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REVOLUCIÓN Y LENGUAJE

La condición indispensable de todo pensamiento racionalmente correcto es la claridad y agudeza del lenguaje. El poder político que desenvuelve la burguesía de conjunto , apelando a diversas herramientas entre las que se cuenta la exacerbación de la diversidad para contradictoriamente proponer luego una inclusión formal ajena a las condiciones sociales de existencia.
En igual medida y dentro de esa complejidad , el aparato que gestiona los intereses de la burguesía , deja ver su propósito por medios objetivos y propaganda de lograr que los trabajadores y en particular lo que se conoce como población económicamente sobrante, no reciba la suficiente instrucción preparatoria acerca de los rudimentos de lectura y escritura, para no hablar de su formación literaria.

El lenguaje distorsionado y ofensivo , constituyen una manifestación significativa de la esclavitud, de la humillación y falta de respeto por la dignidad humana, tanto la propia como la de los demás que emerge con mayor intensidad en la medida en que el capitalismo da muestras objetivas de su barbarie y su ataque permanente contra los instrumentos culturales comunes y propios de la sociedad civil democrática emergente de la propia revolución política que dio sustento legitimado jurídicamente a ese modo de producción..

Vista la cuestión específicamente desde el plano del uso corriente y a veces exaltado del lenguaje blasfemo en nuestras clases socialmente inferiores es el resultado de la desesperación, la amargura y, sobre todo de la esclavitud sin esperanza ni evasión. En sentido inverso , idéntico empleo de la lengua en nuestras clases altas, los discursos reiterados y machacones que salen de las gargantas de los operadores políticos ,de los funcionarios del Estado y los colectivos que se sitúan como “comunicadores” por las llamadas redes sociales, medios de comunicación o aparato que se nutra de esa experiencia, aparece resultado del régimen clasista, del orgullo de los propietarios de los que se espejan subjetivamente en esa clase aunque objetivamente no lo son y del poder inconmovible del aparato estatal.

En este contexto de lo cotidiano un insulto se olvida rápidamente y casi se podría decir que se naturaliza por la habitualidad de su uso . Con ese comportamiento que no reconoce barreras se demuestra que no sólo se acepta la opresión social y la dominación de clases como un hecho que no requiere mayor explicación , sino que se obliga al conjunto a sufrir la humillación que ella implica.
De esta manera, por dos vías diversas pero coincidentes, del uso del lenguaje, de los explotadores , los funcionarios y los policías, grueso y rotundo; y el lenguaje blasfemo, hambriento, desesperado y atormentado de las masas se conforma una realidad despreciable , sin que una profunda tendencia superadora acuda a su negación por actos que se le opongan en el plano de la realidad.

Esta situación objetiva debe ligarse a la idea política que debe propagandizarse en la situación en que nos encontramos que no es otra que la de revolución, en la medida en que ella es primordialmente el camino para el despertar de la personalidad humana en el seno de las masas, en esas masas que supuestamente no poseen ninguna personalidad y a las que solo se las considera como objeto de control social y sujeto determinado al consumo de mercancías que le dominan de modo fetichista.
Pese a la crueldad ocasional y a la sanguinaria inexorabilidad de sus métodos, la revolución se caracteriza, inicialmente y, sobre todo, por un creciente respeto a la dignidad del individuo y por un interés cada vez mayor por los débiles.
Una revolución no es digna de llamarse tal si con todo el poder y todos los medios de que dispone no es capaz de ayudar a la mujer doble o triplemente esclavizada a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual. Una revolución no es digna de llamarse tal si no prodiga el mayor cuidado posible a los niños, la futura generación para cuyo beneficio precisamente se llevó a cabo la revolución. Pero, ¿cómo puede crearse una nueva vida basada en la consideración mutua, en el respeto a sí mismo, en la verdadera igualdad de las mujeres (quienes deben ser estimadas en el mismo grado que los hombres trabajadores), en el cuidado eficiente de los niños, en medio de una atmósfera envenenada por el rugiente, fragoroso y resonante lenguaje propio al que utilizan los amos y los esclavos, ese lenguaje que no perdona a nadie y que no se detiene ante nada? La lucha contra el “lenguaje que impone la clase dominante es un requisito esencial de la higiene mental, de la misma manera que la lucha contra la suciedad y las alimañas es un requisito de la higiene física.
Terminar radicalmente con el lenguaje injurioso no es cosa fácil si se tiene en cuenta que el desenfreno en el lenguaje tiene raíces psicológicas y es una consecuencia del escaso grado acceso a los valores de la cultura de corte civilizatorio en los bordes de la marginalidad social que impone el capitalismo. Los hábitos psicológicos, que se trasmiten de generación en generación y saturan todo el clima de la vida, son sumamente tenaces.
El problema es bastante complicado y no puede ser resuelto tan sólo por la instrucción escolar y los libros; las raíces de la desorganización y confusión están en las condiciones en que se vive. La psicología en última instancia está determinada por la vida. Pero dicha dependencia no es puramente automática y mecánica; se trata más bien de una activa y recíproca determinación. Por lo tanto el problema debe ser encarado de diferentes modos; el de los trabajadores debemos poner en orden la faz intelectual, debemos examinar a través de métodos marxistas todo el complejo mental del hombre, y en esto ha de consistir el esquema general de educación y autoeducación .

(este texto toma como fuente un documento escrito por León Trotsky titulado La lucha por el lenguaje culto. Estimamos que sus ejes esenciales tienen vigencia aún cuando las circunstancias de su escritura fueron diversas de las que actualmente padecemos y en contexto de un proceso revolucionario aún en curso pero que ya mostraba señales de la irrupción termidoriana del Estalinismo
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