo que por ese entonces se había adueñado de la denominación Cuarta Internacional y los puntuales señalamientos que la compañera de Trotsky les señalaba para la toma de esa decisión.
En el mismo orden de ideas y en cierto sentido apremiado por los momentos específicos en donde fue escrito, el documento firmado por Mario Roberto Santucho explicando porque el prt se retira de uno de los grupos emergentes de la post guerra, declarando su vocación de continuidad para la IV internacional, dijo esencialmente lo siguiente:
La histórica tarea de mantener vivo el internacionalismo leninista, de conservar y desarrollar la teoría y la práctica de la revolución permanente, hubo de ser asumida en las condiciones de predominio absoluto del stalinismo, por pequeños círculos de intelectuales revolucionarios cuya marginación real de la vanguardia proletaria y de las masas -pese a importantes esfuerzos por penetrar en ellas- impidió su proletarización y otorgó un carácter pequeño-burgués al movimiento trotskysta. Esta realidad determinó que el opone de la IV Internacional al movimiento revolucionario mundial se limitara al nada despreciable de custodio de aspectos esenciales del marxismo-leninismo abandonados y pisoteados por el stalinismo, y lejos de jugar un rol práctico revolucionario de importancia, cayera en numerosas oportunidades en puntos de vista reformistas, ultraizquierdistas e incluso, sirviera de refugio a toda clase de aventureros contrarrevolucionarios, consecuencia y, a su vez, causa de la marginación de la que habláramos». (Porque nos separamos de la IV internacional . Agosto de 1973)
Por tal razón el apelativo a “el trotskismo” o “los trotskistas” es un operativo ideológico de formación de falsa conciencia, pues cuanto puedan hacer o no hacer estos grupos a los que se menciona, no remite mecánicamente a Trotsky, ni tampoco los textos coyunturales del revolucionario, son asimilable a los bíblicos.
Mas allá de esto, cuando el propio Trotsky se ocupa de hacer aclaraciones al respecto, sin duda merece ser oído. En ese sentido es pertinente reparar en este texto
“Desde el año 1904, me había mantenido al margen de las dos fracciones socialdemócratas. En la revolución del 5 al 7, trabajé identificado con los bolcheviques. Durante los años de la reacción, defendí en la prensa marxista internacional contra los mencheviques los métodos de la revolución, aunque sin perder las esperanzas de que los mencheviques se orientasen en un sentido izquierdista, y, animado por esta esperanza, hube de hacer una serie de tentativas en torno a la fusión. Hasta que no estalló la guerra no me convencí definitivamente de que aquellos esfuerzos eran inútiles. En Nueva York escribí en los primeros días del mes de marzo una serie de artículos dedicados a estudiar las fuerzas de clase y las perspectivas de la revolución rusa. Por aquellos días, Lenin enviaba de Ginebra a Petrogrado sus «Cartas desde lejos». Aquellas dos series de artículos, escritas desde dos puntos separadas por el Océano, coinciden en el análisis y en el pronóstico. Las fórmulas fundamentales a que llegábamos-posición ante la clase campesina, ante la burguesía, ante el gobierno provisional, ante la guerra, ante la revolución internacional-eran las mismas. He aquí cómo, sobre la piedra de toque de la historia, se contrastaba el «trotskismo» con el «leninismo», y el contraste realizábase bajo condiciones químicamente puras. Yo no podía conocer la posición adoptada por Lenin, sino que partía de mis supuestos propios y de mi propia experiencia revolucionaria. Y, no obstante, acusaba las mismas perspectivas y la misma línea estratégica que él.
