Frente a las acciones desplegadas desde el ejecutivo, en diferentes frentes sociales y políticos, todas ellas marcadas por los formatos que le permitieron al presidente actual acceder a ese cargo, la reacción inmediata y mecánica es la convocatoria a que el gobierno revea ese posicionamiento y se atenga a las normas que nacen del sentido común. Esa insuficiencia de los planteos nos obliga a detenernos en el análisis del fenómeno tal cual es en su realidad.
El «sentido común» contiene en sí las creencias, valores e ideologías aceptadas, no cuestionada y difundidas en la sociedad en su conjunto, que conforman un sentido de normalidad por su naturalización y moldean la percepción cotidiana de la realidad.
Es una forma no violenta por la que se configura la dominación cultural y política La clase dominante concurre de manera permanente y significativa a construir ese fenómeno, que no obstante es esencialmente variable según lo determine la necesidad política de promover sus intereses económicos. Está siempre detrás de lo que se considera el parámetro del sentido común la pretensión siempre tendencial de presentar las visiones que son favorables al interés burgués como pertenecientes al orden natural del suceder de la realidad
Precisamente, por ser variable, la conformación del sentido común es un territorio en disputa y su configuración actual puede ser desafiada y transformado a través de la acción política y cultural, sin perjuicio de lo cual la relación capital-fuerza de trabajo, tiene en todas y cada una de las ideas una determinación específica si se considera al fenómeno social en última instancia.
La comprensión crítica del sentido común es y la crítica de esa comprensión deviene fundamental para la emancipación social de la clase trabajadora y configura una de sus herramientas de lucha de ineludible utilización.
En el fin del siglo pasado y a lo largo de este tiempo en que venimos sobreviviendo a una crisis marcada y tendencial del capital para obtener condiciones favorables para su reproducción, el contenido específico de ese conjunto contradictorio y profuso de ideas que componen el sentido común ha venido siendo marcado por un relativo pero permanente cambio, en la significación que la sociedad le acuerda a cierto tipo de fenómenos o situaciones objetivas que se dan en ella misma.
Es decir, algo que sucede, sin modificaciones en su exterioridad y que se consideraba acorde con el sentido dado mayoritariamente por nuestra población, en tiempo real ha pasado a ser relativizado e incluso cuestionado, no desde la crítica superadora sino desde su antagonismo meramente negador, con una visión que despoja del ser y del sentido de verdad a todo cuanto acontece y lo relativiza sometiéndolo a un relato preordenado de gestión abstracta en el entendimiento de cada individuo a partir de una concepción autónoma, utilitarista e individualista de la libertad .
Es esta, la forma en que se han producido cambios sociales muy profundos en lo dado, pero sobre todo cambios que dejan ver una modificación en el espacio valorativo precisamente porque lo que se predica es que ya no es necesario preservar valor alguno.
Repárese por ejemplo en el postulado mercantil de la venta de órganos, o la posibilidad de que se decida por los adultos que un niño no ingrese al proceso educativo estandarizado desde la educación pública, y haga solo su aprendizaje desde su temprano ingreso al mundo laboral, que por ende será precario y elemental.
Es decir, lo crítico de lo que experimentamos en nuestra compleja existencia es que la transformación de los valores que se consideraban vigentes e integrantes del sentido común, nace y se produce desde la premisa de que no es posible ni necesario adscribir a principio rector alguno, sencillamente porque ese principio no existe y mucho menos las verdades que por tradición se transmitían de generación a generación.
Sin embargo, a poco que se profundice en el análisis de todos y cada uno de los elementos componentes del fenómeno se puede advertir que media en todos los casos el factor común de la pauperización de la existencia, avanzando la miseria cultural de la mano de mayor explotación y opresión todas ellas vistas, no desde una perspectiva de clase, sino a partir de llevar al trabajador a su condición mínima de individuo, desde donde su fragilidad y vulnerabilidad se hacen prevalentes.
Dicho, en otros términos, la negación como simple negación de lo dado termina construyendo una crisis en el factor subjetivo de todo fenómeno social, en la medida en que el mismo no reconoce una lectura desde las clases que intervienen en su gestación, sino la mirada excluyente del individuo, en tanto trabajador en sí, previamente conformada por la acción de los aparatos ideológicos deformadores de conciencia, puestos en escena por la clase social dominante.
