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Nuevo Curso

LA CONSTRUCCION DEL CONOCIMIENTO , EL AMOR, Y LA CRISIS CAPITALISTA

En la sociedad de clases y sus luchas , las ideas que construye, desarrolla y acumula la burguesía , son aquellas que culturalmente ganan hegemonía en el todo social  que así les presta adhesión por consenso o por coacción represiva.

Por esa circunstancia, la ideología supone un elemento central en el proceso social de reproducción de nuestra existencia, con significación en lo que es el conocimiento comunitario y su contenido.

Es por esto que , la burguesía se da de patadas con la formación de un conocimiento social coherente con una totalidad que comprenda los intereses comunitarios . Su centralidad es lo opuesto, esto es , la fragmentación.

Con este contexto material,  la ignorancia con la que se presiona a la clase trabaja , resulta funcional a la reproducción capitalista en tanto oculta el dominio social ejercido por los dueños del capital y las consecuencias miserables de esa supremacía con base en el derecho a la propiedad privada.

En  sentido inverso, un proceso liberador de la existencia, advierte que todo aquello a lo que se da el nombre de “saber” es la resultante un desarrollo interactivo y simultaneo entre sujeto y objeto antes que su reflejo. Por eso el primer signo de la decadencia del capitalismo  es presentar la realidad como escindida y dividida en esos dos polos, esto es , sujeto y objeto. Por el contrario, el conocimiento solo es posible en la interacción de ambos , en tanto el sujeto conoce y actúa y en ese hacer modifica el objeto, y este último en su diversidad  actúa sobre el sujeto obligándolo a una nueva transformación del conocimiento y nueva acción.

 En definitiva, conocer es en todos los casos una relación social activa y como tal un proceso social que involucra a todos los sujetos en conjunto. Aún cuando la naturaleza y la materia tiene existencia previa a la acción de la mente humana, el sujeto y el objeto en el plano de la conciencia llegan a ser simultáneos ya que no pueden existir separado sino en una unidad caótica y variable.

Esta diversidad impuesta en plano ideológico implica como consecuencia el  defecto de suponer que nada cambia, y que el significado de una palabra es tan invariable como la palabra misma. Es preciso aprender que los conceptos que encierran las palabras, no pueden en sí adquirir y describir en su esencia aquello que indican , en tanto lo que existe es diverso y cambiante , nunca abarcado de manera definitiva por el concepto y su forma discursiva.–

En ese contexto erróneo de pensar que no existe el cambio, nos inclinamos a creer que el amor es algo definido y claro, y más en particular, un estado de nuestra subjetividad y nuestra vida en el que se puede caer. Es decir algo dado, descripto por la palabra, al que se puede o no acceder, pero que es externo a nosotros mismos.

De allí que, moviéndose la sociedad como se mueve, es ella la matriz determinante del contenido que da forma en el concepto “amor”

Desde la experiencia, puede decirse, que cuando nos referimos a alguna situación humana objetiva y le adicionamos la idea “amor” sea tanto para explicar sus causas o sus consecuencias, nos estamos siempre remitiendo a una idea históricamente variable que se contrapone con la pretensión de permanencia que se le otorga por penetración puramente ideológica.

La producción económica como hecho social en la que se inserta necesariamente la individualidad, en tanto parte integrante de la relación social primaria capital-trabajo, precede en tiempo histórico o cronológico, a la relación amorosa, lo que hace que aquello que definimos como “amor” deba siempre verse despojado de toda casualidad o superficialidad de la vida. La condición de ser humano, viene determinada en su existencia concreta por relaciones económicas en las que se inserta, con su conformación tecnológica específica del momento histórico en el que vive y ese elemento emocional que las atraviesa, siendo todas estas determinantes conjuntas, contemporáneas y dialécticamente interinfluenciadas.

El ser humano asume conductas que le son determinadas en gran medida por su experiencia concreta. El amor en ese sentido, si bien es dador de individualidad, también lo es de muerte, que no es otra cosa que la antítesis de la personalidad. Es por este factor específico, al que llamamos amor, que en el sujeto aparecen íntimamente unidos los instintos de vida como de muerte. Eros y Kanatos-

El amor entendido de esta manera ofrece al individuo la expansión o aniquilación de sus posibilidades en tanto esas emociones tengan contenido de vida o muerte. En ese sentido la mortalidad y la personalidad dejan ver una dialéctica que se ve mediatizada por la existencia en tanto la misma sea generadora y receptora de esas emociones que parten del individuo con un contenido concreto , determinadas por su experiencia sensible-

En la sociedad la lucha constante que dejan traducir las relaciones sociales concretas que asumen los hombres entre si , en la reproducción social de su existencia dejan ver un contenido específico de esa dialéctica de amor y muerte y ese proceso tanto en el plano consciente como inconsciente el que permite una mejor construcción del hombre.

