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Nuevo Curso

PODER BURGUES VS. PODER OBRERO. CLASE CONTRA CLASE EN LA REALIDAD ARGENTINA

NUEVO CURSO

Los múltiples factores que en forma combinada exhibe la realidad social obligan a recordar , en momentos en que la burguesía dirime entre sus sectores internos cuál de ellos provee sus operadores políticos para la conducción del interés global de la burguesía en sí, que el eje de la transformación social  se concentra en el modo de producción capitalista como clave de la sociedad burguesa, pero que  esto, no excluye la importancia  que la militancia socialista debe dar necesariamente a la  autonomía y especificidad del Estado, del poder político, aunque se trate de instancias que no se fundan ni se bastan a sí mismas.

Ahora bien, la importancia de la política y por tanto de la teoría correspondiente reside no sólo en su autonomía relativa dentro del todo social, sino también en su existencia como práctica, como lucha de clase que aspira a la mayor autonomía posible en la conquista, el mantenimiento, transformación y desaparición del poder político. Este poder es precisamente el objetivo de la práctica política, o con palabras de Marx: «El movimiento político de la clase obrera tiene como objetivo final la toma del poder político»

El poder se define a sí mismo como la expresión de una cualidad en quién lo ejerce de imponer un determinado contenido conductual en otros.  Sin embargo, solo se dispone de esa cualidad o capacidad en virtud de un conjunto de condiciones o circunstancias que hacen posible ese ejercicio.

Esta premisa implica que el poder no es inmanente, es decir, no es una calidad de quien lo detenta, sino que por el contrario es, algo exterior a él lo que le da el ser, y lo hace posible, y necesario.

 Sin embargo, lo prevalente sobre el fenómeno, es que, en todos los casos, implica siempre una relación social que se da entre los hombres sea que a estos se los tome como individuos, o como grupos, o clases sociales.

En tanto relación su contenido específico se determina por una situación o posición desigual o asimétrica de ambos extremos de ese vínculo. Son relaciones en las que unos dominan, subordinan, y otros son dominados, subordinados. En las relaciones de poder, el poder de unos es el no poder de otros.

Dominación y sujeción se imbrican necesariamente. En la dominación se impone la voluntad, las creencias o los intereses de unos a otros, y ello independientemente de que la sujeción se acepte o se rechace, de que se obedezca o desobedezca interna o externamente, o de que la desobediencia externa adopte la forma de una lucha o resistencia.

La aceptación o el rechazo de la dominación, la desobediencia o la resistencia a ella, caracterizan modos de asumir las relaciones de poder, pero ni en un caso ni en otro se escapa a su inserción en ellas, o a sus efectos desiguales y asimétricos.

 Las relaciones imbricadas en la estructura del poder no se dan en una esfera exclusiva de la realidad humana (económica, política eideológica) tampoco se localizan o centralizan en un solo punto, si no, que se diseminan por todo el tejido social.

Pero esto no significa que los poderes así diseminados (en la familia, la escuela, la fábrica, la cárcel) no se relacionen con ciertos centros de poder y que, a su vez, entre aquellos y éstos, y entre los centros mismos, no se dé cierta relación e incluso una jerarquización en sus fundamentos y consecuencias.

El poder político se torna necesario y ve su emergencia concreta en la sociedad dividida por antagonismos irreconciliables. Es el lugar del orden, de la conciliación de esas contradicciones que, de no resolverse, conducirían a la destrucción de las fuerzas humanas en pugna, y llamado a cumplir esta función desde la forma jurídica-institucional Estado, sólo aparentemente, se sitúa por encima de la sociedad civil en su totalidad y de las fuerzas en conflicto, en particular.

La función de imposición del “orden», «amortiguamiento» o «conciliación» de los intereses antagónicos que realiza el Estado no es en razón del “interés general” o el llamado “bien común “sino en interés de una de las fuerzas sociales o clases en pugna, que emergen del particular modo de producción que impone el capitalismo. «El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”. (Manifiesto Comunista. Carlos Marx)

Dicho de otra forma, el poder estatal no existe para administrar o velar por el interés de toda la sociedad sino por el de una clase social de ella, que asume rol culturalmente dominante.  El Estado institucionaliza el poder burgués que obtiene legitimidad por el contexto normativo que él mismo se da, para velar por sus negocios comunes o interés fundamental de toda la clase. El poder político es, pues, el poder de toda la clase y, por implicación, no de esta o aquella fracción de esa clase o de un burgués en particular. Es este elemento del fenómeno, el que resulta olvidado, omitido, ocultado por las expresiones políticas que se adjudican representar los intereses de los trabajadores cuando le otorgan centralidad a la militancia parlamentaria con objetivos reformistas, haciendo que la clase explotada y los oprimidos resulten un elemento más del Estado y no su enemigo de clase.

