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Las organizaciones obreras y las cacerolas

El problema de los sindicatos es uno de los más importantes para la militancia. Las circunstancias emergentes de la lucha de clases en nuestro país, dejan enseñanzas y abren complejidades en las actividades que imponen que orgánicamente apegados a los intereses objetivos de los trabajadores busquemos precisar criterios que haciendo las veces de herramientas permitan no frustrar nuestras intervenciones en el nuevo período abierto por la asunción a la gestión formal del poder por La libertad avanza.

En primer orden hay que tener en claro que si no se tiene una posición clara sobre el rol de los sindicatos tal como son en realidad y no tal como los deseamos las posibilidades políticas de ganar una influencia real sobre la clase obrera resultan limitadas y dejan ver las limitaciones que presenta el fenómeno político que estamos transitando.

En ese orden de ideas debe despejarse la noción relativa a que fueron mayoritarios los trabajadores que dieron su apoyo electoral a Milei. En ese sentido es preciso indicar que no gestándose una política obrera autónoma y de clase con programa socialista en el marco de la farsa electoral no cabe considerar los votos como votos de trabajadores, porque aun cuando quien depositó el sufragio sea una persona instalada en la sociedad como parte de la clase trabajadora en sí, obligada básicamente a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir , cuando sufraga en esas condiciones reales que dejaron ver las circunstancias de la farsa electoral lo hace simplemente en la forma jurídica de ciudadano e individualmente.

 Por eso debe indicarse como premisa, que la herramienta fundamental para la acción revolucionaria del proletariado es el partido de los trabajadores en tanto organización de combate de su vanguardia que debe erigirse en dirección de la clase obrera en todos los ámbitos de su lucha, sin excepción, y por lo tanto también en el campo sindical.

Si se desconoce que los sindicatos son los organismos de masas de los trabajadores en tanto expresión mínima desde el sector más atrasado de los trabajadores que sin embargo se organizan en defensa de su posicionamiento en la relación capital-trabajo, se omite advertir que es en ese sitio donde se plasma materialmente la relación necesaria con la vanguardia de la clase obrera que lucha haciendo consciente su tarea de construcción como clase no solo en sí, sino “para sí”.

El sentido básico de los sindicatos, cualquiera fuera la gestión que las estructuras burocráticas dirigenciales le pretendan imponer y cualquiera fuera la densidad de sus afiliados reducida a partir de las modificaciones que el orden burgués ha impuesto en las modalidades del empleo, es la lucha por las conquistas inmediatas

Son esas luchas las que le dan base a la experiencia y el aprendizaje que le permite hacer nexo con la lucha por la completa liberación de los trabajadores, tarea emancipatoria que insistimos es obra de los trabajadores mismos.

Dentro de ese contexto , el plano específico de lucha sindical tiene un objetivo primario en  el espacio colectivo fuera del conflicto individual que cada trabajador tiene con su empleador que está marcado por estatuir ideológica y realmente su independencia del gobierno burgués y sus partidos, entre ellos el socialismo reformista-parlamentario y el oportunismo librada de manera revolucionaria.
En este sentido debe sin embargo advertirse que  existe error muy frecuente, más allá de las buenas intenciones,  en hacer en la actividad militante un fetiche de la autonomía de las organizaciones de masas, cuando en realidad ese marco solo es necesario para habilitar la posibilidad  del papel dirigente de la vanguardia  en esas organizaciones de masas, que reflejan a la clase obrera con todas sus contradicciones  y sus debilidades.

La teoría de la minoría activa es esencial en la construcción de la organización revolucionaria de los trabajadores. En toda su práctica el sindicalismo clasista es un embrión de partido revolucionario, contra el oportunismo, el reformismo y la ideología burguesa introducid por la gestión burocrática de esos organismos de masas de los trabajadores.

Lo dicho impone conceptualmente y en los hechos de la lucha cotidiana, una comprensión de la naturaleza del Estado y de su papel en la lucha de clases que permite advertir el sentido y alcance de los movimientos que la burguesía hace desde ese aparato de poder físico y simbólico sobre las personas.

La minoría revolucionaria, es decir, aquella que busca entre sus tareas la construcción  del partido de la clase trabajadora necesita advertir también,  sobre el fetichismo hacia la huelga general,   porque detrás de ese desplazamiento puramente ideológico opera el desconocimiento de la relación entre la insurrección y la toma del poder más allá la utilidad esencial de la huelga, el piquete y la asamblea como herramientas imprescindibles de la lucha concreta y su avance hasta objetivos revolucionaria.

