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Nuevo Curso

DOS TEXTOS

Hay un hombre que sabe que no ha de volver porque ha dicho ya que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera) y escribe, porque también se persuade que solo la escritura, en ciertos momentos puede alcanzar sobrevida.

También en otra dimensión de tiempo y lugar escribe una mujer que habla de su compañero y narra una coyuntura desfavorable de sus vidas y la de los revolucionarios rusos. Sin embargo, entre ambos fijan una coincidencia por las contradicciones desarrolladas entre los trabajadores y el poder burgués:  gestan un solo antagonismo con forma de lucha y contenido emancipatorio.

Usualmente, a partir de que se tomó la decisión política de publicar cartas de Ernesto Guevara, se apela a una de ellas, para poner énfasis en una suerte de romanticismo, tan propio de novela caribeña, como extraña a la entidad de Guevara, a partir de su decisión de ser y pensarse como revolucionario.

Nunca lo que se exhibe como prueba en función de un interés, resulta tan necesaria a la contraparte que como en nuestro caso. Adquirimos la evidencia para mentar la construcción dificultosa y contra la corriente del hombre nuevo a partir de la determinación revolucionaria, que en ningún caso implica la posibilidad del juicio mediocre del contador, en clave de pérdidas y ganancias, sino que solo admite a la necesidad como partera de la libertad por vía de la emancipación social.

Es esta carta que transcribimos, en una tarde de domingo anodino de un verano plagado de golpes duros recibidos por la clase trabajadora ante una ofensiva burguesa que no ha llegado aún a su máxima expresión. Son estas letras escritas no para la tribuna, ni para poner en una pared, las que cuentan a la hora de saber por dónde ir, y qué significa la tan mentada lucha a la que demagógicamente hacen usos espurios los que para hablar de batallas necesitan adjetivarla, desde la comodidad rentada del existir naturalizado y permanente en un aparto político, desde hace más de sesenta años.

Lucha es saber que existe la posibilidad de morir, de no volver a su núcleo mínimos de afectos y sin embargo seguir. Lejos se está aquí, de la demanda de garantías para pisar una calle, de la denuncia de que la policía arroja gases. Porque después de padecer las prácticas genocidas, sabemos a pesar de los parlamentarios que es cierto, “que en una revolución se triunfa o se muere si es verdadera”

En el mismo plano, con el mismo sentido y la misma premisa contenida en la determinación individual del sujeto por el camino de la revolución social, mostrando además a qué nos referimos en cuanto a  la adversidad y los múltiples rostros del enemigo, transcribimos las impresiones de Natalia Sedova sobre su situación, en el comienzo de un salto de la ofensiva estalinista sobre su compañero León Trotsky.

Ha llegado el momento de enviarte un adiós

que sabe a campo santo

(a hojarasca, a algo lejano y en desuso, cuando menos).

Quisiera hacerlo con esas cifras que no llegan al margen

y suelen llamarse poesía,

pero fracasé;

tengo tantas cosas ínti­mas para tu oído

que ya la palabra se hace carcelero,

que se solaza en quebrar mi onda.

No sirvo para el noble oficio de poeta.

No es que no tenga cosas dul­ces.

Si supieras las que hay arremolinadas en mi interior.

¡Pero es tan largo, ensortijado y estrecho el caracol

que las contiene, que salen cansadas del viaje,

malhumoradas, esquivas,

y las más dulces son tan frágiles!

Quedan trizadas en el trayecto,

vibracio­nes dispersas, nada más.

Carezco de conductor,

tendría que desintegrarme para decír­telo de una vez.

Utilicemos las palabras con un sentido cotidiano

y fotografiemos el instante.

Así te quiero,

con recuerdo de café amargo en cada mañana

sin nombre y con el sabor a carne limpia

del hoyuelo de tu rodilla,

un tabaco de ceniza equilibrista,

y un refunfuño incoherente

defendiendo la impoluta almohada.

Así te quiero;

mirando los niños como una escalera sin histo­ria

(allí te sufro porque no me pertenecen sus avatares),

con una punzada de honda en los costados,

un quehacer apostrofando al ocio desde el caracol.

Ahora será un adiós verdadero;

el fango me ha envejecido cinco años;

solo resta el último salto, el definitivo.

Se acabaron los cantos de sirena

y los combates interiores;

se levanta la cinta para mi última carrera.

La velocidad será tanta que huirá todo grito.

Se acabó el pasado; soy un futuro en camino.

No me llames, no te oiría;

sólo puedo rumiarte en los días de sol,

bajo la renovada caricia de las balas.

Lanzaré una mirada en espiral,

como la postrera vuelta del perro al descansar,

y los tocaré con la vista, uno a uno y todos juntos.

Si sientes algún día la violencia impositiva de una mirada,

no te vuelvas,

no rompas el conjuro,

continúa colando mi café

y dejáme vivirte para siempre

en el perenne instante.

