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Nuevo Curso

LEVIATAN

DANIEL PAPALARDO

Arma en silencio un paquete. Sabe que al llegar, después de todas las vejaciones que supone la espera y el ansiado locutorio, donde todos hablan y nadie escucha, donde un vidrio rompe el sentimiento y enturbia la mirada , ese envoltorio estará hecho añicos, y su contenido supervisado, destrozado, por el penitenciario en la forma, pero ardiente de rebeldía y vida frente al oprobio del encierro inhumano.


Lo sabe pero lo arma con devoción y esmero, dos palabras que no alcanzan para definir todo aquello que siente por su hijo. Ese, el varón mayor de sus cinco. Los otros cuatro, la ven repetir ese rito y en silencio soportan estoicos la bronca que embriaga por todo lo que viene sucediendo desde aquel día en que  el hermano que marca el rumbo, no volvió a su sitio , no abrazó a su hijo, ni dibujo su acostumbrada reflexión. Es el odio por esa vida de tinieblas y de noche permanente, que se comparte en silencio en aquella amplia cocina.
Nunca se puso un pañuelo blanco, pero para que, si tenía blanco el pelo, y su lucha individual se sumó a toda la resistencia. Ella era así, a su manera, y desde su vida. Ella , como las otras, dejó la cocina, la máquina de coser,, la ropa limpia y planchada , sus lecturas “en los tiempos libres”, por la cara sin lágrimas que pareció haberse prometido desde entonces y su asistencia perfecta, desde y durante todo ese tiempo nefasto en la puerta de la “unidad penitenciaria modelo Coronda”, bien que antes en “el pozo” y otro tanto en la Alcaidía de Rosario.


El otro, el viejo, , muy distinto a ella, pero uno solo con ella , en aquello de ser los artífices de ese hijo que no vuelve, de ese hijo que falta a la mesa de los domingos. También se prepara para ese domingo que se repite sin solución de continuidad, ni mana buenas noticias. Un tipo capaz de dejar todo, pero todo, hasta no verlo salir de ese infierno. Y tuvo esa alegría después de tanta noche . Pero fue tanta la tristeza previa, que nosotros, todos nosotros, los de entonces, nunca volvimos a ser aquellos que fuimos, antes de aquel día en que nos tocó aprender con dolor , la lección que toda persona debe saber: El Estado, cualquiera fuera el nombre que se le de a sus formas de gobierno, es un monstruo bíblico.