Por lo demás, la situación, tiene matices paradojales. nunca como hoy se ha dado más ampliamente la conciencia de que asistimos a una crisis y a la vez de la inutilidad de los esfuerzos humanos tomados en forma individual o de conjunto por solucionar los graves y permanentes problemas planteados principalmente en torno a esa creciente pauperización y miseria cultural de amplios sectores de la población.
Dicho de otra forma, es posible advertir que al individualizar al trabajador extrayéndolo de manera intencional y consciente de su clase en sí, lo que se consigue es generar en él una situación extendida, desilusión y su fracaso y caída en un escepticismo radical, siendo esta la tendencia significativa que se presenta ante la prolongación “sine die” de las protestas y los efectos materiales de la crisis . , la crítica de lo que hay con la moraleja de que “esto no tiene solución” y es esa a la costa que nos lleva de manera mecánica la profusión de marchas y presencias callejeras sin programación táctica y estratégica que las permita conformar en un plan de lucha. El exitismo del momento no es otra cosa que una mercancía cuya producción la facilita la profusión de frentes que el gobierno presenta de manera segmentada y difusa, en los que finalmente, luego de causar el daño, presenta soluciones transitorias y transaccionales que nunca ponen las cosas en el punto anterior, pero reducen la magnitud del perjuicio. De esa manera, el gobierno avanza ganando posiciones estratégicas y a la vez frustrando las acciones de resistencia.
De esta forma, es posible concluir respecto del escenario donde se desarrolla nuestra existencia, que existe en un mismo tiempo una conciencia generalizada de crisis, es decir, nadie niega que esta situación implica un agotamiento de lo dado y la falta de emergencia con contornos suficientemente aceptados de lo nuevo y a la vez, en el plano del conocimiento, un posicionamiento desde el escepticismo por los perfiles del devenir.
Frente a esto y fundamentalmente ante el logro ideológico de la burguesía dominante de haber ubicado a cada trabajador como sujeto individual autónomo prevalece en términos relativos, un posicionamiento conservador que ante tanto cambio y tanto problema quiere guardar lo que hay como está, aferrándose a estructuras de razonamiento jurídico que buscan amparo en la concepción de los derechos ya adquiridos que corresponde defender poniéndole con ello un techo normativo a toda lucha posible. Es una postura consecuente a un dogmatismo doctrina que no tiene sustento de viabilidad mensurable a futuro.
Como reflejo de ese posicionamiento en los hechos, se termina constatando un escenario de inhibición y pasividad ante lo dado que se parece más a una catástrofe de la naturaleza que a los resultados de una acción determinada del poder burgués en torno al aseguramiento y materialización de sus intereses.
Cualquier militancia política que se desarrolle por la vanguardia de los que luchan , debe en oposición a lo dado, rescatar la positividad de la negatividad que se expresa frente a lo dado acompañando a la denuncia y la impugnación la premisa conceptual relativa a la vigencia de la revolución.
El cambio social revolucionario , leído como acción política imprescindible para la construcción de una nueva sociedad constructora de un nuevo hombre en un marco de colaboración social ajeno a la apropiación privada por el que resulta aspirarle regular las relaciones sociales de modo que ellas permitan a cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades , es lo que debe oponerse como paradigma socialmente relevante a toda maniobra de los operadores del poder político burgués y sus diseños sociales a corto y largo plazo.
La necesidad de un cambio social, impuesta por la situación en que nos deposita el desenvolvimiento crítico del orden social capitalista en su período de decadencia es la premisa fundamental que debe regir y determinar todos los comportamientos específicos de los trabajadores vistos no como individuos absolutamente vulnerables como tales, sino como integrantes de la clase social que los construye como tales a partir de su posicionamiento objetivo en las relaciones de producción capitalistas. La gravedad de los elementos que componen nuestro presente existencial impone como imperativo categórico el cambio revolucionario de lo dado.
La existencia de una causa grave y directa en los actuales escenarios de pauperización y miseria cultural crecientes, que no es otra que la crisis del orden social capitalista y sus relaciones específicas de producción debe ser puesta de relieve de manera permanente en la propaganda militante destacando que ella no emerge de la irracional individual del gobernante y su grupo de poder, sino que obedece a razones estructurales que así la determinan. Las acciones políticas concretas en la lucha requieren superar el rasgo prevalente hasta hoy que es su contingencia y especificidad por la generalización de la premisa contenida en la búsqueda de una nueva sociedad con poder obrero y programa socialista sobre la base de relaciones sociales de colaboración.
NUEVO CURSO