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Nuevo Curso

» La fiesta del monstruo» El primer peronismo nacido del 17 de octubre en versión de Jorge L Borges y Adolfo Bioy Casares. Un esquema que se reitera como farsa en nuestro tiempo

NUEVO CURSO

Estamos próximos a un nuevo 17 de octubre. En el recuerdo de esa jornada son muchas las perspectivas del fenómeno en sí que pueden ser destacadas . En nuestro caso hemos entendido necesario sacar a luz a pesar de la cantidad de años que lleva trajinados , casi tanto como el propio 17 de octubre, el texto contenido en  “La fiesta del Monstruo”,

El imperativo contenido en esta difusión de esta narración, viene dado en gran parte por la reproducción farsesca en nuestra actual sociedad de discursos que hacen gala de los significantes que inspiran el texto de Borges y Bio Casares en un sector de la sociedad cuyos miembros ,  conscientes o no, buscan una identificación con el mismo , sin advertir de los significativos cambios que se han operado en nuestra existencia. Lo propio vale para quienes en una pretendida antípoda , que por fingida, simulada e ilusoria luce grotesca, pretenden reivindicar la esencia formal de quienes fueron a poner las “patas en la fuente”, percibiendo rentas para su hacer político-periodístico, o sustentando su existir con negocios desde y con el aparato político que gestiona el interés de un sector específico de la burguesía que de manera lumpen, vive al amparo del Estado , por la obra pública o el emprendimiento que surgiere de su seno.

La idea de invitar a transitar la lectura o re-lectura de “la fiesta del monstruo” es entonces, la modesta intención de usar el texto de piedra fundante de un sentido inverso al que motivo a sus autores, es decir, la propuesta de abandono de ese aparato conceptual contenido en esa narración  y su presunto discurso antagónico en manos de políticos cuyo único compromiso esta en la reproducción del capital.

Así como el famoso “proceda” de Nestor Kichner a milicos edecanes de turno, para bajar de las paredes de “ la rosada”, los cuadros de los genocidas integrantes de la junta militar que derrocó a Isabel Perón , no supuso en ningún caso el símbolo del agotamiento de un modelo de acumulación y reproducción capitalista que había surgido al amparo de esos genocidas, tampoco la fingida supervivencia de una  pretendida antinomia  olígarquía vs. Peronismo  supone un antagonismo real en la sociedad. . En el seno de la clase  trabajadora  alcanza realidad ,  el  abandono por simple constatación objetiva de las premisas del peronismo fundacional  . Son las nuevas generaciones de asalariados, explotados y oprimidos quienes son llamados a dar cuenta superadora de los paradigmas del programa socialista y su objetivo estratégico de abolición del Estado de la burguesía y su sustitución por el poder obrero.

“La fiesta del monstruo” de H. Bustos Domecq se publicó por primera vez en el semanario uruguayo Marcha el 30 de septiembre de 1955, a los pocos días del golpe de Estado que derrocara al general Juan Domingo Perón en Argentina,factor que en sí  politiza aún más su contenido político porque había sido Marcha el medio gráfico  donde por largo lapso de la gestión peronista habían tomado cuerpo los escritos de quienes se le oponían desde el otro del lado del río de La Plata , esto más allá del particular aprecio de los uruguayos por la obra y persona de Borges, Martínez Estrada o José Luis Romero.

En el sentido apuntado , nos habilitamos a decir que, la publicación del cuento en un medio gráfico uruguayo ,  da cuenta en algún sentido  del discurso reprimido por el primer peronismo, que toma cuerpo de una suerte de literatura argentina en el exilio emuladora de la que tuvo contexto en la represión rosista en el siglo XIX, en la que se enrolan con seudónimos Borges y Bioy Casares.