¿Es que en aquellos tiempos la cosa era ya tan clara, que la conclusión hubiera de ser igual para todos? No, ni mucho menos. La posición de Lenin fué, durante todo aquel tiempo-hasta el día 4 de abril de 1917, en que llegó a Petrogrado-una posición personal y exclusiva. A ninguno de los directivos del partido residentes en Rusia-ni a uno solo-se le había ocurrido antes poner proa a la dictadura del proletariado ni a la revolución social. La asamblea del partido en que, víspera de llegar Lenin, se reunieron unas cuantas docenas de bolcheviques, demostró que allí no había nadie que pasase de la democracia. No en vano se han mantenido secretas hasta hoy las actas de aquella asamblea. Stalin votó en ella por sostener al Gobierno provisional de Gutchkof y Miliukof y por la unión de los bolcheviques con los mencheviques. Una posición semejante, si no más oportunista todavía, adoptaron Rykof, Kamenef, Molotof, Tomsky, Kalinin y todos los demás caudillos y sotacaudillos de hoy. Jaroslavsky, Ordchonikidse, Petrovsky, actual presidente del Comité central ejecutivo ukraniano, y otros, en unión de los mencheviques, publicaban en Jakutsk durante la revolución de Febrero, un periódico titulado El Socialdemócrata, en que no, hacían más que desarrollar las banales doctrinas del oportunismo, provinciano. Dar hoy a la luz los artículos de aquel Socialdemócrata, redactados por Jaroslavsky, equivaldría a matarle intelectualmente, si a un hombre como a él pudiera causársele una muerte intelectual. ¡Tales son los hombres que hoy montan la guardia al «leninismo»! Ya sé yo que en diversos momentos de su vida, estos hombres se han hartado de andar detrás de Lenin, copiando sus palabras y sus gestos. Pero a comienzos de aquel año 1917, no tenían al maestro delante. La situación era difícil. Entonces precisamente era cuando había que demostrar si habían aprendido algo o no en la escuela de Lenin, y de qué eran capaces sin tenerle cerca. Que me digan el nombre de uno de los que figuran en sus filas, de uno solo, que hubiera sido capaz de acercarse siquiera por cuenta propia a aquella posición adoptada por Lenin en Ginebra o en Nueva York por mí. Difícil será que puedan hacerlo. La Pravda, de Petrogrado, dirigida por Stalin y Kamenef hasta la llegada de Lenin, quedará siempre como un documento probatorio de la limitación mental, la miopía y el oportunismo de aquellos hombres. Sin embargo, la masa del partido y la clase obrera en conjunto iban desplazándose, por la fuerza de las cosas, en la dirección acertada, que era la lucha por la conquista del Poder. No había otro camino, ni para el partido ni para el país,
Para defender en los años de la reacción la perspectiva de la revolución permanente, hacía falta tener una penetración teórica de que ellos no eran capaces. Para alzar, en el mes de marzo del año 1917, la consigna de la lucha por el Poder les hubiera bastado, acaso, con un poco de instinto político. Ni uno solo de los caudillos de hoy-ni uno siquiera-tuvo la penetración ni el instinto necesarios. Ni uno sólo fué capaz, en marzo de 1917, de remontarse, sobre la democracia de las izquierdas pequeñoburguesas. Ni uno siquiera pudo aprobar el examen de Historia.
Yo llegué a Petrogrado un mes después que Lenin, que fué cabalmente el tiempo que me retuvo Lloyd George en el Canadá. Cuando llegué, me encontré con que la situación, dentro del partido, había cambiado notablemente. Lenin apelaba a las masas contra sus lamentables conductores. Empezó a luchar sistemáticamente contra aquellos «viejos bolcheviques que-como escribió por aquellos días-no es la primera vez que desempeñan un triste papel en la historia de nuestro partido, repitiendo, venga o no a cuento, fórmulas aprendidas de memoria, en vez de molestarse en estudiar las características de la nueva realidad viviente». Kamenef y Rykof intentaron oponer resistencia. Stalin guardó silencio y se hizo a un lado. No hay un sólo artículo de aquella época en que Stalin intente siquiera analizar su política pasada y abrirse un camino hacia la posición adoptada por Lenin. Se limitó a callar. Había asomado demasiado la cabeza con sus desdichadas orientaciones en el primer mes de la revolución, y era mejor recatarse en la sombra. No alzó la voz ni puso la pluma sobre el papel en parte alguna para salir a la defensa de Lenin. Se hizo a un lado y esperó. En los meses de mayor responsabilidad, en que se preparó teórica y políticamente el asalto al Poder, Stalin no existió políticamente.
Cuando yo llegué a Rusia, había todavía muchas organizaciones socialdemocráticas en que marchaban unidos los bolcheviques y los mencheviques. Era la consecuencia lógica de la postura adoptada por Stalin, Kamenef y otros al comienzo de la revolución y durante la guerra. Aunque hay que reconocer que la posición Stalin durante la guerra no la conoce nadie, pues tampoco creyó oportuno dedicar una sola línea a esta cuestión, que parece bastante importante. Hoy, los manuales de los «Cominters» repartidos por el mundo entero-citaré los de la juventud comunista de Escandinavia y los «pioniers» de Australia-se hartan de repetir que, en agosto de 1912, Trotsky intentó unir a los bolcheviques con los mencheviques. En cambio, no dicen, que ya en marzo de 1917, Stalin propugnaba por la fusión de los bolcheviques con el partido de Zeretelli, y que hasta mediados del año 1917, Lenin no consiguió sacar de una vez al partido de aquella charca en que lo habían metido los caudillos provisionales de entonces y epígonos de hoy. El hecho de que ni uno solo de ellos, al estallar la revolución, supiera penetrar en su sentido ni comprender sus derroteros, quiere interpretarse hoy como, una gran profundidad dialéctica, para contrarrestar las herejías de los que tuvieron el atrevimiento de comprender el pasado y prevenir el futuro.
