La revolución es central para pensar la transformación social. Las revoluciones simbolizan el rechazo intransigente al estado de cosas establecido y el compromiso con la estructuración de un orden social y político distinto.
Estigmatizada por los revisionistas y oportunistas, mentores de la banalización del término socialismo, la revolución supone un cambio radical de la sociedad. Se trata de superar el valor considerado como una abstracción de la riqueza social y el sistema impersonal de apropiación y acumulación de riquezas por una pequeña minoría de la sociedad a partir de la explotación del trabajo y las muchas opresiones heredadas de sociedades precapitalistas (patriarcado, racismo, castas…) que fueron redefinidas por el capitalismo.
El problema conceptual relativo al posicionamiento de la militancia revolucionaria frente al Estado es arduo y delicado. Es una cuestión importante como para eludirla y urgente como para postergarla ya que, fue esencialmente a propósito del problema del Estado que después de 1917 se produjo la separación definitiva e irreconciliable entre revolucionarios y reformistas que estaba ya planteada y diseñada como tendencia principal con anterioridad a la revolución rusa.
El tema tomo relevancia con Stalin al desarrollar la teoría del socialismo en un solo país que impuso necesariamente un endiosamiento del Estado sacralizando la administración y el aparato político, al que habilitaba a intervenir en la vida privada en nombre de sus dogmas reduciendo la vida civil como servidora de la vida política sometida a la religión del Estado. En definitiva, el sometimiento del individuo al Estado policial, la desaparición de las libertades y garantías personales democráticas.
El stalinismo fue producto de las condiciones particulares de la revolución rusa y expresó de manera deformada el proceso de industrialización de la Unión Soviética con sometimiento de la sociedad civil al Estado como aparato impuesto por sobre la misma, es decir, la dominación de la casta burocrática sobre lo que en sus orígenes fue un gobierno obrero y campesino estructurado en poder de los soviets, al que esta burocracia sustituyó por la dirección del partido comunista y el monopolio político de su conducción por Stalin.
Esta burocracia eliminó la opción de izquierda trotskysta y luego volvió contra la derecha bujarinista. Adoptó los planes de industrialización aplicándolos desde arriba mediante la violenta represión de los campesinos a los que le impuso la colectivización forzosa de la tierra.
En “La revolución traicionada” se demuestra que esta casta burocrática desfiguraba el socialismo y conservaba las estructuras económicas (abolición de la propiedad privada) propias de la revolución de 1917. En consecuencia, el Estado aplasta a los obreros y campesinos con un orden jurídico y legal que traduce un capitalismo propio del comienzo de la industrialización, pero lo supera en barbarie a pesar de lo cual los obreros y campesinos entregan su sangre en la Segunda Guerra Mundial. En definitiva, el Estado conserva las características fundamentales de una sociedad de clases aun cuando la estructura económica por la abolición de la propiedad privada haya dejado de imponerla por vía del dominio del aparato estatal por parte de un estamento de la nueva sociedad generalizado en la categoría burocracia.
La tesis de Lenin según la cual el Estado debe tender a desaparecer por vía del progreso técnico, del desarrollo de las fuerzas productivas, se ve burlada porque lejos de convertirse la actividad política en un quehacer de todos se traduce en un Estado sobredimensionado monopolizado por una casta rigurosamente estratificada y dominada por un autócrata en forma tal que es el aparato Estatal por vía del partido único quien se adjudica el rol de asegura a los asalariados y al campesinado un nuevo orden social.
Por lo dicho es arbitrario y desacertado asociar la teoría leninista del Estado con el producto stalinista de ese Estado en la medida que Stalin sostuvo y produjo en los hechos la tesis burocrática según la cual a la inversa de la idea de Marx donde la desaparición del estado constituye un elemento fundamental del marxismo, el Estado debe reforzarse a medida que se afirma el socialismo.
En la actualidad el dominio mundial del capitalismo exhibe una sociedad tecnologizada que sin embargo concurre a reforzar el rol del Estado en beneficio de una clase social entendida de conjunto más allá de sus pujas internas fundadas en sus diferentes estratificaciones objetivas: la burguesía.
Estamos en una época en la cual el Estado se limita a la gestión del dominio fiscal y el control social punitivo, a su vez el régimen parlamentario cede prevalencia y deja lugar a nuevos centros de decisión donde predominan los técnicos y los especialistas de la burguesía en sí.