En ese orden de ideas, una necesaria contextualización de “la fiesta del monstruo” nos dice que entre 1942 y 1947 , Jorge Luis Borges y Adolfo  Bioy Casares  escribieron juntos treinta y nueve textos narrativos . Altguos fueron publicados bajo seudónimo “Bustos Domecq, entre los que se cuentas Seis  problemas para don Isidro Parodi y Dos fantasias memorables . Tambien lo hicieron como “Suarez Lynch” en el texto “un modelo para la muerte”. Sin embargo el texto liminar , más allá del que comentamos, es el que Borges , con su nombre publicó en la revista Sur nro. 237, bajo el título “L illusion comique” páginas estas, en la que presenta al peronismo como una pesadilla , como un carnaval , una mascarada y donde confluyen dos historias, una delictiva, hecha de represión, y otra de carácter escénico  llena de “fábulas para consumo de patanes”.  El peronismo como ilusión cómica, y como escenario donde se desenvuelve una teatralización generalizada.

LA FIESTA DEL MONSTRUO

Te prevengo, Nelly, que fue una jornada cívica en forma. Yo, en mi condición de pie plano, y de propenso a que se me ataje el resuello por el pescuezo corto y la panza hipopótama tuve un serio oponente en la fatiga, máxime calculando que la noche antes yo pensaba acostarme con las gallinas, cosa de no quedar como un costra en la perfomance del feriado. Mi plan era sume y reste: apersonarme a las veinte y treinta en el Comité; a las veintiuna caer como un soponcio en la cama jaula, para dar curso, con el Colt como un bulto bajo la almohada, al Gran Sueño del Siglo, y estar en pie al primer cacareo, cuando pasaran a recolectarme los del camión. Pero, decime, una cosa, ¿vos no creés que la suerte es como la lotería, que se encarniza favoreciendo a los otros? En el propio puentecito de tablas, frente a la caminera, casi aprendo a nadar en agua abombada con la sorpresa de correr al encuentro del amigo Diente de Leche, que es uno de esos puntos que uno encuentra de vez en cuando.

 Ni bien le vi la cara de presupuestívoro, palpité que él también iba al Comité y, ya en el tren de mandarnos un enfoque de panorama del día, entramos a hablar de la distribución de bufosos para el magno desfile y de un ruso, que ni llovido del cielo, que los abonaba como fierro viejo en Berazategui. Mientras formábamos en la cola pugnamos por decirnos al vestre que una vez en posesión del arma de fuego nos daríamos traslado a Berazategui, aunque a cada uno lo portara el otro a babucha, y allí, luego de empastarnos el bajo vientre con escarola, en base al producido por las armas, sacaríamos, ante el asombro general del empleado de turno ¡dos boletos de vuelta para Tolosa! Pero fue como si habláramos en inglés, porque Diente no pescaba ni un chiquito, ni yo tampoco, y los compañeros de fila prestaban su servicio de intérprete, que casi me perforan el tímpano, y se pasaban el Faber cachuzo para anotar la dirección del ruso.

Felizmente el señor Marforio, que es más flaco que la ranura de la máquina de monedita, es un antiguo de ésos que mientras usted lo confunde con un montículo de caspa, está pulsando los más delicados resortes del alma de popolino, y así no es gracia que nos frenara en seco la manganeta, postergando la distribución para el día mismo del acto, con el pretexto de una demora del Departamento de Policía en la remesa de las armas. Antes de hora y media de plantón, en una cola que ni para comprar kerosene, recibimos de propios labios del señor Pizzurno, orden de despejar al trote, que lo cumplimos con cada viva entusiasta que no alcanzaron a cortar enteramente los escobazos rabiosos de ese tullido que hace las veces de portero en el Comité. A una distancia prudencial la barra se rehizo.

 Loiácamo se puso a hablar que ni la radio de la vecina. La vaina de esos cabezones con labia es que a uno le calientan el mate y después, el tipo -vulgo, el abajo firmante- no sabe para dónde agarrar y me lo tienen jugando al tresiete en el almacén de Bernárdez, que vos a lo mejor te amargás con la ilusión que anduve de farra y la triste verdad es que me pelaron hasta el último votacén, sin el consuelo de cantar la nápola, tan siquiera una vuelta. (Tranquila, Nelly, que el guardaguja ya se cansó de morfarte con la visual y ahora se retira, como un bacá, en la zorra. Dejale a tu pato Donald que te dé otro pellizco en el cogotito). Cuando por fin me enrosqué en la cucha, yo registraba tal cansancio en los pieses que al inmediato capté que el sueñito reparador ya era de los míos.

