Dos escenas en un solo hecho. Heladero de Laponia y su triciclo. Nosotros, mis hermanos y yo no salíamos del barrio. Villa Cabrera. Por entonces mi viejo sacó un crédito hipotecario de esos que «daba Perón» y se armaban la casa. Como no podía ser de otra en los sesenta, era «estilo americano». También porque las series en la tele y las películas que daban en el cine donde trabajaba mi papá ,estaban llenas de «combate» donde los alemanes no ganaban una sola escaramuza y el sargento Sanders- Vic Morrow no dejaba de ser emblemático, aunque ya en el 67, a mí me gustaba ese otro soldado mas real que pasaban por la tele y que le decían «el che» que cuando lo asesinaron en una escuelita de Bolivia se me hizo que era más parecido al Cristo que todos los días veía en la escuela
Pero ahora sucedía aquello impensado, por la calle Urquiza, despacio pero relojeando venía el heladero de Laponia, ese que los domingos se paraba en la escalera del parque Autóctono. Mis amigos y yo en una calle de barrio con el único juguete posible, la pelota comprada entre todos – Cada uno miró para su casa, porque el tipo ni bien dobló y encaró por calle Urquiza, no a los gritos, con voz calculada y desarrollando una estrategia que el marketing hoy ponderaría para dar ejemplo de la creatividad individual, empezó a decir eso de «palito, bombón helado» que sonaba como un canto de sirena, para el grupo de talentosos gambeteadores que pararon el partido .
Pero el heladero no era el único avezado en estos menesteres. También estaban ellas, las madres. Todas al oirlo, batón y delantal atado a la cintura, rápidamente se hicieron a los frentes de sus respectivas viviendas avisando en el tiempo, que se venía una sociedad de control y vigilancia para nuestro futuro. La mirada de mi vieja y la respuesta lapidaria sobrevinieron al unísono. Sin mayor prolegómeno, la pregunta tan temida ¿Cómo te fue en la escuela? Ah viste, cuando mejores lo vamos a llamar al señor.
El heladero se sabe derrotado, pisa el pedal y ahora le veo la espalda, tiene puesto el guardapolvo de la marca.
Con el tiempo me toco vivir lo inverso. Otro heladero, mis hijos que no tenían que hacer mérito, las manos en el bolsillo haciendo cuentas rápidas para ver si me alcanza y el vendedor que me gana de mano: » lloren chicos , lloren «
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