Ché

Los días 26 de septiembre, 6, 13 y 20 de octubre de 1951 se publicaron una serie de entrevistas a Natalia Sedova , en cuatro números del semanario “Hoy” de México D.F,. En una fragmento de la tercer entrega nos deja dicho lo siguiente, referido a un  momento de la historia de la lucha de los trabajadores revolucionarios que significó la persecución que culminó luego con el asesinato de León Trotsky-:

“Entretanto, habíamos hecho un viaje a Berlín para cuidar la salud de León Davidovich, que seguía con fiebre intermitente. Se internó en un hospital, le extirparon las amígdalas sin resultado. Y, de repente tuvimos que refugiarnos en la embajada soviética porque se pretendió descubrir que los rusos blancos preparaban un atentado contra Trotsky. Este aprovechó los días de esforzada inactividad en el hospital para escribir un libro, ‘A dónde va Inglaterra’.

“Viene la Revolución China. Stalin ordena a los comunistas chinos que permanezcan aliados con Chiang Kai-Shek cuando éste muestra su anticomunismo. El resultado, previsto por Trotsky, es una matanza de comunistas chinos exactamente 24 horas después que Stalin, en un discurso, afirma que Chiang es un pelele en manos de la internacional comunista. Esto provoca agrias discusiones en el Comité Central del Partido Ruso.”

“Una tarde estábamos reunidos en nuestro apartamento del Kremlin. León Davidovich se hallaba en el Buró Político. Piatakov entró lívido. ‘¿Por qué León Davidovich dijo eso?’ exclamó. Estaba tan abatido que no pudo siquiera explicarnos lo sucedido. Lo supimos cuando regresó León Davidovich, agotado y tranquilo. Le había gritado a Stalin: ‘Es usted el enterrador de la revolución’. Stalin, furioso, salió de la sala dando un portazo. La ruptura era ya irreparable.

“León se encontraba cansado, delicado de salud, afirmaba a veces: ‘Tengo la cabeza vacía’. Solía hojear los periódicos repletos de mentiras repugnantes, le producía náuseas. No los leía; con un gesto de desagrado, los apartaba. Uno habría podido forzarse a leerlos si hubiese sido posible contestar.

“Llega el décimo aniversario de la Revolución. La Oposición participa en la manifestación con desplegados y banderas propias. Hay peleas en las calles, las exclusiones continúan en el Partido.

“La noche misma de ese día, León Davidovich decidió abandonar inmediatamente el Kremlin. Nos alojamos en casa de un amigo. El 15 de noviembre de 1927 se publicó la exclusión de Trotsky del partido. Al día siguiente su amigo Adolfo Ioffe, enfermo, se mató de un balazo en la cabeza. En su entierro habló Trotsky. Fue la última vez que pronunció un discurso en Rusia.

“De un momento a otro esperábamos que nos deportaran. Sugirieron a León Davidovich que se marchara voluntariamente a Astrakán y se negó. El 16 de enero de 1928 se fijó la marcha, forzada, de León Trotsky para Alma Ata en el Asia Central. La estación estaba tan llena de amigos y de obreros que las autoridades tuvieron miedo y aplazaron la marcha hasta la madrugada del día siguiente.

“Cuando vino la GPU a llevarse a Trotsky, éste se negó a salir. Nos encerramos. Un oficial llamado Kichkin, que había estado en el frente con Trotsky, se puso a derribar la puerta gritando:‘¡Dispare contra mí, camarada Trotsky!’. Esa exclamación les costó la vida. Derribada la puerta, los soldados tuvieron que cargar con León Davidovich porque éste seguía negándose. Aceptar la deportación era como aceptar la culpabilidad por el delito con que se la quiso justificar: actividades contrarrevolucionarias.

“Rodeados de agentes de la GPU y de 20 soldados hicimos el viaje en ferrocarril y después en auto. Se perdió parte de nuestro equipaje. En Alma Ata nos alojaron en el único hotel, hasta que nos encontraron una choza bastante grande. En la prensa comunista del extranjero, según supimos más tarde, se escribió que el viaje fue en un tren de lujo. Entretanto, muchos miembros de la oposición eran expulsados, deportados, encarcelados… Calculamos que serían 8.000 como mínimo.”

Son estos dos relatos , documentos cuyo valor para la actualidad , esta dado en que ellos añaden aportes al sentido real de la existencia, diverso de la apariencia y el discurso, poniendo énfasis en la determinación revolucionaria del individuo frente a la necesidad de transformación superadora de lo existente. Ese valor debe realizarse en la militancia cotidiana , para evitar ver en ella un simple modismo o una opción entre tantas.  Si se supera este obstáculo que hoy hace mella en el factor subjetivo de la lucha de clases, sin duda las condiciones se podrán perfilar hacia el propósito emancipatorio que yace en la existencia misma de la condición de trabajador dentro del orden capitalista, porque como lo señalara Trotsky “»Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja. Sólo el sector dirigente de cada clase tiene un programa político, programa que, sin embargo, necesita todavía ser sometido a la prueba de los acontecimientos y a la aprobación de las masas.»

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