Nuevo Curso

JOSÉ Y LA CLASE TRABAJADORA

Hay un factor que diferencia dentro de los animales al ser humano del resto de los seres vivos. No parece pasible de duda que ese elemento es el trabajo y la posibilidad de que esa capacidad genere valor por vía de la creación finalmente orientada. En ella, quiero decir, en esa evidencia, ni lentos ni perezosos los dogmas religiosos apremiados por la urgencia de explicar lo históricamente inexplicable y la infinidad de preguntas que emergían por doquier a cualquiera que se detuviera en el asunto, aclararon que sin embargo había un gran creador y hacedor por sobre el hombre que detentaba tal condición por ser él quien lo hizo emerger y puso a su lado a la mujer.

Del “Credo” al siglo XXI hay mucho tiempo transcurrido, pero sin embargo, esa capacidad, la de crear, que hoy los economistas llaman “fuerza de trabajo” no encuentra superador diverso de aquel Dios, aunque la presencia de  , inteligencia artificial y otros engendros del mismo hombre amenazan con perturbar esa armonía subordinada que los cultores de la ideología llaman desde una pretendida racionalidad, orden natural, a sabiendas que lo natural no tiene orden pero así debe parecer.

Sin embargo la conjunción de la acción humana y la creación de valor no necesariamente debió o debe reflejarse en una materialidad corporal. Muchas veces ese estar en trabajo, ese padecer desde lo extrañado de uno, aporta elementos creados que pasan por el plano de los sentimientos amorosos o antipáticos.

En el verano de 1976, las cosas no andaban bien en el pequeño mundo que un pibe de 17 años de aquel entonces podía construirse con autonomía de sus viejos. Para dar una sola referencia en búsqueda de no ser malinterpretado. En esos tiempos, una persona de 17 años no podía entrar a un cine a ver una película donde Moria Casán dejaba ver una parte de sus senos al “gordo “Porcel, ese resultado debía ser la epopeya griega del fin de semana , sortear al boletero y al acomodador que corta la entrada y finalmente estar en la sala para contar el lunes a los inhabilitado lo buena que estaba la mujer. Los mortales, los que no apostaban la heroica, se contentaban con que  la salida era ir a comer una pizza, conversar con los amigos sobre la chica nueva del barrio o esa que siempre estuvo pero que ni te devolvía la mirada. Más aún. se conversaba de los equipos de futbol y en mi caso siendo hincha de Talleres de Córdoba viviendo en Rosario, mi aproximación a Marte era reiterada por los compañeros de colegio o los del barrio, más aún viviendo a cuatro cuadras de la cancha de NOB, donde sin embargo , también tenía que entender la avanzada del peluquero que me amenazaba con raparme si no me hacía de Central cada vez que apremiado por celador y la propia madre, tenía que presentarme en su local todo pintado de azul y amarillo a dos cuadras del estado del rival que por entonces ni soñaba con llamarse coloso o cosa por el estilo.

Finalmente, para recordar lo que eran 17-16 años en aquel 1975 argentino, también es necesario recordar que a uno lo convocaban al servicio militar a los 21 años de edad, momento en que se recibía de hombre y ya al retorno las novias o las que eran convocadas al efecto apremiaban con el matrimonio como ineludible derrotero de la normalidad.

Sin embargo, ese verano venía mal desde la navidad y los rumores de escenas de guerra de verdad en los alrededores de un batallón en la Pcia de Buenos Aires. No había mucha noticia y solo los que simpatizábamos con el partido revolucionario de los trabajadores escuchábamos desde esos 17 años sus repercusiones. En ese mismo renglón el hombre de 21 con el que teníamos contacto en el barrio , de compartir partidos en el parque de la independencia al terminar y en rueda nos hablaba de golpe militar, pero no más que eso o la tapa de alguna “estrella roja” que llevaba entre sus cosas. El resto nada, porque lo mirábamos como un tipo grande en grandes cosas que no nos abarcaban porque aún no íbamos ni a la universidad, ni al servicio militar, ni teníamos trabajo fijo. Solo era el verano del 76 y punto.