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Es necesario puntualizar que la luchaba por la hegemonía de la minoría concentrada en la vanguardia de los trabajadores, en el seno de las masas es el sentido actual necesario de toda militancia que se defina por el cambio.

 Advertimos que existe poco desarrollo de estos lineamientos y prevalencia en los que luchan de los propios prejuicios sociales y políticos que componen los criterios culturales del orden burgués, que habitan en los sectores más retrasados de la clase obrera para desconocer el rol del Estado. Lo muestra el hecho inobjetable de la defensa en las calles de un modelo que es el responsable de haberlo puesto en eso de golpear tachos en una esquina.

Es cierto y contundente que el poder burgués descarga con furia sobre los trabajadores y se vale de una forma jurídica, UN DECRETO, que es la manera en la que toman cuerpo las determinaciones de su poder ejecutivo. Es cierto que es el Estado sobre los explotados y oprimidos. Es cierto y de hecho se cumple, que haya que resistir el embate.

Pero lo que no es cierto es que defendiendo lo viejo, se supera lo nuevo explotador. Lo viejo está en el cambio y su imperativo, pero nunca por luchar contra su negación, el contenido debe ser la restauración sino la impugnación de ambos.

La independencia de la influencia de la burguesía no puede ser un estado pasivo. Solamente se expresa mediante actos políticos, o sea mediante la lucha contra la burguesía.

Esta lucha debe inspirarse en un programa claro, que requiere una organización y tácticas para su aplicación. La unión del programa, la organización y las tácticas forman el partido. En este sentido, la verdadera independencia del proletariado del gobierno burgués no puede concretarse a menos que lleve a cabo su lucha bajo la conducción de un partido revolucionario y no de un partido oportunista o de algún grupo sindical.
 

Los sindicatos no son suficientes por sí mismos, pero a la misma vez resultan necesarios e imprescindibles para el destino de la clase trabajadora y los objetivos estratégicos de la clase obrera. Esto significa que la vanguardia revolucionaria no se disuelve en la retaguardia de las masas, pero no vive sino en las masas y sus organizaciones. Se podrán golpear cacerolas, se puede movilizar a colectivos por demandas centradas en libertades democráticas, pero sin la presencia combatiente de las masas de trabajadores organizadas los objetivos pierden continuidad y dificultan por las frustraciones la organización del partido revolucionario de los trabajadores.

Los trabajadores en Argentina hemos sufrido una ofensiva feroz que no cesa y toma un nuevo giro en espiral ascendente en la faz represiva por parte de la gestión burguesa empeñada en dar forma jurídica a la dominación y la reformulación degradante de la relación capital-trabajo intensificando la misma, en beneficio de las patronales. La presencia necesaria de las organizaciones sindicales en las calles resulta ineludible para la superación de ese contexto en el marco de circunstancia objetivas que abonan la intensidad de la lucha de clases y el cuestionamiento concreto de la organización social-política-jurídica del orden capitalista.

Mantener en la incomprensión del fenómeno opresivo y represivo en la que alienadamente existen enormes masas de obreros es el contenido de la acción política burguesa en plano estratégico de sus intereses. Destruir ese alineamiento de sus tropas, es la tarea objetiva planteada en faz subjetiva. El sujeto social del cambio es la clase trabajadora, no en sentido metafísico sino en plano real y desde sus estructuras organizativas de masas.

Confundir cacerolas, marchas callejeras con cambio social, siendo que esas acciones militantes necesarias y legítimas carecen de todo programa orientador y conducción dirigente supone un error político. Eso no habilita un juicio crítico sobre ellas, sino que impone la necesidad de ver que hace falta algo más y ese “algo”, está marcado por la propia objetividad productiva de lo existente que es, que es la clase trabajadora la que tiene la tarea de generar su emancipación y esa clase tiene organizaciones, son sus sindicatos. Dentro de esa entidad está planteada la difícil, ardua, meticulosa y estratégica tarea de lucha por su conducción. Desmerecer a las organizaciones sindicales no es otra cosa que quedarse en la evocación del 2001 sin tomar cuenta que estamos aquí, hoy, con La libertad avanza en el poder, y olvidar que ese dato da cuenta del fracaso de aquella revuelta.  Las carencias de entonces son las de hoy. Si lo advertimos, tendremos al menos la posibilidad de superarlas.

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