 No contaba con ese contrincante que es el más sano patriotismo. No pensaba más que en el Monstruo y que al otro día, lo vería sonreírse y hablar como el gran laburante argentino que es. Te prometo que vine tan excitado que al rato me estorbaba la cubija para respirar como ballenato. Reciencito a la hora de la perrera concilié el sueño, que resultó tan cansador como no dormir, aunque no soñé primero con una tarde, cuando era pibe, que la finada mi madre me llevó a la quinta. Créeme, Nelly, que yo nunca había vuelto a pensar en esa tarde, pero en el sueño comprendí que era la más feliz de mi vida, y eso que no recuerdo nada sino un agua con hojas reflejadas y un perro muy manso que yo le acariciaba el lomuto; por suerte salí de esas purretadas y soñé con los modernos temarios que están en el marcador: el Monstruo me había nombrado su mascota y, algo después, su Gran Perro Bonzo. Desperté, y para soñar tanto despropósito había dormido cinco minutos.

 Resolví cortar por lo sano: me di una friega con el trapo de la cocina, guardé todos los callordas en el calzado de Fray Mocho, me enredé que ni pulpos entre mangas y piernas de la combinación – mameluco -,vestí la corbatita de lana con dibujos animados que vos me regalaste el Día del Colectivero y salí sudando grasa porque algún cascarudo habrá transitado por la vía pública y lo tomé por el camión. A cada falsa alarma que pudiera, o no, tomarse por el camión, yo salía como taponazo al trote gimnástico, salvando las sesenta varas que hay desde el tercer patio a la puerta de calle. Con entusiasmo juvenil entonaba la marcha que es nuestra bandera, pero a las doce menos diez, vine afónico y ya no me tiraban con todo los magnates del primer patio.

A las trece y veinte llegó el camión que se había adelantado a la hora y cuando los compañeros de cruzada tuvieron el alegrón de verme, que ni me había desayunado con el pan del loro de las señora encargada, todos votaban por dejarme, con el pretexto que viajaban en un camión carnicero y no en una grúa. Me les enganché como acoplado y me dijeron que si les prometía no dar a luz antes de llegar a Ezpeleta me portarían en mi condición de fardo, pero al fin se dejaron convencer y medio me izaron.

Tomó furia como una golondrina el camión de la juventud y antes de media cuadra paró en seco frente al Comité. Salió un tape canoso , que era un gusto cómo nos baqueteaba, y antes que nos pudieran facilitar, con toda consideración, el libro de quejas, ya estábamos traspirando en un brete, que ni si tuviéramos las nucas de queso Mascarpone. A bufoso por barba fue la distribución alfabética; compenetrante, Nelly; a cada revólver le tocaba uno de nosotros. Sin el mínimo margen prudencial para hacer cola frente al Caballeros, o tan siquiera para someter a la subasta un arma de buen uso, nos guardaba el tape en el camión del que ya nos evadiríamos sin una tarjetita de recomendación para el camionero. A la espera de la voz de ¡aura y se fue! nos tuvieron hora y media al rayo del sol, a la vista, por suerte, de nuestra querida Tolosa, que en cuanto el botón salía a correrlos, los pibes nos tenían a hondazo limpio, como si en cada uno de nosotros apreciaran menos el patriota desinteresado que el pajarito para la polenta.

 Al promediar la primera hora, reinaba en el camión esa tirantez que es la base de toda reunión social pero después la merza me puso de mal humor con la pregunta si me había anotado para el concurso de la Reina Victoria, una indirecta, vos sabés, a esta panza bombo, que siempre dicen que tendría que ser de vidrio para que yo me divisara, aunque sea un poquito, los basamentos horma 44.

Yo estaba tan eufórico que parecía adornado con el bozal, que a la hora y minutos de tragar tierra medio recuperé esta lengüita de Campana1 y, hombro a hombro con los compañeros de brecha, no quise restar mi concurso a la masa coral que despechaba a todo pulmón la marchita del Monstruo, y ensayé hasta medio berrido que más bien salió francamente un hipo, que si no abro el paragüita, que dejé en casa, ando en canoa en cada salivazo que usted me confunde con Vito Dumas, el Navegante solitario.