En Marzo yo tenía que empezar la facultad, apareció mi hermano mayor y le dijo a mi viejo que era mejor que fuera a estudiar a la facultad católica porque la cosa no andaba bien. Mi viejo lo vió con buenos ojos porque ya la experiencia con mi hermano lo había agotado y no se banca más que sus hijos varones no estudiaran con rigor como sí lo hacían las “nenas” que obedientes no paraban de hacer percha las mesas de examen. Más tarde el ambiente se tranquilizó porque aprobé el examen de ingreso, que por entonces era obligatorio y el viejo pensó que por fin tendría un hijo doctor ,sin saber que Florencio Sánchez ya había patentado la idea.

El 24 vino el golpe. El muchacho de la estrella roja que jugaba en el parque no vino nunca más, y nunca más supimos de él. Por un tiempo corto, no se jugó más en los frentes de la cancha de NOB.

Ir de noche a la facultad implicaba más temprano que tarde a la salida o entrada soportar una requisa corporal de pibes de 21 haciendo el servicio militar, vestidos para la guerra sin que nosotros pudiéramos saber bien, porque era necesario tener un FAL en la mano y estar junto a un vehículo ametrallado para pedirte documentos, que por lo demás, los llevábamos todo el tiempo con nosotros.

Fue ahí que lo conocía a José. Frente a la facultad un bar. Imposible permanecer ahí. Mucho chico bien de facultad paga y mucha chica de colegio de monjas en la secundaria. Sin embargo, a dos cuadras, en la esquina de Alem y 3 de febrero, lucía impertérrito, con mesas de “hombres” y comensales “hombres”, el bar “el internacional”.

Ahí encaré en soledad por un café buscando ganar tiempo para sortear requisas e imaginando no sin inocencia precoz, que por ser como era, ahí no entrarían los milicos o la cana a pedir documentos. Ahí fue se me presentó , con el hábito de mozo de entonces-  saco blanco y pantalón negro- un flaquito que semblanteaba el panorama , preguntando secamente ¿qué se sirve?.

Ese era de mi edad, nada más y nada menos, que la vida lo había puesto en la noche en otro sitio diverso del mio, pero la edad cronológica no daba con su madurez. Yo parecía que era el hijo. Para colmo con esa pintita de pelotudo oficial que te imponían para estudiar derecho, que presuponía que estar de saco y corbata te daba dignidad, siendo que por entonces, según pude saber luego, no había algo menos dignos que ser abogado.

Fueron siete años en esa esquina, sucedió de todo, y  al salir formalmente  de la vida estudiantil de la que ya había salido en el 77 en forma mental y existencial cuando mi hermano fue secuestrado por la patota de Feced, por vía de lograr el puto título con el que pensaba calmar la tristeza de mi viejo y en especial reivindicar al viejo por todos sus esfuerzos por dar con mi hermano y años despúes lograr su libertad, José seguía ahí. Con su silencio. Con la palabra justa y la complicidad de saber que ya no había secretos entre los café de la noche de lunes a viernes y él.

Fue una noche de esa cuando en una de las tantas mesas, José me vio llorar sin entender por qué. Tampoco preguntó. Se habían llevado a Pereyra Rossi y Cambiasso y me dí cuenta que nada cambiaría, que Alfonsín, Luder , Alende o el que fuera no eran más que rostros diversos de una trampa política.

El derecho por supuesto y como siempre no puede secar lágrimas ni engordar espíritus de lucha. Así que hube de buscar en otros horizontes sin dejar de trabajar en lo que había aprendido para que mis viejos no sufrieran y que finalmente terminó dándome la solución a los problemas de reproducción de la vida y animarme a tener un hijo, que fue Mariel a quien bautice en “el internacional” y ante la atenta presencia de José , que banco la parada con su acostumbrado silencio y seriedad profesional.

Después militancia, felices pascuas, la tablada, comisión interna de los empleados judiciales, después…talleres en descenso, y Mariel que crece y ya conversa con José, en el “internacional” donde siempre pedimos fideos y una gaseosa que están eternamente en promo. Somos Mariel y yo , ya no hay madre sino régimen de visita.