Más allá de estos fundamentos, es preciso tener presente que, en nuestros días el capitalismo de los monopolios (imperialismo) es sociedad de consumo. El individuo – ciudadano, la sociedad civil se muestra a partir de un consumidor que es determinante y determinado y factor único de la concreta producción capitalista.
El individuo ciudadano consumidor es el estadio superior de la enajenación pese a que se exhibe como individuo libre.
Para la teoría del Estado es imposible dar por cierta y aceptar esta apariencia porque la misma implica para ese sujeto-consumidor la aceptación en bloque del poder burgués y su Estado. Por el contrario, el marxismo denuncia esa apariencia y aboga por desnudar el sobredimensionamiento del Estado como superestructura contenedora a través de la forma jurídica ley y política, república-democracia burguesa. de la acumulación y reproducción monopólica del capital.
En otras palabras, la idea que da contenido al sentido común según la cual estamos en presencia de un individuo libre que en la sociedad civil consume según sus necesidades oculta que el Estado desempeña el papel de administrador de ese modelo social autoimpuesto por el propio consumidor, impidiendo que se advierta que esta sociedad está diseñada, construida y controlada en su estadio más profundo por el capital monopólico.
Reformismo
Estamos en la época de agonía del capitalismo, esto es el Imperialismo, pero su muerte y superación histórica (el socialismo) sólo será posible si se resuelve la crisis de dirección del proletariado. De lo contrario, la agonía del Imperialismo tiende a prolongarse, a sobrevivirse, para dar lugar a un retroceso histórico, la barbarie.
Frente al fenómeno descripto es un dato sociológico y político la existencia de un discurso “socialista” que habita en esa realidad sin cuestionarla, es decir acepta las estructuras del Estado existente y se inserta en ellas. En ese contexto puede verse el oportunismo de los partidos socialdemócratas y la intervención específica del stalinismo reformulado con apariencia democrática por vía de la disolución formal de los partidos comunistas y la estrategia de formación de partido de trabajadores.
Socialdemócratas y stalinistas tienen un factor común: el respeto por al aparato del Estado burgués y la necesidad de insertarse en él para actuar en su seno presentándolo como ente independiente y por encima de la lucha de clases.
Stalinistas y Socialdemócratas se muestran, así como hegelianos de izquierda-lasallanos. en tanto consideran al Estado en forma abstracta por fuera de la lucha de clases y la culminación de la dialéctica de la historia siendo por ello su objetivo supremo en la medida en que dan al Estado la capacidad de intervención “positiva” en favor de los “vulnerados” en el conflicto social que se presenta de esa forma como del orden natural de las cosas y de inevitable reproducción en el tiempo.
Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX se conformó el núcleo teórico del revisionismo que entró decididamente en acción a raíz de la revolución de 1905 para aparecer desde 1914 y sobre todo desde 1917-18 como uno de los salvavidas del capitalismo, siendo ese el objetivo central de estas corrientes en nuestros días.
Dicho muy rápidamente, el reformismo es la forma de aplicación paulatina, sinuosa, a trozos e indirecta del revisionismo, de manera que la militancia no se percate de que, en realidad, lo que hace su organización, sindicato, partido… es rechazar las lecciones de la lucha de clases y aceptar la ideología burguesa de la «democracia», la «paz», el «consenso», y la asignación abstracta y general de derechos por vía de políticas sociales emanadas del propio aparato Estatal visto como instancia de mediación necesaria en los conflictos que tienen lugar entre las clases en la sociedad civil. El reformismo es la práctica encubierta del revisionismo.
El stalinismo se caracteriza entre otros aspectos por una fraseología y una simbología semióticamente analizada como revolucionaria y una práctica oportunista construida dentro de la aceptación del Estado como elemento necesario e ineludible en la reformulación de los conflictos sociales. Es en otras palabras, una fraseología de “izquierda” superpuesta a una política de derecha.
2. La teoría leninista del Estado
Es la teoría de la necesidad de la dictadura del proletariado-democracia obrera-, y al mismo tiempo la afirmación de la necesidad de la desaparición del Estado.
Según estas dos premisas estratégicas una tarea necesaria del proceso revolucionario que no deviene como un a priori sino como una constante ligada a las coyunturas específicas a la lucha de clases en términos internacionales y nacionales es la constitución consciente del proletariado en clase para sí que es expresa en el objetivo dominante de elaboración concreta y real de la democracia obrera y la destrucción del poder burgués.
En tal sentido el Estado es en tanto democracia obrera el proletariado organizado como clase dominante.