 La velocidad de los cambios tecnológicos ha impuesto una relación de tensión primeramente en las relaciones de producción , con el abandono de los sistemas de trabajo y su sustitución por otros, y luego en la experiencia de vida cotidiana, todo lo cual introduce una fuente de tensión en la construcción de sentimientos favorables a la reproducción de la existencia y por ende contrarios a la muerte.

En ese espacio es donde nos encontramos. La contradicción entre los paradigmas fundantes de la revolución burguesa: igualdad, libertad y fraternidad, ceden ante las realidades del capital y su estructura social de clase que coloca al sujeto ante un abismo prefigurado por la angustia que se abre en el seno mismo de la vida social cotidiana.

Nos cuesta adaptar nuestra experiencia a los cambios externos y a los instrumentos relacionales que debemos manejar para permanecer incluidos en el todo social, de forma tal que ese presupuesto objetivo nos da la posibilidad de satisfacer nuestras necesidades materiales con incidencia y gravitación en nuestros hábitos. Sentimos en el plano de la conciencia, como si fuerzas exteriores estuvieran frustrando inicialmente y matando ulteriormente, nuestras vidas emocionales de forma tal de traducirse en una existencia cruel y sin encanto.

La relación entre amor y sociedad es dialéctica. Una existencia determinada , con determinadas conformaciones en el plano de los vínculos que nos permite reproducir nuestra existencia biológica y material hará que el amor sea de determinada manera y no de otra.

 La reproducción social de la vida humana es producción económica interinfluencia da con emoción. La necesidad, el deseo, la búsqueda de reproducirnos etán inscriptos en la naturaleza humana de forma tal que entre la sexualidad amorosa , el deseo de reproducción y lo puramente animal o instintivo hay un salto de cantidad en calidad.

Las relaciones sociales son constitutivas para los seres humanos por su debilidad innata de valerse por sí mismo en forma individual y escindida, de forma tal que el aislamiento en todos sus grados, vuelve al hombre más frágil e indefenso. Las emociones y sentimientos que somos capaces de construir en lo cotidiano en las relaciones sociales que nos involucran en el plano de la producción nos dan el dato exacto de cuanto nos acercamos a la muerte o por el contrario, cuanto hacemos prevalecer la vida, conscientes sin embargo, de su finitud.

Los padres descubrimos la inminencia de la muerte con la adultez de los hijos, sin embargo, esa idea sólo vale si la pensamos como individuos atomizados, por cuanto si la observamos desde la perspectiva de la continuidad de la existencia humana, esa noción de emocional de vida prevalece sobre el sentimiento individual de muerte concreta.

Los hombres no buscamos la inmortalidad ni nos refugiamos en ese tipo de planteo metafísico para orientar nuestra existencia. Lo que pretendemos sí, es que nuestra vida y la de los que nos suceden sea lo mejor posible.

En definitiva, en el plano consciente y en todas sus posibles manifestaciones, el amor no es otra cosa que una esperanza que se apoya en un cambio histórico, a través del cual los hombres puedan crear y producir nuevas formas sociales y por consiguiente le otorguen al amor un nuevo contenido de contenido antropológicamente justo.

La sociedad que engendro el capital, produjo en sus orígenes modalidades de amor que permitieron expresa en la historia, la individualidad del hombre, reafirmando su existencia por vía del amor apasionado por la libertad individual , permitió pensar en una sensibilidad especial en el sujeto.

Hoy, en el ocaso de esa cultura de la modernidad y la transición asumida por su simple negación y no su superación, tornan necesario defender esa idea de pasión y cariño por la libertad, en tanto son dos niveles de enriquecimiento cualitativo del hombre que este no puede perder en manos de una sociedad completamente controlada y vigilada que cosifica su existencia en grado nunca imaginado.

La decadencia del modelo de amor que dio origen a la sociedad de la burguesía, expresado en su banalización bajo la posmodernidad, es precisamente la mejor prueba de la decadencia de este tipo civilizatorio.

La objetividad de nuestra existencia revela una puja entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones jurídicas de propiedad privada que las contienen, pero esa puja también se plantea en el plano subjetivo en lo que implica la construcción ideológica de la conciencia, en forma tal de vencer el modelo cultural que disocia el amor de las relaciones económicas ubicando cada una en un extremo, para proyectar su unidad.

 Los trabajadores como clase en sí, emprendemos el esfuerzo de señalar  que todo esto no va más, que la realidad le impone mudar de piel, para concretar los valores esenciales de la humanidad en nuevas relaciones sociales de producción y diversos sistemas políticos organizativos. En definitiva, odio a lo presente, amor por lo nuevo, incluido un nuevo amor.

Daniel Papalardo