NUEVO CURSO
Las Aventuras de Oliver Twist, de Charles Dickens es un clásico de la literatura. Narra la lucha de un niño por progresar en la vida y de sus ansias por encontrar un sitio en la sociedad como pobre en la Inglaterra victoriana. En las afueras de Londres, cansado y hambriento, conoce a Jack Dawkins (El Pillastre), quien le ofrece un lugar donde hospedarse. La ciudad se presenta para el niño protagonista como un entrecruzamiento de calles y callejones por los que deambula y en los que percibe la pobreza, la suciedad, y todas las significaciones culturales de la miseria, en escenarios que son similares a los descriptos por Engels en “La situación de la Clase Obrera en Inglaterra”. Los últimos datos que se siguen del documento presentado por el Observatorio Social de la pobreza, permiten inferir, coligados con los simples elementos que nos da nuestro propio existir, un escenario similar más allá de las diferencias temporales, espaciales y culturales entre el momento y lugar del relato novelesco y la acuciante actualidad.
A su manera, el mundial también ayuda en la observación de las asimetrías sociales y desigualdades que tienen existencia en nuestra sociedad. Todos festejan, algunos hablan de pueblo, pero sin embargo, en una esquina un chico toca la corneta y está envuelto en una bandera, igual que el otro que le saluda desde un auto que hace sonar bocina. No obstante, el de la esquina está allí desde mucho antes que se juegue el partido, vendiendo junto al padre, lo que sea con color celeste y blanco. Ese no solo es el color de la bandera, además es el instrumento por el cual, tal vez, esa noche se pueda comer distinto, aunque el cansancio acucie y retumbe en su quimérico sueño, el sonido de la corneta y el “vamos Argentina”.
Pese a todas las significaciones simbólicas que tiene el desarrollo del Mundial de Fútbol y la participación en él de Argentina, y al ampuloso despliegue mediático que merece el evento, y más allá de la masividad que han tenido los festejos, la marcha del otro plano de lo real, que tiene que ver con las condiciones materiales de existencia de la clase trabajadora y los sectores que han sido expulsados del trabajo formal , naturalizando su autoexploración, da cuenta de una tendencia al agravamiento de los factores que inciden de modo negativo en la misma.
Es que aun cuando pueda alegarse un cierto control del proceso inflacionario, la sola estabilidad en el tiempo de los índices de incremento de precio, da cuenta de una situación sin salida positiva alguna. En ese contexto se ha consolidado el fenómeno conforme al cual el trabajo humano asalariado, en gran proporción no cumple por su monto, el objetivo de permitir reproducir la fuerza de trabajo.
Se suma a esto la estructura de ayuda social insuficiente, que implica la entrega de sumas insuficientes de dinero, que se licúan con el alza de los precios de los bienes implicados en la canasta básica de subsistencia , todo lo cual hace que lo percibido se destine a retroalimentar un circuito productivo informal , con trabajo familiar intensivo que consolida de manera ya permanente la autoexploración con pobreza, acompañada de pautas de existencia que dan muestra de carencias significativas a la hora de conformar vínculos convivenciales y sociales que día a día son resueltos con mayor violencia, pese a toda la parafernalia legislativa que vanamente procura evitarlos, en la medida en que la forma jurídica no crea el fenómeno sino que intenta regularlo, con lo cual de obtener algún éxito, este implica la reproducción de lo dado
Sin embargo, y pese a las festividades del mundial, que tienen fecha de vencimiento el domingo próximo, aunque habilitan a pensar en una proyección social del fenómeno por un tiempo más , se han dado en todo su transcurso y se programan a futuro , marchas callejeras de operadores de la llamada economía social, otras generadas por el aparato de la “unidad piquetera”, esta última dando cuenta que de unidad no tiene nada y de lucha piquetera menos Desde otro espacio, discursos de los operadores del poder burgués en todos sus ámbitos estatales ,los medios de comunicación concentrados o no , dan cuenta ideológica de la pobreza y miseria cultural en la que se sumerge nuestra clase trabajadora y los sectores populares desplazados del trabajo formal, tanto sea para afirmarla y pronosticar su crecimiento solo imputado al acuerdo de pago al FMI, como si ese compromiso financiero fuera la causa del fenómeno y no los gobiernos no hayan recurrido a la deuda precisamente porque se encontraban con un panorama como el actual, y falta de disponibilidad de divisas , otros para negar desvergonzadamente el panorama , e incentivar la esperanza en una “salida” del tipo de la tristemente famosa “luz al final del túnel”, que se daría electoralmente con la remisión del gobierno.
Lo cierto y más allá de ambos discursos, es que el modelo capitalista de producción en el que desenvolvemos nuestra existencia, en el caso de nuestro país, asume en lo inmediato un efecto devastador en la existencia de amplios sectores de población sumergidos en pobreza y miseria estructural con estrategias de sobrevivencia precarizadas con su inevitable secuela de marginalidad, expresada en carencias, sufrimientos, y autoexploración exacerbada.
La transferencia neta de recursos, hacia los sectores más concentrados del capital financiero, con la que toma objetividad la cuestión, por fuera de toda narración justificante o impugnante implica la reducción de las posibilidades del Estado y con él , de toda la estructura capitalista para reproducirse y a la vez atender las necesidades sociales de los sectores más desprotegidos que están atrapados por estrategias personales o colectivas de sobrevivencia que los ubican en espacios existenciales ausentes de toda dignidad .