Esta definición de ambos objetivos dialécticamente considerados es decir constitución de clase para sí y dominación política por vía de la democracia obrera es antagónico con el reformismo y el oportunismo en tanto ambos denotan su carácter de clase en tanto expresión progresista de las ilusiones pequeño burguesas respecto de la posibilidad de una evolución mecánica y positivista de la democracia burguesa a través de políticas sociales y asignación de pretendidos derechos subjetivos en abstracto por vía de la declaración general de derechos a través de estatutos legales ajeno a toda referencia directa con el modo de producción y reproducción de la vida social.
Todos los formatos de oportunismo que remiten en última instancia al reformismo sean estos social patriotas – populistas, kautskianos o stalinistas de izquierda tributan a un solo presupuesto ideológico, -en el sentido de falsa consciencia- centrado en la afirmación que sostiene: “el proletariado necesita del Estado”, esto significa que para todo ese amplio espectro político la estrategia es “progreso social” para los sectores vulnerables por vía del a intervención necesaria del Estado burgués en el conflicto de clases y la proyección inmediatamente social del mismo.
El concepto fundante de la teoría leninista del Estado con base en las definiciones que surgen de la experiencia del propio Marx frente a la Comuna de París, resulta lo inverso de lo señalado, es decir, el proletariado no necesita del Estado burgués sino de su propio Estado y este a su vez en vías de desaparecer, es decir, conformado de tal manera que su objetivo final es desvanecerse.
Dicho de otra forma y a diferencia del enfoque oportunista reformista el proletariado necesita un Estado pero este no el de la burguesía reformado sino el que resulta a consecuencia de la clase trabajadora organizada como clase dominante y es un Estado destinado a desaparecer por satisfacción universal de las necesidades de reproducción del ser humano y la desaparición material de la relación capital trabajo, la ley del valor, y la trascendencia superadora en sentido dialéctico del fenómeno enajenación-alienación del trabajador que desaparece como tal.
Esta construcción vista del plano filosófico tiene sus raíces en la crítica marxista de la doctrina hegeliana del Estado que lo concebía como la realización progresiva de la razón.
No es posible, sostener que el Estado esté destinado a prosperar y perfeccionarse por sí mismo y por demanda social de los vulnerables hasta el fin de los tiempos porque esto implicaría no abordar las razones de la vulnerabilidad social y tener a esta además como causa eficiente de la necesidad del propio estado porque si así fuera las razones de la injusticia social también resultarían permanentes imponiendo una negación que inviabilizaría su superación dialéctica.
Desde esta perspectiva el poder político burgués que se expresa a través de su forma jurídica Estado es precisamente el resumen oficial del antagonismo existente en la sociedad civil entre las clases sociales y los individuos que la componen. El Estado no es algo que corona la sociedad que la perfecciona elevándola al nivel de la razón por vía de la ley, es simplemente el producto del antagonismo de clase que operan en el interior de la sociedad con beneficio de los intereses objetivos de la burguesía.
En otras palabras, si el Estado visto por fuera de las clases sociales como realización de la razón y medio necesario para la superación de la conflictividad social en base a su intervención por asignación de derechos a los vulnerables existiera como tal no dejaría nunca de serlo y eso significaría necesariamente la permanencia de la vulnerabilidad. El Estado no puede ser visto por encima de la sociedad, la revolución significa la desaparición del Estado burgués presente por vía de la democracia obrera importa ubicar al Estado en su carácter de órgano de clase dominante. Importa terminar con la ficción del ciudadano sustituyéndola por la realidad del Hombre total, íntegro y sin mediaciones en donde se sintetiza nuevamente la posibilidad de un Hombre integral y totalizador superador de la enajenación-alienación a la que lo sometió la reproducción social del capital y su superestructura estatal y legal.
El Estado de la burguesía es incompatible con la libertad aún en su forma más democrática porque por su propia definición implica el ejercicio de la coerción sobre el individuo por vía del monopolio de la fuerza que ficcionalmente este le asigna.
La ruptura de ese Estado de clase y su desvanecimiento está ligada a la transición socialista que destruyendo la relación capital trabajo y la ley del valor en la base material por vía de la abolición jurídica del derecho de propiedad privada de los medios de producción, implica el retorno superador de la situación enajenada del individuo y en definitiva su verdadera emancipación.
