NUEVO CURSO
EL SOCIALISMO ES UN RÉGIMEN SOCIAL DONDE LA VIDA NO ES NEGOCIO – (Gregorio Flores- Preguntas a un obrero que lee)
El Estado es un instrumento de la clase dominante, sin perjuicio de que en el seno de esta última se libran pujas de todo tenor para determinar en el espacio de lo político, en forma más o menos contradictoria y cambiante, cual es el sector ligado al capital que opera la gestión de sus instituciones y mantiene el orden legal que le ha creado a partir de la sanción de una constitución. En el Manifiesto Comunista puede leerse un mensaje claro hacia los trabajadores: “el gobierno del Estado moderno no es más que un comité que rige los intereses colectivos de toda la clase burguesa. “
El Estado moderno no es entonces, solamente una fuerza de represión sino también un productor de consenso (“comité”, “junta de negocios”) es decir un aparato institucional “organizador de intereses” factor que pone también de relieve la función ideológica que desenvuelve hacia la sociedad de conjunto.
Dicho en otros términos y con referencia específica a la la república burguesa parlamentaria, instituida en la Constitución Nacional entendida ésta como orden jurídico en el que nos desenvolvemos, cuando hablamos del Estado Argentina, estamos haciendo mención a una formación política específica por medio de la cual , la burguesía se establece como clase hegemónica, , en la medida en que vía de esa herramienta organiza los intereses burgueses al mismo tiempo que los impone sobre el proletariado.
De esta manera el Estado dentro del cual se inserta la sociedad civil dividida en clases donde nos desenvolvemos, funciona como un punto neurálgico en la materialización constante de las estrategias de la burguesía, centrado sobre la reproducción de las relaciones sociales capitalistas
Visto desde esta perspectiva el fenómeno que toma cuerpo en el Estado hace que este juegue un papel central tanto. en la producción y reproducción de medidas represivas visibles u ocultas, con consenso legal o sin él, como en la interpretación ideológica de esos fenómenos de violencia que se ejercen sobre los trabajadores y otros sectores sociales oprimidos , y también, en la formulación de discursos, tácticas y técnicas de poder, como las que verificamos en el plano comunicacional, que lleva incluso a extremos paradójicos como los actuales, donde miembros de la gestión del Estado se manifiestan públicamente contra aspectos de esa misma gestión buscando distancia sobre la misma .
Frente a todo esto, diversas fracciones de los explotados se expresan en las calles o por acciones sindicales aisladas. Sin embargo la acción militante, por la vía de las manifestaciones callejeras se hace sin una adecuada comprensión del fenómeno estatal en tanto se construye presidida por la idea de la obtención de algún pliego de condiciones materiales específicos o un planteo individualizado (la cuestión de los humedales) por el que se reclama una ley, es decir, se reclama un acto puntual de un poder del propio Estado de la burguesía,
Este esquema solo permite a quienes se movilizan conformar un micro mundo autorreferencial en el que se perciben como luchadores, pero oculta la falta de asistencia y compromiso de aquellos que continúan con su vida cotidiana, y emergen en la instancia electoral con un voto diverso del esperado aun cuando objetivamente pertenezcan a la clase trabajadora en sí, o a los sectores abarcados por el concepto sociológico de población económicamente sobrante.
Esto no significa descartar la presencia de sujetos movilizados en las calles por su propio efecto multiplicador, pero si advertir que la demanda social tiene por referente a un actor político ya constituido, y cooptado en manos de los operadores del enemigo de clase, contexto en el cual la protesta se vuelve domesticada y limitada por sus propios fines que en ningún caso promueven toda posible impugnación del rol del Estado, sino que concurren de manera funcional a su reproducción. Así lo reflejan las distorsiones en transformaciones graduales de luchas que son «interiorizadas» y asimiladas por el Estado, cuyo desenlace obligado termina en el reformismo.
Tal es el grado de constatación objetiva de esta premisa, que son las propias fuerzas de los trabajadores, (sobre todo en los sectores que han podido organizarse) las que exigen la intervención del Estado burgués en la definición del salario , las condiciones de desenvolvimiento general de la fuerza de trabajo, las cuestiones de daño ambiental, la vigencia de libertades democráticas ínsitas para la propia condición del ser humano y su desenvolvimiento libre en la sociedad civil, etc. .