Por fin, arrancamos, y entonces sí que corrió el aire, que era como tomarse el baño en la ola de la sopa, y uno almorazaba un sángüiche de chorizo, otro de su arrolladito de salame, otro de su panetún, otro de media botella de Vascolet y el de más allá la milanesa fría, pero más bien todo eso vino a suceder otra vuelta, cuando nos fuimos a Ensenada, pero como yo no concurría, más gano sino hablo. No me cansaba de pensar que toda esa muchachada moderna y sana pensaba en todo como yo, porque hasta el más abúlico oye las emisiones en cadena, quieras que no. Todos éramos argentinos, todos de corta edad, todos del Sur y nos precipitábamos al encuentro de nuestros hermanos gemelos, que en camiones idénticos procedían de Fiorito y de Villa Domínico, de Ciudadela, de Villa Luro, de la Paternal, aunque por Villa Crespo pulula el ruso y yo digo que más vale la pena acusar su domicilio legal en Tolosa Norte.

 ¡Qué entusiasmo partidario te perdiste, Nelly! En cada foco de población muerto de hambre se nos quería colar una verdadera avalancha que la tenía emberretinada el más puro idealismo, pero el capo de nuestra carrada, Garfunkel, sabía repeler como corresponde a ese farabutaje sin abuela, máxime si te metés en el coco que entre tanto mascalzone patentado bien se podía emboscar un quintacolumnna como luz, de esos que antes que usted dea la vuelta al mundo en ochenta días me lo convences que es una costra y el Monstruo un instrumento de la Compañía de Teléfono. No te digo niente de más de un cagastume que se acogía a esas purgas para darse de baja en el confucionismo y repatriarse a casita lo más liviano; pero embromate y confesá que de dos chichipíos el uno nace descalzo y el otro con patín de munición, porque vuelta que yo creía descolgarme del carro era patada del señor Garfunkel, que no es de los que portan la piojosa de puro adorno, le tenía prohibido al camionero sujetar la velocidad, no fuera algún avivato a ensayar la fuga relámpago.

Otro gallo nos cantó en Quilmes, donde el costraje obtuvo permiso para desentumecer los callos planteles, pero ¿quién, tan lejos del pago iba a desapartarse del grupo? Hasta ese momento, 1 Mientras nos reponíamos con ensaimadas, Nelly, me manifestó (“a mí me lo dijo antes”, nota suplementaria de Nano Battafuoco, peón de la Dirección de Limpieza) que en ese momento el pobre mufio sacó la lengua de referencia (nota sonada por el joven Rabasco) dijera Zoppi o su mamá, todo marchó como un dibujo, pero el nerviosismo cundió entre la merza fresca cuando el trompa, vulgo Garfunkel que le dicen, nos puso blandos al tacto con la imposición de deponer en cada paredón el nombre del Monstruo, para ganar de nuevo el vehículo, a velocidad de purgante, no fuera algún cabreira a cabriarse y a venir calveira pegándonos. Cuando sonó la hora de la prueba empuñé el bufoso y bajé resuelto a todo, Nelly, anche a venderlo por menos de tres penssolanos. Pero ni un solo cliente asomó el hocico y me di el gusto de garabatear en la tapia unas letras frangollo, que si invierto un minuto más, el camión me da el esquinazo y se lo traga el horizonte rumbo al civismo, a la aglomeración, a la fratellanza, a la fiesta del Monstruo.

