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Nuevo Curso

LA MERCANCIA SUS IMPLICANCIAS SOCIALES EN LA CRISIS CAPITALISTA

NUEVO CURSO

Andrés Blaquier ,  se desempeñaba en cargos directrices del Grupo Ledesma , haciéndolo como responsable del área agrícola-ganadera de ese consorcio de empresas . Falleció el pasado 29 de octubre en horas de la noche . Su deceso se produjo en ocasión en que se desplazaba conduciendo una moto de alta cilindrada y fue interceptado por dos personas una de las cuales le disparó quitándole la vida cuando este intentaba evitar ser despojado del vehículo

El fallecido guardaba parentesco y relación económica fluida por la actividad en la que se desempeñaba con uno de los baluartes de los empresarios genocidas, Carlos P. Blaquier dueño del grupo Ledesma. Fue quien comandó junto a la Gendarmería y la Policía provincial de Jujuy operativos de corte del suministro eléctrico en Libertador Gral. San Martín y zonas aledañas (“apagones”) en los cuales las fuerzas represivas secuestraron a 400 personas de las cuales 35 aún permanecen desaparecidas.

Se pudo saber hoy, que una joven de 18 años fue detenida por la Policía Bonaerense en relación con el hecho, y que se encuentra prófugo otro joven al que ya se habría identificado.

 Por fuera del hecho policial en sí, lo cierto es que esta situación derivó en un fenómeno que tiene repetición en el curso de este año, en razón de otros fallecimientos de personas ligadas a hechos históricos cuya real significación política lleva a que se exprese por algunos y en forma pública por redes sociales, una suerte de alegría o bienestar por su muerte justificada en una suerte de compensación de males.

 El más reciente remite a los decesos de Miguel Osvaldo Etchecolat por su relación con hechos producidos durante la dictadura cívico-militar-genocida que dirigió los destinos de nuestro país durante la segunda parte de la década del setenta del siglo pasado, y más próxima en el tiempo aún el relativo al deceso de la reina Isabel II del Reino Unido, por el enfrentamiento bélico que ese Estado, mantuvo con nuestro país. No parece que esto último sea lo aconsejable para quienes construyen sus preceptos morales sobre la realidad y los intereses de clase que ella determina, que en ningún caso habilitan modalidad alguna de alegría frente a la muerte individual, cualquiera fuera la forma o causa de su producción.

   Frente a todo esto, lo primero que conviene advertir es el dato sociológico que ubica a los posibles autores de la acción que dio muerte al empresario, dentro de un perfil similar en términos generales con los de aquellos que emprendieron la acción magnicida fracasada sobre la vicepresidenta de la nación. Vale decir, personas jóvenes, desclasadas , que dan cuenta con su hacer que están dispuesta a trasvasar límites culturales y formales en post de un determinado objetivo, sin importar en verdad las implicancias necesarias del mismo y particularmente sin consideración por el valor vida, bien jurídico que nuestra legislación vigente tiene como eje de protección y para el cual reserva las  penas más severas, todo lo cual pone en el plano de las evidencias, que la función preventiva de las penas luce por su ausencia en tanto su objetivo resulta vulnerado ,  siendo esto ya , un comportamiento social frecuente.

 En ese orden de ideas los índices estadísticos de muertes violentas en nuestro país se identifican con ese rango etario en los agresores, y en situaciones de las cuales la portación y empleo de armas de fuego resulta la habitualidad.

Todo esto habla de que la cultura dominante tiene un visible malestar. No contiene con sus normas, las acciones de los excluidos del sistema productivo y que voluntariamente han decidido colocarse en los márgenes de las formas jurídicas que regulan la convivencia social. Entrar en la búsqueda de las causas que determinan esta constatación, resulta extenso y ajeno al propósito de este artículo que solo busca enunciar los componentes de un fenómeno más complejo.

También de este apartamiento de la normatividad se sigue, ya en el plano de lo moral, es decir, por sobre el espacio de la legalidad y con apoyo en su desconocimiento, el beneplácito por la muerte del otro, factor que de proyectarse y generalizarse habilitaría por otra vía la instauración de un ojo por ojo del siglo XXI, con las implicancias del retorno a estructuras atávicas que ello conlleva.

De esta suerte de derrota de lo normado y posibilidad  de habilitación moral significativa para lo hasta no hace mucho  no deseado, se sigue además una segunda constatación, que es el quiebre de las relaciones sociales constitutivas del orden social capitalista por obra y gracia de las propias contradicciones que se contienen en la esencia fundacional del sistema que es la producción generalizada de mercancías, y la relación fetichista que para el hombre trabajador tiene en tanto productor y ulterior consumidor de un bien con esas características, es decir de un objeto  portador de valor.

El modelo de acumulación y reproducción capitalista crea estas contradicciones que traspasan el hecho en sí y lo posicionan en el plano filosófico, entendido este como interpretación del fenómeno y su praxis transformadora. El capital mercantiliza la existencia humana, y hace de lo producido por el hombre, mercancías. Les quita a las cosas significación exclusiva por su valor de uso y hace prevalecer su valor para el intercambio. Una motocicleta está en el centro del hecho luctuoso comentado. Ese vehículo expresa ese fetichismo en este caso. Un deseo diverso de seres humanos pero convergentes en el objeto por su valor. Los desposeídos del bien, en busca de la posesión y quien la detenta en la defensa de lo existente, todo como metáfora de lo que globalmente entendida es la existencia misma de las personas en esta sociedad de clases, en curso sucesivo, dialéctico y permanente.

Por la defensa de múltiples propiedades, derechos adquiridos sobre espacios productivos monopólicos, los burgueses del azúcar y el papel determinaron con sus intervenciones, de una u otra forma, la muerte de muchos, según se sigue de las múltiples acusaciones criminales que se le formulan desde los propios órganos del Estado de la burguesía. Por la defensa de un bien sufrieron su propia muerte, todo dentro de su propia lógica y paradójicamente en forma ajena a toda reivindicación ideológica.

En la película «No Mires Arriba», que se exhibió no hace mucho tiempo en nuestro país, un «bicho exponencial» y de otro planeta , termina masticando a una presidenta que supo ser indolente incluso ante el fin de la vida en la tierra. Algo de eso pasa por nuestros lados. Tal vez sea hora de “mirar”, comprender y transformar lo que viene dado desde el mundo sensible.  La libertad, situación tan anhelada y necesaria para las personas, nunca ha de ser plena en una sociedad de clases como la que constituimos por las relaciones sociales que las conforman y que implican la explotación y la opresión de unos sobre otros. No hay humanidad posible si los hombres disputan por los objetos y sus necesarios y apremiantes señoríos sobre los mismos, cuando son esas mercancías las que en última instancia dominan sus subjetividades. La mercancía y su dominio impide todo orden social justo y hace a la vez que la vida y la muerte no sean otra cosa que un objeto más de intercambio dentro de las relaciones o vínculos sociales que se den entre las personas al punto que unos sientan beneplácito por las pérdidas que puedan sufrir otros, en tanto en la medida en que se habilite ese mercado, la posición de comprador o vendedor resultará mutable y la “alegría” de hoy, significará el” dolor” de mañana.