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Nuevo Curso

LA BARBARIE TIENE MOTIVOS FUNDADOS . LA REVOLUCIÓN Y SUS IMPERATIVOS.

NUEVO CURSO

Existe en la actualidad una sucesión de acontecimientos internacionales que hacen adquirir centralidad al fenómeno de la guerra con alcances similares a los que preanunciara Trotsky en la década del 30 del siglo pasado.

Sin embargo, en ese plano, es importante advertir de modo específico que  este fenómeno alcanza significaciones políticas y sociales, como tendencia y particularmente no como expresión exclusiva y esencial  de  disputa inter-imperialista sino como  síntoma visible y desesperado de la barbarie capitalista, en la medida en que ese orden social-jurídico-productivo y su clase dominante -la burguesía- , cede en sus propios fundamentos a partir de la imposibilidad de creación de valor social, cultural y político, y poner de manifiesto que sus objetivos políticos revolucionarios, igualdad, libertad y fraternidad resultan absolutamente inexistentes y han mutado por su negación , en individualidad, utilitarismo, pragmatismo y concentración de la riqueza con desigualdad social exacerbada.

En paralelo los hechos políticos, ubican al método marxista como el único apto para intentar comprender esa globalidad decadente en que toma cuerpo y materialidad nuestra subsistencia, aun cuando precisamente la posibilidad de un relato general sea negada por todas las variantes de pensamiento, contraponiéndole la exacerbación de la especificidad y las diferencias como único objeto de teorización social posible.

      Dicho, en otros términos, en tanto filosofía de la acción, los presupuestos metodológicos enunciados por Carlos Marx y de aquellos que han mantenido vivo su desarrollo, tienen la particularidad de ser el único intento de pensar la realidad capitalista en su conjunto, como totalidad.

    Desde esta perspectiva, no es ocioso señalar que, los restantes enfoques teóricos, surgidos desde las más diversas variantes del pensamiento han quedado reducidas más temprano que tarde, al economicismo y con ello han renunciado a la pretensión de una construcción teórica abarataba de cuanto opera en la realidad, concentrándose únicamente en cálculos cuantitativos sobre las tendencias políticas que dejan ver los presupuestos estatales.

        A partir de la escuela marginalista, la denominada ciencia económica burguesa abandono el concepto mismo de “valor”, elemento cardinal de la teoría económica de Marx y de la definición prevalente de la relación capital-trabajo. Además, en paralelo, también se sostiene que la “lucha de clases” ya no es factor inmanente de la sociedad de la mercancía, como modalidad de distribución del plusvalor en el seno del modo de producción capitalista. Ese desplazamiento no es casual sino ideológico-estratégico.

    Por lo demás a partir de la llamada economía de plataformas digitales, siendo que esta modalidad, esta forma de gestión productiva capitalista, se transformó en la vanguardia de las nuevas maneras que asume la producción capitalista en este siglo.

       Todo esto nos marca, al menos inicialmente, la preocupación acerca del lugar o momento productivo, dónde se origina ahora, en nuestro tiempo de primeras décadas del siglo XXI, el plusvalor   

En esa línea de ideas  acentuando la incidencia de la llamada cuarta revolución industrial, se dice sin ponerse colorado, que con la robótica y las herramientas digitales el mundo del trabajo está sufriendo una transformación radical, en tanto quela clave  para la expansión de los negocios no son tanto los productos o servicios ofrecidos sino el procesamiento de la información que surge de los actores que participan de su producción, distribución y consumo ya que  esta nueva versión que asumiría la reproducción capitalista utiliza los datos como materia prima para la venta de información en el mercado. Información actual y futura,

       De esta manera, teniendo la burguesía el dominio de la información recogida por vía del empleo de esas herramientas de plataforma se hace de una mercancía que facilita a la vez anticipar las conductas de los agentes del proceso económica permitiendo dirigirlas o influenciarlas, a fin de optimizar procesos y hacerlos más veloces y rentables.

       En esta indicación compútese la existencia de plataformas digitales entre pasajeros y conductores de transporte (Uber); compradores y vendedores de bienes (Amazon o Mercado Libre); usuarios masivos de información y sus proveedores (Facebook, Google); creadores y consumidores de entretenimiento cultural (Spotify, Netflix); o entre consumidores y negocios de comida (Rapi, Pedidos Ya, Uber Eats)».