En el mismo espacio se ubican los que alientan políticas de derechos subjetivos e individuales, reclamando esas acciones del poder político, sin advertir que el Estado no puede dar cuenta material de la satisfacción de esas demandas sin afectar “derechos” e intereses de alguna fracción de la clase dominante, todos ellos centrados en la prevalencia de la propiedad privada.

Lo cierto es que, la naturaleza del poder reside en su vinculación con la clase a la que sirve administrando sus intereses o «negocios» comunes. No reside, por tanto, en el personal gobernante o los administradores estatales que lo ejercen directamente. La clase que, en la sociedad moderna, burguesa, da su coloración política al poder es la misma que domina material, económicamente. Y su dominación política está destinada, en definitiva, a mantener y reproducir las condiciones generales en que se lleva a cabo su explotación económica; es decir, las relaciones capitalistas de producción.

Esto último implica afirmar, además, que cualesquiera que sean las formas del poder político burgués no puede darse una contradicción de fondo entre el poder Estatal y la estructura económico social correspondiente. O, dicho, en otros términos, la clase que, desde el poder, domina políticamente, no puede volverse contra la dominación económica que ejerce por el lugar que ocupa en las relaciones de producción.

Dicho de otra forma, en el poder burgués institucionalizado bajo la forma jurídica Estado no hay margen de autonomía absoluta, entendida como propia de un poder que actuara contra los intereses de la clase dominante, puesto que, en definitiva, el poder se ejerce en el marco de determinada estructura social, de clase.

Sin embargo, el desarrollo de la lucha de clases puede obligar a la burguesía a otorgar por razones de coyuntural debilidad a permitir cierta autonomía respecto de esa clase en sí y en su totalidad. Es la experiencia histórica del régimen bonapartista en la que se pone de manifiesto una relación más compleja entre el poder político y la clase dominante.

 Ese particular fenómeno, reafirman a su vez la idea complementaria a la ya expuesta que se expresa en la tesis de que la clase no ejerce el poder directamente sino a través de su personal político seleccionado por vía del voto o no.

Esto permite exhibir, asimismo, el dato real que hace que la clase dominante sea un bloque monolítico, sino que se halla dividida en fracciones que tienen sus propios intereses, no obstante, su interés común, fundamental, de clase.

 Puede ocurrir, que esas fracciones impulsadas y cegadas por sus intereses particulares luchen entre sí y pierdan de vista su interés común, tal como parece surgir de la coyuntura que exhibe la realidad argentina. Surge entonces la necesidad de un poder político que, sin dejar de ser de clase o justamente por ello, se autonomice respecto de la clase dominante, o, con más exactitud, respecto de sus fracciones y representantes, y sirva a los intereses de la burguesía contra los burgueses mismos, pero dentro de la sociedad burguesa y el orden social capitalista y, por tanto, sin trascender sus límites estructurales de orden económico y social. Se trata, pues, de una autonomía relativa, o apariencia de autonomía, ya que el carácter de clase del poder se mantiene.

El fascismo ve llegar su turno porque los medios «normales», policiales y militares de la «democracia», con su cobertura parlamentaria, no son suficientes para alcanzar el fin de las dificultades de la sociedad capitalista y mantenerla en equilibrio.

 A través del fascismo, el gran capital pone en movimiento a las clases medias irritadas, a las bandas de lumpenes descompuestos, a los desclasados y desmoralizados, a todos esos innumerables seres humanos a los que el mismo capital financiero empuja a la rabia y a la desesperación.

El gran capital exige del fascismo un trabajo completo: si acepta los métodos de la guerra civil, quiere lograr la calma para varios años. Y los agentes del fascismo, utilizando como arma a las clases medias desesperadas y destruyendo todos los obstáculos a su paso, desempeñarán muy bien su trabajo.

