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LA AMENAZA SOCIAL DE CAER EN LA NULIDAD

La escena que trato de narrar es de difícil construcción. Como describir en 2024 un aula universitaria, donde en plena dictadura un grupo de soñadores tratan de entender que es el derecho en el preciso momento que vive un genocidio. En cierto sentido lo que por entonces se llamaban “las codificadas” tenían ese salvataje efímero en el tiempo de reconocer sus fundamentos en leyes, digestos y códigos que servían para formar un fetiche de veneración unánime por esas latitudes del saber.

La cuestión es que hace frío, el salón es grande y la población poca. Ocurre que cursar de noche en aquel entonces era vivir en realidad aquella noche sin plazo de la que hablaba Galtieri o cualquier milico al que algún periodista chupamedia, abuelo de los de ahora, pero no menos miserable le pusiera un micrófono por delante.

Sin embargo, la noche de la realidad despoblaba las aulas y solo quedaban para los que por trabajar o no disponer de horarios, se la tenían que aguantar. Así que, en jueves, lluvioso, siendo las 21.30 hs, como suelen decir los partes policiales, el profe no menos miserable que todo ese ambiente de apabullante mediocridad dijo que se iba a ocupar de adentrarnos en una herramienta legal que no dejaba de tener interés práctico por que su hábil uso implicaba cancelar pretensiones y talar el árbol que pretende instalar el demandante. Veteranos y los otrora jóvenes salimos del sopor. No se sabe bien si por hacer cuenta de la plata que podríamos ganar con esa suerte de tenaza jurídica a futuro o porque sencillamente por fin alguien había percibido que nuestro único anhelo era salir de esos lugares con un papel que diga que estamos habilitados para trabajar de actores en el teatro del del poder judicial.

Ocurrió en aquel lugar con cierta desazón para muchos que el tema a conocer era el de LA NULIDAD. Recuerdo que me quedó en aquel momento la sensación de que el tipo nos había sometido a un fraude y que la cuestión no ameritaba tanta ceremonia para dar el tema en clase y que los pocos asistentes le dieran la suficiente pelota.

Pasó mucho en lo que para entonces fue futuro y hoy por esos ribetes de la dialéctica es pasado, sin embargo, paradójicamente las NULIDADES resultaron permanentes, tanto como la adjetivación que Trotsky le puso a la palabra revolución, para que adquiriera sentido en el plano del deseo y nos convocara a diario a seguir en búsqueda de una sociedad distinta y un hombre nuevo sin miserias objetivas que apaguen las derivas subjetivas de cada uno de nosotros.

Hasta no hace mucho pensaba por todo esto que vengo narrando, que las NULIDADES, operaban sin embargo en el plano personal. Los amores, los matrimonios que anulan el amor y los estímulos morales pueden a no dudarlo y tal como lo exponía sin saberlo el antiguo profesor de los setenta ser pasibles de esa sanción de la vida, porque en definitiva la nulidad solamente implica una sanción que se impone a un hacer por múltiples razones, pero su relevancia esta en el efecto de bloqueo de lo dado como si no hubiera existido. Los abogados le dicen a eso NULIDAD ABSOLUTA.

Pero ocurre que en el hoy la cuestión es más compleja y como tal más severa porque lo que se pretende es que la vida se nulifique, para dejarle el campo abierto a la miseria, la barbarie y la satisfacción del capitalista que ve de ese modo, borrando, bloqueando que su dominación sobre los demás goza de buena salud.

Pero una cosa es la nulidad por sí misma y otra cosa es que sin desearlo, se nos haga caer en la nulidad, como se precipita un ñandú en la carrera cuando lo enlazan las boleadoras, nada más que esas boleadoras son hoy las redes sociales y las verdades ideologizadas que desde esas usinas se perfilan como tales pero que en realidad se acercan poco a lo verdadero.

De esta forma, nos pasa que sin comerla ni beberla nos vemos en el medio de lo que parece una distopia en la que los vínculos más entrañables para la configuración subjetiva de una persona se hacen tan frágil como pretender retener el agua en las manos. Pero la cuestión no termina ahí. La posibilidad de hacer nulo todo lo que nos resulta exterior a nuestra individualidad con un simple juego de teclas creyendo realmente en la posibilidad fáctica de ese hacer en la tentación de pensar que disponemos de la vida de otro tal cual se nos presentó o experimentamos, es decir, la vida virtual de un nombre y una foto que nos habla, con voz o teclado.

Ese poder bloquear o desaparecer que se nos presenta como opción no dista de aquel otro en sustancia y solo se diferencia en la cantidad del daño. Desapariciones virtuales no han de poderse cotejar con las desapariciones físicas, pero se acercan en un sencillo punto. En los dos casos esta latente el goce de quien acude al dispositivo, de poder hacer caer en la nulidad al otro como sujeto. Pasa a ser un “desaparecido, un ente, no está ni vivo ni muerto, es un desaparecido”.

Ahí es donde me detengo. Pensar la vida y los vínculos intersubjetivos, como relaciones pasibles de nulidad por operaciones técnicas, le quitan al desprendimiento, a la renuncia, al no va más de toda corporeidad que le priva a los protagonistas esa condición. Ya no hay más corazones hechos pedazos como dice el tango ahora luce con vida de gimnasta la idea abstracta de bloquear sin ver sus consecuencias dañosas.

Todo esto lo percibió el poder y trabajó sobre las generaciones más jóvenes para embaucar con el mito de que se puede terminar con todo con una simple declaración de caducidad de lo dado a partir de la caída en nulidad de bastas experiencias sociales anteriores a las que se juzga unilateralmente obsoletas. La agravante sobre este tipo ideológico construido como proceso cultural, es que precisamente por este último factor, el mecanismo ya se aplica en extensión a toda la sociedad y en ella ya se empiezan a ver indicios de poder local que relega a contingentes humanos por razones diversas a la deleznable situación de sujetos caídos en la nulidad.

Para las fotos y las imágenes con las que se arman los relatos que se pretenden dominantes se enrolan todos aquellos que cotidianamente buscan impedir que su existencia caiga en la nulidad social. Posan exitosos y levantando el pulgar exhibiendo su acopio de bienes como el estándar admisible de la felicidad. Buscando un antídoto para todo esto, habrá que sacar de la nulidad impuesta a Balzac y recordar con él que “detrás de toda gran fortuna hay un crimen escondido»

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