Como para aglomeración estaba el camión cuando volví hecho un queso con camiseta, con la lengua afuera. Se había sentado en la retranca y estaba tan quieto que sólo le faltaba el marco artístico para ser una foto. A dios gracias formaba entre los nuestros el gansoso Tabacman, más conocido como Tornillo Sin Fin, que es el empedernido de la mecánica, y a la media hora de buscarle el motor y de tomarse toda la Bilz de mi segundo estómago de camello, que así yo pugno que le digan siempre a mi cantimplora, se mandó con toda la franqueza su “a mí que me registren”, porque el Fargo a las claras le resultaba una firma ilegible. Bien me parece tener leído en alguno de esos quioscos fetentes que no hay mal que por bien no venga, y así Tata Dios nos facilitó la bicicleta olvidada en contra de una quinta de verdura, que a mi ver el bicicletista estaba en proceso de recauchutaje, porque no asomó la fosa nasal cuando el propio Garfunkel le calentó el asiento con la culata. De ahí arrancó como si hubiera olido todo un cuadrito de escarola, que más bien parecía que el propio Zoppi o su mama le hubiera munido el upite de un petardo Fu-Man-Chu. No faltó quien se aflojara la faja para sonreírse al verlo pedarlear tan garufiento, pero a las cuatro cuadras de pisarles los talones lo perdieron de vista, causa que el peatón aunque se habilita las manos con el calzado Pecus, no suele mantener su laurel de invicto frente a don Bicicleta.

 El entusiasmo de la conciencia en marcha hizo que en menos tiempo del que vos, gordeta, invertís en dejar el mostrador sin factura, el hombre se despistara en el horizonte, para mí que rumbo a la cucha, a Tolosa … Tu chanchito te va a ser confidencial, Nelly: quien más quien menos yo pedaleaba con la comezón del Gran Spiantujen, como yo no dejo de recalcar en las horas que el luchador viene enervado y se aglomeran los más negros pronósticos, despunta el delantero fenómeno que marca goal; para la patria, el Monstruo; para nuestra merza en franca descomposición, el camionero. Ese patriota que le saco el sombrero se corrió como patinada y paró en seco al más avivato del grupo en fuga. Le aplicó súbito un mensaje que al día siguiente, por los chichones, todos me confundían con la yegua tubiana del panadero. Desde el suelo me mandé cada hurra que los vecinos se incrustaban el pulgar en el tímpano. De mientras, el camionero nos puso en fila inda a los patriotas, que si alguno quería desapartarse, el de atrás tenía carta blanca para atribuirle cada patada en el culantro que todavía me duele sentarme.

Calculate, Nelly, qué tarro el último de la fila, ¡nadie te shoteaba la retaguardia! Era, cuándo no, el camionero, que nos arrió como a concentración de pie planos hasta una zona, que no trepido en caracterizar como de la órbita de Don Bosco, vale, de Wilde. Ahí la casualidad quiso que el destino nos pusiera al alcance de un ónibus rumbo al descanso de hacienda de La Negra, que ni llovido por Baigorri. El camionero, que se lo tenía bien remanyado al guarda-conductor, causa de haber sido los dos -en tiempos heroicos del Zoológico Popular de Villa Domínico- mitades de un mismo camello, le suplicó a ese catalán de que nos deportara. Antes que se pudiera mandar su Suba Zubizarreta de práctica, ya todos engrosamos el contingente de los que llenábamos el vehículo, riéndonos hasta enseñar las vegetaciones, del puntaje senza potencia, que, por razón de quedar cola, no alcanzó a incrustarse en el vehículo, quedando como quien dice, “vía libre” para volver, sin tanta mala sangre, a Tolosa. Te exagero, Nelly, que íbamos como en ónibus, que sudábamos propio como sardinas, que si vos te mandás un vistazo, el Señoras de Berazategui te viene chico. ¡Las historietas de regular interés que se dieron el curso! No te digo niente de la olorosa que cantó por lo bajo el tano Potasman, a la misma vista de Sarandí y desde aquí lo aplaudo como un cuadrumano a Tornillo Sin Fin que en buena ley se vino a ganar un medallón de Vero Desopilante, obligándome bajo amenaza de tincazo en los quimbos, a abrir la boca y cerrar los ojos: broma que aprovechó sin un desmayo para enllenarme las entremuelas con la pelusa y los demás producidos de los fundillos. Pero hasta las perdices cansan y cuando ya no sabíamos lo que hacer, un veterano me pasó la cortaplumita y las empuñamos todos a una para más bien dejar como colador el cuero de los asientos.