Termino de contar los votos como jefe de mesa en una escuela de barrio , llueve pero todo el mundo en las calles rosarinas, de nob o de central, todos festejando “revolución productiva y salariazo” Carlos Menem “síganme, no los voy a defraudar”. Yo con la bici en una vereda  viendo pasar la alegría y mordiendo la tristeza de saber que nada de eso habrá de ser. Por supuesto a la noche  ya abrían los bares, y más que por supuesto que el Internacional prendía las luces y sacaba las mesas a la vereda. Ahí , siempre ahí, José. Siempre José callado y eso que un día me dijo que era peronista pero de Perón.

Tres años después quiso la vida que fuera a vivir a la vuelta del Internacional. El trabajo me había llevado para otros rumbos, Por entonces todo parece estable un dólar un peso, y un señor pelado que dice que le da el sueldo a su mujer Sonia para que se lo haga durar, llora porque una jubilada le dice que no le alcanca. Norma se llama la jubilada. Igual que mi mamá y todas las normas.

El derecho penal, los delitos, las investigaciones, las defensas, la vida carcelaria y sus olores otra vez en mi vida, otras madres sin  pañuelo pero peleando por sus hijos que reposan en esas mazmorras infectas, son mis compañeros de ruta. Pero en ese lodazal aparece una flor, una compañera y  más temprano que tarde la noticia de un embarazo, que como nota resaltante tuvo los domingos por la tarde viendo los partidos por cable que no teníamos ,  comiendo sándwich de milanesa con el antojo de la embarazada  como escusa en “el internacional “ y con la presencia de Jose. Callado y serio.

Ahí nació también “el peto” mi segundo hijo y como en el caso anterior el bautismo laico se hizo en el “internacional” bajo la atenta mirada de José.

Después, que importa del después, como dice el tanto. Después el cierre de “el internacional” y la irrupción como remozado y pretencioso “victorio” nombre del nuevo dueño, pero con José dentro. Más tarde me enteré que el dueño le había pedido que no se fuera, que lo necesitaba como el agua y ahí quedó José. Serio y callado y preguntando , ¿qué le traigo?

Mas tarde, pasar de vez en cuando. O dejar de pasar por estar en otra ciudad pero volver , porque como sostuvo Troilo , siempre estoy volviendo. Ahora sucede que “peto “ necesita estudiar y su anhelo de futbolista solo le deja poco tiempo para ser abogado, carrera que estudia por las dudas no llegue a primera. Llega a primera pero se lesiona. Tres días al borde de la muerte con una visura hemorrágica del vaso , que hace que al reponerse nos instalemos en esa misma mesa junto al vidrio de la esquina a leer apuntes para meter las materias que faltan. José mira el cuadro . Callado y serio , siempre preguntando que van a tomar.

Hoy estoy de nuevo ahí. Juegan Talleres y River. El Bar Victorio tiene una pantalla gigante, se llena de clientes, entro busco una mesa, pero al rato , los clientes empiezan a gritar  “dale river , dale river, y el bar parece el monumental.

Herrera y los diez restantes troyanos vestidos de Talleres, pelean el partido, no lo juegan. A mis lados los “millonarios “ abandonan el clima festivo , y empiezan las puteadas al colombiano Borja. De repente, un chileno se cae. Girotti  llega al futbol, gambetea al arquero que sale para deglutirlo y convierte. Sin solución de continuidad, José que se interpone, me toma el brazo que buscaba el aire y me pregunta. ¿Me pidió otro café señor? Y acto seguido lentamente me baja el brazo y al oído me dice: «Dejá propina o les digo que sos de Talleres».

Ahí, en las pequeñas cosas es donde el trabajador le saca ventaja a lo existente. Ahí sin tanta lectura es donde se comprende por qué hay otra forma de existir que no viene desde el cielo sino de esas tendencias de lo humano sensible que habitan soterradas en el que todos los días sale a ganarse la sobrevivencia.

Hay muchos José en el mundo. Yo tengo la satisfacción de ser amigo de uno de ellos. Hago votos para que todos lo encuentren en la pasión de construir otra sociedad, y ser nosotros mismos para otros , ese mismo José.

Una última, en el estribo, ya que me la estaba olvidando. Creo si no leí mal, que José fue el padre carpintero y laburante de Dios.

Daniel Papalardo.