“Pedidos Ya y Rappi”, son a la vez una suerte de cabecera de playa en el combate burgués por el cambio en las relaciones laborales, con derechos básicos negados a los trabajadores, son indicios relativos a que el fenómeno en ciernes tiende a expandirse en toda la economía.  

     Frente a todo esto , es relevante centrar la cuestión en la necesidad de  la militancia relativa a la continua vigencia de El Capital, en lo referente al concepto de plusvalor, y denuncia de la explotación, que desemboca en peticiones de justicia en la distributiva que hacen posible transicionalmente la   demanda de otro orden social,   por sobre la letanía de pregonar únicamente, la reforma del existente sobre la base jurídica institucional de la república burguesa, entendida como expresión normativa del Estado de Derecho, viendo a este eslabón histórico como el punto máximo de perfección de un sistema social.

Por eso, no resulta desacertado pensar y postular, que para comprender el capitalismo en el siglo XXI el concepto central es la teoría del valor y a partir de ella son válidas las herramientas conceptuales que surgen – todas ellas tomadas de conjunto- de las categorías: mercancía, dinero y trabajo abstracto; la naturaleza dual de la mercancía y del trabajo que la produce, y el fetichismo de la mercancía- con su correspondencia subjetiva en la enajenación humana

Este enfoque permite evitar un escollo centrado en la afirmación de los apologistas de la ideología burguesa de la sociedad terciaria, basada en la presunta autorrealización de todos los trabajadores en trabajos creativos y autogestionados, (emprendimientos) en la que ya ha quedado eliminada la separación entre productores y medios de producción. Por ello, el problema se centra hoy en dejar en claro, también con propósitos estratégicos ¿Cuál es la característica principal del capitalismo del siglo XXI?

Para encontrar respuesta de este interrogante hay que partir de una certeza.  No cabe duda que existimos y nos relacionamos en una sociedad de clases, una sociedad en que reina una división entre propietarios de los medios de producción y los que solo poseen su fuerza de trabajo, siendo esa división aquella que conduce a la lucha y esa confrontación se conforma como motor del desarrollo de los comportamientos sociales.

No obstante, esto, el factor central en la definición de la diferencia específica que constituye la sociedad del capital es el fenómeno que en la teoría marxista se describe bajo el problema del valor. El plusvalor, cuya existencia sería, según las interpretaciones más corrientes de Marx, el rasgo distintivo del capitalismo, no se explica en rigor sin el valor.

Los intelectuales de distintas variantes que actúan orgánicamente en orden al interés de esa clase social, indican que no hay lucha de clases y que la clase trabajadora, en el contexto social actual, está en una posición próspera que inhabilita el odio de clases y la confrontación a excepción de las resultantes cada vez más marginales de la agitación propagandista del economicismo. Sin embargo, los hechos nos dicen que la lucha existe, ha existido durante siglos y su existencia es independiente de cualquier plano ideológico.

Los testimonios de protestas callejeras en todo el mundo, las guerras, las revueltas sociales dan referencia concreta que, en distintos estadios, esa lucha de clases cobra continuidad, vigencia y permanencia dentro de este orden social.  Asimismo, puede verse en todas partes, como parte del fenómeno de globalización capitalista, el incremento de la tasa de explotación del trabajador y la falta de consideración por la salud y las condiciones ambientales en donde se desenvuelve la existencia de los asalariados.

Más allá del maquillaje de formas con que se opere desde los aparatos ideológicos que la burguesía pueda desplegar, tiene rasgo de certeza que los patrones en forma concentrada tiene a diario un incremento de sus beneficios económicos, en tanto los trabajadores, en actividad o desplazados de la producción activa, se empobrecen, todo lo cual significa que el origen de esa concentración en pocas manos de la riqueza social generada en una comunidad proviene del trabajo no remunerado.