Para despistar, todos nos reíamos de mí; en después no faltó unos de esos vivancos que saltan como pulgas y viene incrustados en el asfáltico, cosa de evacuarse del carromato antes que el guarda-conductor sorprendiera los desperfectos. El primero que aterrizó fue Simón Tabacman, que quedó propio ñato con el culazo; muy luego, Fideo Zoppi o su mamá; por último, aunque reviente de la rabia, Rabasco; acto contínuo, Spátola; doppo, el vasco Speciale. En el itenariario, Morpugo se prestó, por lo bajo al gran rejunte de papeles y bolsas de papel, idea fija de acopiar elemento para una fogata en forma, que hiciera pasto de las llamas de Broackway, propósito de escamotear a un severo examen la marca que dejó la cortaplumita. Pirosanto, que es un gangoso sin abuela, de esos que en el bolsillo portan menos pelusa que fósforos, se dispersó en el primer viraje, para evitar el préstamo de Rancherita, no sin comprometer la fuga, eso sí, con un cigarrillo Volcán, que me sonsacó de la boca. Yo, sin ánimo de ostentación y para darme un poco de corte, estaba ya frunciendo la jeta para debatir la primera pitada cuando el Pirosanto, de un saque, capturó el cigarrillo, y Morpugo, como quien me dora la píldora, acogió el fósforo que ya me doraba los sabañones y metió fuego al papelamen. Sin tan siquiera sacarse el rancho, el funyi o la galera, Morpugo se largó a la calle, pero, panza y todo, lo madrugué y me tiré un rato antes, y así pude brindarle un colchón, que amortiguó el impacto y cuasi me desfonda la busarda con los noventa kilos que me acusa. Sandié, cuando me descalcé de esta boca los tamanguses hasta la rodilla de manolo M. Morpugo, l´ónibus ardía en el horizontes, mismo como el spiedo de Perosio, y el guarda-conductor-propietario lloraba dele que dele ese capital que se le volvía humo negro. La barra, siendo más, se reía pronta, lo juro por el Monstruo, a darse a la fuga, si se irritaba el ciervo.

Tornillo, que es el bufo tamñano mole, se le ocurrió un chiste que al escucharlo vos con la boca abierta, vendrás de gelatina con la risa . Atenti, Nelly. Desemporcate las orejas, que ahí va. Uno, dos, tres y PUM. Dijo – pero no te vuelvas a distraer con el spiantacaca que le guiñás el ojo – que el ónibus ardía como el spiedo de Perosio. Ja, ja, ja. Yo estaba lo más campante, pero la procesión iba por dentro. Vos, que cada parola que se me cae de los molares, la grabás en los sesos con el formón, tal vez hagas memoria del camionero, que fue medio camello con el del ónibus. Si me entendés, la fija que ese cachascán se mandaría cada alianza con el lacrimógeno para punir nuestra fea conducta, estaba en la cabeza de los más linces. Pero no temás por tu conejito querido: el camionero se mandó un enfoque sereno y adivinó que el otro, sin ónibus, ya no era un oligarca que vale la pena romperse todo. Se sonrió como el gran bonachón que es; repartió, para mantener la disciplina, algún rodillazo amistoso (aquí tenés el diente que me saltó y se lo compré después para recuerdo) y ¡cierren filas y paso redoblado: mar!

 ¡Lo que es la adhesión! La gallarda columna se infiltraba en las lagunas anegadizas, cuando no en las montañas de basura, que acusan el acceso a la Capital, sin más defección que una tercera parte, grosso modo, del aglutinado inicial que zarpó de Tolosa. Algún invetarado se habpia propasado a medio encender su cigarrilló Salutaris, claro e´sta, Nelly, que con el visto bueno del camionero. Qué cuadro para ponerlo en colores: portaba el estandarte, Spátola, con la camiseta de toda confianza sobre la demás ropa de lana; lo seguían de a cuatro en forndo, Tornillo, etcétera. Serían recién las diecinueve de la tarde cuando al fin llegamos a la avenida Mitre. Morpugo se rió todo de pensar que ya estábamos en Avellaneda. También se reían los bacanes, que a riesgo de caer de los balcones, vehículos y demás bañeras, se reían de vernos a pie, sin el menor rodado. Felizmente Babugli en todo piensa y en la otra banda del Riachuelo se estaban herrumbando unos camiones de nacionalidad canadiense, que el Instituto, siempre attenti adquirió en calidad de rompecabezas en la Sección Demoliciones del ejército americano. Trepamos como el mono a uno caki y entonando el Adiós, que me voy llorando esperamos que un loco del Ente Autónomo, fiscalizado por Tornillo Sin Fin, activara la instalación del motor.