Visto desde esta perspectiva, puede observarse la contradicción implícita en esa acción política que busca del Estado algo ajeno a su constitución ontológica, esto es, la posibilidad de que su intervención sea favorable a los intereses de la clase trabajadora en su conjunto. Esta “idealización” del Estado, por la vía de fustigar a los operadores políticos de turno, sean estos ministros, presidentes, secretarios de estado, o como quiera que se llamen, y cargar sobre ellos y no sobre su clase el peso de la cuestión, no hace otra cosa que mantener el revisionismo reaccionario de falsa conciencia que desde sus más variados relatos, se introdujo y se introduce en la clase trabajadora y en el conjunto de los sectores oprimidos de nuestra sociedad.
De esta manera es necesario advertir en torno al aspecto subjetivo del desarrollo de la lucha de clases, que la condensación material del actual nivel de esa confrontación , no puede trascender hacia otro estadio superior en el objetivo de la consolidación de los intereses de la clase trabajadora si esta de manera consciente o larvada, es dirigida desde el polo de los intereses inmediatos y materiales de los explotados hacia una idealización del rol del Estado como instrumento dinamizador de la satisfacción de esos reclamos .
Si el Estado es un sujeto sobre el que se puede influir y depender para la implementación de” políticas” en beneficio de los sectores explotados y oprimidos, se infiere que su exhibición con esos perfiles es solo para presionar, y no para luchar por su abolición.
Estamos hablando de la República parlamentaria de clase, construido, impuesto, y atravesado por los intereses tácticos y estratégicos de la burguesía. El camino de la movilización, con sus idas y venidas, necesita orientar la relación de fuerzas en la lucha de clases a favor de la clase trabajadora, en tanto vanguardia de los demás sectores oprimidos, y crear las condiciones para una hegemonía con base en esos intereses, y estar preparada para enfrentarse contra las tácticas inscriptas materialmente en el Estado tanto en el plano ideológico como en el de los dispositivos de sus agencias represivas que ejecutan la violencia, y forman parte de su propia estructura institucional.
Este aspecto de la realidad necesita estar presente en la lucha en sí, y debe ser dominado por quienes salen a la calle, cualquiera fuera el interés concreto y puntual que motive esa movilización en particular. El Estado no debe ser un factor de solución de la conflictividad, sino una estructura llamada a ser destruida para imponer su sustitución por formas propias del poder obrero, porque aun cuando en el hipotético caso pudiera dar una respuesta, la pretendida “solución” sería básicamente transitoria y a corto plazo dada la magnitud de la crisis del modelo de producción que está llamado a resguardar facilitando su reproducción.
El factor objetivo de la situación social y política, que tiene que ver con la crisis que el capitalismo, exhibe globalmente y en nuestra estructura productiva específica signos de agotamiento y dificultad en su reproducción con consenso social, sin perjuicio de lo cual se presentan trabas para vehiculizar de modo consciente el avance de los trabajadores a instancias superiores de la lucha de clases. En este sentido, cuanto corresponde es la tarea propagandística de llamar a superar la contradicción entre la madurez del factor objetivo y la inmadurez del factor subjetivo, eliminando del escenario la búsqueda de. alianzas con la pequeña burguesía o la burguesía “progresista”, o bien la centralización en luchas por reformas que no van más allá de simples concesiones a los trabajadores, todas ellas de efímero resultado ante la objetiva crisis de reproducción del modelo capitalista.
Los progresismos, los reformismos dejan ver su impotencia como factor de cambio social y solo exhiben su funcionalidad con el modelo reproductivo del capital ¡Solamente el derrumbe de la burguesía y su Estado puede constituir una salida! No se trata de reformar el capitalismo sino de derribarlo completamente, para ello de manera táctica y programática, debe orientarse la lucha a lograr trazar un puente entre las reivindicaciones actuales y las reivindicaciones del programa para la revolución socialista.