Dicho de otra forma, la ley de acumulación capitalista está probada históricamente y con mayores acumulaciones de capital el empobrecimiento alcanza mayores niveles y no se detiene.  El capitalismo, que unifica al mundo por primera vez en la historia de la humanidad, no lo homogeniza, sino que, por el contrario, lo polariza crecientemente, constituyéndose así en una eficiente y a la vez degradante fábrica que produce acumulación incesante de capital, de riquezas y opulencia en un polo minoritario de la sociedad mundial, y pauperización en el otro polo crecientemente mayoritario.

La verdadera particularidad de la sociedad capitalista moderna es el papel central del valor y su autonomización, en virtud de la cual la producción misma de bienes de uso y de servicios pasa a ser un mero apéndice de la producción de una entidad fetichista: precisamente el valor, que toma cuerpo en la mercancía.

Marx inicia su obra principal, El Capital, no con la lucha de clases, ni tampoco con la plusvalía, sino con un análisis minucioso de la mercancía, del trabajo que la produce, del valor, del dinero y del fetichismo. Y no trata estas categorías como factores simplemente dados, naturales, evidentes, supra históricos, neutrales. Y en esto reside la diferencia con sus predecesores Smith y Ricardo.

La potencia transformadora de esta metodología está precisamente en el hecho de analizar estas categorías de base –y, en consecuencia, todo el edificio social construido sobre ellas– como categorías históricas y destructivas que son superables en cuanto tales, de lo cual deviene su carácter transitorio.

La teoría del valor de Marx es la única explicación coherente de este proceso dialéctico que se engendra en el propio seno de la sociedad capitalista. Todo trabajo, por una parte, genera o produce siempre algo. Es una actividad humana concreta.  Sin embargo y al mismo tiempo, es una actividad no definida por el sujeto que lo produce sino por una relación social generalizada que hace que esa actividad esté determinada por el mercado, de manera absolutamente arbitraria y dominada por la interferencia de las formaciones monopólicas de propiedad. Así para el trabajador, ese aspecto de su labor significa pura y simplemente cantidad de tiempo vivo de su actividad y en ningún caso un producto del que pueda disponer.

Es esta segunda situación, la que hace que el trabajo humano, en su condición de trabajo abstracto no se traslade a la producción concreta de un objeto, como lo hace el trabajo concreto, en la medida en que específicamente no crea ningún objeto o servicio sino solo una forma social: el valor.

El trabajo reducido a puro tiempo, sin consideración alguna por lo que se hace en ese tiempo, crea el lado “valor” de toda mercancía. El otro lado de la misma mercancía es su valor de uso. El valor no tiene nada de natural; es un modo puramente social de considerar los productos. Es una proyección, un modo de calcularlos.

 Pero se trata de un modo inconsciente, que se presenta a los actores sociales como algo ya existente y es previo a cualquier acto productivo: en esto reside el fetichismo de la mercancía de que habla Marx.

Esta doble naturaleza de la mercancía y del trabajo que la produce no da lugar a una coexistencia pacífica, sino a una contradicción violenta. El trabajo abstracto no es la suma de los trabajos concretos. El valor , que es su expresión social , medida en la cantidad de tiempo socialmente necesario para la elaboración del producto, es una abstracción que se hace visible en el dinero y en su realización en el mercado.

En efecto, en su condición de objetos que tienen un precio, las mercancías conocen solo el más y el menos, pero ninguna diferencia cualitativa. Deben tener uno u otro valor de uso, porque tiene que responder a una u otra necesidad que lleve a pagar por ellas, pero este valor de uso acaba por ser un simple soporte del lado abstracto, del lado valor de la mercancía.

La acumulación tautológica de trabajo ya realizado, de trabajo muerto, se convierte pues en la finalidad verdadera de la economía capitalista. Los propietarios mismos del capital no son los gestores de este proceso, sino solo los ejecutores. El verdadero sujeto de este proceso es el capital y su necesidad constante de crecer. Esta dinámica ciega y autorreferencial, privada de contenido propio, se condensa en el paso de la modalidad del cambio mercancía – dinero – mercancía     a      dinero – mercancía – más dinero.

Al final del proceso el resultado debe ser una mayor cantidad de valor, y por ende de dinero, ya que de otra forma el proceso se consideraría un fracaso.