Recuerdo que poco después de llegar a San Petersburgo, le dije a Kamenef que yo estaba identificado en un todo con las famosas «tesis de abril» de Lenin, en que se marcaba la nueva orientación del partido, y Kamenef me contestó: «¡Naturalmente!» Antes de ingresar formalmente en el partido, hube de intervenir en la elaboración de los documentos más importantes del bolchevismo. Y a nadie se le ocurrió entonces preguntarme si me había desprendido del «trotskismo», como en el período de la decadencia y de los epígonos me habían de preguntar mil veces los Cachins, los Thälmanns y demás usufructuarios de la revolución de Octubre. Las únicas reclamaciones en que tal vez resaltase por entonces el contraste entre el «trotskismo» y el «leninismo» eran las que, durante el mes de abril, hacían los directivos del partido a Lenin acusándole de compartir mis ideas. Kamenef lo hacía de una manera abierta y obstinada. Los demás más veladamente y con mayor cautela. Docenas de «viejos bolcheviques» me dijeron, al llegar yo a Rusia: «Ahora está usted de enhorabuena.» No tuve más remedio que demostrarles que Lenin, no se había «pasado» a mi posición, sino que desarrollaba la suya propia y que la marcha de las cosas, sustituyendo el álgebra por la aritmética, arrojaba unidad de nuestras doctrinas, como era en efecto.
En aquellas primeras reuniones que tuvimos, y más aún después de las jornadas de Julio, Lenin, bajo aquella apariencia de tranquilidad y de sencillez «prosaica», daba la impresión de un hombre extraordinariamente concentrado y de enormes preocupaciones interiores. Por aquellos días, la kerensquiada parecía omnipotente. El bolcheviquismo era «un puñado de hombres que tendía a desaparecer». Al menos, así opinaba el Gobierno oficialmente. Nuestro partido ,no había cobrado aún la conciencia de sí mismo ni del porvenir que le estaba reservado. Y, sin embargo, Lenin lo conducía con paso firme hacia la gran batalla. Yo me enganché al trabajo y le ayudé desde el primer día.
Dos meses antes del alzamiento de Octubre, escribí: «Para nosotros, el internacionalismo no es una idea abstracta que no tenga más misión que ser violada siempre que la ocasión se presente (como lo es para Zeretelli o Tchernof), sino un principio directo orientador y profundamente práctico. Nosotros no concebimos que nuestro triunfo pueda ser seguro y definitivo sin la revolución europea.» A los nombres de Zeretelli y Tchernof no podía agregar todavía, por entonces, el de Stalin, el filósofo del «socialismo en un solo país». Mi artículo terminaba con las palabras siguientes: «¡La revolución permanente contra la permanente matanza! Tal es la lucha en que se debate el destino de la humanidad.» Este artículo apareció impreso el día 7 de septiembre, en el órgano central del partido, y fué editado luego en forma de folleto. ¿Por qué mis críticos de hoy callaron entonces ante mi consigna herética de la revolución permanente? ¿Dónde estaban? Unos, como Stalin, esperaban, mirando cautelosamente para todos lados; otros, como Zinovief, se habían metido debajo de la mesa. Pero hay otra pregunta que importa más que ésta: ¿Cómo es que Lenin se allanó tan tranquilamente a mi doctrina? En punto a la teoría, aquel hombre no conocía la indulgencia ni la transigencia. ¿Cómo, pues, toleró aquella prédica del «trotskismo» en el órgano central de la Prensa bolchevista?
El día 1.º de noviembre de 1917, en una sesión del Comité de Petrogrado-el acta de esta sesión, histórica por todos conceptos, se mantiene en secreto-, Lenin dijo que, desde que me había convencido de que era una quimera la unión con los mencheviques, «no había mejor bolchevique» que yo. Con esto, ponía bien a las claras, y no era la primera vez, que lo que nos había mantenido separados no era la teoría de la revolución permanente, sino otra cuestión secundaria, aunque importante también: la posición ante el menchevismo.
A los dos años de triunfar nuestro movimiento, Lenin, volviendo la vista atrás, escribía: «En el momento de conquistar el Poder e implantar la República de los Soviets, el bolchevismo supo atraerse a los mejores elementos entre los que figuraban en las corrientes del pensamiento socialista más afines a él.» ¿Puede caber ni una sombra de duda que Lenin, al acentuar aquello de las corrientes más afines al bolchevismo, quería referirse, muy en primer término, a lo que llaman ahora el «trotskismo histórico»? ¿Qué otra corriente había más afín al bolchevismo que la que yo representaba? ¿A quién si no quiso referirse? ¿Acaso a Marcel Cachin? ¿O a Thälmann? Para Lenin, en aquel momento en que tendía la vista sobre el pasado del partido, el «trotskismo» no podía ser una corriente hostil ni extraña, sino, por el contrario, la corriente del pensamiento socialista más afín a la representada por él.