La carta del fascismo conduce a que el capital financiero tome directamente en sus tenazas de acero todos los órganos e instrumentos de dominación, de dirección y de educación: el aparato del Estado con el ejército, los municipios, las universidades, las escuelas, la prensa, las organizaciones sindicales, las cooperativas.

La fascistización del Estado implica antes que nada y sobre cualquier otra cosa, el aplastamiento de las organizaciones obreras: Reducir a la clase obrera a un estado de apatía completa y crear una red de instituciones que penetren profundamente en las masas, para obstaculizar toda cristalización independiente en los trabajadores asalariados y en sus capas más cercanas.Es precisamente aquí donde reside la esencia del régimen fascista.Problemas vitales del proletariado Aleman (Fragmento)Leon Trotsky

1938

Por último, el poder político Estatal, es “la violencia organizada de una clase para la opresión de otra”, es decir, la dominación política del poder burgués sobre la clase trabajadora es siempre violento en el sentido amplio del término. Es violencia organizada en el sentido de que, independientemente de cómo se ejerza en mayor o menor grado, efectiva o potencialmente, su fundamento último descansa en la fuerza. El poder burgués por vía de la forma normativa constitucional, ejerce el monopolio de esa fuerza con legitimación en esa ley suprema. Es en torno de esa condición que en todos los casos el poder burgués toma forma de dictadura de clase y torna abstracta la pretendida antinomia entre dictadura y democracia en tanto en definitiva ambas contienen en sí mismas la capacidad habilitada legalmente del ejercicio de la fuerza sobre el “otro”.

 Al partir de una concepción negativa del Estado perfilado como la forma jurídico-normativa del poder concreto de la burguesía como clase no esa esencia no resulta alterada según fueran las diversas formas de gobierno. También esa premisa implica necesariamente la la gestión política militante por un Estado alternativo, socialista, frente al Estado representativo, burgués como transición hacia su desaparición como centro de mandatos normativos hacia la sociedad.

Esta posibilidad de superación de uno por el otro, centraliza el problema de la conquista específica de ese espacio de poder que implica la lucha de clases.

 Queda así planteada como excluyente en el contenido concreto de la militancia política obrera la estrategia y la táctica de la lucha socialista revolucionaria por un partido obrero socialista para derrocar al Estado que institucionaliza y legitima por vía normativa la explotación y opresión de esa clase sobre el conjunto social.

 Lo fundamental, como subraya Lenin, es la conquista del poder, con respecto a la cual corresponde precisamente al bolchevismo la creación de los conceptos y los métodos» para llevarla a cabo ese objetivo estratégico.

Pero, si en la relación entre lo político y lo económico como instancias del todo social, la atención principal como clave explicativa la concentra Marx en la base económica y no en la supraestructura política, cuando se trata de la conquista del poder determinado económicamente, la primacía corresponde a la práctica política, a la lucha política de clase sobre otras formas de lucha de clase: la económica y la ideológica.

 Ahora bien, si esta práctica política es esencial y prioritaria, ello se debe a que el poder político como instancia social, contra lo que sostiene una interpretación economicista de Marx, no es un simple epifenómeno de la base económica, sino que tiene una autonomía relativa. Ciertamente, la práctica política sería innecesaria si la toma del poder o su transformación se dedujera mecánicamente de los cambios en la base económica, aunque éstos no pueden ser ignorados.

La teoría política del poder y de la práctica para conquistarlo o transformarlo de manera dialéctica es prioritaria en las actuales circunstancias de la lucha de clase, razón por la cual, el reagrupamiento organizativo de la vanguardia obrera en función específica de construir su propio partido de los trabajadores resulta la acción militante inmediata.

Este imperativo se infiere de la carencia de una expresión política clasista unificada y del agotamiento histórico del FITU por abandono de sus dirigencias de la estrategia revolucionaria, para replegarse en la protección de sus propios intereses burocráticos en las practicas parlamentaristas, con objetivos reformistas. La cooperativa electoral FITU exhibió su último estribo agonizante al acudir a las PASO para definir quienes asumirían el rol de candidatos en la farsa electoral impuesta por el poder burgués sin denunciar su carácter distractivo frente a la crisis de reproducción del capital en la estructura económico-social que ubica a la población en escenarios de miseria y barbarie.