Donde prevalece la doble naturaleza del trabajo, prevalece también el lado abstracto del trabajo, y donde éste predomina, se instaura una acumulación de valor indiferente al propio contenido.

Una gran cantidad de riqueza en sentido concreto (material o inmaterial) puede coincidir pues con una cantidad muy pequeña de valor y viceversa. Por esto es posible que incluso se llegue al abandono de la riqueza “concreta”, si no contribuye suficientemente a la acumulación autorreferencial de trabajo muerto y, en consecuencia, de dinero. Y esta acumulación es tan destructiva porque es por definición – y no por cualquier maldad moral o psicológica de los capitalistas – indiferente a sus contenidos.

En el capitalismo, el trabajo abstracto se ha convertido en el vínculo social, en el objetivo de la sociedad, y no ya en un medio para otros fines. Con esto, eso que comúnmente se conoce como “la economía” de disocia, se desplaza de manera autónoma de la sociedad en que se origina. El capitalismo es a partir de esto, una sociedad en que el trabajo se autonomiza y su dinámica anónima, no controlada por nadie, pasa a ser ella misma la base de las relaciones sociales.

Hoy se dice que existiría una difusión masiva del llamado trabajo “inmaterial”, con un fuerte crecimiento de los servicios y de los trabajos vinculados a la tecnología microelectrónica a lo que se liga la transferencia ideológica que surge con la categoría emprendimiento en la cual solo habría actividad humana y no patrones y trabajadores.

Esa afirmación no supera la teoría del Valor. El trabajo no es primero concreto, en la fase de la producción, y luego abstracto, en fase de la circulación; ni se ha hecho “más abstracto” en la época del desarrollo del capitalismo a causa de la parcialización o la automatización. Son planos de análisis completamente distintos. Hablar de un trabajo “cada vez más abstracto”, de un “devenir abstracto del trabajo”, carece por completo de sentido.

El papel del trabajo en el ciclo de reproducción del capital. La actividad humana en los servicios es, en lo esencial, “costes” tanto para el capital como para el sistema considerado en su conjunto, Es algo que se ve cuando el desempleo golpea ya a todos estos sectores, y no hay ningún otro sector que sea capaz de absorber a esos trabajadores desempleados. Servicios como la sanidad y la educación son esencialmente, desde el punto de vista del capital, “costos”, financiados con los ingresos del capital productivo. Por eso cuando llega una crisis estos servicios, por útiles que puedan ser desde el punto de vista social, son los primeros en ser sacrificados.

No puede existir un modelo de acumulación basado en la información, el trabajo intelectual, la cultura o, en general, lo servicios, porque este tipo de actividades crea demasiado poco valor, y este último sigue siendo el único parámetro en una sociedad basada sobre la valorización del capital.

El capitalismo no se interesa en la “actividad”, en la “utilidad”, etc., sino solo en la producción de valor. Y para crear valor no basta con haber trabajado, sino que se necesita asimismo haberlo hecho de un modo que reproduzca el capital con que se ha pagado el salario recibido.

 Lo que se enmascara bajo el llamado capital de plataforma, es todo menos un nuevo modelo de acumulación. Su existencia se basa más bien en la financiarización, es decir en el crédito y el “capital ficticio”. El déficit de acumulación real se compensa con su simulación, es decir con una explosión de crédito de dimensiones astronómicas, y el crédito no es otra cosa que un consumo anticipado de un ingreso futuro que podría no producirse nunca.

Con todo, el capitalismo de la información existe, sin duda, como realidad sociológica, como el conjunto de las nuevas formas de trabajo basadas en la flexibilidad, la movilidad y un incremento del nivel de formación, etc. Pero no contiene en cuanto tal un potencial de emancipación, sino que asistimos, cosificación entera e íntegra de la personalidad y a la absorción del sujeto, con sus facultades críticas, por el sistema de relaciones sociales capitalistas,

Así pues, se roza el absurdo cuando se habla en sentido positivo de la “autovalorización” de estas nuevas figuras de trabajadores –emprendedores El problema reside propiamente en que se consolida un proceso inhumano cristalizado en el devenir-valor de todo, en la total reducción del individuo a objeto, en un mundo en el que solo lo que tiene un “valor” merece existir.