La democracia obrera en tanto estadio transitorio hacia el desvanecimiento del Estado termina con la necesidad de éste como mediador entre el Hombre y la libertad y supone el camino de su total emancipación. Es la asunción de la gestión de los asuntos públicos por el proletariado por vía de una democracia de mayorías para consolidar la desposesión de la burguesía, el crecimiento exponencial de las fuerzas productivas, la satisfacción vital de las necesidades y la desaparición gradual del Estado. Solo es revolucionario quien lleva el reconocimiento de la lucha de clases hasta la concreción de la dictadura del proletariado. Esta asume la forma de democracia obrera siendo transición en el proceso de abolición-desaparición de las clases sociales en una sociedad sin Estado. La clase obrera debe demoler, destruir el aparato estatal existente no limitándose a una simple toma de posesión del mismo, la lucha revolucionaria no consiste en ningún caso en la integración de los trabajadores y su programa en el Estado existente
PROGRAMA MÍNIMO Y PROGRAMA DE TRANSICIÓN
La tarea estratégica del próximo período (un período prerrevolucionario de agitación, propaganda y organización) consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones revolucionarias objetivas y la inmadurez del proletariado y su vanguardia (la confusión y desmoralización de la generación madura y la inexperiencia de los jóvenes). Es necesario ayudar a las masas a que en sus luchas cotidianas hallen el puente que una sus reivindicaciones actuales con el programa de la revolución socialista. Este puente debe componerse de un conjunto de reivindicaciones transitorias, basadas en las condiciones y en la conciencia actual de amplios sectores de la clase obrera para hacerlas desembocar en una única conclusión final: la toma del poder por el proletariado.
La socialdemocracia clásica, en la época del capitalismo ascendente, dividía su programa en dos partes independientes: el programa mínimo, limitado a una serie de reformas en el marco de la sociedad burguesa, y el programa máximo, que prometía para un futuro indeterminado la sustitución del capitalismo por el socialismo. Entre uno y otro no había conexión. La socialdemocracia no necesita este puente, pues para ella la palabra socialismo está reservada para los discursos de los días de fiesta.
en la época del capitalismo decadente, en un momento que excluye la adopción de reformas sociales sistemáticas y el aumento del nivel de vida delas masas; en un momento en que la burguesía recupera siempre con la mano derecha el doble de lo que ha dado con la izquierda (impuestos, derechos de aduana, inflación, “deflación”, carestía, paro, reglamentación policíaca de las huelgas, etc.); en un momento en que toda reivindicación importante del proletariado y hasta las exigencias de la pequeña burguesía desbordan los límites de la propiedad capitalista y del Estado burgués.
La tarea estratégica no es reformar el capitalismo, sino derribarlo. Su meta política es la toma del poder por el proletariado para expropiar a la burguesía. Pero esta meta no puede alcanzarse sin prestar la máxima atención a las cuestiones tácticas, aun las más parciales y concretas.
Hay que atraer al movimiento revolucionario a todos los sectores del proletariado, todas sus capas, profesiones y grupos. La característica de la época actual no es tanto que el partido revolucionario pueda verse libre de sus prosaicas tareas cotidianas, cuanto que le permite desarrollarlas en estrecha conexión con las tareas de la revolución.
No desdeña las reivindicaciones tradicionales del “programa mínimo” en la medida en que siguen siendo vigentes. La IV Internacional defiende incansablemente los derechos democráticos y las conquistas sociales de los trabajadores. Pero estas tareas cotidianas las realiza dentro de una perspectiva correcta, real, es decir, revolucionaria. En un momento en que las viejas exigencias “mínimas” y parciales de las masas chocan a cada paso con las tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente, la IV Internacional avanza un conjunto de reivindicaciones transitorias, cuya esencia consiste en atacar abierta y decididamente las bases mismas del régimen burgués. El tradicional “programa mínimo” viene superado por el programa de transición, consistente en la movilización sistemática de las masas en favor de la revolución proletaria. (León Trotsky- el Programa de Transición, la agonía del capitalismo y las tareasde la Cuarta Internacional.)
Es por esto que el objetivo estratégico no puede ser otro que, la destrucción del sistema capitalista y sus instituciones a escala mundial, la abolición del trabajo asalariado y las clases sociales, luchando por una nueva sociedad; la comunista, o sea, sin clases. Para salvar a la humanidad es necesaria la instauración de Democracia Obrera, la instauración del poder obrero, planificar la economía, colectivizar y socializar los medios de producción, único camino que garantizará la tarea.
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