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Nuevo Curso

“El viejo roble” . Desde el arte una mirada y una metáfora sobre la agonía mortal del capitalismo

Lo que se registra en la pantalla, ocurre en un pueblo de Gran Bretaña que no viene al caso identificar con precisión, minúsculo en población y doliente en el sentir de su gente, que sigue en él, aunque parezca detenido en un tiempo donde supo emerger al amparo de la producción minera.

 Ese pueblo, ese espacio territorial, edilicio, marcado por calles vacías, es también la resultante y el testigo de la ofensiva Tacherista, sobre la producción minera y toda su cultura, que da sus últimos manotazos en la agonía mortal conteniendo los restos de cierto esplendor desarrollista y un conjunto de las miserias que también encierra tendencialmente todo lo que se describe genéricamente como “lo humano”

El registro visual deja ver sin mayores prolegómenos a trabajadores británicos que fueron desplazados en la escala social por las políticas de ajuste internas a las dificultades del capitalismo, con el rostro de los rostros que hoy se pueden ver sin mayor esfuerzo en nuestras calles argentinas. Tal vez por eso, la escena no resulte exótica, sino frecuente a nuestro entendimiento, sin que las causas y razones tengan mayor trascendencia para quien las observa con el terror no visible pero instalado irremediablemente en el cuerpo, de ser parte o pertenecer a ese particular estar en el mundo que se expresa en la condición de desocupado, deshumanizado, despreciado.

Para dar una referencia temporal lo que se ve, ocurre a lo largo de 2016, no importa el mes. Pero viene a cuento entender que de lo que se percibe, la situación puede reproducirse hoy cambiando al otro extremo de los sujetos que protagonizan lo que registra la cámara. Ahí se ven refugiados sirios, como hoy podría volver a verse o sustituirlos por palestinos o libaneses sobrevivientes de ese otro producto específico del capital   en crisis que son las guerras que les impulsa a abandonar su lugar en el mundo para ir por otras tierras, que en ningún caso son “las prometidas” sino las que hay, como en algún momento lo fueron las nuestras antes espantados por igual monstruo desde la España o Italia. Tiempo de guerras y convulsiones como alguna vez supo decir un revolucionario que desarrollo dirigencial mente una revolución.

De lo que surge de la imagen se contraponen en apariencia dos modos de estar en la existencia social cotidiana, que por el conflicto que reflejan parecen antagónicas, pero que comparten un común denominador que es finalmente lo que pretende mostrar tras lo visible el genio artístico de quien esta detrás de esas cámaras con más de ochenta años de edad, y habiendo visto por ese simple dato, surgir y caer esperanzas en otros escenarios, pero en un mismo contexto conflictivo.

Ese común denominador, de los que se encuentran en una calle y parecen agredirse o al menos confrontar, es la condición de víctimas. Sujetos pasivos de un orden social que hace que en esa calle trabajadores desplazados, un pueblo desaparecido de la consideración del mundo y sirios huyendo del horror de un ataque bélico sostenido sobre toda su cultura, es ser el testimonio de la agonía opresiva de un orden social mundial que hace precisamente que quienes gobiernan a los trabajadores británicos sean a la vez los artífices vía OTAN  de la masacre descargada sobre un pueblo y todo parezca como  que una situación no tenga que ver con la otra, y que paradójicamente  se exhiba como unos que no admiten a otros y tenga la apariencia de una expresión racista.

Sin embargo, el talento de un artista, que es en este caso la corporeización del mensaje de esperanzada racionalidad en la condición de los humillados y ofendidos  y su potencial emancipatorio de toda opresión de clases, tiene la capacidad de dejarnos la síntesis necesaria ,  con otra escena en la que los presuntos grupos contendientes se hermanan en el dolor de la muerte sin importar en particular la identidad real del fallecido , que solo subyace detrás de lo que ese muerto significa , que no es otra cosa que la negación arbitraria de la vida impuesta por el poder burgués .

Luego las luces de una sala de una triste ciudad de pobres corazones, se encienden, y los pocos espectadores se desplazan como sombras borrosas buscando presurosos la salida, que es solo la salida de un cinematógrafo que sobrevive a duras penas, frente a la tecnología que individualiza esa experiencia irrepetible para convertirla en una más de las técnicas de entretenimiento de una sociedad de vigilancia construida sobre los fetiches opresores de la ley y el orden.

Alguna vez habrá que decir, de una vez y para siempre, gracias Ken Loach. Gracias por mover artísticamente el picaporte de esa puerta que nos franquea a pesar de todos los pesares, el ingreso y la permanencia hasta el último latido del corazón de quienes hemos podido saber verte, en ese odio esperanzado y razonado que nos alista en la necesidad de terminar con este orden capitalista, absurdo, rapaz y asesino.

Daniel Papalardo