La “auto valorización”, la pretendida actividad sin patrones, libremente determinada por el sujeto y una aplicación telefónica, se traduce en su contrario, es decir, en una completa auto sumisión a los imperativos económicos, pero esta vez en una forma “autogestionada”.

Existe una forma fetichista, la del valor, que es previa a estas cuestiones de distribución del valor ya presupuesto que asume la forma jurídica de propiedad. La cuestión principal es determinar qué se produce y según qué criterios, no sólo quién obtiene el mayor beneficio de ello, y es ahí donde la relación trabajo abstracto, valor y fetiche de la mercancía toma cuerpo en la medida en que todas sus determinantes concurren necesariamente a relaciones sociales de intercambio de mercancía por medio del dinero

El pretendido emprendedor no es otra cosa que el individuo aislado que reúne en él las formas tradicionales del patrón y del asalariado y que debe sobrevivir en la jungla del mercado por medio de una rigurosa auto explotación, esclavo no ya de un patrón de carne y hueso, sino directamente de la mano invisible del mercado, sin nadie a quien dirigir sus reivindicaciones, en tanto solo se vincula con un objeto abstracto como lo es una aplicación telefónica

Esta estructura del emprendimiento, se basa en el cálculo, cínico pero realista, de que el único trabajo que aún pueden encontrar los grupos humanos desplazados de la producción es el de hacer de criados para los pocos vencedores de la competición económica actual. En una época en que se paga más por las tecnologías que por las personas, muchos están dispuestos a pagar por el gusto de tener criados, que le traigan la comida o lo que se les ocurra, a condición de que cuesten suficientemente poco y no hacerse cargo de ellos en cuanto sujetos

La sociedad basada en la mercancía, el valor, el dinero y el trabajo tiende cada vez con mayor evidencia a la creación de una humanidad superflua también denominada como población sobrante. Esto ha sido desde el principio una contradicción fundamental del capitalismo, contenida en su núcleo y que, en cuanto tal, es eliminable: solo el trabajo vivo, la utilización de la fuerza de trabajo, crea valor. Y, al mismo tiempo, la competencia lleva a emplear máquinas y tecnologías que sirven precisamente para disminuir el empleo de trabajo vivo y permiten que cada trabajador individual produzca más para su empleador. Pero la ventaja inmediata para el poseedor de capital que primero recurre a las tecnologías nuevas se ve muy pronto anulada por la competencia, lo que a largo plazo produce una disminución del beneficio de todo el sistema.

Hacia mediados de los años setenta del siglo pasado, es decir con la denominada revolución microelectrónica, los procesos en la sustitución del trabajo vivo por las tecnologías han sido tan importantes que ningún mecanismo de compensación podría ser suficiente, menos aún en presencia de mercados saturados. Desde entonces el capitalismo está definitivamente en crisis y no hace otra cosa que diferir mediante la financiarización. No ha aparecido ningún modelo nuevo de acumulación: tan solo se han simulado beneficios.

Los nuevos puestos de trabajo, sobre todo en el sector terciario, son, como ya se ha dicho, en gran parte “improductivos” en sentido capitalista y se financian indirectamente por sectores efectivamente productivos de capital, que, no obstante, están disminuyendo. Por otra parte, la experiencia demuestra día a día que en tiempos de crisis tales trabajos se eliminan con tanto ímpetu como los puestos de trabajo en los sectores tradicionales. La cuestión ya no es, pues, la de desplazar la fuerza de trabajo hacia nuevos sectores. Lo cierto es que gran parte de la fuerza de trabajo a escala global pase a pasado a ser un sobrante. Y quien no trabaja no come, es decir, tampoco resulta útil al sistema como consumidor. Grupos sociales cada vez más amplios, y hasta países enteros, se convierten en inútiles desde el punto de vista del capitalismo: pasan a ser un lastre, un peso muerto. Al mismo tiempo se les han retirado todos los medios para sustentarse por sí mismos, sobre todo en la agricultura. A largo plazo, la sociedad de la mercancía no sabe qué hacer de la humanidad que la ha creado.

La batalla, entonces, se refiere al mantenimiento en barbarie o la abolición de un sistema que acaba por amenazar a todos sus miembros, con los desastres que produce.