Sin embargo, la cuestión se hace cada vez más alarmante si dentro de ese conjunto estable, naturalizado y permanente de miseria se advierte que gran parte de ese colectivo humano está integrados por niños, los que siendo personas en desarrollo padecen ese deterioro material y espiritual de la calidad de vida con mayores implicancias perniciosas, en tanto lo padecido es doblemente dañoso ya que les afecta no solo como integrantes de la comunidad hoy y también como importante obstáculo para sus expectativas futuras
En este punto es necesario tener presente que el niño, se construye en forma significativa, como sujeto en obligada dependencia de loa otros. Por eso esta situación social injusta da cuenta en plano de apariencias, de la manifiesta imposibilidad de los padres para proveer a sus demandas esenciales de bienes para su subsistencia, salud e instrucción.
A nadie puede entonces extrañar que el panorama visible sea niños mendigando, rapiñas y hurtos de carácter epidémicos e incremento de la violencia social.
Una existencia de carencias extremas, que resta humanidad al sujeto, que no reciben ingresos que superen la canasta familiar, o la de aquellos que directamente han sido expulsados de la producción y el área de los servicios, como una injusticia esencial exhibida por fuera del discurso jurídico de la declaración de derechos subjetivos, que por declarados no admiten en contemporáneo, ningún tipo de realidad.
La marginalización, la fuga psíquica por alcohol-fármacos u otras drogas y el compromiso con situaciones inicialmente consideradas delitos como práctica habitual, se exhiben así fuera del contexto primario de la producción general de mercancías en la Argentina, su comercialización e intercambio y el proceso concentrado de apropiación privada del valor generado por ese trabajo humano organizado.
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Pese a declarar derechos subjetivos y exhibir como camino el desenvolvimiento de políticas sociales, el Estado hace eje en la seguridad individual como valor fundamental que es necesario establecer a cualquier costo.
Hay una especie de convención social institucionalizada según la cual la “niñeces previamente caracterizadas como desviada de la norma, debe ser apartada guardada, separada, y segregada de la vida social, trasladándola a un espacio oscuro no visible para proteger de este modo al resto del cuerpo social. El sistema “correccional” funciona pues como retribución a lo que se considera una demanda colocada bajo el paraguas protector de la “amenaza a la seguridad “de las personas y sus bienes.
Ocurre, sin embargo, que este modelo de control social involuciona hacia su total decadencia – léase falta de efectividad en las tareas que le son asignadas desde el esquema de poder dominante- ( evidencia en la queja respecto a que los menores “entran por una puerta y salen por la otra “ ) , de forma tal que degenera en el sustento para una fuerte tendencia hacia la represión física, lisa y llana: sea está institucionalizada a través de simulacros de enfrentamientos con fuerzas policiales o bien de facto, a través de los sucesos que se espejan como enfrentamientos entre bandas juveniles que ingresan en el proceso económico que da base al llamado narcotráfico.
Es de la naturaleza de toda crisis el agotamiento de lo viejo y la falta de cristalización de lo nuevo, sin perjuicio de lo cual su superación por la vía de un salto cualitativo, no parece una tarea simple para el conjunto de los explotados.
Parte de esa complejidad se integra por la confusión a la que se acercan a construir quienes se exhiben como “reparadores”, en tanto luego de la queja sobre lo dado, apelan al empleo de herramientas que solo implican la denuncia y la impugnación formal para luego acudir a remedios que no son tales por la proyección estructural que tiene la crisis
Acudir a ser sujetos de una estrategia discursiva que toma forma jurídica, facilitando que el Estado y la burguesía dominante a cuyos intereses representa, no hace otra cosa que lograr que se desplacen de su responsabilidad por ese crimen social y apunten a particularizarla en el propio grupo humano cercano al niño-adolescente y aún más en este último, por vía de la formulación penal del fenómeno en sí.
Es necesaria la incorporación al aparato productivo de la masa social de desplazados por el modelo y acumulación capitalista, la vigencia de salarios equivalentes a la canasta familiar ajustada a su deterioro según aumento de costo de vida.
En sentido inverso, la burguesía se apoya en la enorme desocupación y precarización laboral para seguir empujando los salarios a la baja, y se apoya también en las divisiones entre los sindicatos donde cada cual pelea por la suya sin encarar una acción de conjunto, se apoya también en que los sindicatos no se ocupan de los trabajadores en negro y precarizados que son la mayoría de los trabajadores. Todas esas divisiones y mezquindades deben ser superadas y establecer una lucha unitaria, de conjunto, para arrancar a la burguesía el salario que nos corresponde.
En este marco, la situación exige la intervención directa como sujeto político de la clase trabajadora, en particular con la incorporación de estas particulares consecuencias de la crisis capitalista en el programa estratégico socialista en la construcción de poder obrero.
Esa tarea inmediata se liga necesariamente a aquella otra que impone en forma conjunta a la acción, que los trabajadores y el conjunto de los explotados asumamos la tarea ineludible de tomar en sus manos el poder del Estado y utilizar sus herramientas como medio de cambio de las injustas relaciones sociales existentes bajo el modo de producción capitalista.