Suerte que Rabasco, a pesar de esa cara de fundillo, tenía cuña con un guardia del Monopolio y, previo pago de boletos, completamos un bondi eléctrico, que metía más ruido que un solo gaita. El bondi -talán, talán- agarró pa’ el Centro; iba superbo como una madre joven que, sotto la mirada del babo, porta en la panza las modernas generaciones que mañana reclamarán su lugar en las grandes meriendas de la vida … En su seno, con un tobillo en el estribo y otro sin domicilio legal, iba tu payaso querido, iba yo. Dijera un observador que el bondi cantaba; hendía el aire, impulsado por el canto; los cantores éramos nosotros. Poco antes de la calle Belgrano la velocidad paró en seco desde unos veinticuatro minutos; yo traspiraba para comprender y anche por la gran turba como hormiga de más y más automotores, que no dejaba que nuestro medio de locomoción diera materialmente un paso. El camionero rechinó con la consigna “¡Abajo, chichipíos!” y ya nos bajamos en el cruce de Tacuarí y Belgrano. A las dos o tres cuadras de caminarla, se planteó sobre tablas la interrogante: el garguero estaba reseco y pedía líquido. El Emporio y Despacho de Bebidas Puga y Gallach ofrecía un principio de solución. Pero, te quiero ver, escopeta: ¿cómo abonábamos?

En ese vericueto, el camionero se nos vino a amanifestar como todo un expeditivo. A la vista y paciencia de un perro dogo, que terminó de verlo al revés, me tiró cada zancadilla delante de la merza hilarante, que me encasqueté una rejilla como un sombrero hasta el nasute, y del chaleco se rodó la chirola que yo había rejuntado para no hacer tan triste papel cuando cundiera el carrito de la ricotta. La chirola engroso la bolsa común dy el camionero, satisfecho mi aunto, pasó a entender a Souza, que es la mano derecha de Gouvea, el de los Pegotes Pereyra – sabés – que vez pasada se impusieron también como la Tapioca Científica. Souza, que vive para el Pegote, es cobrador del mismo, y así, no es gracia que dado vuelta pusiera en circulación tantos biglietes de hasta cero cincuenta uqe no habrá visto tantos juntos ni el Loco Calcomanía, que marchó preso cuando aplicaba la pintura mondongo a su primer bigliete.

 Los de Souza, por lo demás, no eran falsos y abonaron contantes y sonantes el importe neto de las Chissottis, que salimos como el que puso seca la mamajuana. Bo, cuando cacha la guitarra, se cree Gardel2 . Es más, se cree Gotuso3 . Es más, se cree Garófalo4 . Es más, se cree Giganti-Tomassoni5 . Guitarra, propio no había en ese local, pero a Bo le dio el Adiós, Pampa Mía y todos los coreamos y la columna era un solo grito. Cada uno, malgrado su corta edad, cantaba lo que le pedía el cuerpo, hasta que vino a distraernos un sinagoga que mandaba respeto con la barba. A ése le perdonamos la vida, pero no se escurrió tan fácil otro de formato menos, más manuable, más práctico, de manejo más ágil. Era un miserable de cuatro ojos, sin la musculatura del deportivo. El pelo era colorado; los libros, bajo el brazo y de estudio. Se registró como un distríado, que cuasi llevaba por delante a nuestro abanderado, el Spátola. Bonfirraro, que esel chinche de los detalles, dijo que él no iba a tolerar que un impune desacatara el estandarte y foto del Monstruo. Ahí no más lo chumbó al Nene Tonelada, de apelativo Cagnazzo, para que procediera. Tonelada, que siempre es el mismo, me soltó cada oreja, que la tenía enrollada como el cartucho de los manisesy, cosa de caerle simpática a Bonfirraro, le dijo al rusovita que mostrara un cachito más de respeto a la opinión ajena, señor, y saludara a la figura del Monstruo.