Como vemos, el verdadero curso que siguieron las ideas no se parece en nada a esa caricatura falseada que se han sacado de la cabeza los epígonos, aprovechándose de la muerte de Lenin y de la ola de la reacción.
Por fuera de este texto específico ligado a un tiempo específico, ya sobre el final de su vida , Trotsky valoraba como su legado más importante a la posteridad la creación de la IV Internacional, porque era la forma organizativa y programática mediante la cual pasaba la antorcha a las generaciones futuras, antorcha que condensaba las experiencias de más de cien años de lucha del movimiento obrero internacional y, de manera particular, la experiencia de su generación, que hizo la Revolución Rusa de 1917.
El aporte al que referimos que culmina en un documento que tiene la pretensión de hacer nacer una nueva internacional, esta marcado más allá de los deseos de su autor, por el estigma de una época contrarrevolucionaria, marcada por los genocidios del fascismo, la guerra y el estalinismo.
Sin embargo, en ese documento, es donde los revolucionarios del siglo XXI pueden ocurrir para encontrar los más actual, lo más útil, del legado de León Trotsky, dejando en claro que al hacerlo, no por eso son trotskystas en el sentido peyorativo y anti Marx con el que el Stalinismo se vale de esa denominación.
En ese texto, se podrá encontrar una tesis, que los Stalinismos, populismos, reformismos y otros “ismos” reniegan, ocultando a la par sus históricos fracasos y las responsabilidades que les asisten en el hoy y en todo a cuanto tenemos que enfrentarnos.
Esa tesis indica que los requisitos previos objetivos para la revolución proletaria no sólo han madurado; empiezan a podrirse un poco. Sin una revolución socialista, y además en el período histórico inmediato, toda la civilización humana está amenazada por una catástrofe. Todo depende ahora del proletariado, es decir, principalmente de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la Humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria».
Nuestra sociedad, sigue hoy marcado por la crisis económica capitalista, el desempleo generalizado, el hambre de millones de seres humanos, la violencia social, la tendencia creciente a la pauperización de la clase trabajadora , el saqueo y destrucción sistemático de la naturaleza en búsqueda afanosa de la reproducción y acumulación capitalista.
Dicho esto, queda claro que lo que está más vigente que nunca, es que el capitalismo, en su crisis global, es incapaz de respetar los derechos democráticos, económicos y sociales más elementales de los pueblos del mundo. El derecho al trabajo, a un salario digno, a salud y educación, incluso cuanto se refiere a las diversidades, tal como lo demuestra la ofensiva verbal que lanza desde un foro internacional quien está a cargo de la gestión de gobierno del Estado burgués instalado en nuestro territorio. Esto y no otra cosa implica que el uso de las formas jurídicas por el Estado es funcional a las determinaciones de clase y a la dominación burguesa que hace que los pretendidos derechos habiliten ellos mismos a ser constantemente puestos en entre dicho, arrebatados o burlados por el sistema capitalista.
La lucha por la defensa de estos derechos está vigente, pero no a la manera de los socialdemócratas que los ubican en lo que llaman «programa mínimo» separado del «programa máximo», el socialismo, el cual dejan para un futuro indeterminado y del cual sólo hablan en las «arengas domingueras». Trotsky propone todo lo contrario, la defensa de las reivindicaciones económicas y democráticas debe estar asociada a la imperiosa necesidad de concretar la revolución socialista, porque es la única manera de preservarlos
De esta manera, cuanto sucede está lejos de el encorsetamiento en la crítica a las consignas transicionales y la adjudicación cancerígena de sus efectos sociales, en tanto quienes asisten a la movilización desde del FITU y satelitales, lo hacen como furgón de cola de la pequeño burguesía puesta a defender un paquete legal de su última gestión de gobierno , y con programa reformista de pretensión de respeto a lo ya legislado. Nada en la convocatoria apunta a una lógica transicional, sino que lo abstracto y la generalización ideológica es de su esencia , en ultima instancia contenida en el orden burgués. No puede haber puente si no hay abismo que sortear para los gestores de la marcha que viven en este orden social sin cuestionarlo.
El 1 de febrero el eje de la convocatoria no se emparenta con lucha por algo nuevo diverso de lo dado, sino por el contrario, defender lo dado al amparo de una legislación ya existente. Ese escenario, le resta al Stalinismo todo el espacio de oportunismo ideológico que pretende hacer valer con su inveterada crítica a Trotsky.
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