El otro contestó con el despropósito que él tenía su opinión. El Nene, que las explicaciones lo cansan, lo arrempujó con una mano que si el carnicero la ve, se acabó la escasez de carnasa y el bife de chorizo. Lo empujó a un terreno baldío, de esos que en el día menos pensado levantan una playa de estacionamiento, y el punto vino a quedar contra los nueve pisos de una pared senza finestra ni ventana. De mientras, los traseros nos presionaban con la comezón de observa y los de la fila cero quedamos como sángüiche de salame entre esos locos que pugnaban por una visión panorámica y el pobre quimicointas acorralado que, vaya usted a saber, se irritaba. Tonelada, atento al peligro, reculó para atrás y todos nos abrimos como abanico dejando al descubierto una cancha de tamaño de un semicírculo, pero sin orificio de salida, porque de muro a muro estaba la merza.

 Todos bramábamos como el pabellón de osos y nos rechinaban los dientes, pero el camionero, que no se le escapa un pelo en la sopa, palpitó que más o menos de uno se estaba por mandar in mente su plan de evasión. Chiflido va, chiflido viene, nos puso sobre la pista de un montón aparente de cascote, que se brindaba al observador. Te recordarás que esa tarde el mómetro marcaba una temperatura de sopa y no me vas a discutir que un porcentaje nos sacamos el saco. Lo pusimos en de guaedarropa al pibe Saulino, que así no pudo participar en el apedreo. El primer cascotazo lo acertó de puro tarro, Tabacman, y le desparramó las encías, y la sangre era un chorro negro.Yo me calenté con la sangre y le arrimé otro viaje con un cascote que le aplasté la oreja y ya perdí la cuenta de los impactos, porque el bombardeo era masivo. Fue desopilante; el jude se puso de rodillas y miró al cielo y rezó como ausente en su media lengua. Cuando sonaron las campanas de Montserrat se cayó, porque estaba muerto. Nosotros nos desfogamos un rato más, con pedradas que ya no le dolían. Te lo juro, Nelly, pusimos el cadáver hecho una lástima. Luego, Morpurgo, para que los muchachos se rieran, me hizo clavar la cortaplumita en lo que hacía las veces de cara.

Después del ejercicio que acalora me puse el saco, maniobra de evitar el resfrío, que por la parte baja te representa cero treinta en Genioles. El pescuezo lo añudé en la bufanda que vos zurciste con tus dedos de hada y acondicionélas orejas sotto el chambergolino, pero la gran sorpresa del día la vino a detentar Pirosanto, con la ponenda de meterle fuego al rejunta piedras, previa realización en remate de anteojos y vestuario. El remate no fue suceso. Los anteojos andaban misturados con la viscosidad de los ojos y el ambo era engrudo con la sangre. También los libros resultaron un clavo, por saturación de restos orgánicos. La suerte fue el camionero (que resultó ser Graffiance), pudo rescatarse su reloj del sistema Roskpt sobre diecisiete rubíes, y Bonfirraro se encargó de una cartera Fabricant, con hasta nueve pesos con veinte y una instantánea de una señorita profesora de piano, y el otario Rabasco se tuvo que contentar con un estuche de Bausch, para lentes, y la lapicera fuente Plumex, para no decir nada del anillo de la antigua casa Poplavzky. Presto, gordeta, quedó relegado al olvido ese episodio callejero. Banderas de Boitano que tremolan, toques de clarín que vigoran, doquier la masa popular, formidavel. En la Plaza de Mayo nos arengó la gran descarga eléctrica que se firma doctor Marcelo N. Frogman. Nos puso en forma para que lo que vino después: la palabra del Monstruo. Estas orejas la escucharon, gordeta, mismo como todo el país, porque el discurso se transmite en cadena.